"Hola, soy Jorge Barrionuevo de la provincia de Santa Cruz y hace más de diez años que a escondidas soy Luciana Martínez. Ni mi familia ni mis alumnos conocen mi situación“. Con estas palabras, Luciana Martínez ingresó a la casa de Gran Hermano a bordo de una de las historias de vida más conmovedoras de esta edición. Bailarina, profesora de danzas, asesora de imagen, empleada administrativa, se propuso tomar la experiencia en el reality como último paso de un largo y arduo camino para definir su verdadera identidad.
En el medio, una infancia sufrida en el sur más profundo del país, una doble vida entre Pico Truncado y Comodoro Rivadavia que confluyó en Buenos Aires, con ese despertar a la libertad tan valiente que traspasó la pantalla y conmovió a la audiencia. ”Me sentí muy protegida. Se me abrió una puerta gigante y creo que tenía que pisar fuerte ahí adentro porque me estaba enfrentando no solo a una casa sino también a lo social, que siempre me costó un poco”, dice al comienzo de su visita a Infobae. Y de alguna manera, sintetiza su vida. De sacrificios, de superación, de derrotas, de pérdidas y de una plenitud que quisiera que dure para siempre.
—¿Ya venías con esa idea de mostrarte así en el reality?
—La verdad que sí. Si bien yo me vine a Buenos Aires el año pasado ya con esas ganas de ser Luciana, de buscar información para mis operaciones y tramitar el DNI, todavía algo me asustaba y me daba vergüenza decirlo. Cuando apareció Gran Hermano, sabía que la casa se iba a convertir en mi escenario y obviamente quería darme a conocer de manera genuina. Como vieron, mi primera etapa fue muy tranqui, como soy sensible, y la segunda etapa fue de mostrar un poco más de mí, bailar, ser un poco más picante si se quiere.
—¿Cuando viniste a Buenos Aires ya eras Luciana?
—La última vez que viajé a Buenos Aires, que fue después del Día de la Madre, ya me vine con la valija de Luciana. Eso fue hermoso porque sentí que ya no me quería esconder. No le deseo a nadie vivir más de diez años escondida, por eso también quería contar mi historia para que no haya más chicos ni chicas que tengan que esconderse.

—¿Cómo fue escaparte de tu pueblo durante diez años para trabajar en Comodoro?
—Vivir eso fue difícil al principio, pero después ya se daba de forma más natural. Trabajaba de administrativa en la Municipalidad y daba clases de baile en mi salón. Cumplía la semana laboral, y los fines de semana escapaba. Y a eso le llamaba ser libre.
—¿Qué significaban los fines de semana además de esa libertad?
—Era poder ser feliz. Venía con esas mochilas de la semana que me hacían doler mucho la espalda. De hecho, me sentí un poco más libre cuando Jorge vino a la gran ciudad a estudiar danza. Y después, cuando volvió al pueblo por la pandemia, volvieron esas contracciones, esos dolores de espalda, de cuello. De hecho, siempre tuve dolor fuerte de cervical, pero era eso que tenía que sacar yo para mostrar que era Luciana, lo que pasa es que me asustaba mucho que el mundo supiera quién era yo.
—Lo emocional impactaba mucho en lo físico.
—Muchísimo. Yo buscaba excusas, pero no era eso lo que tenía que soltar. Cuando Jorge se mostraba como un chico gay en casa, lo sufrí, porque en ese tiempo no se veía mucho en el pueblo, en casa nadie sabía del tema, no se informaban. Vengo de una familia bastante tradicional también.

—¿Cómo fue ese momento?
—Fue difícil. Fue una madrugada, que la recuerdo como la más triste para mí, porque veía mucha gente llorando. Que te encuentren con la luz apagada, y de repente prendan la luz y esté toda la gente viéndote. Fue muy triste verlos llorar, sufrir. Y yo me preguntaba si estaba haciendo algo malo, porque veía a mis hermanos muy tristes, que me venían a abrazar llorando. En un momento se van de la habitación y yo agarré una tijera y en ese momento me quise ir, pero me agarraron a tiempo. Dormí mucho también, vinieron días de tener fuertes dolores de cabeza, gástricos, noches que me levantaba gritando muy fuerte. Y siempre estuvo ahí mi mamá. Cuando me levantaba gritando de los dolores, iba a su cama y sentía que estaba en la raíz. Es tu mamá que te abraza, que te contiene. Es mi pilar. Por eso lo que más me asustaba en Pasó por momentos muy difíciles en su vida. Yo tuve dos hermanos presos y más toda su historia que también pude contar un poco en televisión.
—¿Qué edad tenías cuando dijiste que eras gay a tu familia?
—Estaba en los 14, llegando a los 15 años ya.
—¿Y ya ahí te querías ir del mundo por ese rechazo?
—Sí. En un momento me llegaron a decir que me dejaban ser lo que yo sea, pero que me vaya a vivir a otro lado. Y yo pensaba que de esa manera me iban a prohibir estar con mi mamá, ver crecer a mis sobrinos, estar bailando ahí en mi pueblo. Yo amo mi pueblo y lo quiero representar siempre. Entonces como que me angustió toda esa parte de prohibirme lo que me hacía bien. Entonces les dije que gracias pero no, que iba a seguir en una vida lineal como Jorge y ese siempre fue un tema tabú en mi casa.
—¿Y cómo fue para vos volver a tener que ser de nuevo Jorge?
—Fue difícil, porque nadie gustaba de mí, ni siquiera acá en Buenos Aires. Salía, quería conocer a alguien, pero no se me daba. Entonces llegó un momento de mi adolescencia que en el ambiente del folclore empezó a usarse el pelo largo, y eso me vino como anillo al dedo. Fue muy divertido, porque llegaban los fines de semana, me instalaba en un hotel en Comodoro, el rodete ya desaparecía y entraba el pelo largo. Me encantaba lookearme, el mundo de la moda y quería estar divina. Pero siempre me aterró el día, pensaba en el día en el que Luciana se iba a notar, entonces prefería la noche.

—¿Cuando ibas a Comodoro tenías miedo de ser Luciana?
—Y al principio sí, miedo de cruzarme con alguien del pueblo, o del ambiente del baile. Entonces, si veía a una persona conocida, cruzaba de vereda. Trataba de no salir de compras por miedo a lo que pudiera suceder.
—¿Y qué hacías los fines de semana?
—Me gustaba conocer gente del ambiente gay porque es gente muy divertida, muy compinche. Y después siempre me gustaron los chicos heteros, entonces conocía chicos pero nunca contaba mi verdad por miedo al rechazo.
—Me dijiste que tus dos hermanos estuvieron presos...
—Sí, pero no fueron culpables. Uno se culpó y el otro aprendió la lección. Creo que los dos aprendieron la lección, y a mí me enseñó lo que está mal. Entonces enfrentamos el mundo diferente, ya sabiendo lo que es bueno y lo que es malo. Por eso estoy agradecida, porque aunque fue difícil, nos dejó una gran enseñanza.
—¿Me querés contar que pasó?
—La mala junta. Uno de mis hermanos tenía muy mala junta y creo que entraron a un supermercado y no sé qué se habrán mandado en ese momento. Uno le hacía de campana, lo agarraron y se habrá comido unos cinco años en la cárcel. Íbamos a visitarlos y te revisaban, tenías que desnudarte… era horrible. Y también muy triste, porque los dejás de sentir parte. Es como que vas a ver a una persona que sentís ajena, porque no la ves hace un montón de tiempo. Por un lado, iba a mostrarle mis cuadernos del colegio, quería contenerlo, pero a la vez sentía que lo estaba desconociendo.
—Y eras muy chica.
—Sí, tenía 10, 11 años.
—Y tu mamá era el pilar de todo.
—Sí, mío y de todos mis hermanos. Mamá se la re bancó. Nos crio a los ocho de la mejor manera. Nunca le pidió nada a nadie. Siempre trabajadora, buena mina, compañera, madraza, abuela.
—¿Cómo se siente ser la menor de ocho hermanos?
—Uy, a mí me cuidaban como a una cajita de cristal. Era re difícil, por eso yo tenía que salir a escondidas, dejar mi mochila escondida en el parque, porque cuando quería salir a algún lado, siempre estaba la posibilidad de cruzarme con alguien y que le cuente a mis hermanos que yo andaba en la calle. Aprovechaba que en las terminales antes no te pedían el DNI, entonces viajaba. Y la primera vez que llegué a Comodoro Rivadavia, vi el tráfico, la gente y me asusté. Me metí en el primer bar que encontré. Pero siento que de alguna manera siempre lo iba resolviendo y creo que tuve ángeles que me protegieron muchas veces.
—¿Cuántos años tenía Jorge cuando se fue por primera vez a Comodoro Rivadavia?
—Tenía 18, conocía poca gente y era muy tímida. Nunca conocí el amor porque capaz podía ver a alguien los fines de semana, pero cuando se daba la parte de lo sexual, me ba y desaparecía de la vida de esa persona.
—¿Y ahora también sentís ese peso de no haber encontrado nunca el amor?
—Conocí hermosas personas en mis últimos años, y siento que dos de ellas sí se daban cuenta, pero me querían tanto que que se quedaron. Siempre trataba de encontrar la forma de que no se den cuenta y darle por lo menos lo más mínimo de amor. Pero me ponía muy nerviosa, buscaba la forma de zafar... fue difícil.
—Dijiste que Luciana no se podía mostrar de día. ¿Qué cosas negativas veías durante las noches?
—Yo nunca tomé hormonas, por ejemplo. Nunca me informé. Yo me metí a hacer esto de sentirme mujer siempre de forma natural; prenda que encontraba de mis hermanas, prenda que me ponía. Era divertido también, yo me sentía actriz, porque de ser una persona durante el día a ser otra en una ciudad más grande, era como wow. Pero a la vez, sentía que le estaba mintiendo a mucha gente. Sentía que estaba haciendo mal.

—Fue mucho dolor para vos.
—Mucho. No quiero llorar, pero volver al pasado me sirve para sanar, obviamente. Yo nunca hice terapia, y tampoco encontraba compinches, amigos, alguien a quien contarle toda mi verdad. Entonces tenía que resolver todo solita y fue difícil no compartirlo con nadie. Solo conocer a alguien a la noche, y capaz al otro día no lo veía más. Y a la noche siguiente lo mismo, me encontraba con otras, pero en definitiva, siempre terminaba sola. Tengo hermanos varones y todos jugadores de fútbol, llenos de amigos y sentía que le iba a pesar mucho a ellos. También pensaba mucho en mi carrera artística, me veía potencial para llegar muy lejos. Y mi mamá siempre me cuidó también en ese sentido. Si bien esa madrugada que te contaba ella no estuvo mucho conmigo y dejó que mis hermanos se encarguen, sé que en el fondo siempre me aceptó, más allá de que no lo hable, y que le haya costado muchísimo. Y también sé que siempre rezó por mí para que estuviera bien.
—¿Y qué sentiste cuando escuchaste que por primera vez te dijo “hija” durante el programa?
—Volví a nacer. Yo tenía unas ganas de decirle “Mamá, soy yo”. Porque capaz que no me sentía. Pero viste que somos esencia también… fue hermoso para mí tenerla ahí adentro, que me mande esa palabra. En casa siempre era “hijo, hijito” y ahora va a ser totalmente diferente. Y vamos a tener unas charlas larguísimas. No sabés lo que la extraño y lo que amo. Ustedes la pudieron conocer desde afuera y es un ángel.
—¿Era la aceptación que esperabas?
—Sí. Era la más importante para mí. Con ella, yo ya estoy. Yo ya gané. Lo dijo Santi, también mis compañeros. Gran Hermano fue lo mejor que me pasó, me sentí protegida, cuidada. Y pude dar ese gran paso y sentirme valiente, empoderada y fuerte.
—¿Y ahora cuál va a ser el futuro de Luciana?
—Espero que venga mucho en lo artístico, quiero proyectarme en eso. Y seguir soñando despierta. Que se me abran muchas puertas en el mundo del baile, del teatro, en escenarios, lo que sea que lo voy a disfrutar y lo voy a aprovechar mucho. Quiero seguir tomando clases y meterme en el mundo de la actuación, un poquito en el canto también, porque por la casa pasaron muchos cantantes y nos animaron al resto. Y otra cosa que amo es el mundo de la moda, estudié con Matilda Blanco, que la adoro, y también quiero seguir por ahí.
Fotos: Candela Teicheira