
Ningún otro argentino logró lo mismo que él. Nadie concentró tanto poder institucional como este cordobés que antes de cumplir los veinticinco años ya era senador de su provincia y que murió a los 71 al frente de uno de los tres poderes de la República.
José Figueroa Alcorta, ese hombre con nombre de una de las avenidas más importantes de la Ciudad de Buenos Aires, fue el único ciudadano argentino en encabezar el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial de la Nación.
En las primeras décadas del siglo XX, el abogado cordobés protagonizó la vida institucional del país y logró un protagonismo que nadie había conseguido antes y que nadie consiguió después. Fue Presidente de la Nación, máxima autoridad de la Cámara Alta y presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Y en ninguno de esos roles pasó desapercibido.
Sus años al frente del Ejecutivo, rol que ocupó entre 1906 y 1910, estuvieron signados por el poderío y la modernización económica del país, por un férreo contrapunto ante el Congreso y por las fastuosas celebraciones por el primer Centenario de la Revolución de Mayo.

Había llegado a la Presidencia tras la severa enfermedad y la muerte de Manuel Quintana, a quien había acompañado como vicepresidente en la fórmula electoral consagrada en 1904. Llegó al máximo cargo del Poder Ejecutivo de la Nación sin que faltaran las acusaciones de haber traicionado al hombre al que había secundado en las urnas.
Protagonista de su ciudad natal
José María Cornelio del Corazón de Jesús Figueroa Alcorta nació en Córdoba en noviembre de 1860. Fue alumno del tradicional Colegio de Monserrat de la capital provincial, y se doctoró en leyes en la Universidad de Córdoba. Inmediatamente después de convertirse en abogado, su casa de altos estudios lo invitó a convertirse en uno de sus profesores más destacados.
Mientras crecía como docente universitario, trabajaba también como consultor jurídico de la Municipalidad de Córdoba, lo que lo acercó a las instituciones estatales de su ciudad natal. A la vez, escribía columnas periodísticas en los diarios El Interior y La Época.
Toda esa proyección empezó a volverlo cada vez más renombrado en la capital y en la provincia en general. Antes de cumplir veinticinco años, Figueroa Alcorta fue elegido senador provincial. Después integró la Cámara Baja de la legislatura cordobesa, y hacia 1890 fue nombrado ministro de Gobierno del gobernador cordobés Márcos Suárez. Unos años después, apenas pasados los treinta, fue ministro de Hacienda provincial.
Tenía apenas 35 años cuando lo votaron para gobernar la provincia de Córdoba, cargo que ejerció entre 1895 y 1898. Se centró en sanear las finanzas de una provincia financieramente desordenada. Además, impulsó la ley que establecía la obligatoriedad de la educación en Córdoba, inauguró obras de infraestructura eléctrica, hizo llegar las primeras cinco sucursales del Banco Nación en Cördoba y fortaleció el cuerpo de bomberos de la provincia.
La llegada a Buenos Aires
El final de su mandato como gobernador cordobés estuvo inmediatamente encadenado a su proyección nacional. Fue elegido senador nacional por una mayoría aplastante de de votos. Fue protagonista de la discusión y la negociación por el establecimiento de límites fronterizos con Chile. A la vez, encabezó la organización del posicionamiento argentino ante el conflicto por el acceso al Pacífico entre Perú, Bolivia y Chile.

Fue Julio Argentino Roca quien convocó a una “reunión de notables” en 1904 para encontrarle vicepresidente al candidato Manuel Quintana. El nombre de Figueroa Alcorta, que se había destacado en cada uno de los roles que había cumplido hasta ese momento, se impuso por sobre las otras propuestas.
La fórmula Quintana - Figueroa Alcorta accedió al Poder Ejecutivo y el abogado cordobés, en su rol de vicepresidente, se convirtió inmediatamente en el presidente del Senado de la Nación. Desde el 12 de octubre de 1904, Figueroa Alcorta fue la máxima autoridad del Poder Legislativo de la república.
Un rehén acusado de traición
Era el verano de 1905 y Figueroa Alcorta pasaba sus vacaciones en Capilla del Monte, Córdoba. El 4 de febrero, en medio de la llamada “Revolución Radical”, el vicepresidente fue secuestrado. Los líderes de esa insurrección obligaron a Figueroa Alcorta a escribir un mensaje telegráfico en el que criticaba abiertamente al presidente Quintana.
Y aunque las fuerzas del Ejército lograron la liberación del vicepresidente, Quintana nunca creyó del todo en que Figueroa Alcorta había escrito su carta coaccionado por los revolucionarios. Desde ese entonces, el presidente hizo público su distanciamiento respecto de su vice, al que calificó como traidor.
Quintana se esforzó por impulsar un juicio político contra su vicepresidente, pero Figueroa Alcorta resistió el embate y se fortaleció desde la presidencia del Senado.
Sucesión en la Casa Rosada
Hacia fines de 1905, el deterioro de la salud de Quintana era evidente y vertiginoso. El 25 de enero de 1906 Figueroa Alcorta asumió la Presidencia de forma permanente, y juró en ese cargo casi dos meses después, el 12 de marzo, tras la muerte de quien había sido elegido para encabezar el Poder Ejecutivo.

Figueroa Alcorta gobernó hasta octubre de 1910, y los más de cuatro años en los que fue Presidente se caracterizaron por el orden estructural de la economía, algo que el abogado había impulsado en su provincia como gobernador.
Eran años en los que Argentina era uno de los grandes exportadores mundiales de cereales, lo que suponía prosperidad económica. Fueron también tiempos de impulso cultural, comercial y, en menor medida, industrial.
El Congreso, órgano que Figueroa Alcorta había dirigido como presidente del Senado, presentó fuerte resistencia a su gobierno. Las bancas legislativas fueron uno de los grandes focos de disidencia hacia Figueroa Alcorta: el Poder Legislativo se negó a tratar una Ley de Presupuesto para 1908, lo que complicaba los planes del Presidente.
En ese escenario, Figueroa Alcorta decidió mostrar su fuerza. En enero de 1908, el Presidente decretó la vigencia del Presupuesto de 1907 para el año recién empezado, dio por clausuradas las sesiones extraordinarias del Congreso y por terminados todos los temas que se deliberaban en ese momento. Unos días después, la fuerza pública ocupó el Palacio Legislativo y se prohibieron las reuniones de diputados y senadores.
Contra todos los pronósticos, ese avance del Poder Ejecutivo por sobre el Legislativo contó con un apoyo considerable entre la ciudadanía. Ese espaldarazo le dio confianza a Figueroa Alcorta para romper con el “roquismo”, corriendo al ex presidente Roca, que lo había impulsado como vicepresidente de Quintana, del centro de la vida política argentina.
Una ciudad brillante, un país en expansión
Durante los años de Figueroa Alcorta al frente del Poder Ejecutivo, Buenos Aires creció y se convirtió en una de las grandes ciudades del mundo, a la espera del Centenario. Se construyeron caminos, diques y puentes en distintas regiones del país, y se expandió rápidamente el tendido del ferrocarril.

Además, en 1907 se descubrieron yacimientos petrolíferos en Comodoro Rivadavia, Chubut, y el entonces Presidente impulsó que se reservara un extenso territorio alrededor del sitio del descubrimiento para que fuera explotado sólo por el Estado. Su decisión sentó un precedente de gran importancia respecto de la soberanía sobre los recursos naturales.
Figueroa Alcorta fue también el presidente que asistió a la inauguración del Palacio del Congreso de la Nación y el que confirmó los colores de la bandera nacional que había creado Manuel Belgrano casi un siglo antes. Aunque no lo impulsó formalmente ni estuvo cerca de hacerlo, se manifestó públicamente a favor del voto de las mujeres, aunque calificado.
Una “fastuosa fiesta”
El pico de popularidad y de visibilidad de la presidencia de Figueroa Alcorta fue durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910. Impulsó que se llevara a cabo lo que definió como una “fastuosa fiesta”: quería que las celebraciones mostraran a la Argentina como un país rico e influyente.
Como Presidente, encabezó los principales actos conmemorativos, e inauguró parques y plazas que se bautizaron en homenaje a países europeos que enviaban a sus delegaciones al Centeneario. Fue, además, el anfitrión de la Infanta Isabel de Borbón, tía del rey Alfonso XIII de España: se trató de la visita más resonante durante los festejos.

A pesar del clima oficial de celebración, los primeros meses de 1910 fueron agitados. Las dos centrales obreras más importantes del momento anunciaron una huelga general, lo que se contraponía al supuesto país exitoso que el oficialismo conservador intentaba instalar en el exterior y en el inconsciente colectivo.
Ante las medidas de los trabajadores, Figueroa Alcorta decretó el estado de sitio y persiguió a cientos de dirigentes sindicales. Cualquier persona sospechada de vínculos con el anarquismo podía ser arrestada por un período indefinido de tiempo, y los festejos se llevaron a cabo bajo varias restricciones a las libertades individuales para que nada “interrumpiera” los planes de la Presidencia.
Un final en el Poder Judicial
José Figueroa Alcorta fue sucedido por Roque Sáenz Peña en octubre de 1910. El abogado cordobés que ya había dirigido el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo daría sus próximos pasos en el único poder republicano que todavía no lo había visto como protagonista.
En 1915, el entonces presidente Victorino de la Plaza lo nombró ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En ese rol, se dedicó sobre todo a cuestiones jurídicas técnicas, sin tener una participación activa en la política partidaria.
En 1929, tras la muerte de Antonio Bermejo, Figueroa Alcorta asumió la Presidencia de la Corte, organismo que encabezó hasta su propio fallecimiento, en diciembre de 1931. Priorizó la independencia del Poder Judicial respecto de los otros dos poderes del Estado, y se ganó una placa que lo recuerda hasta hoy en el Palacio de Justicia. Dice que fue un “ejemplo de gran juez por su austeridad, su saber, su labor, su bondad y su experiencia”.

Su experiencia, justamente, fue variada y de enorme concentración de poder. Nadie consiguió lo que logró Figueroa Alcorta: ser la persona más importante de cada uno de los tres poderes de la República Argentina.
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