
Juan Cruz Burnet tenía 2 años cuando su familia emigró a Estados Unidos por un trabajo que le ofrecieron a su mamá en la ciudad de Nueva York. “Viajamos nosotros tres y allá nacieron mis dos hermanas”, señaló el joven 23 años en alusión a Juliana, de 19 y Lucía de 13.
A su madre, de profesión fonoaudióloga, la habían contratado por tres meses con la posibilidad de renovar su estadía por tiempo indefinido y así fue. “Nos prometió que si no nos gustaba o no nos adaptábamos al lugar volvíamos, pero finalmente nos quedamos”, recordó Juan, oriundo de Adrogué, una localidad de la zona sur del conurbano bonaerense.
La familia se radicó en Flushing, un barrio del distrito de Queens, donde residen mayoritariamente las comunidades asiáticas. “Cuando fui al colegio, eran todos chinos. No entendía nada. Me preguntaba: ‘¿Estoy realmente en Estados Unidos?”, relató Juan, quien comenzó a aprender el idioma inglés recién cuando lo anotaron en el jardín de infantes.

Ese fue el segundo cambio abrupto que experimentó. Ya que en su casa solo hablaban español y no le quedó otra que aprender a la fuerza para poder comunicarse con sus compañeros y la maestra. Pero lo más impactante aún estaba por venir.
Cuando tenía ocho años vio por primera vez una pelota de fútbol americano que no se asemejaba en lo más mínimo al concepto que él tenía de pelota de fútbol. Hasta entonces, su único contacto con los deportes había sido el fútbol tradicional. “Jugábamos al fútbol en el jardín con los chicos, con una pelota redonda. Un día aparecieron con una pelota rara, ovalada, y yo no entendía nada”, remarcó.
Esa experiencia, que marcó un momento de inflexión en su vida, se convirtió en el punto de partida de un recorrido que lo llevó a conseguir becas en escuelas y universidades en Estados Unidos hasta lograr un contrato en Hungría.

“El fútbol americano me encantó desde el primer día que lo jugué. Me enseñaron lanzar la pelota, a atraparla, y a cómo pararme en la cancha”, relató.
Su entusiasmo lo llevó a sumarse a un equipo local: los Valley Stream Hornets, que competía en una liga juvenil con sede en Long Island. Ese fue el primer club que lo fichó formalmente. Jugó allí hasta los 15 años, y fue en esos años donde comenzó a destacarse como línea ofensiva, una posición clave en la protección del mariscal de campo y en el avance de las jugadas.
En los Hornets, Juan desarrolló las bases técnicas y físicas del deporte. Fue también el lugar donde se formó en el juego en equipo y la disciplina del entrenamiento. “Fue mi primer equipo. Jugábamos en campos comunitarios, con equipamiento compartido. Ahí aprendí lo que es entrenar en serio”, dijo.

Su talento y crecimiento sostenido en esas categorías menores llamaron la atención de entrenadores de nivel escolar superior, lo que marcaría el próximo paso en su carrera deportiva con su incorporación al equipo de Saint Francis Prep, una escuela secundaria privada con programa deportivo.
“Me dijeron que jugaba muy bien y me ofrecieron una beca para jugar ahí”, contó Juan sobre ese colegio que quedaba a unos 30 minutos en auto de la casa familiar en Long Island, adonde se habían mudado para tener más espacio tras el nacimiento de sus hermanas.
Las jornadas eran intensas: escuela de 8 a 15, estudiaba por una hora, y luego entrenamiento de 17 a 19:30. El único día que tenía libre era el lunes.
A pesar de que el equipo de la escuela, llamado “Terriers”, sumó algunos jugadores además de Juan, nunca logró consolidarse en la tabla de posiciones. “Teníamos buenos jugadores, pero no encontrábamos el ritmo para ganar partidos. Nunca tuvimos una buena temporada”, admitió.

Una vez que terminó el secundario, Juan tuvo propuestas de varias universidades que querían ficharlo como jugador de sus equipos. Entre ellas estaban la University of New Haven, en Connecticut y la Assumption University, en Massachusetts. Ambas representaban oportunidades competitivas en el fútbol americano universitario, pero estaban ubicadas a unas cuatro horas de distancia de su casa, lo que implicaba mudarse.
“Siempre viví cerca de mis papás y no me imaginaba mudarme tan lejos de ellos”, explicó. Finalmente, eligió Western Connecticut State University, en Danbury, donde conocía a un amigo que también jugaba allí. Esa cercanía, sumada a que sus calificaciones cumplían con los requisitos de ingreso, hicieron que se decidiera por esa institución para continuar su desarrollo académico y deportivo.
Ingresó con una beca que le cubría la totalidad de la carrera de Terapia Física, pero tras año y medio decidió cambiar de rumbo. “Los temas eran muy difíciles. No entendía nada. Era mucha medicina, y yo no era bueno en eso”, reconoció. Así fue como se inscribió en Criminología, y actualmente le quedan tres materias para recibirse.

En noviembre pasado, tras jugar su último partido universitario donde su equipo se consagró campeón del torneo, recibió un mensaje por Instagram que cambiaría su destino. “Era del entrenador de los Budapest Cowbells, un equipo de fútbol americano en Hungría. Al principio pensé que era un engaño”, contó sobre la sorpresiva propuesta.
Tras confirmar la seriedad de la oferta, lo contactaron formalmente y le enviaron un contrato. “Me dieron un mes y medio para decidir. Hablé con mi familia y mi novia, y todos me dijeron que era una oportunidad única. Eso me convenció y terminé aceptando”, contó Juan, que el 24 de febrero viajó a Budapest.
El club le ofrece un departamento compartido con otros jugadores estadounidenses, comidas cubiertas en restaurantes, transporte público gratuito y un salario mensual. “Todo lo que gano lo estoy ahorrando. Mi idea es irme a pasear por Europa con mi novia cuando termine el contrato en agosto”, aseguró sobre sus planes a futuro.

Aunque en un principio Juan se resistía a alejarse de sus afectos, la experiencia en Hungría lo hizo cambiar de perspectiva: “Nunca pensé que se podía jugar fútbol americano en Europa. Pero hay ligas en España, Alemania, Francia. Me dijeron que puedo hacer una carrera acá. Eso me abrió la cabeza”.
Más allá de su desempeño en el campo de juego, su rol también incluye formar y entrenar a otros jugadores. “Me pidieron que les enseñe cómo bloquear, cómo se juega en Estados Unidos, y eso me gusta”, explicó sobre su nueva faceta en este deporte.
Una vez terminado el viaje con su novia, Juan planea regresar a Estados Unidos para graduarse en Criminología. Aunque todavía no tiene una decisión tomada, no descarta volver a Europa para seguir jugando o, incluso, iniciar una carrera como entrenador profesional.
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