
Una fecha, un nombre y un corazón. Eso fue todo lo que necesitó Zaira Nara para contar una historia de nueve años. El 1 de abril, la modelo argentina celebró el cumpleaños de su hija Malaika, fruto de su relación con Jakob Von Plessen, a través de una serie de imágenes íntimas y cronológicas que reconstruyen el trayecto emocional hasta la actual.
La primera imagen es una cápsula detenida en el silencio previo al estallido de una nueva vida. Zaira aparece frente a un espejo, de perfil, con la panza a horas de desaparecer. Luce una camiseta de cuadros rojos alzada hasta el pecho y un short de algodón gris. No hay maquillaje ni poses artificiales: solo la luz tenue de un baño, la quietud doméstica de una puerta blanca y el registro espontáneo con un celular. En la esquina superior, una inscripción flotante lanza una flecha al pasado: “Un 31/03 hace 9 años”. Ese día comenzó la cuenta regresiva para la llegada de Malaika.
La segunda foto transpira ternura y agotamiento. Ya no hay barriga, sino brazos, y dentro de ellos, una bebé recién nacida, dormida, envuelta en una manta con dibujos de abejas. Zaira, con el pijama desde la cama del sanatorio, muestra la pulsera de identificación médica. Su rostro se suaviza en una sonrisa tenue. Es el 1 de abril de 2016. Lo dice el texto insertado, junto con un emoji de corazón.



Luego, una tercera imagen se centra solo en Malaika, diminuta, dormida, envuelta en una manta rosa con estampado en una tonalidad más oscura. El pelo negro, la piel enrojecida, la expresión calma. La escena entera parece suspendida en una paz que solo conocen los recién nacidos. A un costado, casi como un guardián azul, un elefante de peluche vigila la cuna acolchada.
La cuarta foto introduce el dinamismo y el caos feliz de la vida con hijos. Viggo, el hijo menor de Zaira, irrumpe desenfocado, vestido con un pijama celeste. Eran las primeras horas del alba, las 6:45 am, desde tan temprano Nara entró en modo festejo, con una torta con forma de corazón, cubierta de crema blanca y decorada con pequeños corazones rojos: Mali fue despertada con un ritual familiar, íntimo, casi secreto.


Pero es en la última imagen donde aparece la voz narrativa de Zaira, la que arma el relato. Una bandeja colorida con dos docenas de galletas caseras se convierte en símbolo de amor materno improvisado. Las cookies están cuidadosamente embolsadas, listas para ser compartidas con compañeros de escuela. En la parte inferior de la imagen, la modelo explicó el pedido de último momento que hizo su hija mayor: “Te amamos. Ayer a la noche a Mali se le ocurrió que quería llevar cookies al cole para todos sus amigos. ¿Quién me consiguió 24 cookies para hoy 7 am?”.
El saludo que tampoco falto fue el de Nora Colosimo, la mamá de Nara y abuela de la pequeña. La primera imagen, en blanco y negro, detiene el tiempo. Nora y Malaika, en sus primeros años de vida, se toman una selfie al aire libre. Sentadas una junto a la otra, la niña con un chupete, la mujer con el rostro relajado. Entre ambas hay una cercanía serena, sin poses. El fondo arquitectónico se vuelve irrelevante. Lo importante está en lo que no se ve: el instante robado de una tarde juntas. Abajo, sobre un fondo negro, una dedicatoria sencilla y directa: “¡Feliz cumple! Malaika de mi vida“.

Abuela y nieta se colocan espalda con espalda, en el centro de una sala familiar. No se abrazan, no se tocan. Y, sin embargo, todo el cuerpo habla. Es una pose casi lúdica, como si midieran fuerzas o alturas. Nora mira al frente. Malaika gira hacia la cámara con una leve sonrisa. El entorno —una chimenea, un espejo, una pintura— se funde en lo doméstico. Lo central, otra vez, es el vínculo. El texto, breve y cargado de afecto: “¡Te amo! Malaika”.
Por el momento, Wanda Nara no subió nada con respecto al cumpleaños de su sobrino, sin embargo, a lo largo del día estuvo compartiendo algunas fotos de su minuto a minuto.