Durante más de 70 años, Mariette Diamant mantuvo su boca cerrada. La abrió cuando la desbordó la culpa por el recuerdo de su padre. Entonces contó su secreto, ese que conoció a los 17 años mientras charlaba con su madre, Renée, y recordó en su charla con Infobae: “Mamá se estaba maquillando. Y le dije ‘Fulano es un judío de m…’. Me miró y me respondió ‘no digas eso, porque tu padre es judío’. Yo no lo sabía y nunca más hablé del tema con ella. Eso sí, de noche lloré, lloré como no te podés imaginar…”.
—¿Y por qué lloraste, Mariette?
—Porque era judía, y en el colegio me decían que los judíos eran demonios, que habían matado a Jesús. Mamá abrió la puerta y me vio llorando. ‘¿Qué te pasa?’, ‘Nada’. Y no me preguntó más… Yo no pude largarlo. Pensá que viví en un ambiente donde se comían crudos a los judíos…
—Y tu mamá, ¿por qué te dijo eso, si había armado toda una vida familiar donde no quería que supieras que eras judía?
—Yo creo que se le escapó. No entiendo que sea otra cosa. Si ella me decía ‘mirá, los judíos son los que tienen la nariz ganchuda’. Eso sí, siempre decía que eran inteligentes.
Mariette tiene 91 años. Y aunque parezca mentira, hace poco que pudo decirle al mundo que es judía. Que lo fueron su padre y su madre. Que uno de sus abuelos y dos tíos paternos era rabinos. Que lo son sus hijos. Lo ocultó. En el último tramo de su vida pudo redimirse, o está en el camino de dejar atrás el pensamiento prejuicioso que —a propósito o no—, le inculcó su madre. Es la protagonista de “Las dos Mariette”, una película documental de la directora Poli Martínez Kaplun, que halló su historia en un capítulo del libro “Querido país de mi infancia”, de Hélène Gutkowski, donde se narran las vidas de franceses de origen judío que escaparon del horror nazi rumbo a la Argentina. Y en la que Mariette es una excepción. Durante una hora y 25 minutos, su cámara —con el método fly on the wall—, logra pasar desapercibida y así plasmar un muestrario del antisemitismo solapado que flota, sin necesidad de exabruptos ni insultos ni quema de banderas, en parte de la sociedad argentina.
La película, que pasó por el festival de cine de Mar del Plata, se estrenará para la audiencia de América Latina este domingo 8 de diciembre, a las 19:30, en los canales 201 y 1201 HD de OnDIRECTV, la señal de entretenimiento del servicio de TV satelital de DIRECTV, y en la plataforma regional de TV en vivo y streaming DGO. En ella, se demuestra como no fue sólo en la educación formal de Mariette donde se expresaba ese cúmulo de prejuicios. Mientras van pasando amigas y familiares, se escuchan —entre otras del mismo tenor—, frases como “ahora tenemos una amiga judía”; “los judíos siempre tienen plata”; y algo que fue muy usado por la propaganda nazi en Alemania que puso en marcha Joseph Goebbels para estigmatizar a los judíos a través de caricaturas: “Tu papá y tu hermano Charlie no podían negar que eran extranjeros… Y dentro de los extranjeros eran judíos. Tu papá tenía el aspecto del judío. La piel, el pelo...”
La historia que quisieron ocultar
A principios de 1930, la vida de la familia Diamant transcurría en la placidez de Viena, Austria. Arnold Diamant, originario de Brno, Moravia del Sur (hoy República Checa) vivía allí con su esposa Renée Kalman, húngara de Budapest y diez años menor que él. Se habían casado en la sinagoga de Viena, pero eso Mariette recién lo supo en los últimos años. En 1932, su existencia tuvo un cambio brutal. Arnold, empresario textil y banquero, se enteró que el gobierno alemán había encargado una cantidad importante de tela para paracaídas a una fábrica austríaca. Imaginó que una guerra se avecinaba y marchó a París. Su mujer estaba embarazada y lo alcanzó después, cuando nació Mariette, el 29 de mayo de 1933. Dos años más tarde, ya en Francia, nació Charlie, su hermano.
“En París vivíamos en un barrio re pituco”, recuerda Mariette. “Mi papá era banquero (Nota: además del banco, tenía una fábrica de medias de seda). En Francia especialmente, cuando vas a un colegio pago es porque sos bruto. Los colegios del Estado son los buenos colegios. Yo iba a uno de ellos, cerca de casa. Una mañana sonó una sirena muy fuerte en todo París. Una chica de las más grandes me alzó y me llevó hasta un subterráneo para no sufrir el bombardeo. También recuerdo que frente a casa estaba el parque Monceau donde había un montón de dirigibles atados uno sobre otro para que los alemanes no pudieran pasar”.
Fue allí —eso es lo que Mariette guardó bajo llave en su memoria—, que comenzó la maraña de mentiras. A pesar que los orígenes de su familia, comenzaron a vivir como católicos. Según le dice a Infobae Poli Martínez Kaplun, la directora de “Las dos vidas de Mariette”, “antes de la guerra, eran judíos muy seculares. No eran tradicionalistas. Eran laicos, no de ir al templo”. Pero hoy, con el paso —y el peso— de los años, Mariette definirá ese momento como el día en que se levantó el telón de “la gran obra de teatro”, el relato que armó su madre para regir la vida familiar. “Nunca supe nada de judíos. Tampoco escuchaba la palabra nazi en casa. Vivía mi vida católica. Si me acuerdo que una vez me habían regalado una lapicera y yo la cambié a una compañera del colegio por una estampita y recuerdo que algo noté, mis padres se miraron. Yo era muy chica. Nunca me hablaron de eso. Yo pienso que fue para salvarnos, probablemente porque si nos agarraban…”. Mariette no termina la frase, pero esta claro: los nazis los hubieran enviado a un campo de exterminio, probablemente.
Mariette tenía casi nueve años cuando los alemanes, finalmente, llegaron a París. La familia debió dejar la ciudad de apuro. Dos días después que se marcharon, como era previsible, dos oficiales alemanes llegaron a su casa de la boulevard de Courcelles para preguntar por Arnold Diamant. “Recuerdo que dejamos París como si nos fuéramos de acá y dejaramos las tazas de té arriba de la mesa. Mi madre ayudaba a la Cruz Roja y le dijeron ‘usted tiene chicos, váyase, porque los alemanes están por entrar’. Lo único que agarré fue una cajita donde adentro tenía porotos, lentejas, todo lo que se podía comer. Pensar que yo jugaba con eso”, cuenta.
El destino que eligió su madre para huir de los peligros del nazismo fue Buenos Aires, Argentina. A Mariette le “da vergüenza” contar los motivos. “Mi madre era una mujer fuera de serie. Mona, inteligente, re piola. Había quedado huérfana muy joven, el día que cumplió 18 años, su madre se pegó un tiro, se suicidó. La enviaron a vivir con una tía hermana de su madre, que tenía una hija. Un día abrió la llave del gas y ambas se suicidaron. Se fue a vivir con su abuela, que la casó con mi papá. Tuvo una vida dura, aunque fueron un matrimonio feliz, donde ella manejaba todo. Mamá no era francesa, pero se volvió muy parisina… Era elegante, y le gustaba ir a las carreras en Longchamps. Decía que las mujeres más elegantes eran las argentinas. Nombraba a Dulce Liberal Martínez de Hoz, siempre…”. En su imaginario, Argentina era un país lejano, ajeno a la guerra, donde todos eran ricos y elegantes.
Huyeron en un auto —que, como a la familia, conducía Renée— abigarrados junto a tíos y primos, y antes de pasar del sector de Francia ocupado por los alemanes hacia el que aún era libre, Mariette fue bautizada como católica y tomó la Primera Comunión. En ese lapso de tiempo, su madre regresó sola a París. Allí se reencontró con Rita, la institutriz de sus hijos. “Ella tenía un coraje que mi padre no. Viajó a dedo, en bote, se metió en una zanja porque bombardeaban. La pasó brava. Cuando se encontró con la niñera levantaron la casa y pusieron todo a nombre de ella. Después mamá la trajo para acá. Murió en sus brazos. En casa tengo estos sillones y algunas imágenes de aquella casa”, relata.
Una vida sin pasado
Los Diamant llegaron al país el 1° de octubre de 1941, a bordo del buque Cabo de Buena Esperanza, con papeles apócrifos.
Para Mariette, la decisión de su madre fue “de vida o muerte” para huir de los nazis y llegar a un país seguro, donde vivirían sin mayores sobresaltos. Lo singular de su historia es que luego continuaron con la fachada, renegaron de su origen judío. Según ella, su madre lo hizo “por snob”. “Mamá no conocía a nadie acá. Ella empezó a relacionarse con argentinos, le gustaba la gente bienuda, la sociedad… Y le gustaba tener cosas religiosas. ¿cómo me iba a imaginar yo?”, y muestra una imagen de San Sebastián. También se presentaron en los colegios donde anotaron a Mariette y Charlie como católicos. “Excepto mi papá. Él no. Pero tampoco habló nunca en casa de eso. Cuando me casé en la Iglesia del Socorro, él vino, me acompañó hasta el altar. ¡Pobre papá! Lo que debe haber sufrido. Hijo de un rabino y con dos hermanos rabinos, llevándome a una iglesia, lo que son las cosas…”
—¿Por qué cree que su padre aceptó que ocultaran que eran judíos, tanto su esposa, Renée, como sus hijos?
—Mi padre hacía lo que decía mamá. Esa es la única respuesta. La admiraba.
En el libro, Mariette relata el día de 1945 en que su padre supo, a través del hermano que huyó con ellos y marchó luego a los Estados Unidos, que toda su familia había muerto en los campos de concentración. Tenía 11 hermanos. Y aún así, no le contó nada. Su madre disfrazó ese capítulo familiar del Holocausto como que “habían muerto bajo las bombas alemanas, un modo de trastocar una verdad que molesta”.
En el libro de Hélène Gutkowski, Mariette subraya: “Mamá y papá siguieron guardándose muy bien de pronunciar delante de nosotros las palabras que hubieran podido develar la auténtica causa de la muerte de todos los miembros de sus familias. Los términos ‘judío’, ‘antisemitismo’, ‘nazismo’, persecuciones’, ‘cámaras de gas’, no formaban parte de nuestra saga. Jamás me hablaron del Holocausto, ni de una ‘raza inferior’, ni de la destrucción sistemáticamente organizada de esa raza. Mis padres nunca me revelaron que sus seres próximos hacían sido encerrados en guetos o deportados, que habían muerto de inanición o bajo el yugo de los nazis. Nunca me hablaron de hornos crematorios, de ejecuciones masivas, de fosas comunes...”
Renée llegó a ocultar la partida de nacimiento vienesa de Mariette, siempre explicó que se había perdido en un incendio. Allí, en en renglón donde debían indicar la religión, decía “israelita”, que era como nombraban a los que eran judíos. Mariette la encontró por casualidad hace unos tres años, en un cajón que pertenecía a su madre, cuando comenzó a rodarse el documental.
A Mariette la anotaron en un colegio de monjas. “Me la imagino a mamá el día que fue a hablar con la superiora. Era mona, elegante, hablaba bien. Debe haber puesto el acento francés al máximo. Sí, marcando bien de que era francesa”.
Pero el ambiente donde se movía, a la par de católico, tenía una fuerte impronta antisemita, lo que fortaleció el relato falso que su madre le inculcó. “Antisemita, si. Cada monja que cada año, cuando todas las monjas que teníamos, cuando podían hablaban en contra de ellos”, explica Mariette refiriéndose a los judíos, una palabra que, según la directora del film, aún hoy le cuesta pronunciar.
El prejuicio incorporado, el propio antisemitismo metido hasta el hueso y el miedo irracional a revelar su verdadera identidad le cortaron a Mariette hasta la posibilidad de un amor. “Estuve bastantes años de novia con Emilio, ahí tengo su foto. Fue un gran amor mío. Pero llegó un momento en que yo pensé que él no sabía eso y no se merecía a una judía, mirá las cosas que pensaba yo… Y lo largué. Su familia era tradicional, muy católica. Después yo me casé, él se casó, nos veíamos de vez en cuando en reuniones. Pero después cada uno se separó y un día me invitó a almorzar, acá por Riobamba. Me trajo un libro de regalo, con toda nuestra historia. Y se lo dije. Me respondió ‘pero a mí eso no me hubiera molestado’. Estuvimos varios años juntos después, cada uno en su casa”, recuerda.
Su marido pertenecía a la Armada Argentina. A él sí se lo contó. “Fue poco antes de casarnos. Creí que no me podía casar con un marino sin decírselo. Él nunca me preguntó nada más. No se volvió a hablar del tema. Estuvimos 27 años juntos. Y después me separé”.
La deconstrucción de Mariette
Un día, el mundo de Mariette, su propio Truman Show, dio un vuelco. Comenzó, como lo llama, a “derrumbar el edificio” que construyó su madre. Darle otro final a la “obra de arte” que había digitado su vida hasta entonces. Mariette atendía junto a su hija un negocio de decoración. Allí llegó Hélen Gutkowski. “Ella necesitaba un regalo de casamiento. Tenía un acento raro. Me encanta reconocer los idiomas. Me dijo que era francesa y estaba casada con un argentino, como yo. Me contó que iba a formar un grupo de franceses que pasaron la guerra y vinieron a la Argentina. Al mes me llamó porque habría una reunión. Fui. Cuando entré vi gente rara. Al rato me dí cuenta que eran todos judíos. Yo no le había preguntado a Hélen, porque no me interesaba”.
Y entonces, por primera vez, junto al grupo llamado Los Niños Escondidos, Mariette contó su vida. Le costó: “Antes, pedí un vaso de whisky al dueño de casa. Y largué todo…”.
Se dió cuenta, además, cómo aquellos monstruos que la educación y el ambiente donde se movía habían tallado en su mente desaparecían: “Esa gente se vestía como yo, eran parecidos a mí. Lo que pasa es que nunca había ido a una sinagoga, ni escuchado nada de la religión judía. Nada”. Fueron ellos, en las reuniones, los primeros en señalarle sus actitudes antisemitas, que asumió.
En el libro de Gutkowski se menciona que en las reuniones, un día, y sin pensarlo —es decir, naturalmente—, Mariette les contó lo que pensaba decirle a sus hijos: “Quiero hacerles entender que las dos Mariette que conocen, esa cuyo matrimonio fue bendecido por un cura en la iglesia del Socorro, la que los ha alzado ante le pila bautismal y que tantas veces lo ha acompañado a misa; y esta otra, la Mariette que hoy es miembro de Generaciones de la Shoá en Argentina, la que colabora con la Fundación Raoul Wallenberg, la que no cree más en ninguna religión y que, de ahora en adelante, quiere invertir toda su energía en la lucha contra la intolerancia y los prejuicios, pues quiero que sepan que esas dos Mariette son una única y misma persona. El hecho de ser judía no me convierte en un ser distinto de aquel que he sido hasta hoy, ni en alguien mezquino o despreciable. ¡Soy judía y católica a la vez!”... Luego, relata la autora, Mariette hizo un silencio y se sorprendió: “Es la primera vez que digo que soy judía”.
El siguiente paso fue contárselo a sus amigas. “Mis amigas eran todas pituconas. Cuando cumplimos 50 años de recibidas del secundario fuimos a comer y ahí me animé. Se levantaron y me dieron un beso”. Otras personas no recibieron su verdad de la misma forma: “Una amiga mía que vive en el edificio no quiere ni que le hable del tema”.
Mariette cuenta que hoy está mejor. “Liberada. Me ayudó mucho el grupo. Lo peor es que fui a tres analistas y nunca les dije nada… ¡la plata que tiré al p…! (ríe). El otro día les comenté que nunca fui a un casamiento judío o a un Bar Mitzva, y Hélène me llevó a uno. Me sentí bien tratada”. De hecho, todas las semanas asiste a reuniones del Tzedaka con un grupo de judíos sobrevivientes.
Mariette, ahora, navega culturalmente entre el catolicismo de toda su vida y el descubrimiento de su judaísmo. Pero si se tiene que definir sobre su religión, manifiesta ser “agnóstica”. Y no oculta —con esta frase que contiene otro prejuicio, pero esta vez positivo, comienza la película— que “me hubiera gustado conocer a un judío... pero no lo digo por el sexo”.
—¿Y por qué?
—Porque supe que eran muy inteligentes, gente diferente, que no eran como el tipo del boludo argentino que yo salía (ríe).
No obstante su apertura hacia la verdad familiar que experimentó en los últimos años, reconoce que si su madre viviera, ella jamás se hubiera abierto a reconocer su identidad. Le daba miedo, de haber contado su pasado y derribado toda la fachada construida por su madre, que Renée eligiera el mismo camino que su abuela y su tía abuela, el del suicidio. “Que mi mamá muriera me liberó a mi para contarlo”.
Recién después que fue editado el libro de Hélène, se lo contó a su familia. Cada uno, con su vida, hace lo que puede. ¿Por qué iba a ser ella la excepción? Pero aún queda una anécdota más del proceder de su madre. “Mis hijos y mis nietos navegaban todos. Un día estábamos en el club y mi madre miró a uno de ellos y dijo: ‘Pensar que una generación más, y este problema se acabó’”. Se refería a que luego de tres generaciones sin que una descendiente tuviera un hijo con un judío, ya no lo podrían reconocer como tal. Pero al destino le gusta jugar a los dados con la voluntad de las personas: en 2014, una de sus nietas se puso de novia con un joven judío. Al año siguiente, nació la primera bisnieta de Mariette. Una niña judía.
El final de la película es con los nietos abrazándola. La historia, más allá de las circunstancias puntuales que le tocaron en suerte a Mariette, deja una enseñanza vital para cualquier sociedad: que todos los discursos de odio están basados en una profunda ignorancia.
A Poli Martínez Kaplun la historia no le llegó por casualidad. Ella es socia en Lifestories, una compañía de cine independiente que tiene junto a Lucas Werthein y Carlos Winograd. Ellos produjeron los documentales que participaron Lea y Mira dejan su huella (2016), que tiene como protagonistas a dos mujeres sobrevivientes de Auschwitz, y La Casa de Wannsee (2019), que narra cómo la propia directora del film fue en busca de las raíces de su familia judía. Como conclusión, para ella, “algo bueno que logré como directora es que la cámara pudo estar dentro de un conflicto familiar del que no se hablaba. De algún modo, la propuesta de hacer la película funcionó como un dispositivo de escucha e hizo que circulara, en la familia, un tema que cada uno, de algún modo, tenía atragantado. Un secreto a voces que empezó a abrirse a partir del libro que escribió Helene, pero entre ellos nunca se había hablado. Este lugar sigiloso, como invisible, estando pero no invadiendo, no censurando, simplemente escuchando y observando, le dió a la película el don de encontrar los pensamientos , los conflictos, el dolor en un tema íntimo familiar donde cualquier espectador puede verse reflejado”.