
“Aquí yace alguien que alguna vez hizo reír a un niño”. Así reza su lápida. Él solicitó que eso dijera y su familia cumplió. El pedido se hizo cuando su enfermedad avanzaba allá por 2013. Finalmente, el que hizo reír no solo a un niño, Juan Carlos Calabró, murió el 5 de noviembre, hace doce años.
A lo largo de su extensa trayectoria, Juan Carlos Calabró logró consolidarse como una figura esencial en el espectáculo argentino, distinguiéndose por su capacidad para reunir a diferentes generaciones en torno a su humor y la creación de personajes entrañables.
Su última aparición pública ocurrió el 5 de agosto de 2013, cuando, acompañado por sus hijas Iliana y Marina, recibió un homenaje en el Teatro Colón durante la ceremonia de los Martín Fierro, mientras su esposa Coca observaba desde uno de los palcos. En esa ocasión, rodeado por referentes del ambiente artístico nacional, fue distinguido por la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentinas (APTRA) por su carrera, dejando entrever su proximidad al retiro al confesar, con ironía: “Después de acompañarlos 50 años en sus hogares, hoy se hizo justicia”. Las palabras surgieron dificultosamente, a causa de los problemas de salud que ya enfrentaba y de la emoción provocada por el reconocimiento.
Los aplausos, que incluyeron los de personalidades como Mirtha Legrand y Susana Giménez, marcaron ese momento como un símbolo del cariño que el público y sus colegas sentían por él.
Nacido el 3 de febrero de 1934, y famoso por ser actor y humorista, en la adolescencia también se orientó al deporte. Demostró condiciones destacadas para el ciclismo, siendo federado rápidamente y obteniendo premios que luego exhibía en su hogar. Sin embargo, el cigarrillo lo forzó a abandonar la alta competición y buscar otros horizontes. Decidido a mantener una conexión con el público, inició sus estudios de locución en el ISER, enfrentando la timidez mediante la práctica en la lectura de publicidades en la radio, experiencia que le permitió perder el miedo escénico.
En 1962 ingresó a la televisión con el ciclo Telecómicos, el primero de numerosos pasos en la pantalla que construyeron su reputación de humorista versátil. Años después, convencido de su potencial, ideó su propio ciclo La vida en Calabromas, que se transformó en Calabromas. Allí, exhibió una galería de personajes perdurables, cuyas frases y gestos pasaron al uso cotidiano y se enraizaron en la cultura popular.
Entre sus creaciones más celebradas se destaca el personaje de Johny Tolengo, un extravagante cantante pop vestido con trajes blancos y tapados de piel, siempre utilizando anteojos oscuros y desplazándose con un característico paso lateral. Ese personaje, que acaparó la admiración de los niños de la época, condensó el concepto de humor familiar que Calabró encarnó en su carrera. Sus canciones y ocurrencias trascendieron la pantalla, y es posible evidenciar la popularidad de Tolengo en los cantitos de las hinchadas de fútbol en Argentina que repetían el “Estás para ganar” que caracterizaba al personaje. La masividad de Tolengo se reflejó también en discos, películas y presentaciones que abarcaron públicos de todas las edades.
Otro personaje inolvidable fue Aníbal, un pelotazo en contra, un galán de barrio que, con pretensiones de sofisticación, se autodenominaba el “namber uan” e intentaba seducir utilizando frases en inglés y conduciendo su auto Topolino. La figura de Aníbal se caracterizó además por su camiseta blanca y su saludo singular con la mano sobre la cabeza, además de haber dejado frases recordadas como “Tu ruta es mi ruta” o “Cuidado con el Bobero”. La popularidad alcanzada por Aníbal derivó en tres recordadas películas junto a otro de los grandes del espectáculo, Juan Carlos Altavista: “Mingo y Aníbal, dos pelotazos en contra”, “Mingo y Aníbal contra los fantasmas” y “Mingo y Aníbal en la mansión embrujada”.
La construcción de personajes distintivos continuó con El Contra, una de sus invenciones más celebradas, surgida en principio como un sketch dentro del ciclo Telecómicos y que alcanzó tal repercusión que dio lugar a un programa propio en 1989: “Toda estrella tiene contra”.
El esquema era simple. Había un conocido que oficiaba de presentador (entre ellos Marcos Zucker, Gerardo Sofovich, Fernando Bravo y especialmente Antonio Carrizo) que estaba en la barra de un bar a la espera de alguien famoso al que debía entrevistar. Y entonces aparecía Renato, un vecino de Banfield despistado y testarudo que desconocía y confundía a las celebridades argentinas, por más que fueren Diego Maradona o Susana Giménez. Eso generaba situaciones de incomodidad y enredos forzados, además de desconcierto tanto en el anfitrión como en el invitado.
Un detalle interesante del proceso creativo dentro de sketch fue el surgimiento de Pedro, el mozo, personaje que nació cuando Calabró olvidó su libreto e improvisó pidiendo ayuda a un camarero ficticio, gesto que se incorporó definitivamente al programa y acabó generando la frase: “Pedro, mirá quién vino”, que el público adoptó espontáneamente como muletilla para saludar a recién llegados.

Esos aportes ejemplificaron cómo el trabajo de Calabró trascendió el ámbito televisivo y artístico para convertirse en parte integral de la cultura argentina, influyendo incluso en el lenguaje y la interacción cotidiana. Sus personajes, lejos de limitarse a la ficción, lograron insertarse en la realidad a través de las frases, gestos y canciones repetidas por diversas generaciones.
La historia personal de Calabró estuvo marcada, además, por una vida familiar intensa y visible, junto a su esposa Coca y sus hijas Iliana y Marina, quienes frecuentemente participaron de sus shows y homenajes. No menos relevante fue el vínculo con su barrio de origen, Banfield, y su afecto declarado al club Villa Dálmine, de la ciudad de Campana, elementos que contribuyeron a construir la imagen de un artista profundamente ligado a sus raíces, sencillo y accesible pese a la fama.

Si bien la carrera de Calabró se sostuvo principalmente en la televisión, su presencia en radio y cine también fue relevante. Su capacidad para articular el humor visual, la actuación y los elementos sonoros hizo que, en todas las plataformas, su trabajo tuviera igual repercusión. No solo abordó el humor en clave familiar, sino que exploró también la ironía y la autorreflexión, como lo expresó en su despedida de los Martín Fierro.
La evolución de Calabró como artista fue acompañada siempre por una renovación de sus recursos expresivos. La adaptación de su repertorio a los cambios generacionales aseguró la vigencia de su figura, manteniendo el interés del público a lo largo de los años. La combinación de innovación y tradición quedó de manifiesto durante toda su carrera, desde sus inicios en la radio leyendo avisos, su audaz diseño de personajes en televisión y su paso por el cine junto a figuras como Altavista, hasta su experiencia en sketches junto a actores y actrices de distintas épocas.
La pulcritud en el lenguaje y el porte de algunos personajes, como el célebre Antonio Carrizo en Toda estrella tiene contra , establecieron contrapuntos en el humor que potenciaban la comicidad del formato y evidenciaban la atención que Calabró prestaba a los matices escénicos y actorales. De modo similar, la convivencia entre la ingenuidad de algunos personajes y las alusiones más sofisticadas posibilitó captar audiencias diversas.
A lo largo de su camino, Calabró cosechó el reconocimiento tanto dentro como fuera del escenario. La reinvención constante de su labor, la ductilidad para explorar formas inéditas de hacer reír y la generosidad hacia colegas, amigos y su familia le otorgaron una posición singular en la historia de los espectáculos en Argentina.
La multitud de frases, sketches, películas y participaciones televisivas configuran una obra múltiple, difícil de contener en una sola definición. Sus aportes se advierten no solo en la continuidad de personajes y recursos, sino en una manera de entender el humor como vehículo de encuentro entre familias, barrios y generaciones. Cada guiño, cada remate y cada ocurrencia aportaron nuevos colores a un paisaje cultural en permanente transformación.
Lejos de circunscribirse a una época, los personajes de Juan Carlos Calabró continuaron vigentes, con frases y expresiones que todavía circulan en ámbitos públicos y privados, desde escuelas y hogares hasta canchas de fútbol y escenarios teatrales.
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