
Zapatillas de punta gastadas por el uso, por la fricción en cada paso, en cada giro, en cada salto y cada ensayo. Por el roce contra las tablas. Puntas rosa pálido, el color sutil y fino de la danza clásica. Puntas rojas, de raso brillante, para una función de ballet especial. Zapatos de español. Zapatillas de lona acordonadas, impregnadas de tierra. Danza contemporánea, danza moderna, danza urbana. Zapatillas de media punta negras. Todas juntas. Todas entrelazadas. ¿Amontonadas? De eso se trató Danza Abierta.
Así lo muestra, en una imagen, el volante publicitario de 1982 que anunciaba las funciones en el teatro Blanca Podestá de la Avenida Corrientes —hoy Multiteatro Comafi—. No había marquesina con luces cegadoras ni cartel enorme que anunciara las figuras. Había un panfleto doblado, una fotografía con lugar y fecha. Flyers y pósters en los estudios de danza. Un boca a boca infalible. Un entusiasmo desesperado. Una legalidad con sabor clandestino. Como un grito susurrado. Un mensaje que rodaba con cautela. Después sí: el estallido.
Hubo tres ediciones —1981, 1982, 1983—; 165 funciones; más de 250 coreógrafos; más de 500 bailarines.
“Estábamos con Alfredo Zemma en el teatro Bambalinas, en la calle Chacabuco y Estados Unidos, en la época que se estaba haciendo Teatro Abierto y habían tirado la bomba en el Picadero. Alfredo me dice: ‘Ani, ¿qué te parece si hacemos Danza Abierta?’. Él sabía que estaba estudiando danza. Y le digo: “Claro”. Me comuniqué con Etel Bendersky y con Mariana Szusterman. Nos reunimos los cuatro. Las bailarinas empezaron a llamar por teléfono y a la semana hicimos la primera reunión. Así empezó Danza Abierta. Y toda la primera semana, cuando estrenamos, nuestra cautela era estar muy atentos a ver quiénes entraban, pues nos habían amenazado, obviamente”.
La voz grabada de Anahí Zlotnik, bailarina en los 80, una de las impulsoras del movimiento artístico de resistencia a la última dictadura militar, Danza Abierta, envolvió la Cúpula del Centro Cultural Kirchner —ahora Palacio Libertad—. Era 2023 y se inauguraba “Abrir Danza Abierta”, un homenaje para celebrar al mítico ciclo que contó con la presentación de más de 20 artistas que participaron de sus tres ediciones. El evento, las performance, estuvieron enmarcadas en los festejos por los 40 años de democracia. Para muchos, los más jóvenes, fue descubrir a un grupo de personas que enfrentó la censura desde un escenario.
—El asunto es que yo estaba en el Teatro del Picadero con un espectáculo que se llamaba Tres coreógrafas, ahí compartía con Etel Bendersky, que es mi amiga, y otra señora con la que no me llevaba bien. Y estaba con muchas ganas de ver otro teatro para presentar mis obras nuevas. Anahí Zlotnik era alumna mía y salía con Alfredo Zemma, que en esa época estaba a full con Teatro Abierto. Entonces Fuimos con Etel que me acompañó al Teatro Bambalinas para ver la sala. Cuando llegué, dije: “Uy, ¡es muy grande para mí sola!”. Era muy grande, me asusté. Y ahí Alfredo dijo: “Che, ¿y por qué no hacen ustedes lo que hacemos nosotros en Teatro Abierto? ¿Por qué no hacen Danza Abierta? Yo me quedé pensando, no mucho, las miré a las chicas y les dije: “¿Por qué no?”—recuerda Mariana Szusterman, maquillada, con los labios rojos, del otro lado de la pantalla.

Teatro Abierto fue un movimiento cultural que surgió como reacción al terrorismo de Estado desplegado formalmente en 1976. Creado por referentes del quehacer teatral como Osvaldo Dragún, Carlos Gorostiza, Tito Cossa, Luis Brandoni y Pepe Soriano —entre otros— con el apoyo de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, y Ernesto Sabato. Comenzó en 1981 y, con el impulso que genera la resistencia, el grupo creó 21 obras breves que ofrecía todas las tardes en el Teatro del Picadero. Pero la respuesta de los perpetradores ante esa irreverencia no demoró: la madrugada del 6 de agosto la sala ardió a causa del estallido de bombas incendiarias que destruyeron casi la totalidad del edificio. Así fue que se mudaron al Teatro Tabarís y repitieron su ciclo de obras en 1982, 1983 y 1985.
Lo que proponía el director teatral Alfredo Zemma era que la danza imitara la iniciativa y sus referentes se unieran para crear algo nuevo: una sinergia en movimiento que hiciera frente a la censura.
Las dos coreógrafas y la bailarina salieron aquel día del Teatro Bambalinas con un gran proyecto entre manos. El desafío era cómo llevarlo a cabo.
—Hay que convocar, a ver qué qué pasa —dijimos—. Y nos pusimos a hacer una lista de las coreógrafas más conocidas por nosotras, que era el grupo Nucleodanza, de Susana Tambutti y Margarita Bali, Ana Deutsch… Empezamos a llamar a la gente que conocíamos de las clases y de ir a verla en los espectáculos, eran como 14. Se corrió la voz. Todos empezaron a pedir [ser partícipes] y de 14 ¡terminamos siendo 100 coreógrafas y coreógrafos!—recuerda Szusterman.
“¿Qué hacemos nosotros con 100?¿Cómo hacemos la planificación?”, se preguntaron. Había de todo: novatos y avezados, formados y por formar. La invitación era abierta. Como sería la danza.
—La organización fue un lío. En esa época yo ya tenía mi estudio en la Avenida Corrientes, enfrente del [Teatro] Broadway. Nos dividimos las personas que íbamos a participar en los estudios de danza y pusimos una fecha límite para que la gente se presentara. [La convocatoria de los bailarines] fue de boca en boca. La gente se enteró, fue y se inscribió. Y los cabecillas teníamos reuniones para ver cómo hacíamos con tantas personas, porque además entraron de todos lados. Y bueno, no sé cómo lo organizamos, pero lo organizamos. El programa era por 15 días. Cada día duraba horas y horas hasta que pasaban todos y en cada función había un plato fuerte, porque estaban Ana Kamien, las Nucleodanza…

“De la oscuridad a un corte en el eje del sol. Pura transición personal. En el principio fue la danza, danza que se abrió a más danza, al cine, a la perfo. Danza sin zapatillas, con dedos rajados, torcidos en media punta. De la danza a la máscara, del cuerpo al mimo, mimo raro, mimo acción, mimo prohibido.
De la danza al teatro, al teatro danza, la danza mimo a la actuación, al cine, y de ahí, al descontrol colectivo. No quiero bailar, quiero ser y estar. Del 76 al 83, dictadura a democracia, transición, Teatro Abierto, Malvinas. Danza Abierta 83, un eje en el sol, todo puro desvío, todo pura transición personal, personal es político”, recitaba una voz de mujer, en medio de una oscuridad total, desde el escenario que rendía homenaje a Danza Abierta en la Cúpula del CCK. La performance se titulaba Revisitando un corte en el eje del sol ‘83, de la actriz, bailarina, narradora y dramaturga María José Gabin, interpretada por ella y por Carla Rímola.
Comenzaba en la oscuridad. Una oscuridad que daba paso a los aplausos. Que daban pasos al silencio. Que daba paso a la música. Que daba paso al estallido. Y a las imágenes en la pantalla. Materia elevándose para entrar en ebullición y reventar en el aire. Olas feroces. Nubes de humo, polvo, espuma. Erupciones. Antes de que comenzara la coreografía, entre el silencio y la música, en blanco y negro, fotos de Danza Abierta. Piernas extendidas, cuerpos en torsión ofreciéndose al arte.

“Fue un estallido. Como cuando se abre una puerta y sale algo que estaba comprimido. Fue muy mágico que nos pasara eso. Mágico como lo son las cosas colectivas. Que son ‘lo que es, es’. Y no hay quien lo frene”, le dijo la coreógrafa Adriana Barenstein a la periodista especializada en danza Laura Chertkoff durante la investigación para su tesis doctoral en Artes sobre Danza Abierta.
“Danza Abierta fue el primer intento de recuperación de lo colectivo en el sector de la danza y fue posible gracias a la gestión de coreógrafos y bailarines independientes”, contaban los conductores en la apertura del homenaje de 2023 que se realizó en agosto. El evento buscó revisitar el movimiento artístico en sus tres ediciones, recordar que “fue un movimiento horizontal, democrático, con un modo de gestión horizontal y democrático, que abrió otros caminos y dio posibilidad a que hubiese otros movimientos similares, por ejemplo, los que tuvieron lugar en las ciudades de Rosario y Córdoba”.
Con más de 20 artistas en escena que dieron una muestra de la diversidad que tuvo el ciclo, el homenaje buscó recuperar imágenes, mensajes que tenían para dar sus protagonistas entonces que quizás todavía seguían vigentes, explicaba Susana Tambutti, quien participó como coreógrafa y bailarina en Danza Abierta y fue la curadora de la presentación de 2023.
“El evento de Danza Abierta 81 es distinto al del 82 y al del 83, cuando ya la dictadura de alguna manera estaba caída y cedía el paso a esta época democrática. La curaduría se desarrolló de acuerdo a qué recuerdos pueden traer estos coreógrafos que han participado. Pero estos recuerdos se dibujan contra un contexto o dentro de un contexto. Que es el régimen dictatorial, la dictadura que se desarrolló desde el 76 en adelante”, explicaba.
Y seguía: “Es algo así como tratar de componer espejos rotos. (...) me refiero a la memoria, cómo funciona la memoria. No se trata de hacer relatos de lo que fueron las coreografías (..) sino de qué tipo de performatividad tienen esas imágenes hoy. O sea, cómo pueden accionar y cómo pueden movilizar a generaciones en las que muchos ni nos conocen, porque todos somos mayores (...). Entonces, la intención es que este viaje en el tiempo, de alguna manera, tenga un traqueteo, por así decir, que mueva el presente”.

En Danza Abierta convergieron figuras consagradas y otras para las que el ciclo sería un hito. En las tres ediciones se cruzaron nombres como Margarita Bali, Ana Deutsch, Sandro Nunziata, Mónica Fracchia, Alejandro Cervera, Andrea Chinetti y Martín Miranda, Patricia Stokoe, María Fux, Paulina Ossona, el grupo Nucleodanza, Las Bay Biscuits —con Vivi Tellas y Fabiana Cantilo—, “y también jóvenes intérpretes que luego formarían Las Gambas al Ajillo, el Clú del Claun, el Parakultural y Mediomundo Varieté. En los ciclos ‘82 y ‘83 se sumaron Katya Aleman y Omar Chabán, que años después crearían la discoteca Cemento”, escribe Laura Chertkoff en un artículo sobre su investigación doctoral.
Y en otra nota, para La Nación, lo cuenta de esta forma: “Así fue como llegaron a compartir función la consagradísima María Fux y el acto inaugural de la primera planta espacial de las Bay Biscuits, performers fundamentales en la escena de los ‘80, entre las que estaban Vivi Tellas y Fabiana Cantilo. Cuenta la leyenda que esa noche estuvo entre el público un tal Charly García, que decidió invitarlas a ser teloneras de Serú Girán”.
“Danza Abierta tuvo la fuerza política de volver a reunir un campo disciplinario que estaba desgarrado. Porque en esos tres años que duró, de alguna manera lo que se logró fue reconstruir un tejido. Porque en realidad el tejido comunitario es lo primero que una dictadura rompe. (...) Creo que el acto político tiene que ver justamente con esa recomposición del campo de la danza. En donde además es muy importante decir que no se eligieron obras ni por su calidad ni por su categoría —me refiero a folklore, tango, danza contemporánea— sino que estábamos todos juntos. Creo que de alguna manera es ese el eco que yo recibo desde aquella Danza Abierta” —dice Tambutti sobre su curaduría del ciclo homenaje.

—Estábamos asustadas pero no era clandestino, para nada. Es más, había carteles, teníamos flyers, pósters en todos los estudios. Teníamos a la prensa detrás nuestro y se publicaba todo en Clarín. Teníamos mucho cuidado en la entrada sobre todo, pero éramos inofensivas en realidad porque la danza no tenía palabras —recuerda Mariana Szusterman.
—En tu vida personal, profesional y en tu trayectoria: ¿qué significó Danza Abierta?
—Fue como si yo fuera un proyectil y me lanzaran. Como un cohete. Porque pude presentar obras muy grandes y de ahí en más me animé a hacer cosas con 25 personas, una obra llamada Los Huérfanos que la presenté en el segundo Danza Abierta, y en el tercero fue un quinteto con el que salí elegida entre las mejores obras. El primer año no estaba todavía tan centrada en mis coreografías pero después sí, me animé e hice cosas muy grosas. Y tuve muy buenas críticas.
“Estas acciones de recuperación de la memoria fueron amplificando y fortaleciendo los recuerdos, a veces de manera planificada y muchas otras de modo espontáneo gracias a la poderosa memoria de los cuerpos”, escribe Laura Chertkoff y cita un fragmento de la entrevista con la coreógrafa y docente del Teatro Colón Silvia Kaehler, que participó de Danza Abierta: “‘La obra se llamaba Campanas y era con música de percusión, de Maurice Ohana. Empezaba en cuclillas. ¿Querés que te lo baile?’ —dijo y lo bailó desde la silla. Cuarenta años después recordaba ese solo y podía volver a bailarlo. La espalda se curvó como una enorme campana. Los brazos se movieron golpeando el silencio como un badajo”.
En el homenaje del 2023, en el cual Laura Chertkoff colaboró, María José Gabin abría el acto Revisitando un corte en el eje del sol ‘83: “Danza Abierta. La puerta aún más allá de la danza. Hoy estamos ella y yo, grupo, grupa, la bailarina vieja y la vieja bailarina para abrir la danza, danza, danza, danza. Danza”.
ultimas
Mañana accidentada en la Ciudad de Buenos Aires: al menos 7 choques con varios heridos
Entre los hechos más relevantes se encuentran dos colisiones de colectivos, uno en el barrio de Flores y otro en San Cristóbal, que dejaron en total 6 heridos

Escándalo en Bahía Blanca con una influencer que estafó a más de 200 personas con la venta de entradas para Argentina-Brasil
La mujer, conocida como “Frany Pérez”, empezó a vender tickets el 1° de enero y ahora reconoció que no podrá entregarlos porque no los tiene
Por la crecida del río Bermejo, ya hay familias aisladas y viviendas inundadas en Salta y Chaco
Se agravó la situación en el norte del país debido al aumento de los niveles de agua. En tanto continúan los trabajos de asistencia por la crecida del rio Pilcomayo

“Soy rico sin plata”: caída y redención de Federico Lorenzo, el único instructor certificado de esgrima de cuchillo en Sudamérica
Tiene 39 años y dicta clases gratuitas de una disciplina francesa denominada “Tolpar” a veinte alumnos en el gimnasio del Club Atlético Lamadrid, en el barrio porteño de Devoto. Su historia de vida, desde el abandono de sus padres biológicos en su Tucumán natal hasta su paso por las adicciones, las apuestas y la cárcel. “El deporte es salud y, así como me ayudó a mí, creo que puedo ayudar a otros”, dice

Ágatha Ruiz de la Prada en La Escalada: “Valoro el trabajo como el mejor antidepresivo del mundo”
La diseñadora repasó sus 40 años en la moda. Cómo enfrenta las críticas y el legado para los jóvenes que se suman a este mercado. “Prefiero encontrarme con alguien limpiando su cocina con mi detergente que cobrar 30.000 euros por un abrigo”, admite la mujer
