
“Hoy, recién, recién, miro las cosas sin sombras ni mentiras y comprendo cuanto enseñan las lecciones de la vida”, escribió Homero Manzi en 1943. Es una frase que pertenece a Recién, tango al que le puso música Osvaldo Pugliese. El poeta, sin embargo, quedó en el recuerdo por las letras de Sur, Malena y Mi noche triste, junto a inolvidables valses y candombes.
Su talento coincidió en tiempo con una Argentina atravesada por la inmigración, la urbanización y los conflictos ideológicos entre el conservadurismo, la modernización y los movimientos populares emergentes. En las décadas de 1930 y 1940, cuando el país comenzaba a mirar hacia su interior buscando una identidad cultural propia, Manzi fue una de las voces que le dio forma a ese anhelo.

De su puño y letra salieron poemas que engalanaron la música porteña: lejos de buscar el estereotipo del compadrito o el lunfardo por sí mismo, apuntó a la emoción, a la memoria barrial y a la melancolía del tiempo perdido. En eso se diferenció de su contemporáneo Enrique Santos Discépolo, el letrista con una mirada (y emoción) más pesimista, sarcástica y existencial. Manzi, en cambio, se destacó por a la lírica sobria y nostálgica, profundamente emotiva, que puso a la ciudad, al barrio y al amor en el centro de su universo.
“Pero a la par que plasmaba en el tango la poesía que tenía como protagonistas a los sectores populares, Manzi prosiguió su militancia política”, lo describió el historiador Felipe Pigna en Homero Manzi, el poeta de tangos inolvidables.
Dejó 172 obras registradas en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC). Murió el 3 de mayo de 1951, a los 43 años, a causa del cáncer.
De Santiago del Estero a la cuna de “Sur”
Homero Nicolás Manzione Prestera nació en Añatuya, Santiago del Estero, el 1 de noviembre de 1907, y fue el quinto de ocho hermanos; hijo de Luis Manzione, un modesto hacendado, y Ángela Prestera, ama de casa, oriunda de Concepción del Uruguay.
Durante su infancia, Manzi vivió hasta los 9 años en su ciudad natal, donde su padre se dedicaba al trabajo rural. Luego se mudó con su madre a Buenos Aires, y se instalaron en el barrio porteño de Pompeya, mientras Don Manzione permanecía en la provincia. De camino al Colegio Luppi, donde estudió, se deleitaba admirando el paisaje urbano formado por paredones, terrenos baldíos y los terraplenes del ferrocarril. Esas postales (tan diferentes a Añatuya), despertaron su sensibilidad artística y, más tarde, volcaría su sentido de pertenencia en tangos como Barrio de tango y Sur.
Pese a ese arraigo con Buenos Aires, nunca dejó de lado el fuerte vínculo con su provincia natal. Por eso, en ocasiones, firmó sus obras con el seudónimo “Arauco”, que en quechua significa “rebelde”, para destacar su identidad santiagueña.

Durante sus años de juventud, hizo amistad con Cátulo Castillo (también poeta, periodista y letrista) y Sebastián Piana (compositor y pianista clave en la renovación de la milonga). Sin dudas, fue la influencias Cátulo y su padre, José González Castillo, un reconocido escritor, lo que lo orientó a la literatura. A los 14 años, escribió su primera letra, el vals ¿Por qué no me besás?, que fue grabado por Ignacio Corsini en 1926. Poco después, presentó el tango “Viejo ciego” al concurso de la revista El Alma que Canta.
Además de ser letrista, Homero experimentó en el teatro: escribió, dirigió y actuó en producciones locales. El arte y la necesidad de expresión afloraban en él. Luego, fue profesor de literatura en los colegios nacionales Mariano Moreno y Domingo Faustino Sarmiento, pero le hicieron pagar el costo de su militancia política. Desde entonces, y entendiendo las limitaciones del sistema, se dedicó plenamente a la actividad artística.
“El golpe cívico militar del 6 de septiembre de 1930 lo encontró defendiendo la causa de Hipólito Yrigoyen. Los golpistas no querían saber nada con poetas revoltosos y, como tantos compatriotas, terminó en la cárcel. Cuando recuperó la libertad, Manzi volvió al barrio y desató entonces su pasión por el tango”, resume Pigna esa etapa.

Así se hizo lugar entre los grandes letristas y se convirtió en uno de los creadores de la lírica popular argentina. Su figura representa un momento clave de la cultura nacional: aquel en que el tango, género nacido del arrabal y la marginalidad, encontró en la palabra poética una forma de elevar su sensibilidad sin perder su raíz.
El costo político de un artista militante
A lo largo de su carrera, Manzi renovó el tango desde la palabra. Su contacto con la música popular durante las giras por las provincias argentinas, Chile y Perú lo llevaron a colaborar con Sebastián Piana y juntos revitalizaron la milonga. De ellos nacieron obras como Milonga del 900 (1932) y Milonga sentimental, grabada por Carlos Gardel: eso marcó un punto de inflexión en el género.
En los años siguientes escribió las letras de algunos de los tangos más emblemáticos de la música argentina: Malena (1941) —con música de Lucio Demare— y Sur (1948), junto a Aníbal Troilo. Estas piezas se convirtieron en clásicos del repertorio nacional y aún hoy se las escucha y canta.

En paralelo a su militancia política, Manzi desarrolló una intensa actividad en el cine. Escribió guiones, musicalizó películas y cofundó la productora Artistas Argentinos Asociados, clave de la cinematografía nacional. Participó en películas como La guerra gaucha, Escuela de campeones, Donde mueren las palabras y El último payador, que dirigió en 1950, ya afectado por el cáncer.
En esos años también enfrentó la censura estatal. A partir de 1943, bajo el régimen militar y también durante el gobierno constitucional de Perón, se impusieron restricciones al uso del lunfardo y a ciertas expresiones populares. Por ellas, el tango Cafetín de Buenos Aires fue prohibido por su tono melancólico y Tal vez será mi alcohol, compuesta junto a Lucio Demare, debió cambiar su título a Tal vez será su voz para evitar la censura radial. Como presidente de SADAIC, Manzi encabezó gestiones para que esas restricciones fueran revisadas; y en 1949 logró tener una audiencia con Perón, quien ordenó anular las directivas más severas. Pero, las medidas persistieron bajo distintas formas.
En sus últimos meses de vida, ya consciente de que su cáncer avanzaba, escribió un texto íntimo en el que decía: “Sé que hay recuerdos que querrán abandonarme / Sólo cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra. / Sé que hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia... / Y también sé que a veces dejará de ser un nombre / Y será sólo un par de palabras sin sentido”.

Un poeta radical amigado con el peronismo
Homero Manzi estuvo ideológicamente comprometido con la política argentina y expresó abiertamente su adhesión inicial al radicalismo desde temprana edad. Como admirador de Hipólito Yrigoyen, se identificó con los principios del sufragio libre, la soberanía popular y la Reforma Universitaria. Su militancia en la Unión Cívica Radical fue en su vida sinónimo de persecución tras el golpe de Estado de 1930: el gobierno de José Félix Uriburu lo encarceló y luego exoneró de sus cátedras a causa de su activismo. Eso marcó su alejamiento definitivo de la docencia y su dedicación a tiempo completo al arte y la política.
En 1935, junto a Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz y otros jóvenes intelectuales, fundó FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), un espacio que denunciaba la sumisión del Estado a los intereses extranjeros y la exclusión del interior del país. Con una mirada nacionalista, federal y antiimperialista, FORJA se posicionó como una línea interna crítica dentro de la UCR frente a la dirigencia conservadora alineada con Marcelo T. de Alvear. En ese contexto, Manzi forjó una estrecha relación con Jauretche y Scalabrini, con quienes compartía la visión de una Argentina postergada por el centralismo porteño y los capitales británicos.
Según el historiador Pigna, Manzi fue “partidario del abstencionismo y la insurrección contra el fraude y la corrupción del gobierno del general Agustín P. Justo en aquella Década Infame”. También, en su casa llegó a funcionar como “una especie de comité clandestino, que albergó pólvora para la fabricación de bombas caseras, hasta que accidentalmente estalló en pedazos el baño”, describió Pigna. Su militancia estuvo atravesada por un profundo rechazo a la concentración de poder económico en la ciudad de Buenos Aires y una defensa de las provincias empobrecidas por el modelo centralista. Su célebre frase —“Santiago del Estero no es una provincia pobre, sino empobrecida”— sintetiza esa visión estructural de la desigualdad.

Aunque en los primeros años de esa militancia estuvo alejado del peronismo emergente, a finales de 1947 su postura cambió. En un discurso transmitido por Radio Belgrano, titulado Tablas de sangre del Radicalismo, dijo: “Perón es el reconductor de la obra inconclusa de Yrigoyen. Mientras siga siendo así, nosotros continuaremos creyéndole”.
Ese acercamiento también lo consolidó como un intelectual comprometido con un proyecto nacional y popular. Su vínculo con el peronismo no fue meramente discursivo: en sus últimos años escribió Payada para Perón y Payada para Evita, a pedido de Hugo del Carril. Así, Manzi cerró su itinerario político transitando un camino que había comenzado en el radicalismo popular y desembocado en una adhesión crítica y poética al peronismo. Su vida política, al igual que su obra, fue expresión de una búsqueda constante por representar a los sectores postergados, desde la palabra, la música y la acción pública.
En 1949, Homero Manzi fue diagnosticado con cáncer, una noticia que afrontó con lucidez y resignación. A pesar del avance de la enfermedad, continuó escribiendo, componiendo y participando de la vida pública. Su muerte (de la que hoy se cumplen 74 años) fue profundamente lamentada en los círculos culturales y políticos del país.
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