
Aunque a menudo se lo asocia con la burla o el cinismo, el sarcasmo es una herramienta lingüística sofisticada que pone a prueba múltiples áreas del cerebro, permite interpretar intenciones ocultas y puede incluso fomentar la creatividad. Su uso, comprensión y efectos han sido objeto de investigación en los campos de la psicología, la neurociencia, la lingüística y la salud mental. Las evidencias indican que se trata de una forma de comunicación compleja que requiere años de desarrollo y puede ofrecer beneficios cognitivos, emocionales y sociales.
Según la psicolingüista Penny Pexman, de la Universidad de Calgary, “los niños menores de cinco años no son capaces de detectar el sarcasmo y tienden a tomar las declaraciones literalmente”, incluso cuando se les presentan ejemplos evidentes mediante marionetas que emiten comentarios irónicos frente a situaciones obvias de fracaso o éxito.
La comprensión del sarcasmo comienza a emerger cuando los niños desarrollan la capacidad de entender que hay detrás de los que otras personas expresan, entender por qué o con qué intención dicen determinadas cosas. Esta habilidad, conocida como teoría de la mente, suele aparecer alrededor de los cuatro años, pero no se afianza hasta mucho después.

“Esto se desarrolla especialmente tarde, alrededor de los nueve o diez años de edad, en promedio”, explicó Pexman en una entrevista citada por la BBC. La autora enfatiza que no hay un solo factor que permita comprender el sarcasmo: también influyen el vocabulario, la gramática, la interpretación de señales vocales sutiles y el conocimiento de los contextos sociales apropiados.
El ambiente familiar tiene un impacto significativo. Según Pexman: “Si los padres utilizan el sarcasmo, es mucho más probable que los niños desarrollen esta habilidad”.
Procesos mentales implicados
El sarcasmo exige un esfuerzo mental mayor que las declaraciones literales. “El cerebro debe comprender tanto la creencia real del hablante como la forma en que pretende que la otra persona interprete sus palabras”, señaló Pexman. Esto activa la red cerebral relacionada con la “mentalización”, es decir, la capacidad de atribuir creencias e intenciones a otros.

La psicóloga Ruth Filik, de la Universidad de Nottingham, identificó mediante imágenes por resonancia magnética funcional que tanto la ironía como el sarcasmo activan las áreas cerebrales involucradas en interpretar intenciones ajenas. Pero observó que el sarcasmo, en particular, activa con más intensidad “las redes semánticas implicadas en el procesamiento general del lenguaje y en las regiones cerebrales implicadas en el humor”, lo que refleja su mayor complejidad.
Estudios adicionales señalan que distintas regiones cerebrales están implicadas en este tipo de procesamiento. Según Thetatva la neuropsicóloga Katherine Rankin, de la Universidad de California en San Francisco, los lóbulos temporales, el parahipocampo y los lóbulos frontales están involucrados en detectar sarcasmo. De hecho, la dificultad para reconocerlo puede ser un indicador temprano de patologías como la demencia frontotemporal.
Beneficios cognitivos y emocionales
Comprender y emplear sarcasmo puede potenciar la creatividad. Un experimento liderado por Li Huang (Insead, Francia), en colaboración con las universidades de Harvard y Columbia, mostró que recordar un intercambio sarcástico mejoraba la capacidad para resolver el “problema de la vela”, un clásico test de pensamiento lateral. El porcentaje de aciertos subió de un 30 % a más del 60 % tras recordar interacciones sarcásticas.

Además, se ha observado que el sarcasmo puede actuar como una vía de desahogo emocional. Durante la pandemia de COVID-19, su uso aumentó entre personas con depresión y ansiedad, según un estudio dirigido por Kathrin Rothermich de la Universidad de Carolina del Este, lo que sugiere un mecanismo de afrontamiento frente al malestar.
Una herramienta social y cultural
El sarcasmo funciona también como estrategia de comunicación indirecta. En lugar de decir “esta habitación es un desastre”, un adulto puede optar por decir “¡qué orden impecable!” con tono sarcástico. Esta ambigüedad permite “mantener el velo del significado superficial sobre el significado subyacente”, según explicó Pexman, lo que puede evitar conflictos abiertos mediante la negación plausible.
En la cultura contemporánea, y particularmente en los Estados Unidos, el sarcasmo es tan común que algunos lo consideran un idioma alternativo. “Es prácticamente el idioma principal”, afirmó el lingüista John Haiman, autor del libro Talk is Cheap. En una base de datos de llamadas telefónicas analizada en EE.UU., la frase “yeah, right” se usó de forma sarcástica en un 23 % de los casos.

Para Pexman, el sarcasmo es una habilidad que conviene “dominar, sobre todo porque gran parte del lenguaje que usamos en la vida cotidiana no es literal”.
Diversos estudios han asociado el sarcasmo con inteligencia verbal, creatividad e incluso con un tipo de atractivo social. Un artículo publicado en Forbes señala que el sarcasmo puede ser una forma de comunicación atractiva cuando se emplea estratégicamente y con empatía. “La evidencia sugiere que las personas que son conscientes de los pensamientos y sentimientos de los demás usan el sarcasmo de una manera altamente estratégica y menos agresiva”, afirma el texto.
Además, investigaciones indican que compartir el sentido del humor sarcástico mejora la cercanía emocional, refuerza la resiliencia en situaciones adversas y contribuye a una conversación estimulante. El sarcasmo, usado dentro de un vínculo de confianza, puede “generar creatividad en lugar de conflicto”, según un estudio de 2015 publicado en la Revista de Comportamiento Organizacional y Procesos de Decisión Humana.
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