
Empezó a fantasear con la idea de hacer una película sonora desde mucho tiempo antes. De hecho, fascinado por este nuevo formato después de años de cine mudo, el director Luis Moglia Barth ya había probado rodando un cortometraje llamado Consejo de tango, que le había permitido empezar a desentrañar los secretos de esta nueva posibilidad que le brindaba la pantalla grande. Pero estaba dispuesto a ir por más y a dejar grabada su huella en la historia audiovisual. Y, el 27 de abril de 1933, estrenó ¡Tango! en la sala Real Cine de Buenos Aires, marcando un antes y un después en la industria cinematográfica argentina.
¿Cómo surgió esta idea? “Estábamos con Ángel Mentasti en Cosmos Films, donde él era gerente y yo jefe de publicidad, y preparé un croquis publicitario donde había una pareja, un malevo, motivos de arrabal y la palabra ‘¡Tango!’ cruzando el gráfico. Debajo el reparto: Libertad Lamarque, Azucena Maizani, Tita Merello y todos los intérpretes. Y la siguiente leyenda: ‘Con las orquestas de Juan de Dios Filiberto, Osvaldo Fresedo y varias más’“, recordaba Moglia Barth. Lo primero que le preguntó a quien se convirtió en su socio fue si eso se podía vender. Y apenas obtuvo una respuesta afirmativa, puso manos a la obra.
El mayor desafío para el director fue encontrar actores que estuvieran preparados para semejante desafío. Es que muchos estaban acostumbrados a las pantomimas. Y, aunque a decir verdad ya se habían filmado películas que incluían ruidos y palabras, esta era la primera vez que los actores tenían que interpretar y declamar al mismo tiempo. Así que encontró la solución recorriendo los teatros porteños, para buscar figuras que estuvieran a la altura de las circunstancias y que, además, fueran nombres conocidos.
Dicho sea de paso, por este motivo es que fue convocado Luis Sandrini, por entonces abocado solo a las tablas. En los años ’30, el hombre oriundo de San Pedro había entrado a trabajar en la compañía de Enrique Muiño y Elías Alippi, donde conoció a su primera esposa, la actriz Chela Cordero. Pero fue justamente durante el rodaje de ¡Tango!, donde se cruzó con la Merello, con quien luego vivió un tormentoso romance que duró casi una década entre 1943 y 1952, según la versión oficial, o tal vez más si es que realmente no fueron capaces de frenar el flechazo de ese primer encuentro hasta la separación del actor.

Pepe Arias, Alberto Gómez, Mercedes Simone, Alicia Vignoli y Juan Sarcione completaban el elenco. “Los actores de cine acá prácticamente no existían, solo había dos o tres figuras que siempre eran las mismas pero no tenían ni la facilidad interpretativa ni la rapidez con que se podía trabajar con los de teatro. La grabación de la voz era más difícil que la mera interpretación de una película muda, donde muchas veces la situación se salvaba intercalando un título. El ‘hablado’ exigía que supieran hablar interpretando. Considero que el cine consiguió dar un gran paso en corto lapso gracias a la interpretación de las figuras de teatro”, explicaba Moglia Barth sobre su decisión.
Obviamente, la música era la gran protagonista. Pero, entre tema y tema, se contaron historias que tuvo que imaginar el guionista Carlos de la Púa. “Yo quiero un hombre, y no un muñeco de vidriera. Me desespera no ver un taita de mi flor. Pero qué vachaché, paciencia y aguantar, porque si no lo encuentro yo prefiero reventar”, cantaba la Merello en el comienzo del film, encarnando a una joven de arrabal que soñaba con un futuro mejor de la mano de un “príncipe salvador”. Y luego se iban incorporando un enamorado, un malandra y todo el resto de los personajes que le dieron sentido al relato.
Pero, obviamente, el gran atractivo de esta propuesta tenía que ver con la esencia del tango que impregnaba cada una de las tomas. En tiempos en la que la televisión todavía era una ilusión lejana, el cine le permitía al público ver a sus artistas interpretando las canciones que sonaban en la radio. Y recreando historias de amor y desamor, típicas de la poesía que conlleva la música ciudadana.
Claro que, para poder negociar mejor la venta del film que había costado unos 20 mil pesos frente a los dueños de los cines, Moglia Barth y Mentasti decidieron pensar en grande. Y así fue como surgió la productora Argentina Sono Film. De esta manera, al mismo tiempo que proyectaban ¡Tango! en varias salas en simultáneo, presentaban su segunda película, Dancing, y anunciaban la tercera, Riachuelo, para el año siguiente.

A la distancia, es posible que este primer film sonoro en blanco y negro no lograra cumplir con los objetivos previstos, a pesar de contar con músicos de primera línea y letras de maestros como Manuel Romero, Sebastián Piana, Rodolfo Sciammarella y Homero Manzi. De hecho, sus mismos creadores reconocieron haber tenido problemas técnicos. Y esto sin contar con los desplantes de algunos de los actores, no acostumbrados al ritmo de rodaje, que los obligaron a cambiar sobre la marcha algunos de los guiones.
Sin embargo, no cabe duda de que este film influenciado por el cine musical de Hollywood, fue el puntapié inicial para dar lugar a una industria que con los años logró posicionarse a nivel internacional. Y que sirvió de plataforma para que la gran mayoría de sus protagonistas pudieran construir una carrera sólida en la pantalla grande. “Una película hablada como hablamos nosotros”, rezaba el afiche promocional despertando el interés de todos.
Lo cierto es que el reinado de ¡Tango! duró apenas unos días. El 19 de mayo de 1933, la productora Lumiton estrenó Los Tres Berretines, dirigida por Enrique Telémaco Susini, que contó con Luis Sandrini, Luisa Vehil y Luis Arata como protagonistas y con las orquestas de Aníbal Troilo y Osvaldo Fresedo. En ella se habla de los principales caprichos de los porteños: el fútbol, el tango y el cine. Pero, para entonces, la historia de la primera película sonora ya estaba escrita.
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