
Antonio Gasalla, el hombre que transformó la risa en un espejo implacable de la sociedad, dejó un legado que desafió los límites de la censura, la moral y la inteligencia. Su humor no solo hacía reír, sino que también incomodaba, sacudía y desnudaba la hipocresía de una Argentina que, entre golpes militares y democracias frágiles, siempre buscó en la comedia una vía de escape. Su muerte, ocurrida el martes 18 de marzo en la Ciudad de Buenos Aires, solo hace aún más grande su leyenda.
Un escenario llamado infancia
Gasalla nació el 9 de marzo de 1941, en Ramos Mejía, una ciudad de provincia donde las tardes de cine y las historias familiares marcaban el pulso de su niñez. Su padre, peluquero, le inculcó la disciplina del trabajo, mientras su madre, una mujer de pocas palabras pero gran intuición, lo crió en un universo donde el silencio era una forma de comunicación. En esa casa donde convivían una abuela francesa que cada 14 de julio cantaba La Marsellesa y una abuela paterna vestida siempre de negro, el pequeño Antonio creció entre la rigidez de las normas y el aire lúdico de una imaginación sin límites.
La vocación artística no fue inmediata. Primero intentó con Odontología, pero el teatro lo atrapó en un giro del destino: al inscribirse en el Conservatorio de Arte Dramático, comprendió que ahí estaba su verdadero mundo. Dejó la facultad y rompió con las expectativas familiares. “Me estoy engañando a mí mismo”, dijo antes de dar el salto definitivo. Su padre, enfurecido, le cortó todo apoyo económico, pero su madre, en secreto, le deslizaba unos billetes que le alcanzaban para cigarrillos, un sándwich y el boleto de tren de Ramos a Once, donde empezaba su destino.
Del café concert al Olimpo del humor
Los inicios en el teatro independiente y en el Instituto Di Tella, cuna del arte y la irreverencia en los años 60, lo marcaron a fuego. Junto a Carlos Perciavalle, Edda Díaz y Nora Blay, revolucionó la escena con espectáculos como Help Valentino, donde la transgresión y la crítica social convivían con el absurdo.
Mientras la Argentina oscilaba entre dictaduras y democracias efímeras, Gasalla construyó un humor inteligente, que sorteaba la censura con un virtuosismo que desarmaba hasta a los militares más obtusos. “Eran tan brutos que ni se daban cuenta de que los estábamos boludeando”, diría años después.
En los 70, su talento se hizo indiscutible. Pasó del café concert a las grandes salas, con el Maipo como su bastión. Allí nacieron sus primeras grandes creaciones: un guapo que bailaba con la Argentina, un niño terrible y sarcástico llamado Ricardito, y la semilla de Mamá Cora, el personaje que lo inmortalizaría en Esperando la carroza.

El rey de la televisión
Gasalla no solo brilló en los teatros; la televisión lo convirtió en un ícono. En los 80 y 90, con programas como El Palacio de la Risa y El Mundo de Antonio Gasalla, creó un ejército de personajes inolvidables:
- Flora, la empleada pública que encapsulaba la burocracia nacional con una precisión quirúrgica.
- Noelia, la maestra histérica que reflejaba el agotamiento de un sistema educativo colapsado.
- Yolanda, la amiga traicionera, reflejo de una sociedad de sonrisas falsas.
- Mamá Cora, la abuela olvidada que era más lúcida de lo que todos creían.
Sus creaciones trascendieron el humor. Times definió a Flora como “el símbolo de la burocracia argentina”, y el propio gobierno porteño le pidió dar charlas sobre el fenómeno. Su humor era un arma, una radiografía precisa del país.
En los 90, con la televisión convertida en un show de escándalos, Gasalla protagonizó polémicas. Arrojó preservativos al público, escandalizando a los sectores más conservadores. En 1991, en A la playa con Gasalla, la Reina de los Pescadores terminó en una pileta en vivo y el actor tuvo que pedir disculpas. Pero nada lo detuvo.
Cuando Susana Giménez lo invitó a su living con su personaje de “la abuela”, nació un dúo televisivo imbatible. Cada aparición suya elevaba el rating y generaba un fenómeno de culto.
El ocaso del genio
En los últimos años, Gasalla comenzó a retirarse. Una lesión en la rodilla lo alejó de los escenarios y su vida se volvió más introspectiva. “Prefiero actuar a ir al teatro”, decía. El humorista que llenó salas y pantallas ahora encontraba placer en la lectura, en los viajes y en la música.
Su salud comenzó a deteriorarse y en 2023, Marcelo Polino reveló que Gasalla enfrentaba problemas cognitivos. “A veces no reconoce a la gente”, confesó el periodista. Luego, su familia denunció el robo de objetos en su casa, sumando más sombras a un final que nadie quería aceptar.

"La actuación te come la vida sin que te des cuenta“, decía Gasalla. Y quizás fue así: su existencia fue un inmenso monólogo donde el aplauso final llegó demasiado pronto.
Antonio Gasalla no solo nos hizo reír. Nos enseñó que el humor es un bisturí afilado, capaz de diseccionar una sociedad entera.
Buen viaje, maestro.