
Lunes 26 de marzo de 2012, Océano Pacífico occidental a unos 200 kilómetros de las Islas Marianas, 07.46 de la mañana. “Impulso suavemente el sumergible hacia abajo, salvando el trecho que falta hasta el fondo. En la cámara 3D veo cómo la base del vehículo se hunde unos diez centímetros antes de detenerse. He tocado fondo. El descenso ha durado dos horas y media. Una nube del limo más fino que he visto nunca se eleva en sedosas volutas como el humo indolente de un cigarrillo y se queda en suspensión, casi inmóvil. Entonces, una voz procedente de once kilómetros por encima de mí: ‘Deepsea Challenger, aquí la superficie. Comprobación de comunicaciones’. El sonido es bajo, pero se oye con inquietante claridad. Nuestros cálculos sugerían que a semejante profundidad la comunicación por voz sería imposible. Echo un vistazo al profundímetro y pulso el botón del micrófono. ‘Superficie, aquí el Deepsea Challenger. Estoy en el fondo. Profundidad 10.898,5 metros… Soporte vital correcto, todo parece en orden’. Ahora se me ocurre que debería haber preparado alguna frase memorable, al estilo de ‘Un pequeño paso para el hombre…’. Al menos llevo un gorro a lo Cousteau”. El texto pertenece al cuaderno de bitácora de James Cameron y corresponde al preciso momento en que logró tocar fondo en la Fosa de las Marianas, el punto más profundo de los océanos de la Tierra.
Más allá del humor del que hace gala en las últimas líneas, Cameron era plenamente consciente de la importancia del logro: se acababa de convertir en el primer hombre en llegar hasta allí en solitario, piloteando un sumergible diseñado por un equipo que él mismo había dirigido. El cineasta soñaba llegar hasta ahí desde los tiempos de la realización de su espectacular Titanic, una de las películas más taquilleras de la historia, estrenada en 1997 y ganadora de once premios Oscar. Más aún, en aquel momento confesó que su objetivo principal no había sido el filme sino sumergirse en lo profundo del mar. “Hice Titanic porque quería bucear entre los restos del naufragio, no porque quisiera hacer la película”, dijo en una entrevista con Esquire.
Al posar el Deepsea Challenger en el fondo de la fosa, Cameron igualaba, 52 años después, la hazaña del inventor y explorador suizo Jacques Piccard y el teniente de la marina estadounidense Don Walsh, que habían llegado hasta allí en un descenso que casi les cuesta la vida, a bordo un batiscafo. Pero a diferencia de ellos, lo había hecho solo. “En 1960, en el marco de un proyecto de la Marina estadounidense, el teniente de navío Don Walsh y Jacques Piccard se sumergieron en el gigantesco batiscafo ‘Trieste’ hasta la misma profundidad que yo ahora; somos los únicos tres seres humanos que lo hemos hecho”, se puede leer en la bitácora de Cameron.

Piccard y la fosa
El 23 de enero de 1960, Piccard y Walsh habían tocado con el “Trieste” el fondo de la Fosa de las Marianas en la sima Challenger, a 10.911 metros de la superficie, una profundidad que supera en más de dos kilómetros la altura del Monte Everest, la cima más alta del mundo. El batiscafo consistía en una esfera de tripulación pesada suspendida de un casco que contenía tanques llenos de combustible para flotabilidad, tolvas de lastre llenas de plomada de hierro y tanques de agua inundables para hundirse. Tenía quince metros de longitud y la esfera de presión estaba unida a la parte inferior del casco y alojaba a dos tripulantes que accedían a ella a través de un eje vertical que no estaba presurizado y se inundaba con agua de mar al descender. La esfera era completamente autónoma, con un sistema de recirculación de aire cerrado con oxígeno suministrado desde cilindros, mientras que el dióxido de carbono era eliminado del aire al pasar por cartuchos de soda cáustica.
El viaje hacia el abismo les llevó cinco horas y al posarse en el fondo, los tripulantes activaron las lámparas de vapor de mercurio y se dedicaron a observar maravillados el paisaje que tenían frente a sus ojos. “Tuvimos la inmensa suerte de ver, justo en medio del círculo de luz que proyectaba uno de nuestros reflectores, un pez. Así, en un segundo, pero después de años de preparación, pudimos responder a la pregunta que miles de oceanógrafos se habían hecho. La vida, bajo una forma superiormente organizada, era posible en cualquier profundidad”, relató Piccard. Solo estuvieron veinte minutos observando el fondo del mar, pero ese descubrimiento tuvo una consecuencia determinante, porque al comprobar la existencia de vida a esa profundidad se prohibió el vertido de desechos nucleares en los abismos oceánicos.
En ese descenso estuvieron a punto de morir, aunque solo se dieron cuenta cuando volvieron a la superficie. Al llegar a los 9.000 metros escucharon un ruido muy fuerte. “Sonó como una explosión, pero después no pasó nada más”, contó Walsh. Más tarde, descubrieron que una ventana exterior de Plexiglás del “Trieste” se había resquebrajado bajo la presión que llegó a medir hasta una tonelada por centímetro cuadrado, o casi 1000 veces la presión que existe en la superficie.
Más de medio siglo después, los avances tecnológicos le permitían a Cameron construir un vehículo superior, mucho más seguro, para realizar su propia hazaña. La construcción del Deepsea Challenger fue, con un director de cine a cargo, realmente de película, porque se realizó en Australia en el más hermético de los secretos. Además de los materiales y el instrumental de navegación más avanzados, el sumergible incluía equipo científico para toma de muestras y cámaras tridimensionales de alta definición para tener registro de todo el proceso y, sobre todo, de la exploración del fondo del abismo.
Una noche de enero de 2012, también en secreto, lo sacaron con una grúa del galpón donde se lo había construido y subido a un camión para llevarlo hacia el mar, donde Cameron realizaría varias pruebas de inmersión antes de intentar llegar al fonde de la Fosa de las Marianas.

El cuaderno de Cameron
El 26 de marzo de 2012, a bordo del barco Mermaid Sapphire, Cameron y el Deepsia Challenger llegaron al punto exacto elegido para realizar el descenso. En su anotación de las 5.15 de la mañana, el director dice: “Madrugada en un mar negro como el azabache. Mi sumergible, el Deepsea Challenger, da bandazos y sacudidas a merced de las enormes olas del Pacífico. Llevamos en pie desde la medianoche; tras un par de horas de sueño intranquilo iniciamos nuestras comprobaciones previas a la inmersión. Por las venas del equipo corre adrenalina a raudales. En toda la expedición nunca me he sumergido en unas condiciones tan duras. A través de las cámaras externas puedo ver a dos buzos justo al lado de mi minúscula cabina, zarandeados como muñecos mientras intentan preparar el sumergible para el descenso”.
Era el comienzo del tramo final de la gran aventura. Cameron ya está en el interior de la cabina. “He pasado años imaginando este momento, y no negaré que en las últimas semanas he sentido miedo al pensar en todo lo que podría salir mal. Pero ahora mismo me siento sorprendentemente tranquilo. Estoy cobijado en el sumergible, soy parte de él y él es parte de mí, una prolongación de mis ideas y mis sueños. Como uno de sus diseñadores, conozco sus funciones y sus puntos débiles. Después de semanas de entrenamiento, mi mano acude al mando o al botón pertinente sin pensarlo. A estas alturas no hay aprensiones, solo la determinación de hacer lo que hemos venido a hacer, y la ilusión infantil por lo que nos espera. Allá vamos. Respiro hondo y pulso el botón del micro. ‘OK, listo para iniciar el descenso. ¡Suelten, suelten, suelten!’”, cuenta.
Poco más de media hora después, el sumergible supera la profundidad donde quedó el “Titanic” después de su hundimiento. “Al dejar atrás esa profundidad, hago un gesto desenfadado con la mano. Un cuarto de hora después rebaso los 4.760 metros, la profundidad del acorazado Bismarck. Si el casco del Deepsea Challenger no resiste, ni me enteraré. Será un fundido en negro. Pero esto no sucederá. Para algo invertimos tres años en diseñar, forjar y mecanizar esta esfera de acero”, anota Cameron.

En el fondo del abismo
El viaje hasta el fondo del abismo Challenger le lleva a Cameron dos horas y media, menos de la mitad de lo que habían demorado Piccard y Walsh en llegar. A las 7.43 anota como en una cuenta regresiva de distancia: “Treinta metros… Veintisiete… Veinticuatro… Ya debería estar viendo algo. Veintiuno… Dieciocho… Por fin distingo un resplandor espectral reflejado en el fondo, un fondo que se vislumbra liso como el papel, sin detalles, sin referencia de escala que permita evaluar la distancia. Freno levemente con los propulsores verticales. Al cabo de cinco segundos el levísimo flujo inducido topa con el lecho marino, y la nada que se abre a mis pies se ondula como un velo de seda”.
Está previsto que el Deepsea Challenger permanezca cinco horas en el fondo, durante las cuales su único tripulante trabaja incansablemente, grabando y recogiendo muestras. Sin embargo, se toma un momento para contemplar lo que lo rodea. “Dedico unos minutos a asimilar la quietud de este extraño lugar, ajeno a cualquier experiencia humana. Aquí estoy, en el lugar más remoto del planeta Tierra, al que ha costado tanto tiempo, energía y tecnología llegar, y me siento el ser humano más solitario del planeta, completamente aislado de la humanidad, sin posibilidad de rescate en un lugar que ningún ojo humano ha visto jamás”, registra y recién entonces se pone a trabajar.
A las 10.30 de la mañana, Cameron ha terminado su trabajo y decide volver. Lo gana, entonces, un último temor. “El momento de darle al botón que soltará el lastre de ascenso siempre es de puro suspenso. Si el lastre no se desprende, no lo contás. Punto”, reflexiona. Nada de eso ocurre: al soltar las dos pesas de 243 kilos del lastre, el sumergible da una sacudida y comienza a ascender. “El fondo comienza a sumirse vertiginosamente en su oscuridad eterna. Conforme gano velocidad, el sedimento que había quedado adherido en el módulo científico se desprende. Estoy subiendo a más de seis nudos, la máxima velocidad que ha alcanzado el sumergible, y estaré en la superficie en menos de una hora y media. Una oleada de alivio me inunda a medida que las lecturas de profundidad descienden progresivamente. Vuelvo al mundo del sol y el aire”, anota el director, con la satisfacción de la hazaña lograda.
No se trató de un simple récord. La información que James Cameron recogió en el fondo de la Fosa de las Marianas arrojó una nueva luz sobre las profundidades del mar: proporcionó las primeras imágenes en 3D de alta resolución y obtuvo muestras valiosas para la comunidad científica, gracias a las cuales se lograron identificar al menos 68 especies nuevas. Entre ellas los anfípodos -criaturas similares a las camarones-, pepinos de mar, decenas de miles de microbios y capas de rocas fibrosas denominadas mantos microbianos, que contienen organismos capaces de sobrevivir en la oscuridad.
Recién en 2019 el submarinista estadounidense Victor Vescovo superó el récord de profundidad del director de Titanic al sumergirse a 10.935 metros en la sima Challenger. Allí hizo un descubrimiento que debería preocupar. Entre las muestras que recogió había una bolsa de plástico y envoltorios de caramelos, una prueba de que la contaminación humana no respeta ni los más recónditos lugares del planeta.
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