Mirtha Legrand es un emblema de la televisión argentina, pero antes de convertirse en la “diva de los almuerzos”, fue una de las figuras más destacadas de la época dorada del cine nacional. Su historia en la gran pantalla está llena de momentos inolvidables, desde su debut con tan solo trece años hasta sus icónicas interpretaciones en comedias, dramas y thrillers que marcaron una era.
A fines de noviembre, la conductora sorprendió con una confesión inesperada mientras conversaba con el reconocido director Juan José Campanella. En plena charla sobre la pasión argentina por el fútbol y la manera en que ese sentimiento se plasmó en El secreto de sus ojos, Mirtha lanzó una frase que dejó a todos boquiabiertos: “Si hubiera seguido en el cine, me hubiera gustado trabajar con vos”. Campanella no dudó en devolverle el halago: “Y a mí me hubiera encantado”. Un ida y vuelta que hizo soñar a más de uno con lo que podría haber sido.
Lejos de la falsa modestia, Mirtha reafirmó su confianza en su talento actoral. “¿Querés que te diga? Yo soy buena actriz”, sentenció con orgullo. Y sin titubear, enumeró su versatilidad: “Hice comedia, hice drama”. Sin embargo, cuando el periodista Gabriel Levinas la desafió en vivo con una propuesta concreta, la Chiqui dejó en claro que el cine ya es parte de su pasado. “¿Si te llama ahora Campanella, te animás a actuar?”, preguntó él. “No, ahora no. Ya está”, respondió ella con la seguridad de quien sabe que su legado ya está escrito. Pero la semilla quedó plantada, y en el mundo del espectáculo, nunca hay que dar nada por definitivo.
Mientras tanto, Campanella reveló que uno de los proyectos de la Academia de Cine es restaurar “Los martes, orquídeas”, la película que catapultó a Mirtha a la fama y marcó el inicio de las grandes comedias argentinas. “Ahí empezó todo”, reflexionó la conductora, visiblemente emocionada.
Los comienzos de Mirtha en el cine se remontan a su infancia en Villa Cañás, Santa Fe. Desde pequeña, junto a su hermana melliza Goldy, mostró una inclinación natural por el arte. Estudió danza, piano y teatro, y a los diez años ya formaba parte del elenco del Teatro Municipal de Rosario. Pero el destino tenía otros planes. En 1939, la familia se trasladó a Buenos Aires, y en un giro inesperado, su madre envió fotos de las mellizas a Chas de Cruz, quien dirigía el popular programa “Diario del Cine” en Radio Belgrano. Fue así como Mirtha fue descubierta y, sin saberlo, inició una carrera que la llevaría a convertirse en una estrella.
El debut cinematográfico llegó en 1940 con “Hay que educar a Niní”, bajo la dirección de Luis César Amadori. "Hacía un frío espantoso en el estudio. Éramos extras en un colegio y Niní Marshall nos decía a Goldy y a mi: ‘Vos te quedas con... vos’ señalándonos confundida por el parecido. Eso lo agregó el director Amadori por nuestro parecido”, expresó la diva el pasado mes de julio al cumplirse un nuevo aniversario de ese momento. “Hermoso recuerdo y qué lindo saber que todavía puedo darme el lujo de seguir haciendo lo que me gusta y que ustedes también lo disfruten”, cerró. Tras ello, llegaría el tiempo de la consagración.
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La noche del 4 de junio de 1941, el brillo de los reflectores iluminaba la alfombra roja de un teatro de Broadway. La expectativa flotaba en el aire, y las figuras del cine y la cultura desfilaban con elegancia hacia el estreno de Los martes, orquídeas, dirigida por Francisco Mugica. Pero entre la multitud, una joven desconocida avanzaba sin que nadie le prestara atención. Tenía apenas 14 años y, con una mezcla de inocencia y audacia, intentaba explicarles a los periodistas y fotógrafos que su nombre era el que aparecía en el afiche y que la cara de la foto era la suya. Nadie se detenía a escucharla.
Más de una vez se refirió a ese momento de quiebre en su vida. “Llegamos en tranvía, no nos conocía nadie...”. Se trataba del tranvía 86, el que partía desde Paternal, su barrio. Pero cuando la función terminó, la sala entera estalló en aplausos. Esa nenita que había llegado casi anónima se convirtió en el centro de todas las miradas. La ovación fue atronadora. Y entonces, el giro del destino: la vuelta a casa ya no fue en tranvía, sino en un Cadillac. Nunca supo de quién era. Pero en ese viaje, en esa noche, nació una estrella. En ese instante, nació Mirtha Legrand.
El talento y el carisma de esa joven de 14 años no pasaron inadvertidos, y los estudios Lumiton, uno de los más prestigiosos de la época, no tardaron en asegurar su futuro. Legrand firmó un contrato por cinco años y, en ese período, su nombre empezó a consolidarse en la industria cinematográfica. En 1942, su presencia ya era indiscutible en los créditos de El viaje, donde su nombre figuraba con orgullo debajo del título.
El reconocimiento no tardó en llegar. Para 1943, los críticos destacaban su crecimiento actoral, especialmente en El espejo, dirigida por Francisco Mugica, donde su interpretación marcó un punto de inflexión en su carrera. Y en 1944, el brillo de Mirtha alcanzó un nuevo hito con La pequeña señora de Pérez, un papel que le valió el premio a la Mejor Actriz del Año, otorgado por la Academia de Cine y Artes Audiovisuales y la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Argentina.
El éxito no se detuvo ahí. Un año después, en 1945, llegó La señora de Pérez se divorcia, la secuela de aquel film consagratorio. Y con ella, un nuevo reconocimiento: el premio a la Mejor Actriz, esta vez entregado por la Municipalidad de Buenos Aires. Mirtha Legrand ya no era solo una revelación; era una estrella indiscutida del cine argentino.
Mirtha entonces se consolidó como la gran protagonista de comedias memorables, como El retrato, dirigida por Carlos Schlieper, donde desplegó un carisma y un humor que la hicieron brillar a la altura de las grandes divas del cine clásico de Hollywood. Su versatilidad también se reflejó en Pasaporte a Río, un film noir en el que compartió pantalla con Arturo de Córdova, bajo la dirección de su esposo, Daniel Tinayre.
En el género de la comedia, también brillaría con Esposa último modelo, donde interpretó a una joven que, en su afán por convertirse en la esposa perfecta, se enfrenta a una serie de situaciones desopilantes que pusieron en evidencia su talento nato para el humor. Pero el cine de Mirtha también tuvo su costado más dramático. En La patota, encarnó a una profesora que sufre un episodio traumático a manos de sus alumnos, un papel de gran intensidad que marcó un antes y un después en su carrera.
Uno de los recuerdos más entrañables que Mirtha comparte a menudo en sus almuerzos es su experiencia en La cigarra no es un bicho, un fenómeno de taquilla que trascendió fronteras con un éxito arrasador en ventas internacionales. Con su característico estilo, Daniel Tinayre abordó desde la comedia un tema tan audaz como inusual para la época: la intimidad y las complejidades de la vida sexual de distintas parejas.
La historia se desarrolla en un albergue transitorio, donde el azar reúne a personajes de distintos perfiles y realidades. Pero lo que parecía una noche de encuentros furtivos toma un giro inesperado cuando se detecta un brote de peste bubónica en el lugar, lo que deja a todos atrapados en una situación tan insólita como hilarante. Con un elenco de primera línea y un guion que desafiaba los códigos de la época, la película se convirtió en un hito del cine nacional.
Para 1965 llegaría a las salas Con gusto a rabia, en lo que sería su última aparición en el cine. En 1968, Raúl Fontaina, pionero de la televisón uruguaya, contactaría a Alejandro Romay, quien hacía poco tiempo se había hecho cargo de Canal 9, para explicarle que debería hacer el formato Almorzando con las estrellas, que tanto éxito estaba teniendo en Uruguay. “Y ahí tenés a una conductora brillante, ideal”, expresó, señalando una imagen de Mirtha Legrand. Pero eso ya es otra historia...
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El pasado octubre, la primera edición de los premios Martín Fierro de Cine en Argentina tuvo un momento de profunda emoción cuando La Chiqui subió al escenario para recibir un reconocimiento a su extraordinaria trayectoria de más de 80 años en la industria.
Con la elegancia y el carisma que la caracterizan, la diva del espectáculo argentino agradeció el homenaje y, fiel a su estilo, lo hizo con humor: “Estoy muy feliz, soy un producto del cine argentino. Hice no sé si 33 o 34 películas porque hay una que me falta… 36 me dicen. Bueno, las voy a contar en mi casa”, bromeó, desatando las risas y el aplauso del público.
Pero la emoción no tardó en aflorar cuando recordó a su familia, siempre ligada al séptimo arte: “Me siento un producto del cine argentino, como toda mi familia. Mi hermano José, mi querido José Martínez Suárez, que fue durante 12 años presidente del Festival de Cine de Mar del Plata, mi hermana Goldi, Silvia Legrand, que también hizo cine y merece su reconocimiento. Y yo, que hice 36 películas maravillosas, siempre como protagonista”, expresó con orgullo.
El reconocimiento a su legado dejó en claro que Mirtha Legrand no es solo una figura emblemática de la televisión, sino también una de las grandes estrellas que marcaron la historia del cine argentino.