“Tengo un tatuaje de El Eternauta desde los 18 años. Fue mi primer tatuaje”, cuenta con orgullo Nicanor Enríquez, el jefe de efectos especiales (FX) de la serie del momento a Teleshow.
Pero la historia de este héroe colectivo no sólo lo marcó como lector, sino también como ciudadano: “En la secundaria no había centro de estudiantes y lo creamos con mis compañeros. Nuestra bandera pintada a mano tenía al Eternauta. Fue siempre nuestro ideal”, afirma a Teleshow.
Quizás por eso, cuenta con emoción que “cuando llegó el mail para convocarme para la serie, me largué a llorar”

Más de una década después, su fanatismo se transformó en trabajo. Nicanor fue uno de los primeros en sumarse al equipo técnico: “Arranqué un 3 de enero, y desde ahí no paré en todo el año. No llegué a las últimas dos jornadas porque ya tenía otro compromiso afuera. El rodaje se extendió de 110 a 147 días”.
Sobre sus hombros recayó una de las tareas más complejas de la producción: recrear la nieve de forma realista y sostenible. “Imaginate: 900 toneladas de sal, jornadas que empezaban a medianoche, efectos que no podían fallar. Nevábamos Buenos Aires”. Lo dice con una mezcla de agotamiento y orgullo, como quien sobrevivió a una epopeya moderna. Porque de eso se trató: de darle cuerpo a una fantasía que durante décadas vivió en blanco y negro.
El desafío de la nieve
Recrear el clima hostil de El Eternauta fue una de las tareas más complejas de toda la producción. Nicanor Enríquez, lideró un proceso experimental y técnico que incluyó desde pruebas de materiales hasta cálculos logísticos monumentales. Su objetivo: lograr que la nieve pareciera real, que se sintiera auténtica, y que no comprometiera el rodaje ni el ambiente.
—¿Cómo empezaron a trabajar con los efectos de nieve?
—Desde el primer día empezamos con pruebas. No teníamos proveedores cerrados ni materiales definidos. Teníamos que armar una estructura para llevar el plan de rodaje a la realidad. Hicimos pruebas con texturas, materiales, caídas… Estuvimos así tres o cuatro meses.
—¿Hubo materiales que probaron y terminaron descartando?
—Sí. Probamos con telgopor, pero era muy volátil y dañino para el ambiente. También con “chizitos” blanqueados, que tienen una caída muy particular. Pero no podíamos fabricar la cantidad que necesitábamos.

—¿Cuál fue la solución principal?
—La sal entrefina. Usamos 590 toneladas de sal nueva y 340 recicladas. Un total de casi 900 toneladas. La sal tiene una textura increíble: parece ceniza, no se te pega, y deja huella como la nieve real. Eso fue clave.
—¿Qué otros materiales usaron?
—Celulosa, hidrogel (que se usa en pañales), y perlita volcánica para zonas con equipos electrónicos. Cada uno servía para distintos efectos. Además, teníamos dos tipos de caída: uno con jabón especial para espuma y otro que creamos nosotros, el Eco Snow, un plástico biodegradable.

—¿Cómo se organizaban los equipos?
—Había tres equipos: el de maquillaje (que preparaba el set), el de caída (que hacía nevar en cámara) y el de limpieza (que podía ser de 8 a 55 personas). Era una operación gigante.
Simular nieve no solo implicaba cubrir espacios con materiales blancos. También requería mantener la ilusión intacta en medio de un rodaje acelerado, con equipos técnicos pisando los escenarios una y otra vez. Nicanor Enríquez relata las dificultades, las soluciones creativas y la escala descomunal del esfuerzo detrás de cada plano.
—¿Cómo hacían para mantener los sets impecables entre toma y toma?
—Era muy difícil. Cada escenario comenzaba “virgen”, sin huellas. Pero cuando llegaba el director, el camarógrafo, el equipo técnico… todo se marcaba. Teníamos que volver a maquillar el piso una y otra vez.
—¿Cuánto tiempo tenían para preparar y limpiar?
—Muy poco. Por ejemplo, en San Isidro Labrador nos entregaban la calle a las medianoche y a las seis de la madrugada teníamos que entregarla lista para filmar. Y a las siete de la tarde ya tenía que estar limpia y devuelta al tránsito.

—¿Cómo se limpia la nieve falsa?
—Con equipos humanos y maquinaria. En el caso de la explanada del shopping (Soleil), teníamos 3000 metros lineales de nieve. Ahí trabajaron hasta 55 personas con volquetes, hidrolavadoras… Y aun así, nada era sistemático. Cada locación era diferente. Pero lo mejor fue usar plumeros largos, de esos para autos. Con eso, cuatro personas podían borrar huellas sin arruinar el maquillaje del piso. Fue mágico.
— ¿Los actores y técnicos también se veían afectados por el material?
—Todos terminábamos blancos. La ropa se arruinaba. Yo tiraba una bolsa de ropa por semana. Además, por el polvo, muchos usaban barbijos. Había protocolos estrictos para no pisar más de lo necesario y no tocar los elementos decorativos.
Efectos especiales en Argentina
Una de las decisiones más estratégicas de Enríquez fue romper con el esquema tradicional de contratar a un solo proveedor de FX y proponer una mesa de trabajo colectiva con los mejores del país. La apuesta no solo resultó exitosa, sino que dejó una marca para futuras producciones locales.
—¿Qué te propusiste desde el inicio respecto al equipo de FX?
—Le pedí a los productores que no nos nucleáramos en un solo proveedor. Quería que sentáramos en la misma mesa a los mejores de Argentina y que trabajáramos juntos. Eduardo Cundom, Fx Piromanía y Los Nasa, fueron todos los convocados que dijeron “sí, vamos para adelante”, cada uno con su especialidad: choques, armas. Todos se sentaron a laburar en conjunto por El Eternauta, porque sabían que era un evento épico. Y funcionó espectacular.

—¿Cómo se dividieron el trabajo?
—Por áreas. Algunos hacían los choques, otros los fuegos, otros las armas, otros la nieve. Yo coordinaba la parte general, pero cada uno era responsable de su terreno. Fue muy eficiente.
El Eternauta como bandera personal
—¿Cuándo leíste El Eternauta por primera vez?
—A los 15 años. Después lo volví a leer entre los 18 y los 21. Siempre estuvo presente en mi vida.
—¿Cómo llegó a vos esa historia?
—Mi mamá me la inculcó. Me la presentó de chico. Incluso cuando me hice el tatuaje de El Eternauta a los 18 y no me habló por tres días.
—¿Y cómo ves la adaptación de Bruno Stagnaro?
—Me encanta. Siempre dudé quién lo iba a hacer, cómo se iba a adaptar. Pero Bruno Stagnaro hizo algo genial, respetó la esencia. Sacó lo mejor de la historieta y lo mezcló con lo mejor de Argentina. Es una historieta nacional y muy potente. Que ahora la vean en todo el mundo, que alguien diga “¡qué buena está!” y también se ponga a leerla, me parece lo mejor de todo.
Para Nicanor Enríquez, El Eternauta no es solo un producto audiovisual exitoso. Es una oportunidad de tender puentes, de compartir una historia profundamente argentina con el mundo, y de demostrar que los relatos construidos desde la sencillez humana pueden ser tan épicos como cualquier superproducción.