El posible escape de Hitler a Sudamérica volvió a ser motivo de debate: cómo fue el final del dictador nazi

Un documento encontrado entre los archivos secretos sobre el asesinato de John F. Kennedy reavivó la discusión sobre la supervivencia del líder del Tercer Reich y su posible refugio en Colombia y Argentina. Qué dicen los historiadores

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La foto aportada por un
La foto aportada por un ex oficial de las SS con el supuesto Hitler, en Colombia

“Hitler no murió en el búnker de Berlín. Escapó en submarino a Sudamérica, vivió un tiempo en Colombia a principios de los años 50 y en 1955 se refugió en Argentina”. Afirmaciones de este tipo aparecieron por estos días en algunas publicaciones y sobre todo en las redes sociales. Otra vez se reavivó el debate sobre el posible escape del dictador nazi a la Argentina a poco de cumplirse 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial.

El relanzamiento de la controversia está relacionado con la reciente desclasificación de los archivos secretos sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy decretada por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Entre las más de 80 mil páginas de documentos relacionados con el caso Kennedy apareció un informe desclasificado de la CIA que citaba el testimonio de un ex oficial de las SS llamado Phillip Citroen, quien había aportado un impactante testimonio: Hitler estaba vivo y residía en una ciudad colombiana llamada Tuja, ubicada a unos 115 kilómetros de Bogotá. El supuesto Hitler se hacía llamar Adolf Schuttlemayer, vivía rodeado de otros nazis, que le hacían el saludo hitleriano, e incluso lo llamaban “el Führer”. Para reafirmar su testimonio, Citroen aportó una foto en la que se lo veía junto a un hombre de notable parecido con Hitler. Este, alertado por la posibilidad de ser descubierto en su refugio colombiano, habría decidido escapar a la Argentina, donde no sería molestado por un gobierno amistoso, que ya había recibido con los brazos abiertos a otros nazis.

Sin embargo, en aquel momento la CIA se mostró escéptica frente a esta información que llegaba desde Colombia y desestimó el asunto, al considerarlo fantasioso.

En realidad, este informe desclasificado de la CIA sobre Hitler no es nuevo, se había dado a conocer en 2017, durante la primera apertura de archivos vinculados con el magnicidio de Kennedy dispuesta por Trump en aquel momento. Lo distinto es que el documento en 2017 no estaba completo y ahora sí. Más allá de esta aclaración, el asunto sirvió para poner de nuevo en el centro de la escena la teoría de la supervivencia de Hitler y su posible huida a la Argentina. Debemos remarcar que el mito de la sobrevida del líder nazi se abraza a saberes alternativos que chocan claramente con la tradición académica y con el trabajo que historiadores de prestigio viendo haciendo desde hace muchos años.

El documento desclasificado de la
El documento desclasificado de la CIA con la información que daba cuenta de la posible presencia de Hitler en Colombia

De hecho, de haberse producido, el escape del Führer de su búnker subterráneo de una Berlín asediada, humeante y en ruinas debería analizarse como parte de una gran conspiración que incluiría a todo su séquito (miembros de las fuerzas armadas, personal doméstico, dirigentes nazis, soldados, etc), a militares y políticos Aliados, a los servicios secretos de estos y a las autoridades argentinas y de otra naciones sudamericanas. Además habría sido necesario el silencio de por vida de todos los implicados en el plan de evasión y ocultamiento de Hitler. Es verdad que muchos nazis, algunos de renombre, encontraron refugio en estas tierras, pero gran parte de ellos, tarde o temprano, fueron descubiertos, capturados y juzgados, como Adolf Eichmann o Erich Priebke. Otros, como Josef Mengele, lograron esquivar a sus perseguidores y a la justicia, pero finalmente también fueron descubiertos y sus refugios e identidades falsas, revelados.

Además, si realmente existía una trama tan compleja para permitir la salida de Hitler del Reich, ¿por qué otros dirigentes relevantes eligieron suicidarse en lugar de aprovechar la oportunidad de escapar con su amo? El caso más emblemático, sin dudas, es el de Joseph Goebbels, quien tras el suicidio de Hitler siguió el mismo camino que su otrora líder. Goebbels y su esposa, Magda, se quitaron la vida luego de cometer un acto aberrante y cruel: el asesinato de sus seis pequeños hijos.

Lo cierto es que el consenso de reconocidos historiadores, como Hugh Trevor-Roper, Ian Kershaw, Antony Beevor o Richard Evans, concluye que en abril de 1945 Hitler rechazó todos los planes ofrecidos por su entorno para dejar Berlín antes de que se cierre el cerco del Ejército Rojo. Las opciones de continuar la resistencia en una fortaleza en Los Alpes o de sumarse a las tropas nazis que continuaban combatiendo en los pocos territorios que seguían formando parte del Reich fueron descartadas y el dictador decidió permanecer en la capital de su destruido imperio para forzar un desenlace. Las opciones: rechazar a los rusos o enfrentar una muerte wagneriana.

Adolf Hitler y Eva Braun
Adolf Hitler y Eva Braun en Berchtesgaden. El 29 de abril de 1945 se casaron en el búnker de la Cancillería de Berlín y al otro día se suicidaron

Enterrado en vida en su búnker subterráneo, en un clima lúgubre y rodeado de unos pocos fieles -varios ya lo habían traicionado y pensaban en sucederlo y pactar con los Aliados- Hitler se aferró en sus últimos días a la esperanza de ser salvado por tropas que, creía, podrían romper las líneas soviéticas y cambiar el curso de la historia. Un Stalingrado nazi. Pero esos ejércitos estaban más en su imaginación que en la realidad. Extenuados y con las municiones y el combustible al límite, los soldados que debían acudir al rescate de su Führer quedaron varados, lejos de la capital del Reich milenario.

Perdida esta última esperanza, y con los rusos cada vez más cerca -ya estaban a unos cientos de metros del búnker-, Hitler aceleró los preparativos de su suicidio convencido de que no debía caer vivo en manos de los rusos -temía ser exhibido como un “fenómeno de feria”-, por lo que también dispuso medidas para hacer desaparecer sus restos. La noche del 28 de abril le dictó a su secretaria un testamento político y otro de carácter privado. En las primeras horas del 29, contrajo matrimonio con su joven amante, Eva Braun, casi como un póstumo reconocimiento a su fidelidad de tantos años.

Luego de algunas horas de descanso, Hitler repartió entre sus íntimos ampollas de cianuro y decidió probar su efectividad con su perra Blondi, un pastor alemán que lo acompañaba desde 1941. Dos de sus ayudantes envenenaron a Blondi y confirmaron la letalidad del ácido prúsico. Sin embargo, Hitler luego decidió usar su pistola para poner fin a sus días, mientras que Eva Braun sí utilizó el veneno.

Joseph Goebbels con sus pequeños
Joseph Goebbels con sus pequeños hijos. Antes de suicidarse junto a su esposa Magda asesinaron a los niños

El 30 de abril, Hitler le ordenó a uno de sus asistentes personales, Otto Günsche, oficial de las SS, que sea el encargado de incinerar sus restos y los de Eva Braun. La pareja Hitler almorzó con las secretarías y la cocinera del dictador y luego se retiró brevemente a sus habitaciones. Instantes después, salieron para una breve ceremonia de despedida con un pequeño séquito y posteriormente se produjo un momento dramático, cuando Magda Goebbels estalló en una crisis nerviosa y suplicó a Hitler, entre lágrimas, que revea su decisión de morir y que continúe luchando. El ruego no conmovió al dictador, que volvió a su despacho, donde finalmente se suicidó junto a su esposa.

Günsche encontró dificultades para cumplir el macabro encargo que le había encomendado Hitler. Si algo escaseaba en esos momentos era el combustible, un elemento necesario para el objetivo de cremar los cuerpos. Ayudado por Erich Kempa, chofer de Hitler, Günsche, logró reunir unos cuantos litros de nafta, muchos extraídos de los automóviles de la Cancillería, que ya no tenían utilidad. Luego, ayudado por otros miembros del entorno hitleriano, colocó los cadáveres en el cráter provocado por una bomba, en el jardín de la Cancillería del Reich, a metros de una de las entradas al búnker. El cometido de incinerar por completo los cuerpos de Hitler y Eva Braun no se cumplió, pero estos quedaron irreconocibles a la vista y enterrados, fuera de miradas indiscretas. Este manejo de los cuerpos y algunas versiones contradictorias entre los testigos terminarían jugando posteriormente a favor de la teoría del escape. De hecho, la falta de pruebas concretas -los cuerpos, una foto, una filmación- hicieron crecer los rumores y así aparecieron supuestos testigos en todo el mundo -como Citroen- que aseguraron haberse topado con el líder del Tercer Reich después de la guerra.

La presencia de numerosos nazis en Argentina, la rendición de submarinos de última generación de la Kriegsmarine en puertos argentinos y la complacencia del gobierno nacional de aquel entonces con el Tercer Reich fueron otros argumentos utilizados para reforzar las teorías del escape de Hitler a Sudamérica.

Uno de los submarinos nazis
Uno de los submarinos nazis que se rindió en Mar del Plata y alimentó los rumores sobre el escape de Hitler

Las intrigas de Stalin y la información en poder de los rusos

Llegados a este punto, ¿dónde está la clave para resolver el dilema? En la vieja Unión Soviética, porque desde allí se esparcieron los primeros rumores de la evasión de Hitler y porque fueron los rusos quienes encontraron los restos y los analizaron. Fue el propio Stalin el encargado de sembrar las dudas entre sus aliados norteamericanos y británicos poco después de conquistar Berlín.

“Está vivo. Puede estar en España, en Japón, en Argentina”, les dijo a interlocutores Aliados, pese a que ya sabía que sus hombres habían encontrado dos cuerpos carbonizados, que serían casi con seguridad de la pareja Hitler. El intrigante Stalin buscaba generar confusión e incluso llegó a acusar a sus aliados de haber facilitado la huída del dictador nazi. El georgiano era un especialista en administrar la información para sus propios fines políticos.

Pero las intrigas soviéticas no eran solo hacia afuera, sino también puertas adentro. La falta de coordinación y las disputas entre los distintos servicios secretos stalinistas que operaban en la Alemania ocupada también jugaron su papel en la cuestión de ocultar información o de dar a conocer datos parciales o tergiversados.

Stalin sabía que Hitler había
Stalin sabía que Hitler había muerto, pero propagó rumores sobre su escape

En ese contexto, los dos cadáveres hallados fueron a parar a manos del Smersh, un servicio de contraespionaje creado en 1943 con el fin de detectar desertores, traidores y espías en el Ejército Rojo. El nombre surge de la contracción de dos palabras en ruso: Smiert Chpionam, que podría traducirse como “muerte a los espías”. El lugar del hallazgo de los cuerpos coincidía con aquel señalado por los testigos de la muerte de Hitler, aquellos que habían cumplido su última voluntad, o al menos a medias, que era hacer desaparecer los cuerpos.

Los restos fueron descubiertos por los soviéticos el 4 o el 5 de mayo de 1945. El día difiere entre las distintas versiones de los departamentos soviéticos que hicieron sus propios informes. Tampoco hay una versión única sobre cómo llegaron a ese lugar. Algunos sostienen que fue por indicación de un testigo alemán y otros aseguran que el hallazgo fue producto de la casualidad.

Elena Rjevskaïa, intérprete que trabajaba para el equipo del Smersh del Primer Frente Bielorruso, y Lev Bezymenski, también intérprete, pero del Ejército Rojo, luego famoso por haber escrito un libro sobre la muerte de Hitler a fines de los años 60, aseguraron que los cuerpos fueron encontrados el 4 de mayo gracias a un soldado soviético llamado Churakov. Este habría regresado al lugar donde dos días antes habían encontrado los cuerpos del matrimonio Goebbels. Según esta versión, al registrar nuevamente la zona, Churakov se topó con algo y luego le gritó a su superior “¡aquí hay piernas!”. Eran las piernas de Hitler.

Los jardines junto a la
Los jardines junto a la entrada del bunker de Hitler, en Berlín. Allí fueron encontrados los cuerpos (ADN-ZB/Archiv)

Otro informe descartó la casualidad en el hallazgo y sostuvo que los investigadores rusos llegaron hasta ese lugar por indicaciones de un hombre de las SS, Harry Mengershausen.

“Encuentren al dentista de Hitler”

Si bien los cuerpos fueron sometidos a una autopsia, el problema era cómo lograr la identificación. Para este fin pasó a tener un rol fundamental la dentadura, que presentaba numerosos arreglos. Así comenzó la frenética búsqueda de Hugo Blaschke, el odontólogo personal de Hitler. Fue imposible ubicarlo, pero lograron detener a sus dos ayudantes, el técnico dental Fritz Echtmann y a Käthe Heusermann, asistente de Blaschke.

En esta misión participó la intérprete Rjevskaïa, que más tarde plasmó sus vivencias por escrito, en un libro de memorias. Entre otras cosas, contó que por orden de su jefe tuvo que llevar ella misma la dentadura de Hitler en una pequeña caja, mientras trataban de localizar a los dentistas.

Heusermann, que por entonces tenía 35 años, estaba en su departamento y no tuvo problema en colaborar. Llevó a los rusos a sala que el dentista tenía en el búnker de la cancillería nazi y allí describió y dibujó con detalle los arreglos y puentes que le habían realizado a Hitler. Cuando Rjevskaïa, que traducía todo lo que Heusermann decía, abrió la caja, todo coincidía. La salud dental de Hitler era muy mala, apenas conservaba cuatro dientes originales, el resto eran prótesis.

La última aparición pública de
La última aparición pública de Hitler. Es el 20 de marzo de 1945 y saluda a niños-soldados que seguían peleando en las ruinas del Reich

¿Cianuro o disparo?

Cumplida la identificación, faltaba determinar la causa de la muerte. Los médicos que hicieron las autopsias sobre los cuerpos de Hitler y Eva Braun, según reveló Lev Bezymensk en su libro de 1968, escrito con información emanada del Kremlin, encontraron restos de cianuro y concluyeron que ambos se habían envenenado. Esto no se correspondía con lo que declararon la mayoría de los testigos del círculo íntimo de Hitler. Los testigos principales, como Günsche y Heinz Linge -su ayuda de cámara-, coincidían en que Braun había ingerido veneno, pero afirmaban que el Führer había usado su pistola.

Sin embargo, la versión del suicidio con cianuro le cerraba perfectamente a Stalin, para quien este tipo de muerte por mano propia con veneno era indigna, propia de un cobarde. No iba a concederle a su enemigo que los libros de historia consignen que había decidido pegarse un tiro, una muerte “más honorable”.

Los restos del cráneo de
Los restos del cráneo de Hitler que conservan los rusos

El cráneo de Hitler

En medio de las disputas de los departamentos soviéticos en la Berlín ocupada, se inició una nueva investigación sobre la muerte de Hitler, esta vez encargada por Asuntos Internos, bajo el nombre secreto “Operación Mitos”. Como parte de las nuevas pesquisas realizadas en los jardines de la destruida cancillería del Reich, fueron hallados restos de un cráneo humano con lo que parecía ser un orificio de bala. Casualmente, los médicos forenses que realizaron las autopsias en mayo de 1945, consignaron que al cuerpo de Hitler le faltaba “la parte posterior izquierda de la cabeza”.

Lo más sencillo era comparar ambos restos para terminar de armar el rompecabezas, pero los funcionarios del Ministerio de Defensa, que ahora tenían bajo custodia los cadáveres, se mostraron inflexibles. Además, peligraba la versión del suicidio por cianuro que ya le había cerrado a Stalin.

Aparentemente, nunca se realizó el cotejo y los cuerpos fueron desplazados en varias ocasiones, inhumados y exhumados sucesivamente, para ser finalmente destruidos en 1970 en Magdeburgo. No se trataba sólo de los cadáveres de Hitler y su esposa. También estaban los de Joseph y Magda Goebbels, sus seis hijos, y el del jefe del Estado Mayor del ejército nazi, Hans Krebs. La operación secreta para deshacerse definitivamente de las osamentas fue bautizada con el nombre “Archivo” y se completó en abril de 1970.

“Se produjo la combustión de los restos en un hoguera encendida en un terreno baldío cerca de Schönebeck, a 11 kilómetros de Magdeburgo”, escribió en su informe el jefe de la unidad especial encargado de la misión. Y agregó: “Los restos fueron reducidos a cenizas con carbón, recolectados y lanzados al río Biederitz”. Las aguas se llevaron lo que quedaba de Hitler. Pero no todo. Los rusos guardaron aquellas partes del cráneo encontradas en 1946 y las piezas dentales que identificó Käthe Heusermann.

La dentadura de Hitler, conservada
La dentadura de Hitler, conservada en Moscú (foto @lana_parshina)

Los restos conservados en Moscú y las pruebas definitivas

En abril de 2000, casi diez años después de la caída de la Unión Soviética, Moscú anunció una gran exposición de sus archivos secretos. Muchos de estos habían sido desclasificados y puestos a disposición de los investigadores tras el fin de la Guerra Fría. Pero no todos. Bajo el nombre “La agonía del Tercer Reich, el castigo”, la muestra daba a conocer por primera vez al público 135 documentos inéditos.

Como parte del evento, y en una sala especial, se exhibió un fragmento medio quemado de un cráneo, perforado por una bala. Sobre un terciopelo rojo y protegido por una vitrina, lo que quedaba de Hitler era mostrado por primera vez.

Consultado por los periodistas, uno de los curadores de la muestra, Alexei Litvin, reconoció que nunca habían realizado pruebas de ADN, porque “todos los testimonios concluyen que sí se trata de Hitler”. Ocho años más tarde, una noticia provocó alto impacto e hizo tambalear las versiones rusas: Nick Bellantoni, profesor de Arqueología en la Universidad norteamericana de Connecticut, dijo haber tomado una muestra del cráneo y que los resultados descartaban que se tratase de Hitler. Según sus pruebas, los restos se correspondían con los de una mujer, de entre 20 y 40 años

Bellantoni dijo que analizó la muestra en el laboratorio de genética de su universidad y concluyó que “la estructura ósea tiene una apariencia muy fina”. Explicó que en cambio “los huesos masculinos son mucho más robustos, y las suturas que unen las diferentes partes del cráneo corresponden a un ser humano de menos de 40 años”. Los resultados se difundieron en un documental de History Channel.

Nick Bellantoni  (foto Universidad
Nick Bellantoni (foto Universidad de Connecticut)

A continuación surgió la controversia. Los rusos dijeron desconocer a Bellantoni, aseguraron que nunca había estado en los archivos y que tampoco habrían permitido que tome muestras de los restos. En distintas entrevistas, Bellantoni dijo que él no fue el encargado de buscar las piezas en cuestión, sino que se las entregaron los productores cuando se reunieron en la universidad para realizar los análisis. Enseguida surgió la hipótesis de un supuesto pago a un empleado infiel de los archivos, que habría entregado las muestras a cambio de dinero. Como sea, el escándalo llevó a los rusos a cerrarse aún más. Pero no por siempre.

En 2016, la investigadora y cineasta ruso-estadounidense Lana Parshina y el periodista y documentalista francés Jean-Christophe Brisard se embarcaron en un proyecto que tenía como fin acceder a los archivos rusos y poner fin a las especulaciones sobre la muerte de Hitler. Los contactos y el conocimiento del idioma y la idiosincrasia rusa le permitieron a Parshina avances que para cualquier otro hubieran resultado imposibles.

Arduas negociaciones y meses de realizar contactos a todo nivel, le permitieron a la dupla ingresar primero al Archivo Estatal de la Federación Rusa (GARF), donde pudieron acceder a los restos del cráneo. Brisard y Parshina se sorprendieron al ver que estaba guardado en una vieja caja plástica para almacenar diskettes. Lo almacenado en este particular embalaje eran dos parietales y un trozo de occipital.

Además del cráneo, en el GARF les permitieron observar una chaqueta que habría pertenecido a Hitler, con las tres insignias que el Führer solía usar: la del Partido Nazi, la Cruz de Hierro de primera clase y la medalla a los heridos de la Primera Guerra Mundial. También les mostraron partes de un sofá manchado con sangre. Era parte del mobiliario hallado en las habitaciones del búnker. Se trataría del mismo sofá en el que Hitler se sentó para quitarse la vida.

Jean-Christophe Brisard y Lana Parshina,
Jean-Christophe Brisard y Lana Parshina, los investigadores que tuvieron acceso a los restos de Hitler

Pero no era todo. Como parte su investigación -plasmada luego en un libro, “La muerte de Hitler, los archivos secretos de la KGB que revelan el final del dictador”- Brisard y Parshina tuvieron acceso al Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB), donde una funcionaria les acercó una vieja caja de cigarrillos, que a su vez contenía otro recipiente: envueltos en una tela, estaban los dientes de Hitler. La funcionaria se puso los correspondientes guantes para no dañarlos y los extrajo: cuatro partes de una mandíbula mostraban 24 dientes pegados al tejido óseo ennegrecido.

En este punto del relato entró en escena el doctor Philippe Charlier, un médico forense, arqueólogo y antropólogo francés, más conocido como “el Indiana Jones de los huesos”. Entre otros logros, Charlier formó parte del equipo que en 2010 sentenció que era auténtica la cabeza de Enrique IV, asesinado en París en 1610.

Charlier, que formaba parte del equipo de trabajo de Brisard y Parshina, pudo revisar el cráneo -en este caso no obtuvo autorización para tocarlo, solo para observarlo- y también las piezas dentales. Estas si pudo manipularlas, con los correspondientes guantes. Y sus conclusiones fueron diferentes a las que arribó Bellantoni casi una década antes.

Para el forense francés, “es arriesgado hacer un diagnóstico sobre el sexo con fragmentos óseos tan minúsculos” y explicó: “En un esqueleto, el diagnóstico del sexo se lleva a cabo en la pelvis. A partir de un cráneo, una mandíbula o un fémur, es impensable”. Además, sostuvo que no se puede basar “en la separación de las suturas”.

Radiografías de Hitler que había
Radiografías de Hitler que había conservado su dentista

“Eso varía mucho de un individuo a otro, no es posible determinar la edad de este cráneo a partir de sus suturas. Sobre todo cuando tenemos solo un tercio del cráneo. No tiene sentido”, concluyó, rebatiendo los argumentos dados por Bellantoni.

En cuanto al orificio de bala y por sus características, para Charlier el disparo impactó “en un hueso fresco y húmedo”, por lo que la persona estaba viva o muerta hacía poco tiempo. Detectó marcas negras que se corresponden al entorno del entierro -tierra-, y rastros de carbonización, compatibles con una exposición térmica prolongada. Todo esto se condice con los dichos de los testigos del búnker.

Para estudiar los dientes, Charlier tomó en cuenta los trabajos realizados en 1972 por los noruegos Reidar Sognnaes y Ferdinand Ström, especialistas en odontología forense, quienes realizaron el primer examen global de los dientes de Hitler, basándose en fotografías de las muestras dentales y en una serie de radiografías realizadas en vida al líder nazi.

El forense francés Philippe Charlier
El forense francés Philippe Charlier observa el cráneo de Hitler guardado en una caja para almacenar diskettes

Ahora, con los dientes reales, el forense francés concluyó que había una “concordancia perfecta entre las radiografías presentadas como pertenecientes a Hitler en vida y los elementos dentales presentados” por las autoridades rusas. También concluyó que la salud dental de Hitler “era pésima”, lo que coincide con las declaraciones del dentista Blaschke, quien era buscado por los rusos y terminó detenido por los americanos, en Austria.

De esta manera, el libro de Brisard y Parshina, que aportó novedosos documentos de los archivos rusos -aparte del cráneo y los dientes de Hitler-, parece haber terminado de una vez por todas con el misterio de su muerte.

En el intercambio que mantuvieron con Charlier para saber sus conclusiones, este respondió: “Estoy seguro de la coincidencia anatómica entre las radiografías, las descripciones de las autopsias, las descripciones de los testigos, principalmente de aquellos que hicieron estas prótesis dentales, y la realidad que tengo en las manos. Todos estos análisis confirman que los restos examinados son los de Adolf Hitler, que murió en Berlín en 1945. Y esto destruye todas las teorías de la supervivencia de este individuo”.

Las cosas no terminaron ahí. Charlier guardó meticulosamente los guantes utilizados para manipular los dientes y allí quedaron restos minúsculos. Esta vez los rusos autorizaron su análisis mediante pruebas de laboratorio, sobre todo porque sabían que el especialista francés ya había concluido que los restos eran reales y no iba a contradecirlos como había ocurrido con Bellantoni. Entre otras cosas, los fragmentos no mostraron restos de pólvora -reforzando la teoría del disparo en la cabeza y no en la boca- y no tenían rastros de carne. Hitler era vegetariano. Finalizado su trabajo, Charlier publicó sus conclusiones en la European Journal of Internal Medicine y en la National Library of Medicine.

Hitler y Eva Braun
Hitler y Eva Braun

A modo de epílogo

En su imprescindible libro “Hitler y las teorías de la conspiración”, el historiador británico Richard Evans, un especialista en el Tercer Reich, dedicó todo un capítulo al mito del escape de Hitler y allí citó una certera opinión de Roger Clark, adecuada para darle cierre a este artículo.

Si dañamos la credibilidad de los libros y las películas que nacen de una buena investigación estamos instalando mitos en lugar de realidad. Si en efecto los historiadores serios se equivocan respecto de la muerte de Hitler, si en verdad sobrevivió muchos años después de 1945, ¿no es acaso posible que se equivoquen en todo lo demás…incluso en el Holocausto? Desazona constatar cuántos defensores de la supervivencia de Hitler son también antisemitas y niegan la existencia del Holocausto. La historia falsa hace daño de verdad. Ofende a los veteranos de guerra y a los millones de víctimas de los nazis. Sugerir que Hitler se retiró a algún refugio con la connivencia de los Aliados occidentales es insultante. Trivializa y niega la victoria sobre los nazis, que fue el fruto de un esfuerzo enorme. Retrata a Hitler y sus secuaces como unos superhombres astutos y habilidosos, más ingeniosos que sus enemigos. Nos quieren hacer creer que nadie derrotó nunca al Führer.