
El inicio de una vocación -o la duda existencial sobre tenerla-marca el pasado de Mirta Wons. La actriz, conocida en la escena nacional, y en medio de las funciones de su nueva obra, Al fin y al cabo, es mi vida, reveló en exclusiva para Teleshow el comienzo de su carrera, su presente y su papel pendiente.
Es que mucho antes de la actuación se calzó el delantal y pasaba sus días como maestra jardinera: “Fue debut y despedida. Tenía que estudiar algo al terminar la secundaria. Y a los 17 años es muy raro que sepas qué vas a ser el resto tu vida. Y yo no sabía nada. Estaba en una burbuja, ni la más remota idea”. Así se resume el vértigo de una adolescencia en busca de sentido, un instante suspendido antes de que el arte irrumpiera en su destino.
Entre libros infantiles, corazones inocentes y crayones de colores, recordó los días en que se volcó por esa profesión. “Era que desde chiquita admiraba el arte”, explicó, pero no llevaba dentro el estereotipo de la niña extrovertida. “¿Esas que dicen ‘yo era el alma de la fiesta’?. No, para nada”. ¿Cuántos podrían reconocer que probaron algo solo para descubrir que no ardía la pasión allí? Ella sí.
Transcurrió entonces su relato entre la duda y la búsqueda: “Mi profesor de música de tercer año del profesorado fue Carlos Gianni. Y hasta ahí yo iba, rendía materias, pero cero pasión. Lo que más me gustaba era la parte de plástica, y la música me encantaba". El hombre, entonces, se convertiría en uno de sus guías para la vida laboral: “Es un maestro impresionante, hasta el día de hoy es mi maestro de vida e hicimos una comedia musical, todas maestras jardineras. Yo me acuerdo que era el Príncipe”. Aquella función detonó algo inesperado: “La verdad, hacer esa comedia musical fue lo mejor del profesorado”.

La realidad, sin embargo, se impuso pronto. Ejerció como practicante y como maestra, y reconoce que “a mí me gustaba, pero no es que te tiene que gustar algo y punto. Tenés que tener una vocación. Para mí es súper difícil ser docente. Tienes que tener una meta, debes tener ganas. Y la vocación, como en todo, yo no la tenía”. Fueron cuatro años: “Ejercí en salas de 2, 3, 4 y 5”.
La inseguridad y el peso de la responsabilidad la persiguieron durante ese tiempo. “No podía con eso. Tenía miedo a que se me caiga un chico y me agarró una duda con la responsabilidad. ¿Y si les pasa algo? No, no sé, no podía”. La maestra jardinera joven sentía el vértigo del abismo, y así llegó el fin de ese ciclo. “No sentía que estuviera preparada para una responsabilidad mayor… Y ahí empecé a boyar en cuanto trabajo pudiera. Todavía vivía con mis padres, pero hice de todo, como todos los artistas”.
El teatro la fue infiltrando, casi como una moda latente entre las docentes: “Cuando era maestra jardinera había empezado a estudiar comedia musical en lo de Hugo Midón, donde tambíen estaba Carlos, y yo sentí que había entrado como un sueño que nunca nadie me había contado. Y de ahí en más no dejé”.
Sus ojos brillan cuando habla de actuación, es su lugar, su espacio, su refugio, su vida. “En ese momento yo trabajada de 9 a 18, pero sabía que recién a las 18.30 empezaba mi vida, porque todos los días empezaba un curso o de comedia, de danza, de integración, de canto, de acrobacia, de lo que fuera”.

“El resto del día era estar encarcelada para pagar eso y nunca me alcanzaba. Mis viejos me ayudaron siempre. Y una vez que llegó el momento en que ya sabía que quería dedicarme a eso, ¿pero cómo hacer la transición?“, recordó.
Entonces, apareció de nuevo la mano de Gianni: “¿Es lo que querés? Venite a trabajar conmigo", expresó su maestro, quien se encontraba en ese momento con funciones de El Salpicón en el Pasel la Plaza y Locos Recuerdos en el San Martín. “¿Querés vender los casetes y los VHS todos los días a la salida de las salas?“, fue la propuesta a la que la actriz no pudo negarse.
“Entonces me veía todas las funciones los sábados y domingos y vacaciones”, rememoró Mirta “A la salida armaba mi mesita y vendía. Armaba la valijita de nuevo y me iba corriendo al San Martín, abría y a la salida otra vez volvía a la segunda función, y yo era feliz, porque además me veía todas las funciones mientras me decía que yo iba a estar ahí arriba”.
Pasaron los años, los éxitos, las tiras televisivas que llevaron su imagen a que sea reconocida por personas de todas las edades, porque quien no la vio sobre las tablas, la vio en al menos tres de las tiras infantiles más importantes de los últimos tiempos.

Fue parte de Erreway, de Floricienta y de Violetta, entre otras tiras infantiles que coparin la pantalla y llevaron a los jóvenes a retener su imagen como parte de un pasado de alegrías. Pero tambíen fue parte de Alas, poder y pasión, Trillizos, El sodero de mi vida o Amor en custodia, emtre otras ficciones de la pantalla chica.
En teatro estuvo presente desde 1997 con Stan & Oliver, que marcó su debut en el circuito comercial y no paró hasta la actualidad. Sin embargo, reconoce que hay un sueño aún, un papel que todavía espera y reconoce como propio. Mirta cierra los ojos y ya se imagina sobre las tablas en la versión local de Misery, en la piel de Annie Wilkes, enfermera de profesión y gran admiradora de las obras del autor romántico Paul Sheldon, a quien justamente rescata tras un accidente de coche y lleva a su casa para las curaciones... o eso le hace creer.
Hoy, esa pasión por narrar lleva a Mirta a protagonizar una obra de teatro movilizadora. El tema la conecta directamente con una herida personal de amor y despedida: la muerte digna. “Es un tema que me lleva directamente a mi papá. Mi viejo murió en el 2011. En el 2012, acá en Argentina se promulgó la Ley de muerte Digna. Él era miembro del Comité de Bioética de la Asociación de Médicos Argentinos y participó en las discusiones de la creación de las Unidades de Cuidados Paliativos y de la Muerte Digna, que en un momento era todo un tema. Y yo lo escuchaba hablar de eso y a mí me llenó de orgullo cuando se promulgó. Y yo brindé por él”.
El homenaje vibra en cada palabra. La actriz revive las discusiones que escuchó en casa, cuando su padre luchaba desde la bioética por una muerte sin sufrimiento y con dignidad humana. Y describe ese momento con detalle: “Y era la mirada de mi viejo... y a él como paciente oncológico, le tocó estrenar la Unidad de Cuidados Paliativos en el sanatorio donde murió. Siempre decía que ese lugar era para los que vienen a pasarla lo mejor posible cuando ya no hay otro tratamiento, esa era su visión”.

La emoción atraviesa su relato y el círculo se cierra cuando narra el final: “Después murió en su casa porque no estaba la ley de Muerte Digna todavía. Pero bueno, todo un tema familiar. Pero yo rompí mucho las pelotas porque sabía cómo pensaba mi viejo y él jamás aceptaría morir en un hospital porque él toda la vida me dijo ‘Vivir no es durar’”.
El acto de decidir se vuelve un acto de amor: “Para mí fue el acto de amor más grande que hubo, el de decir que no se puede ir en contra de la voluntad de este tipo que luchó tanto por la dignidad de las personas hasta el momento que se mueren. Él no iba a morir entubado, no estaba la ley, no había ley, pero cuando me preguntaron si daba el permiso para intubarlo, yo dije que no. Y no dudé en la decisión. Fue una interna familiar enorme. Yo volvería a hacer exactamente lo mismo. Y por eso creo que ese es un acto de amor muy grande”, explicó con la voz entrecortada y un café que quedó ya frío sobre la mesa.
Y desde ese lugar, la actriz defiende con entereza su pensamiento, transmitiendo un mensaje rotundo: “O cuando dicen ‘hice todo lo que pude’, estirando una agonía. Está bien, vos hacés todo lo que podés, pero dejala tranquila a la persona que se va. No estés tranquila vos, porque vos te quedás vvia, pero la otra persona, por ahí agonizó un día más”.
Un homenaje, una confesión, una causa. Mirta Wons cierra el círculo vital desde el escenario, mostrando que la vocación puede ser transitada, encontrada o esquivada, pero también puesta al servicio del otro en su momento más vulnerable. Y en su voz, la defensa de la muerte digna se transforma en el tributo más luminoso para quien le enseñó el valor de la compasión y la despedida.

“Me honra hacer esta obra. Siento que es hermosa de por sí. Pero de veras, es un tema que no me molesta, al contrario, lo tengo tan masticado y estoy tan de acuerdo. Y además es una obra hermosa, con un grupo con una producción divina”, retomó su relato sobre el presente con Al fin y al cabo es mi vida.
El pasado miércoles se sintió en el aire dle Teatro Metropolitan algo distinto. La obra estremeció plateas y conciencias al poner en escena el dramático pulso entre el derecho a decidir y el deber de preservar la vida. La pieza, corazón y bisturí de Brian Clark, arrastra una historia marcada de distinciones: cinco nominaciones a los Premios Tony, y el Premio Laurence Olivier a la Mejor Obra. El peso de los laureles se hace palpable, pero el verdadero vértigo está sobre las tablas.
Allí está Clara, escultora de renombre, frente a un destino que nunca enmarcaría en piedra: la cuadriplejia, llegada tras un accidente tan fortuito como implacable. No quiere, no puede aceptarse como un “logro médico”. Su voz -al principio tímida, después iracunda y finalmente lúcida- pide acceso a la eutanasia. Pero el muro de su médico, impermeable a la súplica, aparece recio: un profesional abrazado a su juramento, convencido de que salvar es más sagrado que liberar.
¿Puede un ser humano decidir cuándo y cómo se cierra su propia historia? ¿Dónde llega la ética del cuidado y dónde comienza la soberanía de la dignidad propia? Las preguntas no tardan en colarse entre las butacas y quedarse zumbando en el pecho del espectador.

La versión femenina, reescrita especialmente para Kim Cattrall, la estrella de Sex and the City, arrasó taquillas y provocó largas discusiones en los bares de Londres. Aquel rugido se traslada ahora a la escena local, donde nombres como Silvia Kutika, Fabio Aste, Fernando Cuellar, Luis Porzio, Tania Marioni, Jorge Almada y Morena Pereyra componen un elenco que tensa cada fibra del conflicto con absoluta entrega, sumando la dirección puntillosa de Mariano Dossena.
“¿Tenemos derecho a elegir cómo queremos vivir y cuándo queremos morir?”, late como pregunta irreductible a lo largo de toda la función. Pero en el plano pesonal, Mirta Wons tiene una respuesta y saber muy bien cómo defenderla.