
Hay imágenes que nacen para quedarse. No importa el país, el idioma ni el sistema de salud: basta entrar a un hospital para encontrarla allí, serena, firme, eterna. Una mujer joven, cofia impecable, uniforme claro, el dedo índice apoyado contra los labios como un suave recordatorio: silencio, por favor. Esa fotografía —tan repetida, tan naturalizada, tan universal— tiene detrás una historia que muy pocos conocen y que jamás sería noticia si no fuera por la curiosidad insistente de un periodista del interior bonaerense.
Y hoy, 21 de noviembre, Día de la Enfermera en la Argentina —fecha creada en homenaje a la Virgen de los Remedios, patrona de la actividad y figura protectora de quienes dedican su vida a cuidar a otros— la historia adquiere otro brillo. Porque esa imagen, que simboliza respeto, calma, cuidado y humanidad, tiene rostro argentino. Y ese rostro perteneció, y pertenece, a Muriel Mercedes Wabney, una modelo que jamás imaginó que una simple sesión fotográfica terminaría convirtiéndola en un ícono silencioso de la salud mundial.
Una foto que no se pensó para la posteridad
La historia podría haber quedado enterrada para siempre si en 1970, en Bahía Blanca, un cronista no hubiese escuchado un comentario casual en medio de una charla de pasillo. El periodista trabajaba para el semanario Paralelo 38, y estaba habituado a cubrir temas variados, cuando el destino lo cruzó con Juan Craichik, jefe de los laboratorios Taranto y Cía. SRL. No era una reunión pautada ni una entrevista formal: fue apenas un instante antes de que Craichik emprendiera regreso a Buenos Aires.
En esa conversación, que parecía una clásica despedida cordial, Craichik lanzó una frase que descolocó al cronista:
—¿Sabe quién hizo la foto de la enfermera del silencio? Yo.
El periodista se detuvo. ¿La qué? ¿La imagen que estaba en todos los consultorios, salas de espera, maternidades y centros de salud del país? ¿Esa foto que se doblaba, se plastificaba, se colgaba en marcos, se reproducía sin parar?
Craichik, casi sin proponérselo, abrió la puerta a una historia desconocida.

El origen: un gesto observado en un hospital de Rosario
La fotografía había nacido, como tantas ideas potentes, de una escena mínima. Craichik relató que en 1953, durante una visita a un hospital de Rosario, quedó impactado por el caos sonoro de una sala de espera repleta. Una enfermera, agotada por las interrupciones y el bullicio, levantaba el dedo índice hacia los labios una y otra vez, pidiendo silencio sin necesidad de palabras.
Ese gesto simple —doméstico, cotidiano, comprensible en cualquier cultura— se le grabó profundamente. “Ahí entendí que una imagen así no necesitaba explicación”, contaría años más tarde.
De regreso a Buenos Aires, presentó la idea a la dirección del laboratorio. Una foto clara, directa, universal. Una enfermera joven, amable pero firme. Una imagen que pudiera colocarse en cualquier institución y transmitir el mensaje sin traducciones. Le dieron luz verde.
La elección del rostro perfecto
El laboratorio convocó a un estudio fotográfico de renombre: Graf & Kitzler, donde se organizaría la sesión. Para el casting llamaron a varias modelos profesionales. No buscaban belleza idealizada sino algo más específico: ternura, autoridad y una armonía suave en la expresión.
Fue en esa búsqueda que apareció Muriel Mercedes Wabney. Su cara diferente, equilibrada, dulce y, en palabras del propio Craichik, “autoritaria sin dureza”, logró lo que ninguna otra. Wabney integraba el staff de Jean Cartier, creador del programa televisivo El arte de la elegancia. Había trabajado para marcas importantes, entre ellas Harrods Buenos Aires, la sucursal local de la histórica tienda londinense, y también en campañas para la textil Ducilo. Era una figura reconocida en el ambiente porteño de la moda de los años 40 y 50.
Inició su carrera en 1947, y para el momento de la fotografía, ya era mannequin acostumbrada a lucir prendas sofisticadas, especialmente tapados de piel que estaban de moda. Llevar la cofia blanca no era parte de su rutina, pero aquella pose —señorial, tranquila, casi maternal— le salió con naturalidad.

La sesión duró toda una tarde. Mil intentos, mil ángulos. Después, la revelación de negativos. Y entonces, entre las luces y sombras, entre los gestos suaves y las pruebas, apareció la foto. La que más tarde recorrería el planeta entero.
Una identidad que nadie preguntó
Lo increíble es que la imagen alcanzó difusión masiva sin que nadie —ni periodistas, ni instituciones, ni profesionales de la salud— preguntara jamás quién era la mujer retratada.
Más de 60.000 copias se distribuyeron gratuitamente en consultorios, hospitales y maternidades de América Latina, Estados Unidos y Europa. La foto se reproducía tanto que muchos argentinos estaban convencidos de que provenía del extranjero, de algún catálogo inglés o de una empresa internacional.
El retrato se transformó en símbolo, en advertencia amable, en parte del paisaje sanitario. Y, paradójicamente, eso borró la pista de su origen.
La explicación del anonimato era simple: en el borde inferior izquierdo de la foto estaba impreso el logo de Taranto. La mayoría de quienes la colgaban recortaban esa esquina para que se viera “más prolija”. En ese corte se perdía la única pista que revelaba que era una obra nacional.
1970: la primicia que finalmente descubre a la enfermera
Cuando aquel periodista bahiense escuchó la confesión de Craichik, entendió que tenía en las manos una historia extraordinaria. No solo era la primera vez que alguien contaba el origen de la foto: también era la primera vez que se mencionaba a la modelo. Hasta entonces nadie sabía que la enfermera del silencio era una mujer real, argentina, con una carrera, un nombre y una vida propia.
Se produjo entonces una llamada telefónica a la protagonista. El diálogo fue breve pero revelador:
—¿La gente la reconoce por la foto?
—Algunos sí —respondió—. Mi rostro no ha cambiado demasiado.
—¿Qué siente cuando entra a un hospital y se ve colgada en la pared?
—Que pasó el tiempo… pero también satisfacción.
Con esos datos y con el duplicado de los negativos que Craichik facilitó, el semanario Paralelo 38 publicó, el 5 de septiembre de 1970, un número histórico. El título decía:
“El rostro que habla. Por primera vez se revela la verdadera historia de la modelo argentina Muriel Mercedes Wabney inspiradora de la famosa foto del silencio hospitalario”.

La primicia quedó en la memoria del periodismo local y resurgió recientemente gracias al periodista Mariano Buren, quien reconstruyó la historia para el portal de La Nueva Provincia y volvió a traer a escena un retrato que parecía anónimo, pero no lo era.
El peso simbólico en el Día de la Enfermera
En este 21 de noviembre, mientras se celebra a las enfermeras argentinas en honor a la Virgen de los Remedios, la historia adquiere una nueva dimensión.
La foto de Wabney fue concebida como herramienta comunicacional, pero con el tiempo se transformó en homenaje involuntario. Representó —y aún representa— la templanza de quienes sostienen manos, acompañan miedos, calman dolores y trabajan cuando todos descansan.
Su dedo en los labios no es censura: es cuidado. Es respeto. Es un recordatorio de que la salud también necesita calma, escucha y serenidad. De algún modo, esa imagen ayudó a humanizar pasillos fríos y a suavizar silencios a veces duros.
La enfermera perfecta que no era enfermera
El contraste es curioso y hermoso: la mujer que se volvió símbolo universal de enfermería no era enfermera, sino modelo. Y sin embargo, su retrato encarnó valores esenciales de la profesión.
Quizás porque el gesto original —el de aquella enfermera real en Rosario— nació del agotamiento, sí, pero también del compromiso. Y Wabney, al recrearlo, lo volvió eterno.
Hoy, cuando la profesión enfrenta desafíos enormes, cuando la enfermería volvió a ser reconocida como esencial y heroica, recordar a la mujer detrás de la imagen también es una forma de homenaje.
Porque cada enfermera y cada enfermero que trabaja en un hospital sabe que el silencio no es ausencia: es parte del cuidado. Es el espacio donde el cuerpo reposa, donde la angustia baja y donde los profesionales pueden hacer su tarea con precisión.
Muriel Wabney quizás nunca imaginó que su foto recorrería continentes. Tampoco imaginó que, décadas después, su gesto sería símbolo de algo más profundo que una campaña de laboratorio. Pero lo es.
Y en este 21 de noviembre, su imagen se ilumina una vez más: no para pedir silencio, sino para agradecer —desde ese retrato inmóvil— a quienes llenan de humanidad los hospitales del mundo.
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