
El ambiente en los cuarteles estaba caldeado. Los militares se habían opuesto al artículo de la Constitución reformada en 1949 que permitía la reelección presidencial y no vieron con buenos ojos la defenestración del coronel Domingo Mercante, gobernador bonaerense -sucesor cantado de Perón en la Rosada- cortándole los fondos para obras e impidiéndole la reelección como gobernador. Los militares opositores se nuclearon en una logia, a la que llamaron Sol de Mayo.
El humor castrense se agravó cuando se barajó la posibilidad de que Eva Perón fuera candidata a vicepresidente. Resultaba inadmisible que, ante la muerte del presidente, una mujer lo sucediera y además se convirtiera en comandante de las fuerzas armadas.
En febrero de 1951, en un acto del partido peronista femenino, se había lanzado su candidatura. Fue el puntapié inicial de una serie de iniciativas que culminaron con el Cabildo Abierto del 22 de agosto.

Juan Domingo Perón no había estado de acuerdo con el multitudinario acto realizado ese día en medio de la avenida 9 de Julio, en la que se le ofrecería la candidatura de vicepresidente a su esposa. Sabía que estaba muy enferma y además sus camaradas militares no permitirían el avance de esa iniciativa. Pero como la maquinaria partidaria ya estaba en marcha, no tuvo más remedio que dejar hacer. Por eso, esa noche, a pesar de la presión de la multitud para que la mujer se pronunciase afirmativamente, fue él quien dio por terminado el acto, sin que se produjese ninguna definición sobre si Eva lo acompañaría en la fórmula presidencial.
Desde 1945 se le cuestionaba a Perón su relación con su esposa, en tiempos en que no estaban casados y ya convivían. Fueron años de sordos planteos que también alcanzaba a la familia de la mujer. En charlas en confianza con el ya presidente, en el que intercedieron viejos compañeros de armas se intentó, vanamente, de que entrase en razones. Se pretendió convencerlo de quitar a su esposa del lugar que ocupaba. Pero no hubo caso.

Se vivían tiempos complejos para la oposición, ante un gobierno que se había radicalizado. A pesar de que manejaba los principales medios gráficos y radiales, se había clausurado el diario La Prensa, y se lo entregó a la CGT. La libertad de expresión estaba baja estricta vigilancia, y los que no adherían al gobierno o eran encarcelados o debían seguir el camino del exilio, regla que valía para políticos, periodistas, actores y cantantes.
Al día siguiente del acto en la 9 de Julio, José Espejo, secretario general de la CGT y promotor del cabildo abierto, fue a la residencia presidencial a sacarle una definición a Eva. Ella estaba en cama. Le confesó que no podía ser candidata porque no creía correcto componer una fórmula que fuera un matrimonio, y que se debía dar lugar al sector político que respondía a Juan Hortensio Quijano, el entonces vicepresidente, también enfermo, y que no quería saber nada con ser reelecto. Pero su decisión no trascendió.

Mientras tanto, la maquinaria militar no se había quedado de brazos cruzados y desde comienzo de año se preparaba. El 27 de agosto el general Eduardo Lonardi, uno de los generales opositores a Perón, había pedido su relevo. Preparaba junto al general Benjamín Menéndez el terreno para lanzar al ejército a la calle.
Contaban, además, con la complicidad de políticos opositores, como el radical Miguel Ángel Zavala Ortiz, el socialista Américo Ghioldi, el demócrata progresista Horacio Thedy y el conservador Reynaldo Pastor, entre otros.
Lonardi, sabiendo de que el gobierno estaba atento a los movimientos en los cuarteles, se movía con cautela. Pero Menéndez, cuando el gobierno anunció el adelantamiento de las elecciones presidenciales, decidió ponerse al frente del movimiento a fin de impedir la cantada reelección de Perón con su esposa como vice.
Pero una noticia los descolocaría. El viernes 31 de agosto, a las ocho de la noche, Evita leyó un mensaje por la cadena de radiodifusión anunciando que no sería candidata: “Quiero comunicar al pueblo mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron brindarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto. En primer lugar declaro que esta decisión surge de lo más íntimo de mi conciencia, y por eso es totalmente libre y surge de mi voluntad definitiva”.

Dijo que aquel día: “advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto”.
Confesó que guardaba una sola ambición: “Que de mí se diga cuando se escriba este capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo, que Perón convertía en hermosas realidades y que a esta mujer el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Nada más que eso.”
“Estoy segura que el pueblo argentino y el Movimiento Peronista que me lleva en su corazón, que me quiere y que me comprende, acepta mi decisión porque es irrevocable y nace de mi corazón. Por eso ella es inquebrantable, indeclinable y por eso me siento inmensamente feliz y a todos les dejo mi corazón.”
La CGT propuso que el 31 de agosto fuera designado como “el día del renunciamiento”. Se habló del “generoso desprendimiento de la señora de Perón”.
Lonardi decidió apartarse pero Menéndez, junto otros militares retirados, lanzaron el golpe el viernes 28 de septiembre. Los acontecimientos demostraron falta de planificación, preparación y previsión. Hubo oficiales que estaban comprometidos pero que desconocían la fecha del alzamiento; unidades que se prepararon a los tumbos y hasta los tanques que debían marchar carecían de combustible y tenían desperfectos técnicos.

Todo esto alertó a militares leales que hicieron lo que pudieron para entorpecer las maniobras de los golpistas. Hubo un intercambio de disparos en el Regimiento 8 cuando su jefe se negó a entregar la unidad, y en el tiroteo perdió la vida el cabo mayor Miguel Ángel Fariña, tanquista peronista que recibió un tiro en la espalda al negarse a rendirse. El mes anterior había cumplido 26 años.
La columna que salió en dirección a la unidad militar de La Tablada era lastimosa, con unos doscientos jinetes y un par de tanques. Fueron frenados por tropas que los esperaban en El Palomar. Menéndez y los suyos regresaron al Colegio Militar, donde se rindió.
Ese mismo viernes 28 el gobierno dio a conocer un decreto que establecía el estado de guerra interno y que todo militar que se rebelase al poder constituido sería fusilado.
Ese mismo día, Evita estaba recibiendo una sesión de rayos y no se enteró de nada. Le extrañó que su marido no fuera a visitarla al mediodía. Para que no se alarmase, dejaron fuera de su alcance las radios. Cuando Perón fue al atardecer, ella le preguntó qué era ese griterío que venía de la calle, no tuvo más remedio que contarle lo que había ocurrido. Quiso hablar por radio esa misma noche.
“El general Perón acaba de enterarme de los acontecimientos producidos en el día de hoy, por eso no he podido estar esta tarde con mis descamisados en Plaza de Mayo de nuestras glorias (…) Les pido con todas las fuerzas de mi alma que sigan siendo felices con Perón, como hoy, hasta la muerte, porque Perón se lo merece, se lo ha ganado, y porque tenemos que pagarle con nuestro cariño las infamias de sus enemigos que son los enemigos de la patria y del pueblo mismo”.
Al día siguiente convocó en su lecho de enferma a José Espejo, Florencio Soto e Isaías Santín, todos dirigentes de la CGT. “Si el ejército no lo quiere a Perón, lo defenderá el pueblo”, les dijo. Ordenó la compra de 5.000 pistolas automáticas y 2.500 ametralladoras para formar milicias obreras. La operación se hizo a Holanda, y suboficiales del ejército participaron en el adiestramiento.
Cuando Perón se enteró, no lo podía creer. Ordenó enviar ese armamento a Gendarmería.
Menéndez fue sometido a un consejo de guerra que lo condenó a quince años de prisión. Luego sería indultado y ascendería a general de división. Se retiró en 1958 y murió en 1975, a los 90 años.
El golpe había fracasado, pero para el presidente fue una voz de alerta en la gestión de un país que estaba, literalmente, partido en dos por una profunda grieta.
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