En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, el actor y comediante Agustín “Rada” Aristarán, nacido en el espectáculo como mago y quien también incursiona con éxito en la música, repasó los momentos clave de su trayectoria artística y reflexionó sobre su relación con el escenario, el humor, el paso del tiempo, la soledad y la terapia. Recordó su primera presentación en solitario a los 13 años en Bahía Blanca, cuando enfrentó el miedo escénico antes de descubrir que su lugar estaba en el espectáculo. “Lo que encontré acá es mi futuro, yo quiero estar acá arriba”, expresó sobre aquella experiencia. También habló sobre la risa como un mecanismo de alivio, tanto personal como colectivo, y su búsqueda constante de nuevos desafíos que le generen la misma adrenalina que sintió en sus inicios. Podés escuchar el episodio completo en Spotify y YouTube.
— Contame sobre la primera vez que te subiste a un escenario, a los 13 años, y cómo, a partir de eso, cambió tu vida.
— No fue la primera vez que me subí. Sí fue la primera vez que me subí desvalido del grupo. Yo me había subido ya muchas veces al escenario tocando con una banda que tocaba, una banda de jazz de niños, se llamaba la “Baby jazz band” una cosa muy rara en Bahía, lo he contado ya, ahí era el baterista de esta banda, tocábamos jazz tradicional de la década del ‘50 y también era el presentador de la banda, el director había visto que yo tenía algo histriónico entonces me había puesto como presentador, pero yo estaba atrás de una batería y con siete amigos arriba del escenario, estábamos jugando.
Si bien sigo jugando, o cuando me subí por primera vez a los 13 estaba jugando, no entendía nada lo que estaba haciendo, sí era la primera vez que me subía solo, sin nada más que mis chistes, mis habilidades entre comillas y mi magia, para hacer magia. Lo que sentí es mucho pánico antes de salir a escena, pánico inmovilizador prácticamente, no patológico, que si queres podemos hablar de ese también, pero era pánico de “¿por qué dije que sí? Si yo estaba feliz con mi vida, andaba en roller, en skate, boludeando en la calle ¿por qué me metí en esto a hacer un show de magia en un lugar donde no me era cómodo?”.
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Esto fue segundos antes de entrar a escena y después entré a escena. Esta cosa que dicen actores o artistas de que pasas el marco de la puerta mágica y cuando entras al escenario cambia todo por completo, es como que ahí el tiempo se detuvo y fue increíble y dije: “Ok, lo que encontré acá es mi futuro, yo quiero estar acá arriba, no sé cómo, de qué manera, pero yo quiero estar acá arriba”.
— Estaba leyendo la biografía de Matthew Perry y él contaba cómo sentía que en su casa tuvo un rol de apaciguador. Entonces, cada vez que hacía reír a alguien, ese era el mecanismo y de ahí siempre buscó la risa en las personas. En tu caso, qué encontrabas ahí, ¿la risa de la gente?
— Voy a salir de acá y voy a comprarme la biografía para leer. Sí, la voy a buscar, porque sin lugar a dudas fue un poco el rol que adopté en la vida: acomodar. No sé si acomodar emociones, no quiero decir que tenía ese poder, pero sí encontraba en la risa y en la comedia un analgésico importante. Creo que la risa es un analgésico, no una antibiótico. Es un analgésico del que, cuando te duele mucho la cabeza, te baja todo ese dolor para que veas más claro.
— ¿Aún es un mecanismo para acomodar y apaciguar?
— La comedia, la risa, el poder producir risa o reírte de las cosas hace que todo sea mucho más fácil y mucho más claro. Reírse no es como “me chupa un huevo”, sino es también ver el problema. Si me puedo reír, ese problema está solucionado o está en vías de solución. Dicen que la comedia es tragedia más tiempo, se puede analizar de mil formas, pero yo creo que cuando uno logra reírse o cuando podes reírte es, sin lugar a dudas, como una especie de superpoder. Si me preguntabas qué encontraba en el escenario, creo que tiene que ver con ese superpoder. Es como sentirse un poco Superman, que tenés un pequeño poder en el mejor sentido de la palabra, porque es un poder para divertir, para entretener y para divertirse uno, sin lugar a dudas.
— Algo de lo que dijiste, sobre cuando se te para el tiempo. ¿Cómo te llevas con el tiempo?
— Yo tengo un mambo con el tiempo: no para. Puede ser susto, porque tengo tantas cosas para hacer y tan lindas, y que tengo ganas de hacer, que digo: “Uy, tengo que hacer cosas”. No, denme tiempo porque tengo un montón de cosas que hacer, no me quiero arrepentir. Pero que hoy sí, estoy en una relación hermosa con el tiempo.
— ¿Cómo lo transformaste?
— Siempre me habían dicho “cuando llegues a los 40 vas a ver que es un gran momento, que te vas a sentir muy bien, es la mejor edad”. Estoy disfrutando muchísimo este viaje. Cuando estás en el presente, el tiempo va al tiempo que va. Toda mi vida viví ansioso por lo que tenía que hacer, pero ahora lo que estoy haciendo es esto: vengo de un ensayo super frustrante, salí angustiadísimo porque no me sale lo que yo quiero de un personaje, que ya lo voy a lograr, y no estaba pensando “tengo que terminar porque me tengo que ir al podcast de Mili”. Estaba ahí y ahora estoy acá.
— ¿Te pasó de volver a encontrar ese sentimiento tan fuerte que sentiste la primera vez que estuviste solo en el escenario, en otro momento?
— Sí, obvio con lo que hago. Yo dentro de lo que hago del mundo del entretenimiento me gusta jugar por tres ramas: la magia, la actuación y la música, y me gusta ir cambiando. La música y la actuación son las más nuevas, cuando digo magia también digo comedia, porque yo lo junto. Es el comediante que se sube ahí arriba y hace magia y hace otro montón de cosas. Mi carrera como actor está empezando hace poco y eso me da muchísimo vértigo; me da lo mismo que me daba cuando empecé con la magia de chico y con la música también. El proyecto musical es muy nuevo y ahora cambió, se rearmó, y también es super nuevo. Me estoy comiendo los garrones de ser nuevo en eso, pero también las cosas maravillosas del nuevo hacer, todo un mundo por descubrir. Además, cuando sé, salvando la palabra, que puedo algo y que sale, como hacer la lista del super mientras estoy actuando: hay que cambiar un poco.
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— ¿Llegas a ese nivel?
— Sí, estaba haciendo shows y estaba pensando en otra cosa completamente. Que el show siga, ver que la gente se está riendo y yo decir: “¿En qué parte del show estoy? No me acuerdo”, me hace ponerme a prestar atención. No es que uno no lo está sintiendo, porque sí lo estoy sintiendo, tengo oficio y lo hice mucho cuando laburaba en eventos.
— Volviendo a tu especial de Netflix “Serendipia”, que empieza con vos teniendo una suerte de ataque de nervios. ¿Antes de salir a un show te pones nervioso? ¿Cómo afrontas algo que te genera pánico?
— Creo que me voy a la primera vez que lo sentí fue en la sala Payró del teatro Municipal en Bahía Blanca, a los 13 años. En ese show que vos mencionaste, donde arranqué. Nunca sentí tanta cantidad de miedo como en ese momento. Y me digo: “Esa vez pude, y si esto es un poquito menos, ya está”. Ese día, y todavía lo recuerdo, no podía parar de temblar, no podía controlar el cuerpo del cagazo que tenía. Llegué a pensar que ojalá caiga un meteorito y mate a todos. Te pongo un ejemplo, en un video, a Charly le preguntan: “¿Dónde está el éxito?”. “Allá”. El loco va y en el medio del camino lo muelen a palos. Entonces vuelve y le dice: “Maestro, usted me dijo que era allá y cuando fui ahí me agarraron cinco tipos y me mataron a palos”. “Bueno, es pasando eso”, respondió.
— ¿Y vos tenés tu propia definición del éxito?
— El camino. El éxito es el camino, no sé si es mío, no importa. Siempre lo sentí, desde hacia malabares en el semáforo pasando la gorra por elección, porque no quiero contar el cuento de que “no tenía para comer y salí a divertir”. Era por elección, yo quería hacer eso. Vengo de una familia laburante que tuvo los mismos problemas que casi toda la gente que tenía negocios en la década del ‘90, que a muchos les fue muy bien y otros quedaron culo para arriba. Mis viejos eran de ese lado, pero en mi casa nunca faltó para morfar, ni para abrigarnos o calefacción. Yo salía a hacer malabares, fiestas infantiles y eventos cuando vivía en Bahía, pero también cuando me vine para Buenos Aires, y siempre me sentía en el mejor momento, porque también era consciente de todo lo que estaba pasando. Cuando me dicen “ahora que estás en un momentazo”, yo el año pasado me sentía en un momentazo y el anterior también, y el anterior también. Por supuesto, no estaba en el mismo lugar en la carrera profesional, pero yo siempre me sentí en un momentazo.
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De verdad, siento que estoy arrancando. Miro para atrás, en mi currículum, y las cosas que hice son infernales. A veces digo: “No puedo creer cómo pasó todo esto” y en otro momento digo “sí puedo creerlo, esto pasó y fue pasando”. Pero, de verdad, un año mío son, a veces, diez años, aunque siento que estoy empezando. Una vez, mi hermano estaba muy sacado, y yo lo escucho mucho porque es muy inteligente, pero con una inteligencia muy pragmática. Es un capo, lo quiero y lo admiro mucho. Bueno, él estaba investigando a los ninjas y muy sacado con los samuráis, éramos muy chicos, y me tiraba todo el tiempo máximas. Era su aprendiz, el hermano con el que probaba cosas y me pegaba una cachetada con un arte marcial, o hacía experimentos conmigo. Un día me dijo: “Vos tenés que hacer toda la vida como los japoneses, siempre”. Le dije: “¿Qué?”. “Mente de principiante, cuando vos tenés mente de principiante, sentís que estas empezando, es todo ganancia”, me respondió y me quedó esa data tipo un tatuaje.
La otra vez un mago muy creativo hablaba del concepto en creatividad que se llama “preguntale a un tonto” con el mejor sentido de la palabra “tonto”, que es “alguien que no se dedica a lo que vos haces”. Ese sería el tonto. Muchas veces, un truco de magia super técnico, se lo mostraba a mi vieja y le preguntaba: “Mamá ¿cómo resolverías esto vos?”. Esa persona, por supuesto, va a tener un pensamiento completamente diferente al de un mago, que ya está sesgado por un montón de otros conocimientos. Es ese mismo concepto: preguntale siempre o estate atento de que todo el mundo te pueden señalar algo de lo que vos no tenés ni idea.
— Quiero volver a un momento de tu vida, cuando te vas a Chile y te terminan abucheando un estadio que tenía 150 mil personas.
— Empiezo a laburar en Chile muy seguido, me va muy bien, voy a un festival muy difícil. En Chile está la cultura de los festivales, siempre van comediantes y siempre está idea del monstruo, que es el público de Viña del Mar que te empiezan a silbar y te tenés que ir. Al primer festival que voy, que era festivalazo, me va muy bien. Televisado, pico de rating a la una de la mañana, la rompo toda. Empiezo a trabajar en Chile bastante, dos años más tarde me dicen: “El siguiente paso es Talca, que es grande, con 250 mil”. No pasa nada, este que pasó la rompimos. Cuando voy a Talca, estaba pasado de rosca de laburo, porque estaba haciendo “Serendipia” y ese fin de semana con siete funciones en diferentes ciudades y países, lo consulté con varios colegas chilenos comediantes y me dijeron: “No vayas a Talca, no es un lugar para ir”. Es un gran festival, de los más importantes, pero tenés que ser muy local, si sos extranjero la tenés más difícil y más siendo argentino. “No pasa nada, lo voy a lograr”, pero algo me decía “cuidado”. Estaba muy nervioso, pero dije “confío en lo que hago, va a estar todo bien”.
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Salimos a escena, había estado un grupo de cumbia, Amar Azul creo, y la gente estaba al mango. Cortan... “y ahora, desde la Argentina”... La gente ya se puso un poco rara, era muy tarde y estaba picante el público. Yo salí, empezamos, y de pronto entran a silbar. Se empezó a pudrir, me amenazaban. Por cucaracha la producción me decía: “Bajate Rada, bajate del escenario porque se va a pudrir”. Y yo seguí, seguí, y no seguí en mis mejores condiciones: hacía lo que podía, estaba re mal, agarrando chistes por donde podía. Y acá viene una cosa medio épica y de película: me acordé de una frase de un payaso que admiro mucho. “Un payaso puede desagradar, puede aburrir, pueden pasar muchas cosas, lo que no puede es bajarse de un escenario sin dignidad”. Entonces yo dije: “Vine por 35 minutos, que es mi contrato, lo voy a hacer”. Estaba con mi banda en vivo y le dimos hasta que la gente terminó cantando “La gallina turuleca”. No lo di vuelta, pero lo acomodé. Lo acomode, terminé y salimos airosos. Lo interesante de esto es que uno aprende mucho más de los fracasos, porque te preguntas. En el aplauso, te aplauden porque está todo bien.
El abucheo dura el mismo tiempo que el aplauso o que la ovación, si me quedo regocijándome de lo capo que soy, soy igual de boludo que si me quedo dándome con un látigo diciendo “¿por qué a mí?”.
— Desde que arrancaste hasta ahora, ¿cómo fuiste transformando la definición de lo que es un éxito?
— Creo que siempre busqué y sigo buscando lo mismo, que es hacer cosas que me diviertan y pasarla bien, por supuesto ganando dinero, porque me gusta el dinero. En realidad no es que me gusta el dinero, me gusta lo que podes hacer con el dinero, que no es lo mismo, porque tener dinero es distinto a “quiero dinero porque me quiero comprar algo, porque quiero estar tranquilo, porque quiero que mi hija….”. Es libertad, es no me quiero preocupar, la vida ya es demasiado compleja como para estar ocupándose encima porque no te alcance, es tremendo. Lo pasé. Siempre busqué lo mismo: pasarla bien, evitar subirme a las modas o a “lo que hay que hacer”. Me hace pelota eso, “para hacer esto tenés que hacer esto”. No, te juro que no, somos todos seres completamente diferentes.
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Todo el tiempo es regla o receta, qué se yo, para que un reel te vaya bien, para conseguir un contrato, ganar un puesto de laburo o hacer un currículum. Todo tiene tips, entonces estás buscando “¿cómo hacer para…?”. Y, además, ahora hay métrica y data. Yo laburo mucho en redes sociales y es hacerle entender a los clientes que eso no importa, lo que importa es encontrar a la persona adecuada que pueda comunicar de forma adecuada lo que vos queres comunicar.
— ¿En la vida en general, cómo te llevas con la soledad?
— Ahora muy bien. Disfruto un montón de estar solo. Antes no podía ni un segundo. Y me di cuenta hoy, dije: “Loco ¿qué me pasa que no puedo estar conmigo?”, que es la única persona con la que tengo que estar bien, para después estar bien con todo mi entorno. Hice un laburo muy grande y fue gracias a la separación que tuve con Fernanda que sentó “a la mierda”. Ahí me empezaron a caer fichas muy pesadas, di con una terapeuta muy violenta bien. Le dije: “Loca, yo necesito ir al hueso de todo esto porque se me destapó una olla y entendí un montón de cosas. Está todo mal, necesito acomodar todo”. Y me metí en una terapia muy agresiva, casi todos los días y duró como dos meses. Hablé a mis afectos más cercanos y les dije “por tres semanas, un mes, no cuenten conmigo, no estoy, no existo”. A mi hija “lo que hay de papá es esto ahora, no hay más nada que esto”
— Y después, ¿cómo saliste de ahí?
— Siento que volví a nacer, es como que tiene un efecto residual y lo sigue haciendo. Por supuesto que mis fantasmas siguen estando, crecieron conmigo, ya nos conocemos y están ahí. Pero creo que volví mucho más liviano, no es que “volví” de la muerte, pero después de ese momento estoy como más liviano. No soy el paciente terapéutico que todas las semanas dice “porque hablo con mi psicólogo”. Eso ya hace rato que no, porque fui mucho tiempo.
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— Tenés una relación muy cercana con tu hija ¿cómo transformó la paternidad?
— Era muy chico cuando fui papá, con 22 recién cumplidos. Entonces medio que crecimos juntos con Bianca. Si bien no fui padre a los 16, pero para los tiempos que corren sí soy un padre joven. Mi hija cumple 19 años pasado mañana. Bianca me transformó absolutamente todo, lo que pasa es que fue hace mucho tiempo. Uno empieza a tener uso de razón, de verdad, a los 17 me parece, porque te empezas a poner un poco más pillo. ¿Qué te cambió de tu vida Bianca? La verdad que mi vida sin Bianca no sé cómo era, ya me olvidé. Yo soy el papá de Bianca, no soy otra cosa antes.
— ¿Qué enseñanzas te parece importante para tu hija?
—Que sea libre, que haga lo que tenga ganas de hacer y es lo que está haciendo. Es una piba super libre y que no la ate nada, si mañana se quiere ir a vivir a España, a Estados Unidos, a Tucumán, a Uruguay, donde quiera.. Es que creo que mis viejos siempre nos bajaron esta data, “cuando sean libres hagan lo que quieran hacer, háganlo bien”. A Bianca le digo mucho “vas a poder”, quiero que no se arrepienta de nada... O que sí, pero que haga lo que tengas ganas de hacer y que no se arrepienta. Creo que lo peor que te puede pasar es el: “Si hubiese hecho”. Probalo, lo peor que te puede pasar es que salga mal.
— ¿Qué te queda por hacer?
— De todo. Lo laboral y lo personal están muy atados en mi vida, yo soy de los que laburo, pero no lo siento un laburo. Por supuesto, lo que hago me da plata y entonces es un trabajo, pero a mí me gusta mucho hacerlo, me gusta llevarlo a cabo, me gusta tener una idea y que después se transforme en realidad, me gusta tener el desafío. Yo, en realidad, cobro por el tiempo que no estoy en mi casa... pero después, todo lo hago gratis.
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