El salón de Palermo parecía una cápsula del tiempo donde los brillos del presente se mezclaban con la nostalgia de las noches eternas. Yanina Latorre cumplió 56 años y lo celebró con un festejo a la altura de su personaje: desbordado, chispeante, imposible de ignorar. Enfundada en un vestido plateado con flecos que brillaban como espejos rotos en movimiento, bailó hasta el amanecer, rodeada de su clan, de los fieles de la televisión y de aquellos que, como ella, saben que el show nunca termina.
“¡Me sentí taaaaan amada!”, escribió al día siguiente en sus redes, donde compartió fotos, videos, abrazos congelados en el tiempo y risas de esas que parecen eternas. Lo dijo como una declaración de victoria, como si esos 56 fueran un trofeo, un punto culminante de una vida vivida en alta voz.
Uno de los momentos más divertidos, que fue registrado por su maquilladora Mariela Daguer, fue el baile de Yanina junto a Diego Latorre. “¡Dejó la silla!“, afirmó, sobre el momento en el que el exjugador se sumó a la pista de baile, mientras sonaban éxitos de Whitney Houston, Abba, ”Gloria", de Laura Branigan y “Dreams” de Fleetwood Mac.
Otro momento importante de la fiesta fue cuando Yanina se reunió para los flashes junto a Ángel de Brito y gran parte de las “angelitas” de este año como Marixa Balli, Juli Argenta, La Barby y Matilda Blanco, quien no dudó en utilizar su lengua filosa al regresar al ciclo.
Es que había algo más. Porque si de algo no se salva un cumpleaños mediático, es del análisis minucioso de los looks. Y en esta ocasión, la lupa cayó sobre una mujer que, aunque ya no lleva el apellido ni la historia, sigue siendo definida por ellos: Carolina Baldini, la ex de Diego Simeone. Llegó envuelta en un vestido animal print con aberturas y escote halter que no dejó indiferente a nadie.
“Tenía una pinta amazónica, pero pasada de moda”, disparó sin titubear Matilda Blanco desde su silla en LAM (América TV). Enumeró: “brazalete, tajo, agujeros a los costados, espalda descubierta... ¿cuántos agujeros tenía? Eran tres más la espalda”. La frase fue una daga envuelta en terciopelo.

Latorre intentó frenar la embestida con su estilo inconfundible. “A mí hay vestidos que no me parecen sobrecargados, como que le queda el cuerpito y tiene un par de agujeritos”, dijo, como quien defiende una causa perdida pero con dignidad intacta. “Con ese lomazo...”, añadió, buscando salvar a su amiga entre las llamas de la crítica.
Matilda, implacable, continuó: “Un par no, tiene tres agujeros adelante que pasan para atrás, tiene escote halter”. Era su juicio final. Y la sentencia estaba dictada.
“Esta gente no viene más a mis cumpleaños”, dijo Yanina, resignada y con una sonrisa que no se sabía si era de broma o de revancha.
La polémica, sin embargo, no se disolvió en la espuma del champagne. Carolina Baldini, al parecer curtida por otros campos de batalla, tomó su celular y devolvió con elegancia y veneno:“Señora Matilda, ¿cómo puede criticar mi vestido? Cuando usted viva 15 años en Europa y vea todos los días las mejores vidrieras de Milán, Roma o Madrid, cuando aprenda de los diseñadores italianos, y pueda ponerse un Elisabetta Franchi, nos sentamos a charlar. Le manda saludos Elisabetta y otro yo”.

El mensaje no era solo un descargo: era una declaración de guerra estilística. El desfile seguía, solo que ahora el escenario era virtual y cada palabra un paso más en la pasarela del escándalo.
¿Qué quedó al final de la noche? Una fiesta inolvidable, sí. Bailes, abrazos, fotos y glitter. Pero también quedó esa tensión entre la celebración y el juicio, entre el cuerpo y la crítica, entre la moda y el fuego cruzado.