20 años de la muerte de Pappo: obra, legado y anécdotas del gran guitarrista del rock argentino

Sus riffs imborrables, su filosofía de barrio y su amor por los fierros lo convirtieron en un personaje único. Una vida de novela, de La Paternal a Nueva York, y la tragedia que lo volvió inmortal

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Pappo en vivo, en 1999, interpreta El brujo y el tiempo

El 25 de febrero de 2005, en una noche oscura sobre la Ruta 5, cerca de Luján, Norberto Pappo Napolitano encontró su destino final. El hombre que había hecho de la guitarra un arma de guerra y del rock un estilo de vida fallecía en un accidente que todavía resuena como un golpe seco en la memoria de sus seguidores. Su moto chocó con la de su hijo, y un auto que venía en sentido contrario lo atropelló.

Dos décadas después, el vacío que dejó sigue intacto, pero su legado se mantiene vivo en cada riff, en cada solo incendiario, en cada acorde tocado con furia.

Desde sus primeros pasos en Los Abuelos de la Nada y Los Gatos, Pappo dejó claro que su camino no sería el de la complacencia. En 1969, con tan solo 19 años, se unió a la banda de Lito Nebbia, una de las más influyentes del rock argentino. Y el cantante lo recordó años después, con una anécdota que definía su esencia.

Alfredo Toth, Oscar Moro, Litto
Alfredo Toth, Oscar Moro, Litto Nebbia, Pappo y Ciro Fogliatta, la última formación de Los Gatos

“Nos volvíamos a unir con Los Gatos y el violero original del grupo, cuando fuimos a tocar a Brasil, se enamoró por ahí, se casó y dejó el grupo. Yo propuse en el grupo que entrara Pappo como guitarrista, que lo conocía de un boliche que íbamos a zapar los fines de semana, y ya perfilaba tocando bárbaro”, contó Litto en una entrevista con Radio Nacional.

Con la decisión tomada, se comunicó con el resto de los músicos, que estaban en Estados Unidos, les contó que tenían nuevo compañero y les hizo un pedido: “Que le traigan una guitarra buena porque la que tenía era una porquería. Llegaron a la semana siguiente y bajaron con la guitarra en la mano. Pappo estaba muy emocionado”, agregó.

Con Los Gatos, grabó los discos Beat Número Uno y Rock de la mujer perdida, pero su espíritu nómade lo empujó a más. En 1970, decidió formar su propia banda: Pappo’s Blues. Lo que siguió fue una serie de discos legendarios: Volumen 1, Volumen 2 y Volumen 3, donde desplegó una brutal combinación de blues y rock pesado.

Un joven Norberto Napolitano
Un joven Norberto Napolitano

La cuenta se cortó en el 7 y en la segunda mitad de la década viajó a Brasil donde formó Aeroblus junto a Alejandro Medina y Rolando Castello Junior. La banda duró poco, pero dejó un disco homónimo que, con los años, se convirtió en pieza de culto.

En los 80, Riff llegó para marcar un antes y un después en la historia del rock pesado argentino. “Ruedas de metal”, “La dama del lago”, “Susy Cadillac”: cada canción era un golpe eléctrico que sacudía los escenarios con la violencia de una tormenta. Pappo se había convertido en el gran arquitecto del hard rock nacional y marcó a fuego una época de tachas, camperas de cuero y una violencia que se hizo cada vez más difícil de manejar.

Cuando estaba lejos de ser reconocido unánimemente en su país, en 1993 recibió la bendición del mismísimo B.B. King. El histórico concierto en el Madison Square Garden es uno de los momentos más destacados de su carrera, y el legendario bluesman cayó rendido a sus pies: “Es uno de los mejores guitarristas del mundo”.

Luciano Napolitano y Pappo
Luciano Napolitano y Pappo en una vieja escena familiar

En 2000, con el disco Pappo & Amigos, reunió a una selección de figuras del rock argentino y empezó a ser profeta en su tierra: La Renga, Almafuerte, Viejas Locas, Divididos, Moris, Andrés Calamaro, Ricardo Iorio, Adrián Otero, Andrés Ciro, Alejandro Medina y Vicentico, entre otros. Era un homenaje en vida a su propia historia, la banda de sonido fundacional de la música pesada en el país.

Su último disco, Buscando un amor, fue su despedida sin saberlo. En la portada, Pappo aparece en una mesa de póker con Muddy Waters, Stevie Ray Vaughan, Robert Johnson, John Lee Hooker y Jimi Hendrix. Todos con alas de ángeles. Todos leyendas inmortales.

Al hablar sobre ese trabajo ante la prensa, Pappo destacó: “Yo tuve la conversación con varios productores y tenía ganas de sacar un disco. Entonces el productor que me eligió a mí fue Jorge Rodríguez y me dijo ‘dale para adelante’. Alquilé una quinta en Pilar, me llevé un portaestudio de ocho canales, una batería electrónica y una guitarra sin micrófono para componer los temas. Y ahí compuse cuatro“.

Pappo en Cosquín 2005 con su Sucio y Desprolijo, un himno para toda una generación

“La segunda etapa fue en una quinta en Luján, que hice tres o cuatro temas más, de los cuales todos quedaron en el disco. Algunos con algunos cambios, pero fue una cosa muy fresca. No estuve mucho tiempo trabajando. Sí, expandiéndome mentalmente porque me hizo muy bien vivir afuera de la ciudad por un tiempito”, agregó sobre un trabajo que lo mostró en todo su esplendor, desde su estirpe hardblusera de “Rock and roll y fiebre” o “Descortés”, a la sensibilidad made in Paternal de “Katmandú” o “La barca”.

Cuando la noticia de su muerte se hizo pública, el shock fue inmediato. Norberto Ruso Verea, habló con el dolor a flor de piel: “Pensar hoy en Pappo muerto es como medio increíble. Aunque los que estamos en el rock y nos sentimos rockeros, nos acostumbramos de chicos a que se nos mueran los que nos gustan por distintas razones. Lo que sí me gustaría decir es que muy a la manera argentina va a llegar la reivindicación de un tipo al cual no todos reivindicaban en vida, que muchos habían dejado de lado. Hablo no solo de productores, de empresarios, hablo de camadas nuevas, de pibes que creen ser rockeros y que por ahí no tienen tanta culpa porque están sometidos a la repercusión pura y exclusiva del machaque mediático y la repetición radial de acuerdo a cómo le convenga a la compañía”.

Este tipo que se murió ahora, un autodidacta y que debe haber sin ninguna duda tocado los mejores riffs de rock and roll que existan en la Argentina. Y el que lo dude, que compre el disco Pappo y amigos y se va a dar una idea de eso. Este guitarrista que acaba de irse, este autodidacta, lo repito porque es muy importante, es uno de esos tipos que no solo vivió al palo, se manejó al palo todo el tiempo y que le dio al rock la esencia que todos creemos que el rock tiene que tener", continuó, apenas horas después de conocida la trágica noticia, en charla con Radio Nacional.

Fiesta Cervezal, del disco Pappo y Amigos Volumen 1, junto con La Renga

Para finalizar, Verea destacó: “El esnobismo mediático lo fue dejando de lado y lo trató casi como un troglodita, y hoy va a salir a reivindicarlo y seguramente los que están en el rock tirarán cañonazos a la manera de AC/DC, no para festejar su muerte, sino para que nadie se olvide de que Pappo fue un rockero”.

Hoy son veinte años sin Pappo, pero su recuerdo y su legado permanecen vivos en sus canciones “Sucio y desprolijo”, “Desconfío”, “El tren de las 16”, “Que sea rock” y tantos otros himnos siguen sonando con la misma fuerza que el día en que fueron grabados. En cada acorde distorsionado, en cada solo visceral, en cada guitarra que ruge, el espíritu de Pappo sigue vivo. Porque hay artistas que mueren, y hay otros que se vuelven eternos.

El tiempo pasó y a Pappo se lo recuerda por muchas cosas: su guitarra incendiaria, su amor por las motos, su desparpajo para decir lo que pensaba sin filtros. Pero hay una anécdota, contada por el propio Verea, que lo muestra en una faceta desconocida.

Araceli González y Pappo en
Araceli González y Pappo en su faceta actoral, en épocas de Carola Casini

Corrían los años 80 y el ex arquero de Independiente y Chacarita, locutor y comentarista, tenía un emprendimiento que no muchos recuerdan. “Tenía una parrilla que se llamaba ‘Choripalandia’, que quedaba enfrente del Cine Avellaneda, donde ahora hay un ‘Jesús te Salva’”, rememoró el Ruso.

Una noche, en plena vorágine de atender la parrilla y despachar pedidos, el parrillero faltó. Un caos. Justo en ese momento, apareció Pappo, que solía frecuentar el lugar: “Nos saluda y le cuento: ‘No vino el boludo del parrillero’”.

Sin dudarlo, el guitarrista se sacó la remera, se arremangó y tomó el mando de las brasas. Pero antes, con la precisión de un obsesivo del detalle, hizo un par de preguntas técnicas: “¿Cómo están haciendo los chorizos? ¿Están marcados? ¿De qué tamaño son las fetas de vacío?”

Pappo en Buenos Aires Rock 1972 con Trabajando el Ferrocarril

Ahí estaba, Pappo con sus infaltables pantalones de cuero, manejando la parrilla con una precisión envidiable. Toda la noche, entre brasas y humo, despachó choripanes con la misma actitud con la que ejecutaba un solo de guitarra.

La parrilla cerraba tarde, cuando terminaba la última función del cine. Ya pasaba la una de la mañana cuando llegaron tres pibes del Docke. Pidieron tres choris y un litro de vino. Uno de ellos miró al parrillero de la noche y volviendo a sus compañeros dijo: “Che, ese es Pappo”. El otro, incrédulo, le respondió: “¡Callate, vos estás en pedo!”.

Pappo, que no dejaba pasar ni una, escuchó la conversación, se acercó con la pinza en la mano y los miró fijo. “Sí, soy Pappo, ¿qué te pasa, pelotudo? ¿No puedo ser Pappo y hacer chorizos?”.

Los jóvenes se miraron sin poder reaccionar ante la revelación de la identidad, pero antes de que pudieran emitir palabras, el músico concluyó con su habitual filosofía callejera: “Y apúrense que ya es la 1 y media y mañana hay que trabajar”.