
Fueron 272 días los que le llevó a Vito Dumas dar la vuelta al mundo en su velero en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial y mientras se desarrollaban combates por tierra y mar. Solo con su alma, con conocimientos limitados de náutica, el navegante—entonces de 41 años— atravesó algunas de las zonas oceánicas más peligrosas del planeta, enfrentando temporales en el Atlántico Sur, el Índico y el Pacífico.
Zarpó a bordo del Lehg II desde el puerto de Buenos Aires el 27 de junio y siguió la llamada “ruta imposible”. Sin asistencia tecnológica y en condiciones extremas, navegó a lo largo del paralelo 40° sur, bordeó los límites de los hielos antárticos y cruzó los tres cabos más temidos por los marinos: Buena Esperanza, Tasmania y Hornos. Recorrió más de 20.000 millas náuticas, con breves escalas en Ciudad del Cabo, Wellington y Valparaíso, antes de regresar al punto de partida el 8 de agosto de 1943.
La travesía lo convirtió en un símbolo de resistencia individual en un contexto global marcado por la guerra. Al regresar a Buenos Aires, fue recibido como un héroe y condecorado por el gobierno argentino. Su proeza lo consagró como uno de los navegantes más destacados del siglo XX.

La hazaña
El 6 de agosto de 1943, las fuerzas soviéticas avanzaban hacia Briansk, la aviación británica bombardeaba la base naval de Kiel y la estadounidense atacaba posiciones japonesas en las Islas Salomón. En Berlín, el régimen nazi iniciaba una evacuación parcial ante la amenaza de los bombardeos aliados, y tropas alemanas reforzaban su presencia en Italia tras la caída de Mussolini. Ese mismo día, lejos de los frentes de combate, un pequeño velero de madera ingresaba al puerto de Buenos Aires: era el Lehg II, tripulado en solitario por Vito Dumas, quien regresaba tras haber dado la vuelta al mundo por la ruta más peligrosa del hemisferio sur.
Dumas estaba exhausto, con la barba crecida y los ojos curtidos por la sal. Había dejado atrás días de temporales constantes y los riesgos de morir en el intento de conquistar los océanos con su velero que apenas superaba los nueve metros. Había zarpado 272 días antes desde ese mismo puerto, cuando el mundo ardía bajo las bombas, pero él fue por su victoria personal.
Recaló en los puertos de Ciudad del Cabo, Wellington, Valparaíso, donde dejó testimonio de una travesía sin precedentes, guiada por una determinación austera, casi estoica. Ya se había ganado el respeto y admiración de los amantes de las aguas que veían en él el ejemplo a seguir. Pero, en su tierra, la hazaña fue celebrada aunque con algunas reservas: fue blanco de críticas dentro del ambiente náutico porque considerarlo “improvisado” en el arte de la navegación.

El otro motivo de las críticas era su cercanía al peronismo. Aunque no era militante, el propio Juan Domingo Perón lo promovió como figura nacional y le asignó un cargo para fomentar la navegación deportiva.
Dumas había nacido el 26 de septiembre de 1900 en Buenos Aires, era hijo de inmigrantes italianos, y pasó su infancia en un entorno urbano y modesto de Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires, sin vínculos directos con el mar. Desde joven mostró un temperamento inquieto y una inclinación por la actividad física y el deporte, particularmente la natación, disciplina en la que se destacó desde temprana edad. También fue artista plástico, chacarero y escritor: dejó sus vivencias en libros como “Los cuarenta bramadores”, “Solo, rumbo a la Cruz del Sur” y “El crucero de lo imprevisto”, donde narró sus viajes y también dejó sentadas su filosofía de vida anclada basada en la introspección, la disciplina y la voluntad de ir siempre más allá del límite.
“Su vinculación con la náutica presenta intervalos que son la prueba de la atracción que el mar ejercía sobre él, más allá de las decisiones obligadas por las circunstancias, que podrían mantenerlo alejado”, describe la pagina que vitodumas.com.ar, que destaca cada una de sus aventuras. Durante su juventud, a partir de 1923, tuvo cinco intentos de cruzar a nado el Río de la Plata, aunque no logró, sí fortaleció y templó su espíritu.

En 2019, el documental El navegante solitario, dirigido por Rodolfo Petriz, reabrió el debate en torno a su figura. Ese filme reconstruye su historia con material de archivos y testimonios. Por sus hazañas, el directo lo compara con Edmund Hillary, el primer hombre en escalar el Everest.
“Esa gesta lo posicionó como uno de los navegantes solitarios más grandes de la historia, para muchos como el más grande a secas, y lo ubicó entre los más grandes deportistas-aventureros que conoció el Siglo XX. Hombres que no dudaban en desafiar a la naturaleza y arriesgar su vida para ser los primeros en llegar a los lugares más recónditos de la Tierra. Dumas fue parte de una generación que con sus logros buscaba posicionar a la Argentina en un lugar destacado a nivel mundial. En ese sentido, si bien había un componente individualista muy fuerte en lo que hacía, ya que quería ser el primero en lograr esas hazañas, buscaba insertar sus logros en el marco de un proyecto de país”, escribió Petriz para Infobae, en “Vito Dumas: la leyenda maldita del gran navegante argentino que dio la vuelta al mundo”.
“Cuando me puse a investigar sobre su vida encontré otra, que está marcada por el menosprecio que en su momento sufrió por parte de un sector del ambiente náutico nacional: ‘No sabía navegar’, ‘Era un loquito’, ‘No menciones su nombre’, eran frases que no era raro escuchar entre los navegantes del Río de la Plata. La inquietud surgió naturalmente”, describe Petriz y plantea una pregunta inquietante: “¿Por qué un país olvida a quienes se atrevieron a ir más lejos?”. “El intento de dar respuesta a esa pregunta fue el germen de este documental”, asegura.

Las etapas de la travesía
La expedición náutica tuvo cuatro etapas. Su primer destino fue Ciudad del Cabo, tras una breve escala en Montevideo. El mal tiempo obligó a demorar la salida desde el puerto uruguayo, pero logró completar las 4.560 millas náuticas en 55 días. Entonces ocurrió lo inesperado: sufrió una infección en el brazo derecho, lo que le impidió utilizarlo por varias semanas, aunque nada detuvo su avance.
La segunda etapa, entre Sudáfrica y Nueva Zelanda, fue la más exigente. Partió el 14 de septiembre y navegó cerca de 7.400 millas en 104 días, por una de las zonas más hostiles del planeta: los Cuarenta Bramadores. En uno de sus libros, Dumas describió el recorrido por el Océano Índico como un infierno de olas, soledad y resistencia física al límite. La tensión constante y el miedo a perder la razón lo acompañaron durante semanas. “Nadie podrá solicitarme otro esfuerzo semejante”, escribió tras cruzar la línea imaginaria entre el Mar de Tasmania y el Índico.
En Wellington, capital de Nueva Zelanda, reparó su embarcación y descansó durante poco más de un mes antes de retomar el rumbo. El 30 de enero de 1943 inició la tercera etapa hacia Valparaíso, en Chile, atravesando el Pacífico. En ese tramo navegó por rutas en las que habían desaparecido otros navegantes solitarios, como su amigo, el noruego Al Hansen. Sin embargo, él logró atravesarla sin mayores contratiempos.

La última parte del viaje incluyó el cruce del temido Cabo de Hornos, pese a las advertencias de algunos allegados. En ese tramo, Dumas soportó violentas tormentas y una ola que lo arrojó contra una estructura del velero y le fracturó el tabique nasal. “He pagado barato mi precio por tal osadía”, anotó en su bitácora. Luego de una breve escala en Mar del Plata, ingresó finalmente al puerto de Buenos Aires el 8 de agosto de 1943, tras un año y 36 días de navegación y más de 20.000 millas recorridas.
Jean Merrien, historiador marítimo francés, calificó la hazaña como “la más inaudita que hombre solo jamás haya cumplido en el mar”. Décadas más tarde, en 1980, Dumas fue distinguido con el Diploma al Mérito de los Premios Konex, como uno de los deportistas más destacados de la historia argentina en el ámbito del yachting.
Héroe a las sombras
Quienes se ocuparon de estudiar la vida de Vito Dumas cuentan que en torno a su figura hubo prejuicios de clase, envidias personales y rencores políticos y eso logró que su proeza sin precedentes fuera silenciada durante años. Cuentan también que su llegada a Mar del Plata fue acompañada por periodistas y miles de personas que lo recibieron en la Dársena Norte.
Lo apodaron “el héroe silencioso” y “el vencedor de los mares”, pero aún hubo quienes renegaron de él: su origen humilde, lo descalificaron por no provenir del círculo cerrado de los clubes náuticos más tradicionales, lo convirtieron en blanco de burlas y rumores. Incluso llegaron a decir que la sola mención de su nombre “era de mala suerte”.

Además de eso estaba el vínculo que tenía con Perón, quien lo condecoró oficialmente, y en 1949 lo nombró Teniente de Navío de la reserva, confiándole también la dirección de una Escuela Nacional de Náutica Deportiva. Eso fue cayó mal en los sectores de la Armada, que silenció su figura tras el golpe de 1955. Dumas fue desplazado de sus funciones, excluido de reconocimientos institucionales, y su proeza fue desestimada o directamente ignorada en círculos oficiales y especializados. Incluso en el ambiente náutico, algunas voces lo descalificaron por prejuicios personales o ideológicos.
Sin ser fanático de las opiniones políticas, optó por vivir sus últimos años en un exilio interior. Enfermo y sin recursos, murió en soledad el 28 de marzo de 1965, víctima de un derrame cerebral.
Recién en la década de 1990 su figura fue reivindicada gracias a documentales, libros y testimonios que ayudaron a recuperar su legado como pionero de la navegación oceánica y como una de las grandes figuras argentinas olvidadas del siglo XX. Su velero es conservado en el Museo Naval de la Nación, en Tigre, como testimonio tangible de una vida entregada al mar.
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