
La Cumbrecita es un pequeño pueblo que se encuentra en el corazón de las Sierras Grandes, en la provincia de Córdoba, Argentina.
A 1.450 metros sobre el nivel del mar, este poblado es considerado un refugio de tranquilidad, un lugar donde la naturaleza y la intervención humana han logrado un equilibrio perfecto.

Rodeado por imponentes bosques y cascadas, La Cumbrecita ha mantenido una identidad única, especialmente por su singular condición como uno de los pocos pueblos peatonales del país, junto con La Carolina, y una de las primeras en Sudamérica.
Este pequeño poblado, que según el último Censo del 2022, tenían 748 residentes, se ha convertido en un referente tanto a nivel nacional como internacional en materia de turismo sustentable y preservación del medio ambiente.

Según la página web oficial del pueblo, la historia de La Cumbrecita se remonta a 1934, cuando un alemán llamado Helmut Cabjolsky, quien había llegado a la Argentina para asumir una gerencia en la empresa Siemens, adquirió 500 hectáreas en la zona con la idea de encontrar un espacio alejado del bullicio de la ciudad para conectar con la naturaleza.

La región en aquel entonces era prácticamente inhóspita: carecía de árboles, los caminos eran rudimentarios y las montañas, desoladas.
Para conectar el nuevo terreno con otros puntos de la región y empezar a transformar el paisaje, Cabjolsky trazó un plan de reforestación y comenzó a construir la primera infraestructura, usando materiales locales y recursos naturales.
En 1935 se comenzó a construir una casa de adobe, que en principio sería solo una vivienda de verano para la familia, pero que rápidamente se convirtió en una pequeña hostería, al empezar a llegar otras personas atraídas por la belleza del lugar.
Durante esos años, la familia Cabjolsky, junto a pioneros como Federico y Enrique Behrend, los cuñados de Helmut, desarrollaron un vivero, cercaron terrenos para proteger el área y trazaron los primeros caminos.
Para 1938, el hijo de Helmut, el ingeniero Helmut Cabjolsky, se encargó de organizar el loteo y trazar las calles, cimentando así el crecimiento del pueblo.
Con el paso de los años, La Cumbrecita fue recibiendo más visitantes y, en 1996, se decidió adoptar una medida revolucionaria para la época: la peatonalización del pueblo.
Desde entonces, los vehículos quedaron completamente fuera de La Cumbrecita, algo que no solo transformó la forma de vivir de sus habitantes, sino que marcó una distinción en el turismo.

La razón por la que se prohibió el ingreso de vehículos se debe a un profundo respeto por el entorno natural que rodea al pueblo y la necesidad de preservarlo de los efectos de la contaminación sonora y visual que producen los automóviles.
Esta prohibición ha tenido un impacto significativo, tanto en la calidad de vida de los residentes como en la experiencia de los visitantes.
Los caminos del pueblo, ahora libres de la presencia de coches, se han transformado en senderos que permiten a los turistas caminar por el bosque, disfrutar de la calma del entorno y respirar un aire limpio y fresco.
Al no ser posible circular en automóvil por las calles de La Cumbrecita, los visitantes deben dejar sus vehículos en los estacionamientos habilitados en los alrededores, justo antes de ingresar al pueblo.
Una vez dentro, los turistas deben caminar, una experiencia que permite una conexión directa con la naturaleza.

Este hecho ha transformado a La Cumbrecita en un lugar ideal para quienes buscan escapar del estrés de las grandes ciudades y disfrutar de la paz y la belleza de un entorno natural.
A pesar de ser un pueblo pequeño, la oferta turística es completa y de calidad. Hay diversos alojamientos que van desde cabañas hasta suites de lujo, todas adaptadas para recibir a los turistas que buscan confort sin perder el contacto con la naturaleza.
Los bares y restaurantes del lugar combinan lo mejor de la gastronomía centroeuropea, especialmente alemana, con platos criollos, creando una propuesta culinaria única.
Es común encontrar especialidades como cervezas artesanales, empanadas de frambuesa y otros platos típicos que reflejan las raíces europeas del pueblo. Además, la oferta de actividades turísticas es variada.
Los visitantes pueden disfrutar de rutas de senderismo que los llevan a lugares como la Cascada Grande, o realizar recorridos más desafiantes como el trekking hacia el Cerro Wank, desde donde se obtiene una vista impresionante del valle y las Sierras Grandes.

Por otro lado, mediante la sostenibilidad, la mayoría de las viviendas cuentan con sistemas de energía renovable, como paneles solares, y los plásticos, vidrios y metales son reciclados de manera eficiente en una planta cercana.
Además, la comunidad de La Cumbrecita tiene sistemas avanzados de tratamiento de aguas y de compostaje, lo que permite que el pueblo se mantenga limpio y respetuoso con el entorno.
El turismo ha tenido un impacto significativo en La Cumbrecita, tanto en términos económicos como sociales.
Esto ha generado una economía basada principalmente en el turismo, que es la principal fuente de empleo para los residentes.
Sin embargo, el número elevado de visitantes también implica desafíos. La infraestructura del pueblo debe adaptarse a esta gran afluencia de turistas sin comprometer el equilibrio ecológico.
La alta demanda también ha llevado a la implementación de un sistema de control que regula la cantidad de turistas en determinadas áreas del pueblo, garantizando que la experiencia sea placentera tanto para los visitantes como para los residentes.
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