¿Somos realmente más libres con un dispositivo en nuestras manos o nos hemos vuelto prisioneros de las notificaciones? ¿Hasta qué punto las pantallas nos acercan a quienes están lejos, pero nos alejan de quienes están cerca? ¿Nos domina la tecnología o somos capaces de desconectarnos y vivir el momento presente?
En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, Joan Cwaik, divulgador especializado en tecnologías emergentes y sociedad, explica que vivimos en una cultura de gratificación instantánea y abundancia digital, donde la conectividad constante y el acceso ilimitado a información nos alejan de procesos profundos y vínculos significativos. También advierte sobre la “toxicidad tecnológica”, que fomenta una mentalidad superficial y un “sedentarismo cognitivo”. El episodio completo podés encontrarlo en Spotify y YouTube.
Joan es autor, conferencista y divulgador especializado en tecnologías emergentes y su impacto en la sociedad. Es Magíster en Dirección de Empresas (MBA) del IAE Business School de la Universidad Austral, tiene un Posgrado en Convergencia Multimedial (FADU-UBA) y es Lic. Gestión de Medios y Entretenimiento (UADE).
Además, ha participado en importantes cursos y programas ejecutivos en UdeSA y en los HQ de Google y Facebook en San Francisco. Actualmente, es Manager de Marketing para Latinoamérica en Maytronics, empresa israelí líder en robótica doméstica. Ha dictado más de 400 conferencias en 18 países, participó en foros como TEDx, Campus Party y la Cumbre de Emprendedores del G20. Además, es autor de los libros: 7R: Las siete revoluciones tecnológicas que cambiarán nuestra vida* (2020), El Dilema Humano (2021) y Postecnológicos: Habilidades para recuperar lo humano (2024).
—¿Cómo influye la tecnología en nuestros vínculos y en la forma de relacionarnos con amigos y el amor?
— Hoy la verdad es que la tecnología funciona en forma transversal en nuestra vida cotidiana, en lo relativo a la forma de ser productivos, de vincularnos, de agregar valor en sociedad, sin lugar a dudas. Se reformulan muchísimos paradigmas que tenía la humanidad y que a veces son muy conservadores. Entonces si hablamos, por ejemplo, del concepto de amor que en el siglo XIX era el de “me corto un brazo de ser necesario” y en el siglo XX era “el amor para toda la vida”. Para mí el amor se resignificó y se redefinió a una nueva forma de amar quizás que es más fraccionada, para algunos es más volátil, más frágil, más superflua. Zygmunt Bauman lo definía como “modernidad líquida”. Hoy en día podemos hablar de una “hipermodernidad líquida” o de una nueva forma de liquidez en la manera de encarar el compromiso.
Trabajo mucho en términos de compromiso porque hoy en día vivimos en una generación donde tenemos todo al instante, la barrera de entrada a la tecnología de la conectividad disminuye año a año. Entonces es esa sensación de abundancia digital, tenemos esa sensación de que podemos entretenernos con la película que queramos, la serie que queramos, la canción que queramos. ¿Por qué me voy a comprometer con alguien si al mínimo descontento tengo esa sensación de abundancia completa que está en ese mar de posibilidades? Lo que llaman algunos “el inventario humano ilimitado”.
Pero las cosas en la vida llevan tiempo, las parejas tardan en construirse, un mejor amigo tarda en construirse, ser un buen profesional. Y pareciese que somos una cultura donde estamos obsesionados por el resultado y queremos obviar los canales y los procesos de una mejor forma posible. No es casualidad que surjan cursos de “en tres meses aprendé, facturá y cobrá para afuera”. Las cosas en la vida llevan tiempo y un proceso de evolución que, en esta cultura de lo que algunos llaman “la cultura de la gratificación instantánea”, que es querer satisfacer las necesidades inmediatas y no importa después lo que va a pasar. Es lo que pasa con los vínculos en este siglo XXI.
— ¿Qué consecuencias nos trae como sociedad ese “inventario ilimitado”?
— Tenemos una relación un poco tóxica con la tecnología, y esa toxicidad es producto de esa ilusión, tenemos la sensación de que poseemos un acceso a un conocimiento infinito y más con la inteligencia artificial generativa, que crece a ritmos exponenciales. Tenemos esa sensación de tener una abundancia de conocimiento, de inventarios humanos ilimitados de personas, de información ilimitada con los grandes motores de búsqueda. Es una sensación donde no es muchas veces lo real, el conocimiento. Y el conocimiento realmente profundo se produce en estados de arte de hiperespecialización y de profundización. Hoy no profundizamos. Un autor que se llama Nichols Carr habla de “mentalidad de malabarista”. Hacemos malabares constantemente y no estamos encontrándonos realmente en nada. Eso lo podemos transpolar a los vínculos, al trabajo, a las redes en general, forma parte de la cultura que estamos viviendo.
— Te escuché decir alguna vez que “hoy sentarse a pensar es contracultural”. ¿Qué cosas haces vos que son contraculturales y necesarias?
— Hoy, el acto de sentarse a pensar o de pedir un respiro es algo contracultural. Hace algunos meses una periodista me hizo una entrevista, era un viernes a la tarde y le dije: “¿Me podés esperar hasta el lunes para responderte esto?” y dijo: “¿Pero cómo hasta el lunes?”. “Necesito pensarlo para poder darte una respuesta”, le respondí. Estamos tan obsesionados por el corto plazo, por esta instantaneidad de la cultura que el acto de pedir un tiempo es algo diferente a las costumbres y prácticas de este siglo. El hecho de escribir un libro es algo completamente contracultural. Por ejemplo, leer un libro, sentarse a leer un libro es algo contra algorítmico, frente a estos motores invisibles que nos dan, o conocer a una persona en profundidad. Los algoritmos son básicamente un gran mercado de la atención donde estamos constantemente invirtiendo para que nuestra acción no se deprecie de alguna forma.
En Instagram si no publicamos historias por tres días el algoritmo, este famoso motor invisible, nos va a castigar exponiéndonos a menos personas. En una aplicación de citas si yo no participo por dos semanas también el algoritmo me va a castigar exponiéndome menos. Tenemos factores externos que nos obligan o nos presionan también a practicar en este mercado de la atención de forma permanente. Yo trato de encontrar un equilibrio. Nos resulta difícil ver una película o una serie sin ver el teléfono porque estar una hora y media o 45 o 50 minutos, necesito esperar un proceso de escenas, una narrativa, historias. Y en el teléfono puedo ver en dos minutos si la chica que me gusta me puso like, si me mandaron algún mail de trabajo importante. Puedo ver tres memes de gatos cayéndose y todo eso en 30 segundos. Entonces tenemos una competencia desleal con la tecnología y eso produce esa toxicidad en el vínculo.
— Si tuvieras que dar una clase sobre “bienestar digital”, ¿cuáles son los temas que incluirías?
— Un teléfono celular es mil veces más complicado técnicamente que un vehículo. Para conducir un vehículo uno tiene que tener una edad determinada, respetar señales de tránsito y pasar por un examen. Pero ahora estamos todos empoderados por tecnologías que son mil veces más complicadas que un vehículo y eso produce un montón de consecuencias. Volviendo al tema de los vínculos, no es casualidad fenómenos como el ghosting, el orbiting, los situationships que no terminan de entenderse. Tienen una naturaleza de la tecnología, de la interacción constante de la tecnología. Cuando hablamos de bienestar digital cubriría el tema de la conciencia digital, de ser conscientes de qué estamos obteniendo y qué estamos cediendo al usar la tecnología, de los límites que se empiezan a desdibujar entre lo físico y lo digital.
Muchas veces estamos en un lugar, pero estamos más en otro, ¿cuántas veces nos hemos encontrado con alguien y decir: “¿Estás acá Joan?”. Hay una especie de gran terror al silencio y al aburrimiento. Los silencios dicen mucho más que las palabras y nos permite también conectarnos con nosotros mismos. En el aburrimiento surge mucho el espacio de la imaginación y de la experimentación. Entonces no nos podemos aburrir, no podemos estar en silencio, porque de alguna forma está mal visto, si no participamos de este gran juego. Alessandro Baricco, un gran sociólogo italiano, tiene un libro que se llama “The game” y habla un poco sobre este juego con estas consecuencias culturales. No hay espacio para el aburrimiento, para el silencio, queremos todo ya, a corto plazo y gratificarnos instantáneamente con el menor esfuerzo posible. Porque es muy fácil publicar algo en Instagram, mandar una reacción, un mensaje. Pero poner el cuerpo frente a una situación de vínculo de amistad, sexo afectivo o de vínculo laboral, es dedicarle tiempo y cambia completamente.
— ¿Qué habilidades consideras esenciales para construir hoy en día? ¿Qué camino recomendarías a los jóvenes que están en secundaria o en plena formación?
— Yuval Harari historiador israelí en “21 lecciones para el siglo XXI”, afirmaba hace un par de años que el saber aprender va a valer más que el saber concreto de algo específico. Va a valer más profesionalmente el hecho de tener la flexibilidad de aprender algo nuevo que el hecho de aprender algo. Recién hablamos de bienestar digital y me parece que es algo crucial en las habilidades desde chicos, nativos digitales, hasta gente de tercera edad, que los cruce a todos. Hay una habilidad que yo desarrollo en mi tercer libro “Postecnológicos” que se llama “agnosifilia”, es una palabra de alguna forma inventada que es básicamente desarrollar el amor al no saber y eso también es algo medio contracultural. Vivimos con tanto FOMO, la abreviatura en inglés de “fear of missing out” o “miedo de quedarnos afuera”, algunos también hablan de JOMO “Joy of missing out”, eso es como “el disfrute por quedar afuera”. Creo que tenemos que desarrollar el amor por el no conocimiento y eso está muy vinculado también con nuestra dieta digital. Cada vez tenemos más costumbre de revisar cómo nos alimentamos, cómo entrenamos, cómo estamos espiritualmente, una especie de corriente sobre mindfulness y la nutrición con diferentes vertientes, sobre la importancia del ejercicio, pero nos preguntamos ¿cómo está compuesta nuestra dieta digital?
— ¿Qué incluiría esa dieta digital? ¿El tiempo que uno pasa en pantalla?
— Hablamos de tiempo, de calidad y dentro de calidad es decidir a qué nos terminamos exponiendo. Por ejemplo “X” en Argentina, es una información donde en muchos sectores reina el odio, entonces ¿yo me quiero exponer a historias de odio constantemente dentro de mi dieta cognitiva digital? Yo soy usuario de X, pero no tengo la aplicación descargada en mi teléfono celular, la uso desde la computadora, leo mucho menos, pero ahí también hay algo que no son fenómenos nuevos. En la década del ‘70 hubo dos sociólogos que establecieron lo que es el síndrome del mundo malo, donde básicamente querían comprobar que la gente que se exponía más a medios masivos de comunicación, tenía una percepción del mundo peor de lo que realmente era. Si yo me expongo constantemente a flujos negativos de información voy a terminar generando una actitud y una mentalidad mucho peor de lo que realmente es. Entonces ¿en mi dieta digital cómo está ese equilibrio? Lo mismo pasa con el tema de amistades: si entro a mi feed de Instagram, todo el mundo está de vacaciones en lugares completamente exóticos con playas paradisíacas y yo estoy en mi casa, haciendo lo mejor que puedo o trabajando. Ahí surge el ego y un montón de cosas que son esas problemáticas psicológicas de hace años. Lo que pasa que ahora se exacerban cada vez más.
— Hacés mucho hincapié en que las cosas llevan tiempo. ¿Creés que hoy la percepción de esfuerzo y tiempo está cambiando en los jóvenes?
— Eso es un debate que se viene dando hace un montón. Los Beatles, por ejemplo, antes de ser conocidos tocaron miles de horas en estudios para después lograr quienes son y quienes fueron en la historia de la música. Ser un buen profesional es algo que lleva tiempo, mucha experimentación, que te vaya más o menos bien, que te vaya muy mal. Tener un buen nombre y apellido es algo que lleva tiempo, hacerse un mejor amigo también. Un mejor amigo no es el que está en el círculo verde de Instagram. Y está todo bien con los círculos verdes de Instagram, pero un mejor amigo es alguien con el que vivís cosas y no es solamente una cuestión de frecuencia. Como decía Borges, no es la cantidad de veces que lo veo, hay algo de la intimidad, del compromiso, de la empatía, de entender sin siquiera preguntarte lo que te está pasando. Eso es realmente lo que conlleva la amistad, que también se ha reconfigurado, al igual que el amor.
Hay una frase que a mí me gusta mucho que dice que hay personas que llegan a tu vida por una razón puntual, hay personas que llegan por temporadas, por esta temporada de la vida. Y hay otras que quedan de por vida y eso se traspola a las amistades, a las relaciones sexo afectivas, a los trabajos. Entonces creo que lo podemos identificar, qué viene por una razón específica a mi vida, qué me viene a enseñar, qué viene por una temporada que estoy pasando y qué se va a quedar o qué se puede llegar a quedar de por vida, sin caer en el “para siempre”. Nos tenemos que acordar de estas tres cosas y después la otra enseñanza es: si vos realmente estás observando y prestando atención vas a aprender algo de cualquier espacio en donde estés. No importa si estás viendo una serie, leyendo un libro, charlando con un amigo, discutiendo con tu pareja, si vos realmente estás prestando atención vas a estar aprendiendo algo. Tenemos la oportunidad de detenernos, de hacer ese acto de rebeldía, ese acto de resistencia, para aprender cada vez más. Creo que todos en el fondo queremos ser mejores humanos al fin y al cabo.