Un cuerpo suspendido en el aire, una caída abrupta, un silencio que corta la música como un cuchillo afilado. En la noche del jueves, Maxi Trusso, el dandy de voz grave y mirada melancólica, vivió uno de los momentos más inesperados de su carrera: se lanzó al vacío desde el escenario del Niceto Club, en pleno Palermo, y no hubo brazos que lo sostuvieran.
En las primeras horas del viernes, la noticia fue confirmada por su círculo íntimo: el músico de 54 años se encontraba estable en el hospital Rivadavia, a la espera de una cirugía. La fractura del fémur y de cadera fue diagnosticada con precisión, aunque su estado general no reviste gravedad. Desde allí, su pareja, Tracey Shanahan, habló en exclusiva con Teleshow: “Estoy con él ahora. Tiene que operarse”, aseguró, con voz firme, pero la emoción en vilo. Además, según una información a la que accedió este medio, el artista deberá continuar tras la intervención quirúrgica con una rehabilitación que llevará un mínimo de tres o cuatro meses.
El accidente trajo consigo una oleada de recuerdos. Porque Tracey no es solo su pareja. Es su aliada espiritual. La conoció en Italia, durante los días duros de la pandemia. “Y allá sí que no podías salir. No te digo que me quería suicidar, pero por ahí. Fueron momentos muy difíciles para mí”, había confesado Trusso a Infobae tiempo atrás. Allí, en Roma, donde aprendió de moda y de arte, en esas escapadas clandestinas “haciéndose la rata del Vaticano”, la vio por primera vez.

Tracey Shanahan, irlandesa, madre de Giovanni y Michel, es licenciada en Finanzas, pero sobre todo —como él la define— “una buena lectora del mundo”. Vivía al lado del local donde Maxi pasaba horas componiendo, buscando respuestas en el eco de las paredes y el café frío. Ella entraba, ayudaba a los chicos que trabajaban allí. No se buscaron. Se encontraron.
“Cada uno de nosotros sabía que debía recomenzar”, contó él. “Iniciar algo distinto”, destacó. Y lo hicieron. En medio de un mundo paralizado, entre mascarillas, toques de queda y miedo globalizado, tejieron un vínculo que ahora, en el corazón de Buenos Aires, vuelve a ser puesto a prueba. Tracey lo acompaña. Está con él en el hospital. No hay luces de colores ni guitarras. Solo un monitor, una camilla, y un futuro que exige paciencia.
Así fue la caída de Maxi Trusso
El golpe fue seco. El impacto, estremecedor. En un primer momento, los rostros se crisparon. Nadie entendía qué había pasado. El video de ese instante, registrado por algún celular que no paraba de grabar, no tardó en viralizarse. Trusso quedó tendido por unos segundos. El silencio, inusitado, se quebró apenas por un murmullo que se volvió alarido colectivo: “¡Olé, olé, olé, Maxi, Maxi!“, corearon los presentes cuando vieron que se reincorporaba, apenas, con dificultad, como un boxeador golpeado pero aún en pie.
El show, claro, se interrumpió. Las luces se atenuaron. Los músicos se miraban, inmóviles. No sabían si continuar. Nadie se atrevía a dar por terminado el concierto, ni siquiera él.
Y fue entonces que ocurrió lo insólito: desde una camilla, mientras los médicos se encontraban realizando los primeros chequeos, Trusso volvió a cantar. Desafió al dolor, a la caída. Lo hizo como esos viejos crooners que, incluso heridos, siguen hasta el último acorde.
Ya desde la ambulancia, con el cuerpo maltrecho pero el alma intacta, Maxi escribió en sus redes sociales una frase que parecía salida de una epopeya: “Dejo la vida por ustedes. La vuelta será inigualable”.
Por su parte, su manager, Mariano Israelit, le puso palabras al vértigo de una noche que pudo terminar en tragedia. En diálogo con radio Mitre, reveló el trasfondo de la escena: “Está más tranquilo, estamos en la espera de las placas y de los clavos. Fue una desgracia con suerte. Él quería seguir cantando, quería volver a subir al escenario y con los médicos logramos que no lo haga, porque de solo pensar en un hueso fracturado del fémur que le corte una arteria... es muy peligroso".

Lo dijo con la mezcla exacta de alivio y advertencia. No era la primera vez. Ya en una presentación anterior en Café Berlín, Trusso se había arrojado al público. Y también entonces, Israelit intentó detenerlo.
“Yo le decía que no lo vuelva a hacer”, recordó con resignación. “Lo vi muy excitado antes de salir al show. Había mucha gente, 900 personas en un lugar como Niceto, y las ganas de salir al escenario y esa excitación lo superó”, destacó.
El golpe no lo quebró. Lo fortaleció. Como si en ese salto fallido hubiese también un acto de entrega total, una metáfora del artista que se lanza una y otra vez al abismo por su público, aunque a veces caiga solo.
Con información de Pablo Montagna