
En ‘Terminator 2: Judgment Day’, el T-1000 encarnaba una amenaza fluida e imparable. Su capacidad para licuarse, atravesar barrotes, regenerarse y adoptar múltiples formas parecía una fantasía cinematográfica imposible de materializar. Décadas más tarde, un equipo de investigadores ha presentado una innovación robótica que recuerda de forma inquietante a aquel androide de metal líquido.
No se trata de una creación salida de un estudio de efectos especiales, sino de un desarrollo científico real que abre un abanico de posibilidades prácticas.
El impresionante robot que cambia de estado
La máquina en cuestión lleva el nombre de MPTM, acrónimo en inglés de Magnetoactive Phase Transitional Matter (Material de Transición de Fase Magnetoactiva). Su aspecto visual no intimida: recuerda al tamaño y forma de un muñeco de Lego.
Pero su estructura, basada en un metal líquido embebido con micropartículas magnéticas de neodimio-hierro-boro, lo convierte en una tecnología sin precedentes. Puede cambiar de estado sólido a líquido y volver a solidificarse en cuestión de segundos, todo mediante la acción de campos magnéticos.
Este comportamiento no responde a una maniobra escénica, sino a una composición científica precisa. La aleación metálica responde al calor inducido por campos magnéticos alternos, lo que permite que el robot se funda y luego recupere su forma inicial cuando el entorno se enfría.
Este proceso de transición reversible es clave para sus múltiples funciones: desde adaptarse a obstáculos hasta actuar dentro de estructuras mecánicas o incluso biológicas.

Durante una serie de pruebas documentadas por la revista Mater, el MPTM fue sometido a diferentes escenarios diseñados para comprobar sus límites físicos y operativos. Uno de los experimentos más ilustrativos consistió en colocar al robot dentro de una celda con barrotes estrechos.
Al recibir el estímulo magnético, el cuerpo del robot se licuó, escurrió a través del espacio y, al salir, recuperó su forma original. La escena remite de manera directa a la icónica secuencia del T-1000 atravesando las rejas de una prisión.
Más allá del impacto visual, el equipo de ingenieros exploró aplicaciones prácticas de alto valor. En una simulación médica, el robot logró extraer un objeto del interior de un estómago artificial y luego depositar una dosis precisa de medicación en el mismo sitio. Este uso potencial en medicina abre caminos hacia nuevas formas de administración de fármacos y microcirugía no invasiva.
En otro experimento, el robot actuó como una herramienta de reparación electrónica: se licuó, penetró en una cavidad y, tras solidificarse, sirvió como un punto de soldadura para cerrar un circuito. Estas funcionalidades transforman al MPTM en una suerte de operario multifunción con una adaptabilidad que supera las capacidades de los robots rígidos convencionales.

Una función adicional permite que el robot funcione como tornillo mecánico para ensamblar piezas en zonas inaccesibles. El material se funde dentro de una cavidad roscada, se adapta a la forma del espacio y luego se solidifica, generando una unión firme. Esta propiedad lo habilita como un componente móvil que se ensambla y desensambla sin necesidad de herramientas externas.
Carmel Majidim, autor principal del estudio y miembro de la Universidad Carnegie Mellon, explicó que “las partículas magnéticas hacen que el material responda a un campo magnético alterno, de modo que se puede, por inducción, calentarlo y provocar el cambio de fase”. Esta respuesta térmica inducida también otorga al robot su movilidad dirigida, lo que permite guiarlo a través de entornos complejos con precisión.
A pesar de sus múltiples demostraciones, el equipo científico reconoce que las pruebas actuales son puntuales. Todavía queda un camino extenso de investigación para consolidar usos clínicos o industriales a gran escala. Los próximos pasos incluirán garantizar la seguridad biocompatible del material, extender su durabilidad y perfeccionar los sistemas de control a distancia.
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