
La sala de extracciones del Centro de Donantes del Ayuntamiento en Sydney, en Australia, se veía revolucionada por una suerte de ceremonia inusual esa mañana de mayo de 2018. En el lugar, donde habitualmente están solo el donante y el técnico encargado de la extracción de sangre, resaltaba la presencia de cinco madres jóvenes, con sus bebés en brazos, que rodeaban al hombre mayor vestido con un pantalón marrón, corbata al tono y una impecable camisa blanca de mangas cortas que sonreía recostado en un sillón mientras su sangre fluía desde su brazo derecho hacia la máquina de plasmaféresis.
El anciano sonriente, un australiano de 81 años, ex jefe de máquinas de los ferrocarriles, se llamaba James Christopher Harrison, aunque se lo conocía por un apodo que lo identificaba mucho más: “El hombre del brazo de oro” y esa mañana realizaba su donación de sangre número 1172, la última de su vida. No porque no quisiera seguir haciéndolo, sino porque los médicos se lo prohibieron por temor a que afectara su salud.
Las madres estaban allí para demostrarle agradecimiento, porque una singular cualidad de sangre de Harrison había salvado las vidas de sus hijos, como las de millones de niños más, afectados por la incompatibilidad RH de las sangres de sus padres. Su plasma contenía un potente anticuerpo utilizado para crear un tratamiento extraordinario conocido como Anti-D que protege a los bebés no nacidos de la enfermedad hemolítica Rhesus D (HDN) potencialmente mortal.
“Seguiría adelante si me dejaran. Es un día triste para mí, el final de una larga carrera”, dijo Harrison esa mañana, mientras daba su sangre por última vez. Lo venía haciendo, sin pausa, una vez por semana o cuanto más cada quince días durante 63 años, desde los 18.

Una sangre muy especial
Todo comenzó cuando Harrison era un adolescente de 14 años y tuvo que ser sometido a a una cirugía mayor de tórax en la que le sacaron un pulmón y para la cual necesitó recibir 13 transfusiones de sangre. Sin ellas, no habría sobrevivido. “Cuando salí de la operación, o un par de días después, mi padre me explicó lo que había ocurrido. Dijo que yo había recibido 13 litros de sangre y que esas personas desconocidas que los habían donado me habían salvado la vida. Mi padre era un donante de sangre habitual, así que dije que cuando yo fuera lo suficientemente mayor, seguiría sus pasos”.
Tuvo que esperar a cumplir los 18 años, la edad mínima que la ley australiana requería a los donantes en esa época. Corría 1954 y no imaginaba que su sangre tenía algo especial. En 1966, un equipo médico descubrió que el plasma de Harrison contenía un anticuerpo raro usado contra el denominado antígeno D que se podía utilizar para producir medicamentos para las madres embarazadas cuya sangre podía atacar a sus bebés aún no nacidos. En concreto, servía para fabricar inyecciones que protegen a los fetos de la enfermedad hemolítica del recién nacido, en la que el sistema inmunológico de la madre ataca los glóbulos rojos del feto durante el período de gestación.
Cuando el factor Rh de la sangre de la madre es negativo y el del padre es positivo, puede ocurrir que los anticuerpos maternos ataquen al feto dentro del vientre y provoquen la muerte o graves enfermedades. Este fenómeno, que se conoce como incompatibilidad Rh, sucede con frecuencia cuando el bebé hereda el tipo de sangre del padre. Si bien es más común ser Rh positivo que Rh negativo y de por sí que el grupo sanguíneo de una persona sea Rh negativo no es una enfermedad, en las embarazadas puede provocar este choque de compatibilidad. Si las sangres de la madre y el hijo se mezclan durante la gestación, el cuerpo de la madre genera unas proteínas llamadas anticuerpos Rh que no son un problema para el primer embarazo, pero sí pueden serlo para los siguientes. Antes de que se desarrollaran las intervenciones “anti-D”, uno de cada dos bebés diagnosticados con la enfermedad hemolítica del feto y del recién nacido moría.

“Conejillo de indias”
Los investigadores le pidieron ayuda a Harrison. “Querían que fuera un conejillo de indias. Me dijeron que me asegurarían por medio millón de dólares. Hablé con mi esposa y ella me dijo que podría gastarse ese dinero con facilidad. Entonces decidimos que participaría en el ensayo y desde entonces no he dejado de donar sangre”, contó muchos años después.
Los médicos descubrieron una nueva particularidad del “hombre del brazo de oro”, como ya se lo llamaba. El cuerpo de Harrison no solo producía grandes cantidades del antígeno D, sino que a medida que donaba más sangre, esa cantidad aumentaba de manera casi exponencial. La Cruz Roja Australiana comprobó que, si un donante de sangre promedio salvaba la vida de 17 personas, cada donación de Harrison alcanzaba para salvar las de más de dos mil bebés.
“Australia fue uno de los primeros países del mundo en descubrir a un donante de sangre con este anticuerpo, así que fue bastante revolucionario en ese tiempo. Cada bolsa de sangre es valiosa, pero la sangre de James es particularmente extraordinaria. Su sangre en realidad es utilizada para producir un medicamento que salva vidas, el cual es administrado a las madres cuya sangre está en riesgo de atacar a sus bebés no natos. Cada lote de Anti-D que alguna vez haya sido hecho en Australia ha provenido de la sangre de James. Y más del por ciento de las mujeres en Australia están en riesgo, así que ha ayudado a salvar muchas vidas”, llegó a explicar la jefa del Servicio de Sangre de la Cruz Roja Australiana, Jemma Falkenmire.
Conscientes de que donar sangre con tanta frecuencia y en grandes cantidades podía afectar tarde o temprano la salud del “hombre del brazo de oro”, los médicos idearon un recurso para protegerlo. El mayor peligro era que tuviera anemia y para prevenirla una vez que retiraban el plasma de la sangre donada le reinyectaban los glóbulos rojos.

Miedo a las agujas
Para convertirse en donante asiduo, James Harrison debió vencer una fobia que lo acosaba: le tenía miedo a las agujas. “Es un proceso demasiado macabro, pienso, verte a vos mismo siendo pinchado con la aguja. Por eso miro al techo o a las enfermeras, quizá les hablo un poco, pero ni una sola vez en toda mi vida he mirado cómo una aguja entra en mi brazo. No soporto ver sangre y no soporto el dolor”, le confesó a un periodista del Sydney Morning Herald.
Lo ayudó a vencer sus temores un descubrimiento que hizo sobre sí mismo: sentía los pinchazos cuando le introducían la aguja en su brazo izquierdo, pero no sentía nada si usaban su brazo derecho. Por eso, durante décadas, solamente diez veces en su vida – cuando no quedaba otra alternativa porque tenía el derecho muy dañado – le extrajeron sangre del izquierdo. “Es algo que seguramente sucede en mi cerebro, pero puedo sentirlo en el brazo izquierdo cuando me inyectan, así que solo he tenido diez en el izquierdo. No lo siento en mi brazo derecho”, explicaba. Así, donó entre 500 y 800 mililitros de sangre cada semana durante décadas, hasta que ya no se lo permitieron.
Cuando superó las mil donaciones de sangre, “El hombre del brazo de oro” fue entrevistado por los diarios y los canales de televisión de toda Australia. Estaba a punto de cumplir 80 años y por entonces no pensaba en retirarse. “Tengo mucho tiempo. He dicho que lo dejaré de hacer cuando tengan que usar las dos manos para introducir la aguja y no quieran usar mi pierna”, dijo en una de esas entrevistas.
La última donación
El final llegó la mañana del 18 de mayo de 2018, cuando Harrison entró a la sala de extracciones del Centro de Donantes del Ayuntamiento en Sydney para realizar su última donación. Tenía 81 años y se calculaba que su sangre había contribuido a salvar las vidas de 2,4 millones de bebés australianos afectados por la incompatibilidad Rh de las sangres de sus padres. Entre ellos se contaba su propia nieta.
Se sorprendió cuando, al llegar, fue recibido por doce madres con sus bebés en brazos que lo saludaron con afecto y reconocimiento. Cinco de ellas lo acompañaron a la sala para presenciar la donación. Nadie le había avisado que le harían ese homenaje. “A pesar de que me gustaría seguir donando, estoy feliz porque hay un poco de mí en cada donación que llega a las madres que lo necesitan, y eso me hace sentir bien. Es realmente el regalo de la vida”, dijo.
Para entonces “El hombre del brazo de oro” era considerado un héroe nacional. En 1999 fue condecorado con la Orden de Australia y en 2005 su nombre entró en el Libro Guinness de los récords por ser el hombre que mayor cantidad de plasma sanguíneo había donado durante su vida. “Es el único récord que espero que sea superado”, le dijo al Canal 10 de Australia en una entrevista de 2011. Once años más tarde, su esperanza se cumplió cuando fue superado por otro hombre en los Estados Unidos.
James Harrison murió de muerte natural el 17 de febrero de 2025 en Nueva Gales del Sur, a los 88 años. Al dar la noticia, su hija hizo una breve declaración a la prensa: “Mi padre estaba muy orgulloso de haber salvado tantas vidas, sin ningún costo ni dolor”, dijo.
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