Lo untaron con ajo, lo llamaron “vaquita”, le hicieron fototerapia, pero decidió ser feliz con su vitiligo
A Diego Carballo le diagnosticaron esta afección cutánea a los cinco años. En esos tiempos había poca información y su madre lo llevaba desde Berazategui a deambular por toda la Capital Federal para dar con un tratamiento eficaz. Hoy, desde el barrio de Guernica, donde vive con su familia tiene un emprendimiento con el nombre de la enfermedad tal vez como símbolo de la aceptación de su condición. “Yo soy el vitiligo y el vitiligo soy yo”