Por estos días la figura de Liam Neeson ha vuelto a resurgir en el rol que mejor desempeña: el género de acción. Porque si bien a lo largo de su carrera se ha probado en una diversidad de personajes -desde Star Wars a Los miserables-, él sabe bien -tanto como el público- que poniéndose en la piel de hombres honrados que luchan por el bien o para salvaguardar la integridad de alguien, según la circunstancias, resulta infalible. Búsqueda implacable, El pasajero, Venganza implacable y Non-Stop: sin escape, confirman esta máxima del irlandés, que por estos días hace de las suyas en Riesgo bajo cero, uno de los grandes éxitos de Netflix.
Allí, el noble Liam es un camionero que debe embarcarse en una travesía para rescatar a unos mineros atrapados, manejando en una ruta helada y realizando otras peripecias que no vendrán a contarse aquí, evitando caer en los spoilers.
No obstante, no todo fue color de rosa para Neeson antes de lograr esa reputación que lo envuelve y lo cobija. Lo que supo ganarse por mérito propio trae consigo un camino de sufrimientos y reivindicaciones constantes. Situaciones que lo marcaron a fuego desde de la infancia. Y con una adolescencia controvertida.
Liam fue criado bajo la religión católica de una manera muy estricta. Cada domingo, juntos a sus padres y sus tres hermanos, iba a misa, y durante la semana realizaba acciones sociales en Bellymena, su lugar de nacimiento, en Irlanda de Norte. “La Iglesia tuvo una gran presencia en nuestro hogar. Yo era monaguillo cuando era niño y tuve la fantasía de ser sacerdote”, contó en una entrevista para la CNN.

Neeson nació el 7 de junio de 1952 en una época compleja. En esos años Irlanda del Norte estaba atravesada por violentos conflictos sociales. Había dos opciones: ser católico o protestante; en el medio, no había nada. “No fue fácil crecer en ese ámbito, con dos religiones enfrentadas, con protestantes en la calle. Todo eso te vuelve precavido. Muchos amigos murieron en encuentros con otras pandillas. Fui un chico que creció en un lugar en el que durante 30 años hubo guerra”.
El actor tiene una fecha marcada. El 30 de enero de 1972 paracaidistas británicos descendieron en la ciudad de Deery y, sin mediar palabras, comenzaron a disparar a mansalva. Murieron 14 civiles que estaban desarmados. Un Liam de 19 años se encontraba allí: se salvó su vida casi de milagro al conseguir refugiarse a tiempo. “He conocido a chicos y chicas que han sido perpetradores de violencia y víctimas. Protestantes y católicos. Es parte de mi ADN”, advierte, sin quitarle dramatismo.
Neeson tenía solo 9 años cuando sus padres lo anotaron en una escuela de boxeo, preocupados porque hiciera un deporte, pero todavía más por que supiera cómo defenderse. Su profesor era el párroco del pueblo. “Era un gran boxeador, al poco tiempo se convirtió en el mejor de Irlanda”, recordó el hombre en una entrevista cuando Liam ya empezaba a ser conocido mundialmente.

“Tenía dos pares de guantes viejos y un libro sobre cómo boxear”, relató el actor sobre aquellos primeros golpes. Creció tanto que a los 11 empezó a boxear profesionalmente. Ese mismo año comenzó a estudiar teatro: lejos de una vocación, lo hacía para estar cerca de una compañera de colegio que le gustaba.
A los 17, cuando terminó el colegio, se anotó en la universidad para seguir la carrera de Física y Ciencia Informática, pero al poco tiempo abandonó los libros. Al no estudiar, debía trabajar. Y ese era su gran objetivo: como el dinero no sobraba en casa, quería conseguirlo para contar con cierta independencia. Su primer empleo fue en una reconocida fábrica de cerveza. Poco después también dejaría el boxeo, aun cuando todos avizoraban un gran futuro: un fuerte golpe en una pelea lo envió al hospital, y Liam ya nada quiso saber con volver a subir a un ring.
En esta serie de abandonos, Neeson renunció al trabajo para desempeñarse como profesor de Informática. La discusión con un adolescente de 15 años terminó de una manera tan violenta como repudiable: Liam lo golpeó. Y lo echaron. Corría el año 1976 y decidió embarcarse decididamente en la actuación. Rápidamente fue ganando terrero hasta convertirse en un referente del teatro de su ciudad. También se probó en películas menores, y se lució.

Su estreno fue en 1980 cuando el cineasta británico John Boorman lo convocó para Excalibur. Se mudó a Inglaterra y en el rodaje conoció a la actriz Helen Mirren, su primera novia famosa. Fue amor a primera vista. Al poco tiempo probaron la convivencia, y cuatro años después se distanciaron. Fue justo cuando a Liam lo convocaron para la serie Miami Vice, de Don Johnson, que lo obligó a una nueva mudanza, esta vez a los Estados Unidos.
Liam tenía 42 años cuando conoció al gran amor de su vida: la actriz británica Natasha Richardson. Se casaron y tuvieron dos hijos: Michael y Daniel. Hasta que en el 2000 la vida los puso a prueba por primera vez cuando el actor sufrió un grave accidente: iba en su moto por una ruta cuando un ciervo se cruzó en su camino, y terminó cayendo por un barranco. Neeson alcanzó a volver al costado del camino, con la esperanza de que alguien lo viera. Fue internado con fracturas y múltiples contusiones. El diagnóstico de los médicos no era promisorio. Con los meses, logró recuperarse. Y allí, desde el primer minuto, Natasha siempre estuvo a su lado. El irlandés volvió a hacer cine, pero jamás pudo subirse a una moto, ni siquiera cuando el guion así lo establecía.

El mundo idílico de Liam y Natasha se derrumbaría el 18 marzo de 2009. La actriz esquiaba en un centro de Mont Tremblant, cerca de Québec, Canadá, cuando perdió el equilibrio yendo a gran velocidad y terminó golpeando su cabeza contra el hielo. Fue atendida rápidamente, pero los médicos nada pudieron hacer luego de comprobar que tenía muerte cerebral. Tenía 45 años.
Desde ese momento la vida del actor cambió radicalmente. Sumergido en la pena, pidió por favor volver a trabajar para intentar despejarse, ya que tenía miedo de ingresar en una depresión. “No soy bueno sin trabajo”, dijo en una entrevista al programa 60 minutos. “Simplemente no quería, especialmente para mis hijos, parecer estar revolcándome en tristeza o en la depresión”. No hace mucho remarcó que la muerte de Natasha le dejó una enseñanza. “Aprendí a vivir y amar todos los días como si fuera el último. Porque algún día, lo será”.
Hoy, a los 69 años, apoyado en su vida laboral, en sus amigos y familia, se levanta toda las mañanas con un gran peso en sus hombros. Pero entendiendo que debe seguir adelante.

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