
En las reuniones familiares o en la convivencia diaria con la pareja, un simple desacuerdo puede transformarse en una discusión acalorada que deja huellas duraderas.
Según expertos en psicología social y comportamiento, la clave para evitar que estos desencuentros cotidianos se conviertan en conflictos mayores reside en la gestión emocional y la comunicación efectiva.
Jessica Robles, profesora en psicología social de la Universidad de Loughborough, y Paul McKenna, científico del comportamiento, ofrecen estrategias prácticas para abordar los desacuerdos y fortalecer las relaciones personales.
La frecuencia y naturaleza de los desacuerdos en la vida cotidiana
Los desacuerdos forman parte de la vida familiar y de pareja, y su presencia se intensifica en periodos de convivencia prolongada, como las festividades.
Robles señala en una entrevista con The Conversation, que durante estas épocas, el tiempo compartido con familiares puede sacar a la superficie tensiones latentes.
Las discusiones pueden surgir por temas tan variados como la política, los hábitos personales o incluso malentendidos triviales. La intensidad de la disputa suele estar relacionada con la fuerza de las opiniones involucradas, lo que puede hacer que un desacuerdo menor escale rápidamente.

Estrategias
Jessica Robles, en declaraciones realizada a The Conversation su enfoque se centra en tres pilares: gestionar la escalada, mantener la mente abierta y cuidar el rumbo de la conversación.
El primer consejo de Robles es evitar que la discusión se intensifique. Recomienda no recurrir a insultos directos ni a actitudes que pongan a la otra persona a la defensiva, como acusaciones, quejas o burlas.

La experta advierte que, a menudo, se da demasiada importancia al contenido del argumento y a las suposiciones sobre lo que la otra persona “realmente piensa”.
Sin embargo, insiste en que no es posible conocer con certeza las intenciones ajenas, por lo que conviene evitar atribuir motivos negativos o manipuladores al interlocutor. De lo contrario, se corre el riesgo de tratarlo de manera injusta y de agravar la situación.
El segundo pilar es la apertura mental. Robles explica que, en ocasiones, lo que alguien dice puede sonar ofensivo o desagradable, pero es fundamental recordar que las palabras rara vez tienen un solo significado.
Recomienda tomarse un momento para considerar todas las posibles interpretaciones antes de reaccionar.
Si, tras este ejercicio, el mensaje sigue resultando negativo, sugiere pedir aclaraciones.

El tercer aspecto es mantener la conversación enfocada y productiva. Robles aconseja elegir cuidadosamente las palabras y ser consciente de cómo se puede percibir lo que se dice.
Reconoce que cualquiera puede dejarse llevar por la discusión y decir algo de lo que luego se arrepienta. Propone, en ciertos casos, “ir al meta”, es decir, pausar para hablar sobre la propia discusión y la forma en que se está llevando a cabo.
Paul McKenna: autoconciencia, gestión de la ira y honestidad con tacto
Paul McKenna, citado por GQ, sostiene que el desacuerdo es inevitable en cualquier relación. “La fuerza de una relación se forja cuando aprendemos a convivir durante los desacuerdos con nuestra pareja”, afirma.
Para el científico, lo importante no es el motivo de la discrepancia, sino la forma en que se gestiona. Considera que el desacuerdo puede ser un proceso creativo que conduzca a nuevas soluciones y a una mejor comprensión mutua, siempre que se maneje adecuadamente.
Uno de los principales riesgos en una discusión es lo que McKenna denomina “el magnetismo de la negatividad“.
Explica que, cuando la adrenalina y el orgullo entran en juego, existe una fuerte tendencia a intensificar el enfrentamiento.
La ira reduce la autoconciencia y puede resultar contagiosa, llevando a ambas partes a perder el control. También, compara este fenómeno con una especie de intoxicación, en la que la sensación de tener una excusa justificada para expresar el enfado resulta atractiva.

Advierte que el consumo de alcohol puede amplificar este efecto, ya que disminuye las inhibiciones y facilita que la discusión se desborde.
La honestidad, especialmente en temas delicados o embarazosos, es otro de los pilares que el científico del comportamiento destaca.
Recomienda ser sincero, pero siempre con tacto. Sugiere tres condiciones para abordar asuntos que podrían malinterpretarse: elegir un momento en que ambos estén tranquilos y en buena sintonía, emplear palabras neutras y evitar expresiones ofensivas, y abordar los temas paso a paso, sin intentar resolverlo todo de una vez.
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