
La marca de los cinco puntos, el símbolo del policía rodeado por hampones para ser baleado hasta la muerte, una declaración de guerra, es una marca del hampa clásica de la Argentina, una cosa hecha en los penales décadas atrás, con punzones y tinta china. Es anacrónico, ya casi en desuso. Los tatuadores en las cárceles del país, algunos con máquinas de verdad, aprendieron a tatuar mejor.
Es una marca de bravos, de picantes, para empezar. Suele verse en la mano, justo debajo del pulgar. Cristian Abel M., “El Titán”, un pesado del barrio Las Casitas de González Catán, lo tiene en el cuello, sobre los nombres de sus amores.
Debajo, para que no queden dudas, alguien le tatuó, bien grande, para que se lea:
“ODIO A LA POLICÍA”.
“Pasó la mitad de su vida preso”, dice un detective que lo conoce bien. La semana pasada, la DDI de La Matanza de la Policía Bonaerense lo detuvo tras una causa a cargo del fiscal Gastón Duplaa por un delito particularmente grave: intento de robo a mano armada, junto a un doble intento de homicidio. “El Titán” de Las Casitas, esta vez, según la acusación en su contra, le tiró a matar a sus víctimas, una familia entera. Dos de ellas terminaron en terapia intensiva.

El hecho ocurrió el martes último, cuando la Policía Bonaerense recibió una alerta desde la clínica Figueroa Paredes de Laferrere. Allí, un grupo de vecinos del barrio habían trasladado a un hombre con 42 tiros en el abdomen y a su hijo de 18, con otra bala en el abdomen también, víctimas de un robo motochorro. La pareja del hombre, madre del chico, había resultado ilesa.
Así, pudo declarar.
Aseguró que ella y su familia encontraban en la esquina de Céspedes y Gamboa, jurisdicción de La Matanza, cambiando una cubierta de su Ford Eco Sport, tras haber pinchado. Entonces, dos sospechosos a bordo de una moto negra llegaron para robarles a punta de pistola, con particular violencia, uno de ellos abrigado con un camperón de River Plate. Los amenazaron para que entreguen sus pertenencias. Al no tener nada para robar, le dispararon a padre e hijo y escaparon.
Así, la DDI matancera comenzó tareas de campo, testigos, tareas encubiertas. Llegaron al nombre de Cristian Abel y a su nombre en el barrio Las Casitas. Tras montar una capacha, una vigilancia encubierta, fueron por él. Le allanaron la casa: el camperón de River que supuestamente usó en el hecho estaba ahí. El fiscal ordenó un dermotest a sus manos: el hallazgo de plomo, bario y antimonio será una prueba clave para determinar si disparó el arma que dejó a sus víctimas al borde de la muerte.
Mientras tanto, su cómplice en el ataque continúa prófugo.
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