El regreso de María Graña, la voz del tango: “Un chico no puede estar escuchando una música que le dice barbaridades”

La cantora reapareció con obras inéditas, una mirada crítica sobre el presente musical y el testimonio íntimo de una mujer que lo dio todo

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Maria Graña - Acompañada Y Sola

Camina por cada uno de los rincones de la Academia Nacional del Tango buscando a quienes la acompañaron en algún momento de su carrera. Lo encuentra, los recuerda. Pocos siguen hasta hoy. De otros, el sólo haberlos escuchado de chica ya le traen recuerdos, como cuando se cruza con la imagen de Carlos Gardel y no puede más que emocionarse, mirarlo fijo a los ojos y posar su mano sobre el frío vidrio del cuadro. Pero ella lo siente, él está presente entre esas cuatro paredes.

Parecía un adiós. A fines de 2021, cuando María Graña anunció su retiro del tango, la noticia se deslizó como una lágrima en el silencio. No hubo escándalo ni despedida apoteósica. Solo una frase certera y la quietud que dejan las cosas definitivas. Se apagaba, se suponía, una de las voces más conmovedoras del tango argentino. Pero era apenas una pausa.

María Graña junto con Jorge
María Graña junto con Jorge Falcón y Roberto Goyeneche

Porque en 2025, María, de 72 años, volvió con más ganas que nunca. Volvió con cuatro temas inéditos para el oído de la mayoría del público, grabados en vivo durante un show realizado en 2002 en el Teatro Presidente Alvear, y remasterizados ahora con un cuidado reverencial. Una joya escondida que nadie esperaba, ni siquiera ella. “Yo no sabía que existía esa grabación. Muchas veces los artistas no nos enteramos. Nos enteramos después”, dijo con ese tono entre tímido y lúcido que siempre la caracterizó. Pero cuando la escuchó, se reconoció. “Me gustó. Me gustó la frescura que tiene la grabación”.

No era una grabación cualquiera. Eran cuatro obras de Astor Piazzolla, el mismo que décadas atrás se cruzó en su camino con una propuesta demasiado adelantada para aquella joven que recién salía del templo sonoro de Osvaldo Pugliese. “Me desvinculo de la orquesta y aparece Piazzolla. Me dice que quiere que grabe una operita. Y yo le dije que no. Que prefería cantar los temas conocidos”. Fue una decisión tomada con la honestidad de quien sabe que la interpretación también necesita estrategia. “Yo soy desconocida y si los temas son desconocidos va a ser muy difícil defenderlos”, le explicó.

María Graña junto al eterno
María Graña junto al eterno (Crédito Jaime Olivos)

Piazzolla insistió. Quería que ella fuera la voz que estrenara su nueva obra. Pero los versos no le gustaron. “O a lo mejor yo no estaba preparada para tanta magnitud que tenía el maestro”, admitió años después. Le pidió tiempo para pensarlo. Y Piazzolla se alejó. Nunca volvieron a hablar del tema. Pero la vida es sabia: los caminos, a veces, se cruzan en diferido.

Hoy, “Vamos, Nina”, “Yo soy María”, “Milonga del trovador” —todas con letra de Horacio Ferrer— y “Los pájaros perdidos”, con texto de Mario Trejo, forman parte de este rescate sonoro que es también una declaración de amor póstuma a un genio que fue malinterpretado por muchos y entendido por pocos.

María Graña - Caserón De Tejas

A su modo, María siempre supo esperar. Supo decir que no. Supo decir que sí. Supo callar y volver con la fuerza justa. Fue esa voz que, como ella misma dijo, “el tango eligió”. No vino de la militancia tanguera, sino de una infancia sonora en casas de abuelos donde se escuchaba jazz, donde los discos de pasta brillaban como juguetes sagrados, donde los nombres eran Sarah Vaughan y Frank Sinatra, entre otros, en discos de pasta de Odeón Pops, Phillips o RCA Víctor, que en sus primeros años de vida apenas conocía por el color de sus etiquetas y así, señalándolo, pedía a sus abuelos que pusieran esos temas. En la otra casa, la de su abuela norteña, sonaban las coplas del folklore. Su padre, Carlos Graña, había formado un conjunto llamado Las Voces del Norte. La música la envolvió desde antes que pudiera entenderla.

Pero fue el tango, siempre el tango, quien la reclamó. “Tenía que salir con los botines de punta”, explicó. No se permitió la improvisación ni el artificio. Estudió foniatría y canto durante diecisiete años con Elvira Aquilano, la misma profesora toda la vida. Cuando Pugliese la escuchó por primera vez, la rechazó con ternura: “Andá, crecé. Yo te espero”. Dos años más tarde, ingresó a su orquesta. “De alguna manera redimí a mi papá”, diría después. Porque Carlos, cuando recibió la carta del servicio militar, perdió el tren que lo habría llevado al mismo lugar. María llegó por los dos.

Es entonces cuando la cantora sostiene una verdad con firmeza, con la convicción de quien viviò en carne propia el poder transformador del arte: “La cultura ayuda a que un pueblo siga creciendo”.

Insistió luego en que “es fundamental, porque tiene que ver con la educación”. La música, para ella, no puede ser una simple sucesión de sonidos: debe ser un canal formativo, una manera de enseñar a decir. “Un chico no puede estar escuchando una música que le dice barbaridades, sino que diga cosas que le enseñen a hablar”. Así de simple. Así de urgente.

Y entonces, lo dejò en claro: “Creo que tiene que empezar por ahí, por la educación más allá de las ideas políticas”. Sabe dónde se planta. Y aunque evita definiciones partidarias, no renuncia a sus valores: “Yo tengo una idea política muy personal que no se la voy a decir porque no mezclo las cosas”. No hay evasión, hay elección. Porque lo suyo es otra batalla.

María Graña junto con sus
María Graña junto con sus padres y su hermano

Durante los ‘70 y ‘80, fue figura indiscutida de la televisión argentina. Grandes valores del tango, El tango club, La botica del ángel: allí estaba ella, con su peinado inconfundible y su voz templada, dejando marca. Pero nunca se durmió en los laureles. De aquella experiencia al lado de Bergara Leumann recordó: “Él se quedaba toda la semana trabajando en el canal porque era el que diseñaba los decorados, los pintaba él. Decía ‘esto es cartón pintado, imaginación’. Y era así realmente. Todo era cartón pintado por él y le traían las telas y nos armaban los vestidos al cuerpo. Nos cosían la ropa en el cuerpo. Todos los programas un vestido distinto. Y fue fabuloso”.

Pero para que la maquinaria funcione, todos los engranajes debían moverse al compás: “Juntó un grupo de gente que cumplía. Yo iba dos veces por semana a ensayar. Teníamos una reunión de producción los miércoles y los jueves se grababa. En esa reunión ya se arreglaban los temas. Y era gracioso porque Eduardo decía ‘¿Quién sabe tal tema?’ Y siempre me miraba a mí porque conozco a todos. Pero no solamente porque yo los haya cantado, yo no sólo los canté, pero escuchaba a mi papá y escuchaba la radio desde muy chica. Entonces conozco todo. Por eso digo, la música es mi vida“.

María Graña se encontró con
María Graña se encontró con una joven María Graña en la Academia Nacional del Tango (Crédito Jaime Olivos)

A partir de los ‘90, se volcó a Piazzolla y Ferrer, buscando una voz más honda, más propia. Hizo temporadas en el Armenonville de Francia y en Broadway, llevó el tango a escenarios donde antes era apenas una postal.

De aquellos años de gira por el exterior guarda recuerdos que duelen y otros que abrigan el alma. “Yo no me quedaba en el hotel. Lo primero que hacía cuando llegaba era pedir una tarjeta con la dirección para no perderme y empezaba a caminar”, contó. Así conoció París, Roma, los pasajes secretos de una Europa que aún respiraba música. Pero no todo fue encanto. En Inglaterra vivió una experiencia que la quebró: “Fue un horror. Me sentí no mal, muy mal, porque no me podía comunicar con nadie”.

María Graña En Botica

Aunque apenas dominaba el inglés norteamericano, los modales y el hermetismo británico la aislaron. “Tenía contrato por tres meses y al mes le dije al productor que me iba. No soportaba no poder comunicarme con nadie”. Vivía en un departamento en una zona chic de Londres, cerca del Palacio de Buckingham. Pero el lujo era una jaula muda. “Venía una chica a limpiar y le quería decir aunque sea un ‘hola’... y pasaba de largo. Ni me miraba”.

En contraste, en Japón fue tratada como una emperatriz. Allí, donde la distancia cultural parecía infranqueable, encontró respeto, calidez y devoción. Tenía un intérprete que la acompañaba, pero no hacían falta muchas palabras. “Ellos se hacen entender como pueden. Me decían ‘Maestra Graña’”, recordó con ternura. Y entonces, la escena inolvidable: “Cuando terminé el primer concierto, se pararon todos los músicos a aplaudirme y yo me largué a llorar”.

Durante un viaje a Francia,
Durante un viaje a Francia, María Graña se detiene para una foto frente al Arco de Triunfo

Es que ese mismo año, mientras recibía ovaciones en escenarios del otro lado del mundo, en su país la indiferencia calaba hondo. “Acá apenas si trabajaba. A veces me llamaban y a veces no”. Sentía el vacío. Veía los eventos, los festivales, las celebraciones del tango, y su nombre no estaba. “Pensaba si ya no me necesitaría el tango”. Esa duda la laceró. Y tomó una decisión dura, íntima: “Dije ‘Bueno, si no me necesita el tango, no canto más. Ya está. No quería ser un escollo para la gente nueva o para la gente joven”.

No se fue. No porque no pudiera, sino por amor. A sus hijos. A sus nietos. “Si no, ya no estaría acá”, admitió con la misma honestidad que siempre marcó su vida. Podría haberse quedado en Japón, o en París, o en alguna de esas ciudades donde la trataban como lo que era. Pero eligió quedarse en un país que a veces pareció olvidarla. Eligió resistir.

María Graña es sinónimo de
María Graña es sinónimo de tango (Crédito Jaime Olivos)

La comparación fue directa. Y dolorosa. “Hubiera hecho lo mismo que hizo Gardel, cuando mucha gente lo hizo a un lado. Él se dio cuenta que ya no era querido”. En esas palabras no hay rencor. Hay tristeza. Una tristeza serena, como la que se esconde detrás de un tango en tono menor.

Pero la historia, otra vez, dio una vuelta. El tango, que parecía haberla dejado sola, volvió a buscarla. Y ella volvió a cantar. Porque sabía, en el fondo, que no hay quien cante así para siempre desde el silencio.

María Graña Y Mercedes Sosa - Nada

Ya para 1995, cuando se preparaba para grabar un nuevo disco —titulado simplemente María— no imaginaba que aquel proyecto se convertiría en un punto de inflexión emocional y artístico. El álbum fue producido por su entonces esposo, el reconocido productor Mochín Marafioti, y editado por DBN. Allí confluyeron no sólo canciones, sino también destinos.

“Eso fue una picardía de Mochín”, recordó con una sonrisa. Estaban en plena preproducción cuando él le preguntó: “¿Con quién querés grabar?”. María, sin dudar, empezó a nombrar artistas con los que soñaba compartir estudio: Mercedes Sosa, Eladia Blázquez… Entonces, él, con la naturalidad de quien sabe cómo se hacen realidad las cosas, le alcanzó una lista de teléfonos. “Llamalas”, le dijo.

María obedeció. Tomó el teléfono y marcó el número de Mercedes. Atendió María, la mujer que cuidaba a la cantora tucumana. Le explicó el motivo del llamado. “Ahora la llamo a Mercedes”, dijo la señora. Un instante después, del otro lado del hilo, la voz inconfundible: “Hola, María”. La emoción no le nubló la claridad. Le contó sobre el proyecto, sobre su deseo de cantar juntas. Mercedes no dudó ni un segundo. “¿Cuándo grabamos?”, le respondió.

María Graña es una de
María Graña es una de las voces más reconocidas del tango en la Argentina

Ese sí rotundo fue el inicio de una relación profunda. De amistad, de respeto, de afecto. “Fue muy emocionante para mí”, contó María. A partir de entonces, empezaron a frecuentarse. Iba a los cumpleaños, a las reuniones. Compartía mesas donde estaban León Gieco, Víctor Heredia, Teresa Parodi, y toda esa constelación de músicos que orbitaban alrededor de Mercedes, no por fama sino por amor.

Un día, Mercedes organizó una comida sólo para mujeres. Mujeres del tango, del folklore, de todos los géneros. Las reunió a todas. “Era muy amable con los artistas. Ella siempre fue muy generosa”, recordó. Aquella generosidad no era de ocasión: era parte de su carácter. Un gesto permanente de sororidad y abrazo.

Y como si la historia necesitara una segunda vuelta, años después, fue la propia Mercedes Sosa quien llamó a María Graña. Esta vez, la invitación venía del otro lado. Mercedes estaba grabando su emblemático álbum de duetos, Cantora, y quería que María estuviera ahí.

María Graña en una antigua
María Graña en una antigua postal junto con Sandro

Sensible hasta el límite, María evita ver a sus colegas en vivo. “Me emociono mucho y la gente lo primero que piensa es ‘¡cómo llora!‘”. Pero sus lágrimas son un archivo. Si volvía a un teatro donde había cantado, no veía el decorado: veía los rostros que ya no estaban. “Conocí a todos. A todos los cantantes, a todos los músicos. Viví una época gloriosa del tango”. Esa gloria, sin embargo, hoy le duele. “Me da mucha pena que el tango esté tan olvidado… y que solamente se hable de la danza, del baile”.

Su crítica no es casual. Es frontal. “Los bailarines siempre fueron una parte bella de un espectáculo, pero no el centro”. Lo dice sin amargura, pero con claridad. La figura del cantor y del músico fue desplazada, y eso la indigna. “Llenaron todos los lugares de milongas y dejaron sin trabajo a un montón de gente. No entiendo cómo pasó”. Basta mirar cualquier folleto turístico: siempre hay una pareja de baile. “¿Y los músicos dónde están?”, pregunta. Nadie responde.

Por eso este regreso no es solo musical. Es también un gesto. Un rescate. El lanzamiento incluye un video próximo a estrenarse, realizado por el bailarín contemporáneo Lucio Vidal, que desde Berlín —donde triunfa— decidió homenajearla con una pieza de cine europeo, con “un dramatismo increíble”. Filmado en locaciones interiores y exteriores de la capital alemana, el video es también una forma de testimonio. Vidal, admirador de toda la carrera de Graña, quiso hacer algo más que bailar. Quiso contarla.

María Graña junto al piano,
María Graña junto al piano, en la Academia Nacional del Tango (Crédito Jaime Olivos)

Y así, María volvió y no como una nostalgia, sino como una verdad. No como un eco, sino como una llama. No como una leyenda, sino como una presencia viva.

Porque hay voces que el tiempo no puede apagar. Porque hay silencios que solo el arte puede romper.

Porque María Graña nunca fue del público. Fue del tango. Y el tango no la dejó ir.