
A semanas del estreno de su primera obra como director, Miguel Ángel Solá habló con serenidad, pero sin desligarse de la intensidad con la que vive el teatro. Su obra, Match for Love, protagonizada por Alejandro Awada y Clara Alonso, basada en el libro de Jorge Dyszel, plantea una historia de amor que nace en el terreno digital de Tinder, pero busca tocar emociones profundamente humanas. Y él, que siempre eligió el cara a cara, encontró allí una excusa perfecta para hablar en exclusiva con Teleshow de lo esencial.
“La obra no acabó. Nunca acaba, sino que empieza cuando aparece el público”, comentó Solá, con la certeza de quien sabe que en el teatro no hay producto terminado, desde una habitación en un hotel de Puerto Madero. “Es una obra bonita. Yo la quiero mucho porque es una excusa para desatar el amor incondicional, para contar una historia al respecto y de cómo se descubre el amor que a veces está más cerca de lo que uno cree”.
El punto de partida fue íntimo y concreto. “Me llegó la novela de Dyszel. Me la mandó él y me pidió que la leyera para ver si podía convertirse en una obra. Me reí mucho con el libro y le dije que sí, que veía la posibilidad, pero que quería contar su historia”. Esa historia no era otra que la suya: la de un hombre que vivió una serie de encuentros a través de una aplicación, hasta dar con el verdadero amor. “Se casaron. Estuvieron en todos los ensayos. Fue un proceso muy bello”, comentó con una sonrisa.
Para Solá, dirigir no fue planificado: “Yo soy actor. Me encanta estar arriba del escenario, pero esta vez no me subo. Me gusta estar donde estoy y dirigir a los actores con los que trabajo. No me interesa figurar”, confesó a este medio. Aun así, explicó que su naturaleza actoral influyó: “Tengo siempre la obligación de recordar el punto de partida de cada necesidad, de cada personaje. A veces el actor me demuestra cosas distintas arriba del escenario y me las enseña a mí. Eso es hermoso”.

La elección del elenco fue directa para Miguel Ángel. A la hora de referirse a sus protagonistas, comentó: “A Alejandro lo conozco hace muchos años, siempre me encantó como actor. A Clara no la conocía, pero me bastaron dos ensayos para saber qué tipo de actriz era. Ha entregado todo desde el primer día y trabajado como loca. Estoy muy feliz con ellos”. Y aunque los protagonistas no se conocían, el vínculo creció sobre el escenario: “Alejandro es muy reservado, tímido, llega primero y se va último. Clara es lo opuesto: externa, extrovertida, siempre hacia afuera. Son complementarios. Los dos quieren a la obra, se ayudan mucho y ayudan mucho a su compañero”.
Solá no navega el mundo de las aplicaciones, ni quiere hacerlo de acuerdo con sus palabras a este medio. “No tengo la menor idea de ese mundo, ni lo voy a usar. Soy a la antigua. Tengo tres cuartos de siglo encima. Me gusta el cara a cara. Me gusta que me verseen un poco”, aseguró. Sin embargo, entiende el fenómeno: “La gente hace lo que necesita para ser feliz. Cada uno encuentra su forma. Lo único que a mí me molesta, como diría Borges: ‘Me gusta el ajo, pero no me gusta el ajo obligatorio’”.
En ese punto, la obra no apunta a juzgar, sino a conectar. “No creo que la obra cambie la percepción del amor. El amor uno lo busca porque lo necesita. Sentimos antes de pensar. Y esa necesidad es como la huella dactilar: cada uno la tiene de una forma particular. A veces nos equivocamos, damos traspiés, apostamos mal. Pero seguimos buscando. Lo que la obra plantea es que ese amor incondicional existe. Aparece”.

Aunque Match for Love tuvo una versión previa en España, Solá fue tajante: “Esa era otra obra. Esta la escribimos Jorge y yo. Busca llegar a un lugar muy particular del ser humano que solo el ser humano entiende. Aunque no hayas vivido lo que la obra plantea, podés reconocer lo que está ahí. Habla de eso que nunca se habla porque da miedo”.
Lejos de ser la dirección una tarea sencilla, Solá explicó que se convirtió en todo un reto. “Si no hubiese sido por Manuel González Gil, yo no podría haber dirigido esta obra. Me enfrasqué tanto en el trabajo de los actores que me olvidé de las luces, del sonido, de todo. Cuando vi que el tiempo se me venía encima, dije: ‘¡Manu, papá, vení a salvarme!’. Y vino, me hizo todas las luces, e incluso estaba a punto de estrenar El debate y tenía que ir a ensayar”, aseguró a este medio. Y, además, recordó: “No dormía para poder hacer el trabajo mío y el de él. Si no hubiese sido por él, esta obra no se hubiese estrenado en esas condiciones.”.
Sosteniendo esa línea, contó: “Como actor, no siento nervios, sino ganas de salir a actuar. Como director es otra cosa. Sentarte en una platea y ver cómo sufren o cómo la pasan bien los otros es muy diferente. Estás sintiendo a través de lo que te van transmitiendo ellos, pero también es muy bonito ver cuando les salen luces a los actores, cuando descubren cosas. Eso es hermoso. Lo que me da la plena satisfacción de elegir algo es la confianza que tengan en mí”.

Con la obra en marcha, ahora disfruta de lo que aparece función a función. “Después de mucho tiempo de hacerlo, siento que el personaje confía en mí. Baja por fin. Me acompaña. Me deja ayudarlo a contar su historia”, señaló. No lo dice como metáfora: lo cree. De esa manera, aseguró: “Creo que estos personajes vagan hasta depositarse en la pluma de un escritor o en un escenario. Le debemos un agradecimiento. Nos permiten hacer lo que amamos”.
En ese camino, Gustavo Yankelevich fue clave. “Estoy acá gracias a Gustavo. Me dijo: ‘No entiendo por qué nadie te llama, si sos de lo mejor que hay’. Por primera vez me sentí tratado como el actor que me hubiese gustado ser tratado desde el comienzo. Cuando la gente confía en mí, yo me siento capaz de hacer todo bien. No me basta con confiar yo en mí. Siempre es mejor de a varios. Somos seres que no podemos vivir sin los demás”.

Según adelantó el actor, el futuro, por ahora, no incluye más dirección. “No me lo planteo, yo soy actor. Sé que puedo dirigir, y lo puedo hacer bien, pero no es lo que quiero”. Respecto a la adaptación de futuras obras teatrales, explicó: “Prefiero que eso lo haga quien lo sepa hacer. Esta fue una excepción”.
Ahora se enfoca en Mi querido presidente, que volverá con gira en junio y una nueva temporada en septiembre. También tiene pendiente un viaje a España para retomar Doble o nada, que le ocupará su tiempo en los próximos meses. Pero por el momento, el deseo está en lo esencial: “Necesito enfocarme en dos cosas fundamentales: mi salud… y este trabajo que tanto amo. En un momento tenía cinco obras en la cabeza y me quería morir, pero las resistí. De todos modos, vuelvo a decirlo: vine acá por Gustavo”.
En esta primera experiencia como director, Solá no busca demostrar nada, solo contar una historia que toca fibras reales. A su modo, con su sensibilidad y su mirada de actor que entiende la fragilidad del amor y la potencia de una escena, construyó un espacio donde los vínculos cobran sentido.
Crédito de fotos: Maximiliano Luna