Cabito Massa Alcántara salió del Registro Civil con una sonrisa que no le cabía en la cara. La libreta roja apretada entre los dedos, el saco abierto, la remera blanca que asomaba despreocupada, y las zapatillas que hablaban de un estilo sin artificios. A su lado, Jessica, su compañera desde los días oscuros de la internación y ahora su esposa, flotaba con un vestido sobrio y exacto, pensado para esa tarde templada del martes 15 de abril.
Lo esperaban amigos de esos que no se van nunca. Abrazos, lágrimas, carcajadas, y un pequeño recital íntimo y desprolijo —como deben ser los verdaderamente felices— de Ciro y Los Persas, que convirtieron la reunión en una celebración con todos los clásicos, cantados hasta quedarse sin voz, cantados con emoción, con abrazos y con el alma.
Así comenzó este nuevo capítulo de una historia que no se armó en un instante, sino en la fragilidad del tiempo y el cuerpo. Porque hubo un momento, no tan lejano, en que Eduardo Massa Alcántara, el mismo que hoy celebra, se deshacía en silencio.
“No estoy bien”, reveló sin filtros, casi sin voz, a Teleshow en junio de 2021. Era la primera vez que hablaba de su estado de salud. Necesitaba dadores de sangre. No explicó más. No hacía falta.
Desde entonces, las redes se convirtieron en su tabla de náufrago. Cada pedido de sangre que compartía llevaba implícita la urgencia de quien está “a la espera de un milagro”, como explicó su entorno. Su cama de hospital en el Hospital de Clínicas se volvió una trinchera silenciosa.
En ese mismo tiempo de intubaciones y diagnósticos inciertos, apareció Jessica. Primero como amiga. Después, como esa figura difusa que los amigos empiezan a intuir en los gestos, en los silencios compartidos. Finalmente, fue él quien decidió nombrarla.
“Antes eras mi amiga… ahora sos mi mejor amiga, mi amor, mi todo. Feliz día del amigo”, escribió en una historia de Instagram el 20 de julio de 2021, acompañado de un video donde ella manejaba y sonaba “Antes que el mundo se acabe”, de Residente. Así la presentó. Así la eligió.
En paralelo, las redes ardían de pedidos de ayuda. Christophe Krywonis, su colega en el amor por la cocina, Diego Ángeli, su compañero de trasnoches en De hoy no pasa, y Mariano Iúdica, por entonces conductor de Polémica en el Bar, repetían un mismo mensaje: “Urgente, necesitamos dadores de sangre 0 Negativo para Cabito”.

La que nunca dejó de estar fue su hermana, Alejandra. Su voz era calma y desgarrada a la vez. “Estoy con él y no voy a soltarlo”, escribió. “Si yo pudiera ser la mano derecha de algún ángel, andaría por el mundo susurrándoles a cada uno... la vida es un milagro”. Nadie supo decirlo mejor.
Y mientras el parte médico evitaba precisiones, ella daba coordenadas: Hematología del Hospital de Clínicas, nombre completo, grupo sanguíneo, horario de donación. Cada palabra era un puente tendido sobre la desesperación.
El estado era “muy delicado”. El ánimo, “pésimo”. Lo admitió Alejandra, con brutal ternura. Pero incluso en ese lodazal emocional, Jessica no soltó su mano. “Gracias a sus amigos de Lanús y Flores, Jessie su novia y a todos los que con amor, dinero y preocupación están rezando por él”, escribió la hermana.
Pasaron los días. Pasaron las transfusiones, los tratamientos, los diagnósticos reservados. Contra todo pronóstico, llegó la mejoría. La vida, como tantas veces, volvió a empezar en silencio. Esta vez, en forma de boda.
Nadie olvida cómo se sintió cruzar esa puerta. La del hospital, primero. La del Registro Civil, ahora. Una historia de resistencia que tiene a la música de Ciro de fondo.
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