
La inteligencia artificial (IA) está transformando la vida cotidiana de millones de personas. Entre las comunidades donde su avance resulta especialmente relevante, destaca la de las personas neurodivergentes —aquellos que viven con autismo, TDAH, dislexia y otras condiciones que alteran la forma de procesar el entorno—, quienes han encontrado en los chatbots y asistentes impulsados por IA una herramienta inédita para sortear barreras que muchas veces dificultan su participación laboral, social y emocional.
Aunque persisten debates sobre el uso y los riesgos del desarrollo acelerado de la IA, un número creciente de personas neurodivergentes considera a estos modelos una suerte de salvavidas digital, capaz de ofrecer acompañamiento, asesoría y hasta empatía en tiempo real.
Experiencias personales: la IA como aliada clave
Kate D’hotman, cineasta radicada en Ciudad del Cabo, conoce bien el peso de las dificultades para descifrar las señales sociales. A sus 40 años, D’hotman vive con autismo y TDAH, y si bien su profesión le exige conectar con audiencias, interactuar cara a cara puede ser abrumador: “Nunca he entendido cómo la gente descifra las señales sociales”, confiesa a Reuters. Desde 2022, ha integrado ChatGPT, el chatbot de OpenAI, en su rutina laboral y personal para ayudarla a superar obstáculos comunicativos. Lo consulta antes de enviar mensajes a sus colegas, le pide analizar el tono de sus textos y lo utiliza incluso como un “terapeuta” digital para desentrañar malentendidos en sus relaciones más cercanas.

En una ocasión, al enviar a su jefe una lista directa de sugerencias de mejora para la empresa, D’hotman se encontró con que su respuesta fue interpretada como ruda. Desde entonces, prefiere que ChatGPT revise la forma y el fondo de sus interacciones importantes. A veces le plantea distintos contextos y solicita que actúe como psicólogo: le ha dado semanas de mensajes para revisar y extraer matices que de otra forma se le escaparían. “Sé que es una máquina —admite—. Pero, a veces, sinceramente, es la voz más empática de mi vida”. Valora especialmente el tono positivo y la ausencia de juicios, algo difícil de encontrar en el trato cotidiano.
Sarah Rickwood, gerente de proyectos en Kent, Reino Unido, también convive con autismo y TDAH. La falta de control sobre sus pensamientos y la dificultad para mantener la atención pueden hacer que pierda el hilo en las conversaciones, lo que genera malentendidos. Para Rickwood, la IA le permite estructurar mejor correos electrónicos, propuestas laborales y otros mensajes: ha logrado, gracias a esa ayuda, aprovechar más su potencial intelectual y reducir el estrés asociado a comunicarse.
Herramientas creadas con la neurodiversidad en el centro
El crecimiento del uso de chatbots respaldados por IA es indiscutible: según un estudio de enero de Google e Ipsos, el uso global de IA aumentó un 48 %, con más de 400 millones de usuarios semanales activos y al menos 2 millones de suscriptores empresariales en la plataforma de OpenAI. Ante esa demanda, aplicaciones especializadas han surgido para responder a situaciones específicas de la neurodivergencia.

Michael Daniel, ingeniero en Newcastle, Australia, desarrolló NeuroTranslator después de ser diagnosticado —junto a su hija— con autismo. Su objetivo fue encontrar una manera de comunicarse más eficazmente con su esposa neurotípica y el resto de su entorno cercano. La herramienta le permite analizar sus propias palabras y anticipar cómo podrían ser interpretadas por los demás, lo cual evita “cargas emocionales” innecesarias en la dinámica familiar. Más de 200 usuarios pagan hoy por la aplicación —cuyo prototipo web, Autistic Translator, superó los 500 suscriptores mensuales—.
Riesgos y advertencias ante el avance de la IA
A pesar del impacto positivo, expertos advierten que la conveniencia de la IA puede volverse adictiva y promover una dependencia excesiva. La científica de la computación Larissa Suzuki sostiene que el abuso de chatbots podría obstaculizar habilidades de adaptación y rendimiento fuera del entorno digital, o incluso volverse problemático cuando los sistemas fallan o arrojan errores. Un reciente informe de Carnegie Mellon y Microsoft señala que el uso prolongado de IA generativa puede reducir la capacidad de pensamiento crítico, especialmente en tareas rutinarias donde el usuario delega completamente en la tecnología.
Otros especialistas, como la psicóloga Melanie Katzman, reconocen los beneficios de las herramientas para personas neurodivergentes pero advierten que, a diferencia de un terapeuta humano, la IA rara vez incentivará al usuario a salir de su zona de confort. Un chatbot, dice, difícilmente animará a enfrentar desafíos sociales fuera del entorno virtual.

Dependencia tecnológica y necesidad de regulación
El asesor de inteligencia artificial Gianluca Mauro enfatiza que los chatbots priorizan la satisfacción del usuario por encima de mecanismos críticos o recomendaciones éticas; al no estar regulados ni sujetos a códigos profesionales, existe un riesgo si la tecnología se convierte en la única vía de comunicación para personas vulnerables. De ser así, sostiene Mauro, la regulación resultaría inevitable.
A pesar de las advertencias, quienes encuentran en la IA una ayuda vital insisten en que la tecnología cubre un vacío tangible. Kate D’hotman comparte que tras recibir su diagnóstico, su capacidad de comunicación se redujo radicalmente, lo que la llevó a un periodo de reclusión que la dejó prácticamente aislada. Hoy, asegura: “Como alguien que ha luchado con una discapacidad toda mi vida, necesito esto”. Para muchos neurodivergentes, la IA representa no solo una herramienta, sino una nueva vía para integrarse plenamente en la vida social y profesional.
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