
Con veinte años de trayectoria, Carla Pandolfi transitó escenarios de teatro independiente, televisión y plataformas de streaming, consolidándose como una de las actrices argentinas más versátiles de su generación. Egresada de la Universidad Nacional de Córdoba como Licenciada en Teatro, construyó su carrera priorizando el trabajo escénico, explorando diferentes lenguajes y proyectos.
A lo largo de los años, Pandolfi equilibró su actividad sobre las tablas con numerosas participaciones en televisión y cine. Se destacó en reconocidas ficciones como Un gallo para Esculapio, Matrimillas, Envidiosa y En el barro, ampliando su visibilidad en la industria sin perder nunca de vista su vínculo con el escenario. Más allá del reconocimiento que brinda la pantalla, la intérprete encuentra en el teatro su espacio natural y el ambiente ideal para el contacto directo con el público y la adrenalina de cada función.
En este contexto, Carla se coloca al frente de Ana por la ventana, su primer unipersonal, bajo la dirección de Alberto Lecchi. El estreno de esta obra señala un punto de inflexión en su recorrido, al exponerla al reto de sostener sola la acción en escena y explorar nuevos matices interpretativos. La apuesta adquiere una dimensión especial en la actualidad de la industria cultural argentina, donde el impulso personal y la autogestión resultan más necesarios que nunca. En diálogo con Teleshow, la actriz compartió sus sensaciones ante este desafío profesional, el proceso creativo y el valor de la transformación artística.

—¿Cómo se dio la posibilidad de formar parte de Ana por la ventana?
—Esto es una invitación del director Alberto Lecchi. Él me presenta la posibilidad de hacer la obra, me da para leer el texto que es de Alfredo Allende. Después de pensar un poquito, me animé y ahí fuimos. Básicamente, arrancó por mis ganas de hacer algo de teatro y fue un desafío para mí, porque es la primera vez que hago un unipersonal.
—¿Cómo te sentiste al recibir una propuesta así después de veinte años de carrera?
—Primero que uno se siente muy contento de que lo piensen para un trabajo así. Eso significa que ya ven en vos una capacidad para hacerlo. Después, obviamente, uno está todo el tiempo muy vulnerable con esos lugares de inseguridad que, por lo general, tenemos todos en algún momento del trayecto de la carrera y de la profesión. Me gustó mucho el texto y la posibilidad de trabajar con Alberto. Fue en el verano, lo pensé un poco y me animé a hacerlo. El tema no fue el decir que sí, el ensayar, sino cuando arranca la función y estás sola, ahí decís: ‘Esto era el unipersonal’. Creo que el desafío más grande es tenerse fe.
—¿Cómo fue esa primera vez sola en el escenario?
—Son experiencias que como artista te ponen en un lugar distinto. En otros proyectos uno tiene la contención de trabajar con otros actores. Acá, en la soledad del escenario, tenés que apelar sobre todo a todas tus herramientas para resolver lo que vayas haciendo. Obviamente a medida que pasan las funciones empezás a disfrutarlo mucho más.

—¿Cómo es el trabajo actoral para lograr esa emocionalidad sola en escena?
—El texto te invita a romper un poco la cuarta pared e incluir al público. Es un devenir de este personaje, Ana, donde abre las ventanas de su cabeza, de todo lo que pasa por su mente y lo comparte. Lo lindo de este trabajo es la identificación que el público siente con esos lugares de dudas, miedos, incertidumbres, reflexiones. A nivel exigencia actoral, lo que plantea es el desafío de hacer todos los pasajes sola, porque transita un montón de emociones. Para mí lo más importante es la escucha: la escucha de una misma y lo que le va pasando al público con ese texto que les voy compartiendo. Ahí vamos regulando. Es una pieza que implica esa transparencia con lo que vas mostrando y diciendo. Es teatral, pero a su vez tiene una búsqueda de impactar en lo emocional. Es un drama con comedia.
—¿De qué manera influye la participación del público?
—No es que uno esté esperando qué le pasa al público, pero uno va sintiendo porque va vibrando, estamos con la escucha muy atenta. Hay públicos que son muy silenciosos y eso no habla de que no estén presentes, al contrario, están escuchando y atraídos por lo que ven. Después, hay otros que son más estruendosos y participan más. El lugar es muy íntimo, ahí en el Camarín de las Musas, los viernes a las 22,30 se comparte esa comunión con la escucha de quien está ahí, ofreciéndole ese recorrido de la pieza.
—¿Cómo vivís el paso entre la actuación en teatro y el trabajo en las series?
—Yo me formé en el teatro. Soy licenciada en Teatro, me recibí en la universidad. Mi carrera se forjó dentro del teatro. Lo de las plataformas y todo lo audiovisual sí es otro lenguaje. Pero el teatro, y estar sola, es una sensación bastante vertiginosa. A su vez, tiene ese condimento de la adrenalina que nos gusta a los actores: actuar y transmitir emociones. Cuando algo ocurre en el escenario, el imprevisto, hay que saber resolverlo en solitario. Igual, es un trabajo que también tiene mucho apoyo del resto de los compañeros que hacen luces, música, escenografía y vestuario; son elementos que nos van conteniendo dentro de esa soledad que plantea el unipersonal. Cuando hacés un programa o serie, te llega la reacción de la gente después, por mensaje o cuando te cruzás con alguien. En cambio, en el teatro la reacción del público es mucho más rápida, la experiencia es en vivo, y eso es precioso.


—¿Cómo fue trabajar junto a Alberto Lecchi en este proyecto?
—Alberto tiene una experiencia ganada y es muy tranquilo. Me dio muchísima libertad para lo que yo iba encontrando y las propuestas que le iba haciendo. En base a eso, él también aportaba. Nos llevamos muy bien y fue muy fluido todo el trabajo.
—¿Pudiste participar en la construcción de Ana?
—Sí, totalmente. Él trabajó más que nada en lo que es la puesta. Ya tenía una idea de diseño, de puesta en el escenario, cómo iba a ser el trayecto de Ana, por dónde se iba a manejar, y en base a esos elementos yo iba proponiendo parte de lo que hacemos. Es hermoso, porque es una dirección en conjunto. Él quiere mucho a los actores y todas las propuestas que uno lleva, las toma. Obviamente, cuando algo no funcionaba, retrocedíamos y buscábamos la mejor forma.
—¿Sentís que vos y tu personaje también están atravesados por esa inquietud y búsqueda personal?
—Sí, y con el tiempo me di cuenta de por qué me había gustado tanto el texto. Toda la transformación de Ana y su vaivén emocional, esa posibilidad de mostrar su fragilidad y cómo las decisiones la van fortaleciendo, me parecieron espectaculares. La obra tiene mucho de no idealizar la transformación y el cambio como algo mágico; animarse a generar un cambio puede traer cosas buenas o no, pero en el movimiento está la posibilidad. Después puede ser que la ecuación no te salga como la pensaste o como creías que iba a ser, pero por lo menos lo probaste. Hay veces que saltás y no hay red y otras veces que saltás y tenés una cama elástica y rebotás.
—Es una gran metáfora esta de la ventana
—Sí, esa ventana abre un portal a lo desconocido y siempre está esa intriga. Hay quienes toda la vida están con la intriga y no se animan ni a tirarse ni a saltar y otros que solamente contemplan. Todo es posible y yo no juzgo nada porque cada uno hace el trayecto que elige, o que puede. Es linda la obra en ese sentido de ver esos vaivenes por los que todos pasamos.

—Se habla mucho hoy del teatro y varios actores lo han definido como ‘el último refugio’ ¿Sentís que esto es real?
—Eso hace referencia a un momento particular, donde se está produciendo mucho menos en Argentina por cuestiones económicas, que ya son conocidas. No puedo negar eso porque es una realidad. Ahora, sentir que es el único, en mi caso, no está siendo el único. El otro día se estrenó En el barro y lo filmamos hace un año; de ahí para acá no filmé otra cosa. Hoy hago teatro porque, si te quedás en Argentina, es el lugar donde podés generar tus propios proyectos. Es un momento muy especial el que estamos viviendo, es un recorte importante del trabajo y lo sentimos todos los actores. Siempre hay posibilidades con las series, pero hay un recorte en el trabajo y lo sentimos todos.
—Nombraste recién el proyecto de Sebastián Ortega, ¿Cómo fue el desafío de pasar de un personaje tan hostil cómo el que haces en En el barro a la calidez de Ana?
—A mí me gusta mucho la actuación y componer distinto personajes es lo que más me gusta. En la diversidad de lo que te ofrecen, también habla de que te ven con esa posibilidad y esos matices para pasar de algo mucho más cálido y tierno como Ana, a una jefa de guardiacárceles en El barro, que se llama Selva. Es otro color, nada que ver.

—¿Qué te dejó el trabajo en En el barro?
—Fue espectacular porque se formó un equipo increíble. Underground es una productora que siempre me dio posibilidades de hacer hermosos personajes y tengo un afecto especial por ellos. El ámbito de la cárcel es de mucha hostilidad, el personaje que me tocó también. Aunque sabés que no sos ese personaje, transitarlo durante tantos meses es difícil, son cosas difíciles de llevar. Después uno se acomoda porque tengo mi familia, mi vida real,mis amigos, los lugares donde uno descansa de aquello otro que compone. La vida real también ayuda mucho a compensar la exigencia emocional.
—¿Qué proyectos te gustaría encarar después de Ana por la ventana? ¿Pensás en dirigir o llevar adelante tu propio proyecto?
—No lo tengo muy en claro. Tengo un grupo de amigos que están todos relacionados a lo artístico, desde el cine, el teatro, la producción y demás, y venimos pensando una idea que nos tiene muy enganchados, pero son procesos largos porque están en un lugar de germen muy reciente. Si bien hace uno o dos años que venimos trabajando sobre esa idea, vamos a ver de qué manera la podemos encaminar, depende de muchas cosas. Sí me interesa plasmar un poco esa experiencia, inventar historias propias, por el mismo deseo de contar cosas que te van ocurriendo. Empecé muy chica a estudiar, pero cuando me vine a trabajar a Buenos Aires, todos esos primeros trabajos fueron apareciendo y ahora estoy en un lugar donde tengo la posibilidad enorme, que es un montón, de poder elegir. Hay veces que se puede elegir más, hay años como este en que a lo mejor no se puede elegir tanto, pero hay que seguir. Me parece que lo importante es mantenerse activo, inquieto y curioso. Esa es la gran clave en lo artístico.

—Si tuvieras que definir la obra para que el público quiera ir a verla, ¿cómo la describirías?
—Ana por la ventana es un drama y una comedia, porque el personaje atraviesa todo lo que le pasa, vos vas viendo todo su agobio, pero con humor y a su vez ves como va mutando, mostrando la fragilidad que tiene. No ves una heroína, ves una mujer que se va transformando en algo poderoso por las decisiones que toma, que no siempre son las mejores, pero se anima y avanza. Hay algo ahí, en los guiños de la transformación, que hace que la gente salga modificada, con ganas de hacer cosas. Es una obra que tiene una potencia, que te alienta, te impulsa. Obviamente las circunstancias de Ana son las circunstancias de Ana, pero me parece que el teatro, en esa empatía que va generando, te ayuda. Es una obra entrañable, con mucha ternura y fragilidad. Creo que hay que transitar esos espacios de ternura, de bajar la guardia, estar ahí, más entero, sabiendo que todos necesitamos a alguien que nos aliente.
En pleno proceso creativo y con veinte años de carrera, Carla Pandolfi destaca la importancia de la curiosidad, la posibilidad de reinventarse y de no idealizar los cambios: “Me parece que lo importante es mantenerse activo, inquieto y curioso. Esa es la gran clave en lo artístico”. Con Ana por la ventana, la actriz hace honor a ese manifiesto y apuesta por una obra que invita a la introspección, el movimiento y la empatía en escena.