Malena Guinzburg detrás del humor: “Me maltraté tanto mendigando amor que me avergüenzo”

Padeció su cuerpo hasta odiarse. A los quince fue medicada por primera vez contra la depresión, tendencia que aún la acompaña y por la que revela haber tenido “pensamientos oscuros” durante la pandemia. Por qué pudo amar “sanamente” recién a sus cuarenta y tres. Y cómo la risa salvó su vida

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"A Solas" con Malena Guinzburg

Ni modo alguno que un Guinzburg lograse esquivar “los pilares” de su estirpe: “La gordura. La ‘petisura’. La gracia… ¡Y los bigotes!”, enlista con inefable y personal sentido del humor. O, mejor dicho, el humor al que supo encontrarle sentido de herramienta, canal o tamiz del dolor desde una adolescencia estigmatizada por la depresión y en la que, según dice: “Llegué a odiarme”. En definitiva, y a lo largo de esta charla, Malena Guinzburg (47) dará cuenta de por qué “el humor –mucho antes de concientizarlo ‘sustento de vida’– siempre fue mi compañero más cercano. El que me alivió, me sanó y que aún hoy sigue enseñándome que la tristeza puede no ser tan solemne”.

Malena Guinzburg, su hermana Soledad
Malena Guinzburg, su hermana Soledad y su padre, inolvidable Jorge Guinzburg
Malena Guinzburg, su hermana Soledad
Malena Guinzburg, su hermana Soledad y su madre, la psicóloga Dora Beatriz Ryng

Creció en una casa en la que se reía fuerte. Con la complicidad de un padre “algo cabrón” que echó por la borda el mito del “payaso triste” y legó muy bien “el disfrute de la vida”. La típica tensión del “amor-odio” con su hermana mayor. Y la compañía –“muchas veces conflictiva”– de Dora Beatriz Ryng, una psicóloga que “ejerció casi nada”, con “más humor del que ella misma suponía”, “resistida a entender que detesto hablar por teléfono” y que, de seguro, “se pondrá contenta de ser parte de esta charla… Es que siempre reprocha que la gente la cree muerta porque nunca la menciono”, dispara Malena respecto de mamá. Todo en el contexto de un divorcio prematuro que la dejaría “sin muchos recuerdos de los cuatro”, con tan solo siete años, y una serie de angustias a la vista.

Malena Guinzburg, verano de 1979
Malena Guinzburg, verano de 1979
Malena Guinzburg a sus tres
Malena Guinzburg a sus tres años

Dice no haber sido una chica “infeliz”, pero sí “demasiado reservada” y un blanco regalado para la crueldad. “El peso, ser bizca, hija de un famoso, pronunciar mal la ‘R’… Todo era una gran justificativo para las burlas”, imprime como en las páginas de sus tantos viejos cuadernos que hoy lee en Querido diario, unipersonal que cumplió tres temporadas. Obviando, entre otras cosas, la Prosopagnosia que padece (“como Brad Pitt”), la alteración neurológica que (más allá de tener memoria intacta) impide el reconocimiento de rostros habituales. “Y esas miradas no solo me marcaron sino que también fueron conformando una suerte de ADN. Mis bases están construidas sobre eso mismo”, explica Malena. “Es por eso que cuando engordo un par de kilos no estoy contenta conmigo… A ver, después de tantos años de terapia, de todo lo aprendido y construido, sé que no es lo más importante. Lo sé. Admiro a las minas que se sienten seguras de sus cuerpos. Y me encantaría ser una de ellas, pero no puedo… ¿Qué voy a hacer? Yo nací un poco antes. Soy de otra generación. De hecho, y eso que hoy estoy genial conmigo, me doy cuenta de que no me miro mucho al espejo”, reflexiona antes de desandar ese ‘hasta aquí’.

Malena, con una cámara de
Malena, con una cámara de fotos instantáneas
Malena Guinzburg caracterizada para los
Malena Guinzburg caracterizada para los actos escolares que tanto la entusiasmaban

Al cumplir doce, su padre le propuso la internación en la Clínica Cormillot argumentando: “Para que empieces el secundario no tan gorda”, comparte. Un tratamiento que no llegó a las dos semanas, porque según señala: “Me enfermé. Las placas en mi garganta no me dejaban tragar… Y no hay que estudiar demasiada psicología para entenderlo. ¿No?”, dispara perspicaz. “Hoy pienso en una nena internada y no puedo creerlo. Pero juro que entiendo a papá. Porque tanto él como mi vieja vivieron todas las etapas de ‘Malena gorda’, a la que las dietas acompañaron toda su vida”, comenta respecto de un contexto familiar en el que los domingos “nos la dábamos en la pera prometiendo la mentira del ‘mañana, ayuno…’”

Malena Guinzburg en su preadolescencia
Malena Guinzburg en su preadolescencia
Malena Guinzburg en su adolescencia
Malena Guinzburg en su adolescencia

Poco después llegaría una nueva y pertinente condición por parte de papá, que apuntaba de lleno a una meta clara que, a la postre, ningún complejo lograría desestimar jamás. “Si adelgazas, te llevo a la tele”, le dijo. “Y no podría decir ‘qué hijo de puta’. Lo entiendo. Sigo leyéndolo como ‘incentivo’. No lo ligo a una cuestión de ‘hegemonía’, del ‘tenés que ser flaca y linda para trabajar’. Ese intento o, mejor dicho, una de las tantas búsquedas, no solo se trató de cuidar mi salud, porque a los quince pesaba 90 kilos, sino también de rescatarme del dolor de las burlas y promover nuevos vínculos, nuevos amigos que me conocieran más allá de una apariencia. No olvidemos que eran tiempos en los que solía volver llorando del colegio y de los locales de ropa... Y en los que el prototipo de la gorda proyectada a través de los medios era, por ejemplo, el de Carola en Señorita maestra (ATC, 1985): siempre con un sándwich en la mano y pronunciando el ‘¡tengo hambre, tengo hambre!’. Eso era ‘la gorda’. La gorda no tenía matices. La gorda no se enamoraba. No tenía amores correspondidos.

Malena Guinzburg junto a su
Malena Guinzburg junto a su padre, Jorge Guinzburg (1949-2008), y su hermana Soledad

Con casi diecinueve ‘revancheó’ la obesidad en el centro terapéutico de Máximo Ravenna (1947-2020). “Bajé cuarenta kilos. Estaba flaca flaca flaca… Pero también bulímica, bulímica, bulímica. Porque después de ese tratamiento quedé trastornada durante mucho tiempo”, revisa. El próximo gran descenso sería veintiún años más tarde, convirtiéndose en “influencer de dietas”, define del tiempo en que compartió mediáticamente “un régimen sacado de algún libro” (Metabolismo acelerado, de Haylie Pomroy) que no sólo le valió una nueva apariencia (perdió diez kilos, cinco en veintiocho días) sino también “el odio público de los nutricionistas y de los fundamentalistas de las harinas”. Malena volvió a mirarse al espejo. Pudo vestir un pantalón blanco “por primera vez en mi vida” y las marcas de indumentaria la consideraban: “Saco que usaba, saco que se agotaba, me decían”. Porque como dice, “somos muchas más las no-Pampitas de la vida” y esa posibilidad se agradecía. Aunque, como señale, “todavía no hemos entendido nada”.

Malena Guinzburg durante una de
Malena Guinzburg durante una de sus participaciones en Peor es nada (Canal 13, 1990-1994) junto a su padre, Jorge Guinzburg (1949-2008)
Malena Guinzburg a sus quince
Malena Guinzburg a sus quince años, pesando ya 90 Kgs

Es así que ironiza respecto del evento internacional de una firma de joyería. “Se llevaron de viaje a influencers preciosas…”, dice haciendo blanco en la bendita hegemonía. “¿Por qué yo no? ¿Qué pasa… A mí no me entran las pulseras?”, dispara. “No es ropa interior. No es un corset… ¡Es una pulsera!”. Estas son las cosas que, asegura: “Me enferman”. Malena está convencida de que en términos sociales nada cambió: “Todo sigue siendo muy careta. Por ahí te mechan un cuerpo ‘normal’ (más allá del discurso sabido sobre qué es la ‘normalidad’) pero, en la calle, el primer insulto que vas a escuchar es ‘¡gorda!’. Sí, estamos lejos de la ‘aceptación’, pero es medularmente sensata: “Tampoco yo termino de aceptarme a mí misma. Porque la gordura jamás dejó ser ‘tema’ en mi vida. Racionalmente yo sé que la imagen no es tan importante, que vale más la actitud que uno le ponga. Lo sé, lo entendí… Podría escribir un libro respecto del tema. Pero cuando no me entra un jean, la actitud se me apichona”. Bromea sobre su “bonsai genealógico” riéndose de la genética en suerte. Refiere a tal o cual cirugía de tiroides y, principalmente, al placer de comer. Dice que ya no reniega tanto. Que aprendió a (paradójicamente) “no darle tanto peso al tema”, a “no dejar de ‘hacer’ por mi cuerpo” y a tratarse mejor: “Ya no me hablo con el odio con el que lo hacía cuando me odiaba tanto… ¡Que fue toda mi vida! No. Ya no me trato de esa forma, ya no me lo permito”. Y es entonces que subraya otro factor en el modo de mirar y de mirarse: el amor. “Porque la gordura también resultaba un gran impedimento para relacionarme con un otro”, asegura. “Alguna vez leí que entre los hombres que usan aplicaciones para conocer gente, el mayor de los miedos es que la mujer sea gorda. No delincuente. No asesina serial… ¡Gorda!”, cuenta. “Y ahora, saber que le gusto a mi novio, que puedo sentirme bien, libre, conforme… Me amigó con ese ‘temita’ de mi historia”. Pero aún no es tiempo de abrir ese episodio en esta charla.

Malena Guinzburg como productora de
Malena Guinzburg como productora de “El ventilador” (Radio América, 1996-1998), ciclo liderado por su padre, Jorge Guinzburg
Malena Guinzburg produciendo “El ventilador”,
Malena Guinzburg produciendo “El ventilador”, ciclo radial de su padre, Jorge Guinzburg, Adolfo Castelo, Carlos Ulanovsky, María O´Donnell y Gabriela Radice

Entre tanto, Malena “quería actuar”. Es más, estudió “un montón de teatro serio” (con Julio Vaccaro y Marcelo Subiotto) y desde los quince, mucho después de sus insistentes roles en las obras escolares. Pero lo más cercano a una ‘luz de escena’ fue la de una pecera radial. Tras años de producción –desde El ventilador (Radio América, 1996-1998) junto a su padre hasta en ciclo de Sebastián Wainraich (51)– Malena reaccionó: “En algún punto empecé a volverme una resentida. Yo quería estar ahí”. El “padecimiento del terror por la posible caída de un invitado” corría paralelo al teatro independiente (que la hacía sentir que “algo no avanzaba”), su afición al stand up y luego a la propuesta de Ronnie Arias (63) para sentarse a su lado frente al mic de Sarasa (La100, 2014), “lo que resultó un ‘intentarlo’ para no quedarme con la intriga”. Ocho “minutitos” de monólogo entre los de mentores como Pablo Fábregas (“quien me llenó la cabeza con eso para hiciera algo de y con mi vida”) y Fer Sanjiao (además, fue su maestro) marcó el inicio de un camino, desde aquí, inimaginable.

Malena Guinzburg y su padre,
Malena Guinzburg y su padre, el recordado Jorge Guinzburg (1949-2008)

Malena no asumió el humor como su profesión hasta la muerte de su padre (marzo de 2008). “Tuve que matar a papá”, bromea amenizando su siguiente reflexión. “Evidentemente la mirada de mi viejo me pesaba mucho más de lo que, por aquel entonces, yo pudiese suponer. Casualidad o no, que cada quien llegue a su propia conclusión”. A Jorge le caí muy en gracia que su hija se graduase en Letras y ella se embarcó en el CBC pensando en esa carrera, en Artes combinadas y otras tres opciones que iba alternando según sus emociones. “Después de todo sabía que para escribir no necesitaba un título habilitante”, infiere. Las calificaciones daban un promedio por las nubes y “con un diez en economía que aún me cuesta entender”, recuerda. Pero el escenario ganaría en cualquier ring.

Cita la “inevitable creencia” que liga a los ‘hijos de famosos’ con un derecho adquirido y, naturalmente, la comparación. “Me pasa algo con papá. Siento que él, y sobre todo durante sus últimos años, sintió mi angustia vocacional sin saber bien cómo ayudarme a resolverla. Aunque sabiendo concretamente que ninguno de los queríamos que mi suerte cayera en el ‘hija de’. Fue recién tras su partida que irrumpí en los medios. Él ya no estaba para pedirle a Suar (Adrián, 57) que me pusiese en tal o cual novela”, explica. Sabe que su público la conoce, que se ríe y que la sigue por encima de cualquier prejuicio. “Pero cuando aparezco en otro ámbito como en la pantalla de eltrece, en este caso con los especiales de Las chicas de la culpa, ya con la mera publicación de la promo podía recibir mensajes del tipo ‘si el viejo la viese volvería a morirse’. A ver, si estoy en un día en el que acabo de llenar un teatro aplaudida de pie, pasa. Ahora, si es en uno de esos en los que no sé qué hacer de mi vida o no se me ocurre nada para un nuevo show, podría resultar el peor de los puñales”, asegura. “Sé que no le gusto a todo el mundo. Tampoco digo ‘ey, tengo el mismo talento que mi viejo’. Pero llevo su apellido con orgullo, el mismo que me da saber que fui haciendo mi camino muy solita”, señala.

A propósito y bajo ninguna circunstancia, Malena estaría dispuesta al humor político. Porque, según refiere: “Yo odio el hateo”. Se ha pronunciado en causas sociales como la legalización del aborto seguro y gratuito –“sin que me importase el mote de ‘asesina’”– o el reclamo por la crisis presupuestaria, salarial y de gestión en el Garrahan, pero en términos partidarios dice no ser “fanática de ningún sector” y estar negada a “pararme de un lado o de otro”. Es más, “cada día estoy más descreída de la clase política. Absolutamente nadie me representa y a nadie podría defender. Mi desilusión es tan grande que desde hace varios años voy muy triste a poner mi voto”, asegura. Por lo que trina cuando intentan endilgarle ideologías. Lo que la invita a mantenerse al margen de las charlas que pudiese tener con amigos en ámbitos privados. Así surge el recuerdo de su entredicho con Diego Recalde (56), al coincidir en la mesa de Almorzando con Juana (Viaje, eltrece), que terminó en descalificación hacia la humorista. “Al criticar ciertas acciones del Gobierno, él me dijo algo así como que yo no sabía nada”, relata de un episodio que llegaría con eco desagradable. “Al día siguiente Milei (Presidente Javier Milei, 55) me trató de ignorante… Y pensé: ‘¡Ay, qué paja! El mismísimo presidente de la Nación me llama ‘ignorante’… ¿En serio? Es un montón. Me pareció terrible y debo confesar que me asustó. ¿Qué hago: Salgo a responder o finjo demencia? De solo imaginar el hateo me sentía pésimo. Hasta que una amiga me aconsejó: ‘Male, tranquila, omitilo por completo. Si lo ignorás pasará pronto’”, refiere. “O sea, banco a Lali (Espósito, 34) y su capacidad de hacer canciones de todo eso. Pero yo no tengo su talento… Aunque sí una altura más o menos parecida”, remata con gracia.

Retomemos aquel episodio entreabierto algunos párrafos detrás. “Hasta Adrián, el amor era una mierda. Era dolor. Era pasarlo mal. Era necesidad. Porque yo tenía una necesidad tan grande de que me amasen que iba mendigando migajas de cariño. Así me veo a la distancia y pienso: ‘Uy, Male… ¡Qué poquito te querías!”, relata. Se refiere al diseñador gráfico Adrián Montesoro (también líder de una compañía que comercializa cursos culinarios), su pareja desde hace cuatro años y medio, y a una suerte que finalmente supo dejar atrás. “Me he maltratado mucho en y por el amor”, revela. “Me decías ‘hola’ y yo ya estaba viendo dónde pasábamos navidad juntos. Porque sí, ser correspondida era un gran obsesión para mí”.

Malena Guinzburg en referencia a
Malena Guinzburg en referencia a su novio, Adrián Montesoro: “Tarda en llegar y al final hay recompensa”
Malena Guinzburg y Adrián Montesoro
Malena Guinzburg y Adrián Montesoro se conocieron pos pandemia a través de una aplicación de citas

Andrea del Boca nos cagó la vida”, asegura citando una línea de Celeste siempre Celeste (Telefe, 1993), “cuando ella mirando a cámara decía: ‘Somos ángeles de un ala’. Y eso significaba que solo abrazándose a otro se podía volar. Y entonces crecí creyendo esa premisa en un mundo en el que las heroínas esperaban el beso de un príncipe salvador. Hoy aplaudo a las chicas que eligen y disfrutan de estar solas. Yo no. A mí me urgía ‘un alguien’”, explica. “Aun así, y si hay algo que le agradezco a aquella Malena que sufría tanto, es no haberme quedado con cualquiera por esa necesidad”. Como por ejemplo, “el del olor a pata o el músico hambriento que al cierre de su show en un antro del Abasto me hizo robar de una heladera un pedazo de vacío y guardarlo en mi cartera, o alguno de los casados”, enumera. “Especialmente aquel que me tenía tercera en su ranking de prioridades después de su mujer y de su amante”, bromea. Habla del camino de ‘la otra’ que no volvería a transitar. “Con uno de ellos mantuve una relación de dos años. Y pasé por todas las etapas: la de ‘canchera’, la del verso de ‘con mi mujer estamos mal’, la del ‘sufrir’ y por la del ‘mejor que no me gusta tanto porque se instalaría de una’. ¡Por todas!”, asegura. “Es que era muy joven… Hoy tengo otra conciencia de la sororidad. No digo que las amantes sean las responsables, no. Pero hay algo energéticamente feo en todo eso”.

Certifica que la frase que mejor “le va” a su historia con Adrián es: “Tarda en llegar y al final hay recompensa” (Zona de promesas / Soda Stereo, 2009), recita. “Por primera vez estoy en pareja desde un lugar genuinamente sano. Y sé que tiene mucho que ver con el camino que hice hasta aquí”. Porque por mucho golpe que se haya recibido no todos aprendemos en los mismos tiempos… Y a mí me llevó un rato más. Tal vez así debía ser”, reflexiona. Costó sanar tanto maltrato autoinfligido por necesidades y elecciones. Pero tener a Adrián enfrente me hizo entender: ‘¡Che, esto era el amor! Y sí puede ser sano. Claro, si alguien te quiere llamar, te llama. Si alguien te quiere ver, te ve. No hay vueltas. No hay ruegos. No hay especulaciones’. Entonces evoca ese primer encuentro tras el que desarticuló un viejo acto reflejo.

Malena Guinzburg y su novio,
Malena Guinzburg y su novio, el diseñador Adrián Montesoro, padre de dos hijas y líder de una compañía online de cursos culinarios
Malena Guinzburg y su gata
Malena Guinzburg y su gata Chabela, fallecida en 2024 a sus veintiún años

Malena y Adrián se conocieron a través de una aplicación de citas. “Empezamos a chatear un viernes y nos vimos el domingo. Y a mí, que había tenido novios ‘de chat’ a los que nunca llegué a conocer, me resultó un triunfo”, apunta. Acordaron cenar, “lo que indica un aparente interés que se diferencia del ‘ir a tomar algo’”. Él preguntó ‘¿Comida india o asiática?’ Ella no pudo creer su determinación ni, mucho menos, “¡que alguien pasara a buscarme!”. El sushi en el Jardín Japonés no estuvo tan bueno como la charla, “y casi tuvieron que echarnos para poder cerrar”. Pero no hubo beso de despedida. “Al subir a casa dije: ‘¡Listo, no le gusté! No le gusté y no le gusté. Y fue entonces que recibí su mensaje: ‘Lo pasé muy bien’, escribió. ‘¡Ay, sí… Le gusté!’, grité. Es que seguía siendo la Malena de antes, ¿entendés?”. Esa que estaba a un paso de dejar atrás.

Jorge Guinzburg y Dora Beatriz
Jorge Guinzburg y Dora Beatriz Ryng, padres de Malena Guinzburg, el día de su boda (1972)
La tía Mirta Guinzburg junto
La tía Mirta Guinzburg junto a su hermano, Jorge Guinzburg, y sus padres, Benajmín Guinzburg y Eugenia Bartfeld

“Llegar a esto que hoy vivo fue dificilísimo para mí. Pero todo lo demás llegó muy fácil. Todo fluyó sin esfuerzos, sin poses, sin papeles, con total honestidad”, define Guinzburg. Y a eso se refiere cuando habla de amor sano. “Pero bueno, después de tantos departamentos que se han comprado mis psicólogos, algo debía aprender”, bromea. En definitiva, el amor también se trataba de aceptación. “Aunque no todo está consciente”, advierte. “Pero sí sé que, si mi relación con Adrián no durara para siempre, ya no podría volver a ser la Male de antes… Esa que se mentía. No podría aceptar las cosas que he vivido. Porque ahora tengo en claro lo que quiero y lo que ya no”. Tanto como que “la maternidad nunca ha sido deseo ni inquietud”. Aún cuando ver a Adrián “siendo un padrazo con sus dos hijas” fue un revelador ‘recalculando’ frente a esa decisión. No obstante, concluye: “Todos dicen que ser mamá es una experiencia única. Pero también lo es el paracaidismo, y tampoco me animaría por eso”.Al fin y al cabo, ¿qué hubiese sido de Malena Guinzburg sin darle un sentido al humor? “Todavía estaría empastillada con antidepresivos”, responde a tiro. La primera prescripción psiquiátrica fue a sus quince y jamás olvidará esa charla con su padre. “Le conté mi miedo. Sentía que me deprimía más el hecho de estar medicada que eso mismo por lo que debía tomar la medicación. Y él, muy a lo Guinzburg, retrucó: ‘A ver, si a mí no se me para la pija y sabiendo que existe una pastilla que podría colaborar… ¿Me deprimo o me alegro por esa posibilidad de solucionar mi problema?’ Claro que, a pesar de mis quince añitos, entendí la metáfora”, suelta con gracia. “Desde entonces y aunque llevo el humor muy presente, mi tendencia natural es al bajón”. Y tengo que hacer un esfuerzo enorme para no caer.

La tía Mirta Guinzburg y
La tía Mirta Guinzburg y su adorado hermano menor, Jorge Guinzburg
Mirta Guinzburg y su madre,
Mirta Guinzburg y su madre, Eugenia Bartfeld, tía y abuela de Malena Guinzburg

Y la pandemia fue la más endeble de las cuerdas flojas. Pongamos la situación entre marcos: “El pibe con el que estaba saliendo me dejó ni bien comenzó el confinamiento. Hacía un mes que nos veíamos, pero te imaginarás que a esa altura ya era ‘el amor de mi vida’. Mi gata Chabela (que murió el año pasado a los veintiuno) ya estaba con problemitas de salud y gritaba tanto todas las noches que yo casi ni dormía. Y mi casa estaba en reformas, destruida por completo. Por lo que tuve que mudarme a un PH muy oscuro, sin ventanas a la calle ni a ningún lado del mundo. Así llegué, sin mis cosas y con un bolsito muy triste. Se me juntó todo y no paraba de llorar”, describe. “Recuerdo que, por entonces, estaba trabajando con Matías Martin en la radio (Basta de todo, Metro 95.1) y solo esperaba la tanda para salir a llorar. Realmente estaba muy mal. Tanto que hasta tuve pensamientos horribles… No diría que quería suicidarme pero sí estar muerta”. Hasta la posibilidad de sumarse al aplauso popular de gratitud a los héroes médicos se hizo difícil “sobre una terracita tan interna que daba al paredón de otro edificio”, define. Entre tanto, Malena revela que, “además de los antidepresivos, lo que me salvó en ese momento fueron los mimos de los vecinos con quienes compartía medianera”. Se refiere al gran gesto de un matrimonio de gente mayor que alivió aquellos días. “Ella, que cocinaba mucho y muy bien, a la hora de comer me pasaban un plato caliente. Eso era lo más cercano a una familia que podía encontrar…”, evoca. “¡Ellos me salvaron!”

Malena Guinzburg y su madre,
Malena Guinzburg y su madre, la psicóloga Dora Beatriz Ryng
Malena Guinzburg junto a su
Malena Guinzburg junto a su madre, Dora Beatriz Ryng, y su hermana Soledad Guinzburg, tres años mayor que ella

Y ampliando el zoom de ese contexto, sobrevolamos a las mujeres de su vida, las que no están entorno al escenario de Las chicas de la culpa –como Connie Ballarini (43), Fernanda Metilli (41) y Natalia Carulias (50)–, sino en una trama familiar que aquel PH se extrañaba. Respecto de Dora ya hemos hablado y el límite es contundente. “Estamos en un gran momento”, sintetiza Malena, por demás escueta. Pero detalla luego un lapso en el que “tuve que hacerme cargo de ella y nada fluyó demasiado fácil”. Apunta a un período (de cuatro años) en el que se vio “sola” y con la responsabilidad total sobre su madre y su tía soltera, Mirta Guinzburg (80), hermana mayor (y única) del recordado Jorge. Dicho al pasar, “una abogada tan graciosa como inteligente, que habla cinco idiomas, que canta en francés como nadie y que jamás pudo desarrollarse en ese arte por la falta de valor para romper los mandatos familiares como sí lo había hecho papá destinado a ser un doctor en leyes”, define. Y que por estos días celebra que su profesora de computación le dijo que es ‘la más divertida de la clase’ y no desiste en dedicarse a la política. “Ella dice tener ideas concretas para aportar. Es más, hace poco averiguó el teléfono de Luis Novaresio (61) para pedirle el contacto con no sé quién… ¡Estaba convencida de tener una solución para los jubilados!”.

Malena Guinzburg y Soledad, su
Malena Guinzburg y Soledad, su hermana mayor, de vacaciones en la costa argentina
Malena Guinzburg y su hermana,
Malena Guinzburg y su hermana, Soledad Guinzburg
Malena Guinzburg, su hermana Soledad,
Malena Guinzburg, su hermana Soledad, su cuñado Andrés Trebliner, y sus sobrinos

Los ánimos de Dora, que fluctuaban tanto como los propios, estuvieron teñidos (también) por la emigración de Soledad Guinzburg (50), su hermana mayor. “Me angustió mucho su ausencia. Fue un garrón tenerla lejos, a ella y a mis dos sobrinos (de 12 y 16 años)… Los extrañé muchísimo”, revela Malena. La psicóloga y su marido Andrés Trebliner (50, líder de un emprendimiento relacionado a las importaciones) habían decidido instalarse en Barcelona (España) “por el miedo que les daba criar a dos adolescentes en este país al que no consideraban demasiado seguro”. El lapso fue “doloroso” y es aquí que Adrián vuelve a plano. “Porque él llegó en esos momentos de la despedida y me distrajo de ese desgarro, hizo que me sintiese menos sola. Mientras tanto, y gracias al teatro, comenzaron las visitas. “Cada aeropuerto era un puñal”, describe a la distancia. Hasta que claro, la añoranza pesó más. Y los Trebliner regresaron. “Hoy todo es hermoso. Mi vieja está contenta y yo soy feliz de verla bien. Es un gran momento para nosotras… ¡Hasta fuimos las tres juntas a un torneo de rompecabezas!”. En síntesis y de retorno a aquel contexto pandémico, Malena bromea al contar que “mi terapeuta me abandonó” al no matcher los horarios, en alusión a la profesional que la atendía vía zoom y saber enfocarse la cara. Dice que luego resultó “un despropósito” tener que repetir su historia frente a otros oídos. Que el escenario resultó mejor diván para el dolor… “¡Encima me pagan a mí”, suelta con gracia. Y que supo agudizar su radar de tristezas. “En la medida que fuese posible, siempre preferí evitar la medicación. Es por eso que aprendí a estar muy atenta de mí misma. De repente siendo venir la angustia y se me activan alarmas. Por ejemplo: Miro la fecha… ‘Ah, no. Es porque está por venirme’.” Creo que en estos casos lo peor es convencerse de que uno es capaz de todo. Y no”, deduce. La trama de esta charla se abrocha con la el protagonismo del humor genético y de su capacidad de empuñarlo en pos de su resiliencia. El humor la desarmó y la rearmó repeliendo los prejuicios. “En revisión, hoy puedo asegurar que me cuesta demasiado imaginar mi historia sin ese sentido tan fundamental”, infiere. “Podría haber tenido una vida más triste, más dura, más oscura. Y lograr reírme de lo que me pasaba resultó inmensamente sanador. Aprendamos a reírnos de lo que incomoda, de lo que duele o de eso que parece ser ‘lo peor’. Podría decirte que en algunas circunstancias es cuestión de tiempo, pero créeme que en el momento en que suceden también se puede”.

Fotos: Maxi Luna