La masiva marcha por “Pan, paz y trabajo” con la que los argentinos le dijeron “basta” a la dictadura y marcó el principio del fin

El 30 de marzo de 1982, convocadas por la CGT-Brasil que conducía Saúl Ubaldini, centenares de miles de personas salieron a la calle en Buenos Aires y otras ciudades del país para reclamar por sus derechos y exigir la vuelta a la democracia. La brutal represión de la dictadura, que tres días después ocupó las Malvinas como último recurso para permanecer en el poder

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Con la consigna "Pan, paz
Con la consigna "Pan, paz y trabajo", centenares de miles de personas salieron a las calles en el país, para decirle "basta" a la dictadura. En la foto, el sindicalista Saúl Ubaldini

Muchos años después, cuando un periodista le pidió que hiciera un repaso de su vida como sindicalista, el ex secretario general de la Confederación General del Trabajo Saúl Ubaldini no dudó a la hora de señalar el momento más memorable. “La jornada más maravillosa para mí fue la del 30 de marzo de 1982, antes de Malvinas, cuando salimos a la calle y fuimos detenidos. Pero fue una movilización masiva, con una sola tristeza: la muerte del compañero Benedicto Ortiz. Después fue el pueblo el que reaccionó. Desde los balcones tiraban macetas a la policía, de todo. Yo creo que apresuró el camino hacia la democracia. Fue una jornada maravillosa, no tuvo el brillo del 17 de octubre de 1945, pero yo creo que tuvo la valentía misma del 17 de octubre”, dijo. En perspectiva, nadie podría discutirle esa apreciación al sindicalista cervecero, porque ese día, tanto en Buenos Aires como en otros lugares del país, centenares de miles de personas pusieron en cuerpo para decirle “¡Basta”! en la calle. Fue un día bisagra, porque marcó el principio del fin de la dictadura más sangrienta y económicamente devastadora de la historia argentina.

Los titulares de los matutinos de ese martes, uno junto a otro, mostraban encrucijada que vivía el país. “Amplio operativo de seguridad por el acto de la CGT”, decía uno de los títulos, que chocaba con otro que anunciaba: “Refuerzan los aprestos militares en el sur”. El subtexto no escrito que surgía de la tensión entre las dos noticias daba cuenta de la situación: el mismo día que los argentinos iban a salir a la calle para protestar contra la falta de libertades y la grave situación económica, a exigirles que se fueran, los militares daban los últimos pasos para llevar al país a una guerra que, con la excusa de concretar el histórico anhelo de recuperar las Islas Malvinas, pretendían utilizar para perpetuarse en el poder.

En ese contexto, ese martes en casi todas las principales ciudades del país, centenares de miles de personas salieron a la calle bajo una misma consigna, “Pan, Paz y Trabajo”, que sintetizaba los reclamos más fuertes de una sociedad harta de guardar silencio después de seis años de vivir aplastada bajo las botas de la dictadura. Por eso, bajo el paraguas de las tres exigencias de la convocatoria lanzada por el secretario general de la CGT Brasil, Saúl Ubaldini, otra consigna se multiplicó en las gargantas de los manifestantes hasta encarnarse en un grito que desafiaba el estruendo de las balas de la represión: “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!”.

La multitudinaria marcha del 7
La multitudinaria marcha del 7 de noviembre de 1981 a San Cayetano le dio impulso a la CGT-Brasil para hacer una convocatoria a Plaza de Mayo el 30 de marzo de 1982 con la misma consigna: "Pan, paz y trabajo"

La respuesta fue una represión brutal. En Buenos Aires el choque entre los manifestantes y las fuerzas policiales se convirtió en una verdadera batalla campal con avances y retrocesos. Las columnas intentaban marchar hacia la Plaza de Mayo vallada y rodeada por carros de asalto, la represión cada vez más violenta de la policía las dispersaba, pero en lugar de huir los manifestantes se reagrupaban una y otra vez para volver marchar desde diferentes calles y tratar de confluir en la plaza.

Al final del día, después de seis horas de enfrentamientos callejeros, el saldo en las calles porteñas se midió en centenares de heridos y más de mil detenidos. En Mendoza, la represión policial se había cobrado un muerto; en otras ciudades del país decenas de heridos y detenidos engrosaban el número de víctimas de la represión. Pero la dictadura, que finalmente logró controlar la situación, había quedado herida de muerte.

Una resistencia incipiente

La marcha del 30 de marzo de 1982 fue el punto más alto de la resistencia popular, esa vez convocada por el sindicalismo claramente opositor a la dictadura instalada el 24 de marzo de 1976. Porque – como siempre en la Argentina – hubo sectores sindicales que miraron hacia otro lado, privilegiando sus negociados con el poder por sobre los reclamos populares.

Luego del golpe, una de las primeras medidas de la dictadura fue intervenir a la mayoría de los sindicatos y encarcelar a muchos de sus dirigentes. A otros, directamente, los hizo desaparecer. Con la CGT disuelta y los gremios con interventores militares, los trabajadores de organizaron en diferentes nucleamientos, diferenciados entre sí por sus posiciones conciliadoras o combativas frente a la dictadura. Saúl Ubaldini se incorporó al sector más resistente, la Comisión de los 25 gremios peronistas, donde también estaban, entre otros, Raúl Ravitti, de la Unión Ferroviaria; Roberto García, de Taxistas; José Rodríguez, de Smata; Fernando Donaires, del Papel, y Osvaldo Borda, del Caucho.

La posición de “Los 25″ se endureció aún más en marzo de 1979, cuando el ministro de Trabajo de Videla, el general Llamil Reston, anunció una reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales que recortaría aún más los derechos de los trabajadores. El 21 de abril de ese año, lanzó una convocatoria a una Jornada de Protesta Nacional para el 27, cuando se manifestarían por la restitución del poder adquisitivo de los salarios, la plena vigencia de la Ley de Convenciones Colectivas de Trabajo y la normalización de los sindicatos. El ministro Reston convocó a los dirigentes, entre los que estaba Ubaldini, a una reunión en la sede de la cartera de Trabajo. Decidieron ir, aunque previeron que podían encarcelarlos, por lo que dejaron organizado un Comité de Huelga para que la jornada de protesta se realizara igual, aunque ellos no estuvieran.

Lorenzo Miguel, del gremio de
Lorenzo Miguel, del gremio de metalúrgicos y Saúl Ubaldini, del gremio cervecero

Cuando salían de la reunión, Ubaldini y sus compañeros fueron detenidos por la policía, uno por uno. Pero el Comité de Huelga cumplió con su misión: el 27 de abril de 1979, pararon todas las fábricas del cordón industrial del Gran Buenos Aires y del interior, los ferrocarriles Sarmiento, Roca y Mitre. Fue la primera huelga contra la dictadura. Ubaldini la siguió desde su celda y recién fue liberado a mediados de julio.

La conducción de Ubaldini

El éxito de la huelga potenció la resistencia de parte del sindicalismo frente a la dictadura y la figura de Ubaldini surgió casi naturalmente como la del conductor. “Debemos comprometer hasta la última gota de nuestra sangre para impedir que se repita otra dictadura que, como ésta, suma al país en oprobio, miseria, hambre y dolor de perder a sus mejores hijos; y la democracia es el único medio que conocen los pueblos libres para hacer sus revoluciones en paz”, dijo por entonces en una proclama que marcó el cambio de época.

Sus encendidos discursos encontraban eco en la gran mayoría de los trabajadores, que se sentía traicionada por una dirigencia que hacía de la tibieza – cuando no de la entrega – un culto. En 1980, cuando la central sindical se dividió entre la CGT Azopardo -conciliadora– y la CGT Brasil -combativa-, Ubaldini se sumó a la segunda, junto a Diego Ibáñez, Lorenzo Miguel y todo el sector de “Los 25″. En diciembre de ese año lo eligieron secretario general.

El 7 de noviembre de 1981, la CGT Brasil convocó a una marcha hacia la Iglesia de San Cayetano, con el reclamo de “Pan, Paz y Trabajo”. La movilización, encabezada por Ubaldini, congregó a más de diez mil trabajadores. La masividad y el nivel confrontativo – aunque pacífico – de la protesta dejó malparada a la dictadura y tuvo tal magnitud que ni la censura de prensa pudo impedir que se convirtiera en noticia.

En 1980, cuando la central
En 1980, cuando la central sindical se dividió entre la CGT Azopardo -conciliadora– y la CGT Brasil -combativa-, Ubaldini se sumó a la segunda

“Pacífica marcha a San Cayetano”, tituló el diario nacional de mayor circulación, y agregó en la bajada: “Unas diez mil personas se reunieron ayer en San Cayetano en la marcha que había convocado la CGT. Solo se registraron incidentes menores al término del oficio religioso”. Y agregaba un dato significativo, que ponía en evidencia el golpe que la marcha representaba para la dictadura: “El ministro del Interior, Horacio Tomás Liendo, concurrió sorpresivamente a la parroquia, mientras se oficiaba misa, y posteriormente declaró que al Gobierno le preocupa la desocupación”.

Era la primera movilización multitudinaria desde el 24 de marzo de 1976. Con el correr de los meses se vio que esa multitudinaria marcha a San Cayetano funcionó como un catalizador para las luchas de resistencia a una dictadura que pretendía quedarse – o al menos condicionar la vida argentina – durante décadas. Fue también el embrión de la movilización que, casi cinco meses después, cambiaría la historia.

Una ciudad ocupada

Entre noviembre de 1981 y marzo de 1982, en la Argentina cambiaron muchas cosas. Poco después de la marcha de San Cayetano, el segundo presidente de la dictadura, Roberto Eduardo Viola, fue obligado a renunciar por sus propios compañeros de armas y Leopoldo Fortunato Galtieri se instaló en la Casa Rosada. La economía seguía cayéndose a pedazos y el miedo ya no paralizaba a la población.

Mientras tanto, la ofensiva del sindicalismo combativo, que no se detenía, se propuso ganar nuevamente las calles del martes 30 de marzo exigiendo nuevamente “Pan, Paz y Trabajo”, la misma consigna de la marcha de San Cayetano. La dictadura quiso evitar por todos los medios esa nueva movilización. Desde el Ministerio del Interior intentó presionar a los sindicalistas, con el argumento que la CGT no había solicitado la autorización para realizar el acto y que sus dirigentes podían ser imputados por alterar el orden público. Además, se les recordó que seis de los convocantes, entre ellos Ubaldini, estaban procesados por convocar a huelgas anteriores, una actividad prohibida.

No tuvo éxito y, al ver que las amenazas no servían para evitar la convocatoria, se preparó para la represión. El martes 30, el centro de Buenos Aires amaneció poblado de carros de asalto, carros hidrantes, patrulleros, policías a caballo e incluso militares en traje de fajina, armas largas y cortas. Para evitar que los manifestantes llegaran a la Plaza de Mayo y entregaran un petitorio en la Casa Rosada, se establecieron cordones policiales en las avenidas 9 de Julio, Santa Fe, Leandro N. Alem, Paseo Colón y Belgrano. También se cortó el Puente Pueyrredón para impedir el acceso desde el Conurbano sur, desde donde se esperaba que llegara la mayoría de las columnas.

El operativo era gigantesco, pero los manifestantes superaban los cuarenta mil. No había solamente trabajadores convocados por los sindicatos de la CGT Brasil, a ellos se sumaron columnas y grupos de organizaciones estudiantiles, de derechos humanos, agrupaciones políticas y gente suelta, mucha gente suelta y dispuesta a repudiar a la dictadura con consignas como “Luche que se van”, “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar” y “El pueblo unido jamás será vencido”. La represión no se hizo esperar: la policía comenzó a golpear, a tirar gases lacrimógenos y a atropellar con sus vehículos a todos los que pretendían avanzar hacia la Plaza de Mayo.

Dos recuerdos

Hace unos años, el autor de esta nota entrevistó a periodistas, abogados, sindicalistas, intelectuales y gente del común que ese día estuvieron en las calles de Buenos Aires para recuperar sus recuerdos. De aquellos testimonios, ahora selecciona tres que sin duda, permiten dar imágenes vívidas de lo que ocurrió.

El escritor Alejandro Horowicz se dio cuenta de que la marcha iba a ser reprimida mientras estaba en el Tortoni con otros tres periodistas, dos de The Buenos Aires Herald y Alcadio Oña que, como él, trabajaba en Clarín. “En aquella época, la policía les avisaba a los dueños de los bares si iba a reprimir para que bajaran las cortinas, y al mediodía el Tortoni empezó a bajarlas. Si querías te podías quedar adentro, pero ya no dejaban entrar a nadie. Ahí nos dimos cuenta de que iba a haber represión. Salimos y lo primero que hicimos fue pensar por dónde rajar, prácticamente antes de entrar al ruedo. Era una medida a la que estábamos acostumbrados. La gente, curiosamente, andaba sin demasiado miedo, pero cuando nos acercamos a la plaza empezaron a sonar los estampidos y fue una de las primeras veces que vi actuar a la policía con motocicletas. Al mismo tiempo que los lanzagases empezaron a funcionar con relativa rapidez. Nos alejamos con velocidad, fuimos al diario y descubrimos en el camino el nivel de miedo horrible que se había planteado. La gente en la redacción temía lo peor y no era simplemente lo peor por lo que les pasara a los que se habían movilizado sino lo peor en el sentido de que movilizarse para enfrentar a la dictadura era una situación que solo podía terminar del mismo modo en que había comenzado, con más muertos. Era en rigor de verdad una comprensión aterrada pero sintética de lo que se venía, después vendría lo de Malvinas”, recordó.

El abogado y escritor Rodolfo Yanzón tenía 21 años, todavía estaba estudiando Derecho en la UBA y trabajaba en un juzgado de Instrucción Penal. Después de trajinar en Tribunales, se sumó a la marcha con su hermano y un amigo. “Se respiraba en el aire que la mecha se encendería en cualquier momento. Y llegó a machetazo limpio, con embestidas de caballos contra los manifestantes, gases lacrimógenos y golpes de todo tipo. Era un caos y la gente trataba de salvar el pellejo como podía. Desde los balcones tiraban de todo a la policía. Mientras gritábamos ‘se va a acabar’ en 9 de julio y Avenida de Mayo, mi hermano y mi amigo fueron cercados por la montada bajo el toldo metálico de un bar. Se encontraron con sus espaldas sobre la cortina cerrada del negocio tratando de eludir los golpes de la policía. En un momento un jinete desenvainó su espada y mi hermano se agazapó para evitar el sablazo, pero al levantarla para arremeter, el cana la ensartó en el toldo. Mientras luchaba con su espada, los dos descargaron una batería de trompadas sobre la bestia y el caballo, que trastabilló de tal forma que el milico casi cayó de culo al piso. Pasaron pocos segundos para que una horda de uniformados se arrojara sobre ellos y los golpeara duramente. Mi última imagen fue verlos esposados, golpeados y exangües, subidos a empujones a un celular”, relató. Esa misma noche presentó un habeas corpus por ellos en un Juzgado Federal. No sabía dónde los tenían detenidos o si les había pasado algo peor.

El tiro del final

La censura de la dictadura ya no funcionaba como antes y al día siguiente todos los diarios llevaron en sus portadas titulares y fotos que reflejaban la masividad de la movilización y, también, la brutalidad de una represión que, además de los detenidos y los heridos, se había cobrado un muerto.

La portada del diario Clarín
La portada del diario Clarín del día siguiente de la masiva movilización

“Numerosas detenciones en los incidentes”, se leía en la parte superior de la tapa de uno de ellos, y en la bajada decía: “Más de mil detenidos y numerosos incidentes arrojó la concentración de la CGT realizada ayer en esta capital, que fue rigurosamente controlada por militares y policías”. Entre los detenidos estaban Saúl Ubaldini, cinco integrantes de la Comisión directiva de la CGT Brasil, el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y un grupo de Madres de Plaza de Mayo. Había también crónicas de las movilizaciones en otras grandes ciudades del país, como Rosario, Mendoza, Neuquén y Mar del Plata.

No era la única noticia importante del día, porque también se citaba una declaración del ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura, Nicanor Costa Méndez: “No cederemos a ninguna intimación”, eran sus palabras. Cualquier desprevenido podía creer que el canciller se había referido a la marcha, pero se trataba de otra cuestión. Debajo del título, podía leerse en letra más pequeña: “Gran Bretaña ratificó su soberanía sobre las Malvinas”. Dos días más tarde, la dictadura dio su último manotazo de ahogado cuando ocupó las islas y desató una guerra como último recurso para mantenerse en el poder. Así prolongó su agonía, al costo de centenares de vidas de jóvenes argentinos.