No tenía miedo. Ese 13 de diciembre de 2007, cuando murió a los 64 años de edad, Víctor Sueiro ya sabía lo que le esperaba. Y estaba en paz. Periodista, escritor y conductor de televisión, había comenzado su carrera cuando era una adolescente en la gráfica, como redactor del diario El Mundo. Luego había debutado con Teleshow en la pantalla chica. Y más tarde incursionó en el cine y el teatro como guionista y adaptador. Sin embargo, el 20 de junio de 1990, ocurrió un hecho que marcó un antes y un después en su vida. Y, desde entonces, se ocupó de tratar de explicar lo que para muchos aún sigue resultando inexplicable.
“El paso de la vida a las tinieblas fue inmediato, instantáneo, puede decirse que no hay como medirlo”, relataba en Más allá de la vida, el libro que escribió a partir su su experiencia. Sueiro había ido a hacerse un cateterismo al Sanatorio Güemes. Estaba en la Sala de Hemodinamia, en el piso 8. Y se suponía que la intervención era simple. Sin embargo, en un momento sintió lo que él pensó que había sido un desmayo. Pero que, según le explicó luego el doctor Jorge Wisner, del equipo médico de Luis de la Fuente, en realidad había sido una fibrilación, a raíz de la cual había estado 40 segundos técnicamente muerto.
En el mismo libro, que se convirtió en un boom editorial con más de 300 mil ejemplares vendidos, a los que se le sumaron 50 mil en la edición de bolsillo, el hombre explicaba con palabras simples qué era lo que le había sucedido durante el proceso. “Es como si el corazón estuviera conformado por miles de músculos y que cada uno de ellos se moviera a su propio compás. Esto, obviamente, provoca un caos mortal”, decía. Su órgano vital se había puesto “loco”. Y, de no haber sido por el desfibrilador, “esos discos que se ven en las películas, que te mandan no sé cuántos voltios y que te hacen saltar”, nunca hubiera podido contar esa historia.
Sueiro sufrió un paro cardiorespiratorio. Es decir que su corazón dejó de latir y sus pulmones no lograban oxigenarlo, pero su cerebro siguió funcionando. Así que, al enterarse de que había “resucitado”, se tomó el trabajo de recordar todo lo que había visto, oído y sentido en ese pequeño lapso de tiempo en el que había dejado este plano para espiar lo que había del otro lado de la muerte.
“Negro total. El mundo fue desenchufado”, comenzaba contando. Y continuaba: “Casi enseguida, sentí que no tenía tiempo. No hay calor. No hay frío, no hay viento.(...) De repente, la Luz. Impresionante. Esa Luz estaba muy cerca, frente a mi. Era como un sol. (...) Apareció y fue como un baldazo de pintura blanca sobre una pizarra cerradamente negra”. ¿Su sensación? “Mi nuevo ‘yo’ sentía la necesidad de acercarse, de entrar a esa luz para formar parte de ella. No importaba lo que yo quería, era la luz la que decidía todo. Y por sobre todo había dos sentimientos que emanaban de aquella luz, de manera arrolladora, pero suave, como un alud de nubes, una avalancha de besos: el amor y la paz”.
Sueiro hablaba de un estado placentero, un éxtasis absoluto. Ese resplandor “era increíblemente brillante pero no enceguecía”. Y él sentía “estar flotando sin cuerpo, frente a un óvalo de luz incomparable que emitía una paz con la que ni siquiera soñamos soñar; un amor que todo lo abarcaba, que hacía que todo tuviera sentido”. Fue como un viaje hacia el otro lado. Pero con la posibilidad única de regresar para compartirlo con aquellos que aún sienten temor por lo que vendrá.
“¡Viniste, Gallego!”, le decían unas voces que parecían darle la bienvenida. Oyó un “Víctor”, un “Vittorio” y hasta un “Hola Tito”, que era el apodo con el que solo lo llamaba su mamá. “Jamás tuve la sensación de que eso era el final de algo. Por el contrario, era inmensamente fuerte e indiscutible para mí entonces (y ahora) el sentimiento de que precisamente ese era el principio. Y un principio bello, pleno”, expresaba. Pero después sintió un tironeo. Algo que lo llevaba de nuevo a la oscuridad. Y que, finalmente, lo traía otra vez a la vida.
Inevitablemente, Sueiro empezó a investigar sobre el tema y descubrió que no había sido el único que había pasado por una experiencia de este tipo. Y no solo escribió una docena de libros sobre el tema, sino que entre el 2003 y el 2004 llegó a tener su propio programa en Canal 13, Misterios y milagros, en el que desarrollaba este tipo de cuestiones. Era, obviamente, blanco de las burlas de los escépticos. Pero él estaba seguro de que su misión era comunicar lo que había vivido. “La ciencia cambia. La fe no cambia jamás. No estoy pretendiendo que me crean. Sencillamente cuento algo que me pasó. Y si me metí en ese brete de hacerlo públicamente es porque siento la necesidad imperiosa de contar eso que yo viví porque le da esperanza a mucha gente”, explicó en una entrevista.
“¡Que Sueiro apague la luz!”, decía una publicidad que el periodista hizo para Edenor en el año 2007, ya más relajado y aceptando la humorada. En ella se hacía una parodia, en la que un grupo de investigadores lo visitaba reprochándole que estaban derrochando mucha energía eléctrica porque él no había apagado la luz antes de volver del más allá. Y lo instaban a volver del otro lado para bajar el interruptor. Pero pasaron 17 años, 11 angioplastías y 15 cateterismos, antes de que el hombre volviera a cruzar el portal de la muerte luego de una intervención en el Sanatorio Otamendi. Y, esta vez, fue para siempre.
“Morir es como un viaje en tren: lloran los que se despiden en el andén, pero el que viaja está muy contento”, decía Víctor tranquilo. Y eso fue lo que ocurrió con sus seres queridos cuando a él le tocó partir. Casado con la célebre productora de televisión Rosita Sueiro, le dejó el legado a su hija, Rocío, quien estudió periodismo para darle el gusto, despuntó el vicio de la actuación y, en la actualidad, cursa la carrera de psicología para ayudarse a escribir sobre un tema mucho más terrenal que el que develaba a su padre: el duelo. Ese que tantos años le llevó elaborar luego de la muerte de su progenitor, al que consideraba además su mejor amigo.