En los años 90, el estudio de Telefe era una usina de carcajadas. En los pasillos se escuchaban risas que se colaban desde las cabinas de edición, donde los sketchs de Videomatch se cocinaban con precisión quirúrgica. Todo lo que ese programa tocaba se transformaba en éxito. En ese mundo de personajes grotescos, disfraces imposibles y frases inolvidables, emergió la figura inconfundible de Toti Ciliberto, un hombre que decidió hacer del dolor una fuente inagotable de humor. Y cuya inesperada partida esta mañana golpeó directamente en la nostalgia.
Había nacido al margen del sistema del espectáculo. Era profesor de Educación Física en el conurbano, en San Martín, y cada mañana daba clases en gimnasios escolares o polideportivos municipales. Pero las tardes las dedicaba al teatro. No buscaba fama, ni dinero, ni siquiera una carrera: buscaba una manera de narrarse a sí mismo sin dolor. Porque antes del humor hubo humillación. En la escuela, el acné había dejado marcas visibles en su rostro, y con ellas llegaron las burlas. “Me reía para que no me doliera tanto”, confesaría años después.
No fue el único. Muchos humoristas llegaron al escenario con cicatrices invisibles. Pero en el caso de Ciliberto, el mecanismo fue directo: decidió anticiparse a la burla. Hacer de sus rasgos una máscara. Y esa máscara, con el tiempo, se volvió una galería de personajes que atravesarían la pantalla.
Un día cualquiera de 1992 se enteró de que Telefe buscaba talentos para un nuevo ciclo humorístico conducido por un tal Marcelo Tinelli, que venía de la conducción deportiva. No sabía que ese día cambiaría su vida. Fue, se presentó, y lo eligieron. Comenzó en roles menores, con parlamentos breves o silencios exagerados, y su cuerpo –rígido, de ex profe de gimnasia– aprendió pronto el idioma del gag físico. Sabía caerse con estilo. Sabía callar con gracia.
Pero su verdadero despegue llegó con los sketchs. Aquel humor sin filtros que caracterizaba al programa, muchas veces border, muchas veces hiriente, tenía un espacio para su estilo: absurdo, grotesco, físico. Toti Ciliberto se transformó, capítulo a capítulo, en una presencia inevitable. Uno de sus personajes más recordados fue el del Gaucho Martín Fierro, que no dejaba de provocar a Tinelli en cada oportunidad que podía. Pero también brilló como Riquelme, La interpretación era tan precisa como grotesca. El público lo amaba.
Videomatch, que había nacido como una rareza televisiva, se convirtió en un fenómeno cultural. No solo por Tinelli, sino por la constelación de cómicos que lo acompañaban: Pachu Peña, Pablo Granados, Freddy Villarreal, José María Listorti, y también él, Toti, que desde su rincón, sin aspavientos, hilaba escenas memorables.
Nunca fue el protagonista absoluto. No le hizo falta. Su estilo era el del actor secundario que se roba la escena con un gesto, una frase al pasar. El público lo esperaba. Lo quería. Se convirtió en un clásico de las noches. Además de Riquelme y El Gaucho Martín Fierro, sus criaturas más recordadas, en su panteón también están el Gallego del Badajoz, Tito, el empleado de limpieza, el director técnico Rolando Fernández, el Gran E.T. y una entrevista histórica con un jovencísimo Lionel Messi. Y también él mismo, Toti Ciliberto, como ocasional número central en el segmento final recordado como El show del chiste.
En la pantalla de Telefe, los problemas que aquejaban al país parecían disolverse en sketchs de cinco minutos. Y Toti, que alguna vez fue un adolescente escondiendo su cara en el aula, se reía con millones. Hoy, su muerte parece una ironía, un chiste de mal gusto, una trompada inesperada e implacable que sacudió a sus amigos e hizo mella en una generación.