En la noche del lunes, el Teatro Coliseo no fue un teatro. Fue un altar. Un templo erguido para rendir tributo a una llama que nunca se extinguió: la de Sandro, el Gitano. Entre terciopelos rojos, luces que palpitaban al ritmo de la nostalgia y una multitud expectante, se alzó la función especial de Sandro, el Gran Show, una experiencia que no es solo musical, ni meramente teatral. Es un ritual colectivo. Un reencuentro íntimo y multitudinario con la sombra incandescente de un ídolo inmortal.
Las butacas colmadas hablaban por sí solas. Había allí rostros conocidos: figuras del espectáculo, de la cultura, del poder. Pero también estaba ella: Olga Garaventa de Sánchez, la viuda, la guardiana del legado. Y su emoción no era menor. “Ver a una nueva generación comprometida con el legado artístico de Sandro me emociona profundamente”, dijo con la voz entrecortada. Y agregó: “Este homenaje, justo en el año en que Roberto hubiera celebrado sus 80 años, es increíble”.

En escena, una troupe luminosa hizo vibrar el escenario con la energía vital de un fenómeno que nunca fue solo música. Alan Madanes, Nacho Pérez Cortés, Sofía Val y Malena Rossi se turnaron el fuego. No hubo imitaciones ni disfraces. Cada acorde, cada movimiento, cada mirada dirigida al infinito del escenario convocaba su figura. Como un espíritu entre bastidores.
Entre el público, sus incondicionales “nenas”; el apodo cariñoso con el que el de Valentín Alsina llamaba a sus fans y que quedó inmortalizado en el lenguaje popular. Antonio Grimau, Anamá Ferreira, Aníbal Pachano, Gastón Pauls, Teresa Calandra, Rocío Marengo, Agustín Sullivan, Magui Bravi, Liliana Parodi, Esteban Prol y Andrea Ghidone fueron algunas de las celebrities que se acercaron a disfrutar la función.

La dirección artística de Ana Sans y Julio Panno no buscó encerrar al ídolo en una caja de recuerdos. Lo liberó. Lo multiplicó. La banda en vivo, liderada por José Luis Pepe Pagán, puso el cuerpo a la memoria sonora. Y el cuerpo de bailarines, eléctrico y sensual, trasladó al público a esa dimensión donde la música del Gitano siempre fue más que melodía: fue gesto, deseo, provocación.
“Sandro era su público más que ningún otro artista”, reflexionó Madanes en diálogo con Teleshow. Esa certeza lo impulsó, junto a Pérez Cortés, a abandonar todo formato conocido de homenaje. No querían una biografía escénica. No querían un doble. “La idea no es una biopic. No es la vida de él, sino que es un poco la historia de nosotros haciendo de nosotros mismos”, explicó. En esa línea, lo que emerge no es un relato cronológico, sino una invocación poética.

Y entonces suceden milagros. Como cuando suenan los primeros acordes de “Rosa, Rosa” y el teatro entero se convierte en un coro. Como cuando se escucha “Tengo”, y algunos no pueden evitar ponerse de pie. O cuando estalla “Penumbras” y pareciera que hasta los muros del Coliseo recuerdan. El repertorio abarca también joyas como “Dame fuego”, “Hay mucha agitación”, “Atmósfera pesada”, “Trigal” y “Una muchacha y una guitarra”. Cada tema se convierte en una escena emocional, un viaje sensorial al centro mismo del mito.
Pero hay un momento en que todo se detiene. Un instante final, inesperado, donde Sandro —sin estar— lo llena todo. Y es allí donde la propuesta de “Sandro, el Gran Show” alcanza su máxima potencia: no como un tributo más, sino como un acto de amor genuino, un espectáculo que se niega a decir adiós. El Gitano sigue cantando, sigue ardiendo. Desde la primera fila hasta el paraíso.
Las funciones se repiten de jueves a sábado a las 21 y los domingos a las 20. Pero cada noche es única. Cada aplauso también. Sandro no se fue. Solo se multiplicó.
Los famosos en Sandro, El Gran Show













