
Traición. No hay peor concepto en el mundo (y eso que hay muchos malos conceptos) que un traidor. Según la RAE, define la traición como: “Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”, con sinónimos tales como: deslealtad, alevosía, infidelidad, engaño, felonía, falsía, perjurio, complot, maquinación, conjura, vileza, infamia, insidia, ingratitud, delación. Es decir, una de las cosas más bajas en las cuales puede caer el ser humano.
El epítome del traidor, en la cultura en las cuales el cristianismo es preponderante (y su nombre ha traspasado al cristianismo para ser usado en otras culturas y religiones), es el de Judas Iscariote. Pero podremos leer que más cerca de nuestra contemporaneidad, hubo otro ser que, cual fiel discípulo de Judas, traicionó de manera horrorosa y provocó cientos de muertes: lo veremos más adelante en esta columna.
La figura de Judas Iscariote en los relatos bíblicos es una de las más controvertidas y complejas. Su traición a Jesús de Nazaret, que culminó en su arresto, juicio y crucifixión, es un acto que ha sido objeto de análisis teológico, histórico y literario durante siglos. Es menestar dar un vistazo a la naturaleza de este acto de traición, el lugar de Judas en las escrituras y las implicaciones del hecho en la tradición cristiana.
Judas Iscariote es conocido como uno de los doce apóstoles escogidos por Jesús para acompañarlo en su ministerio. Su apellido, “Iscariote”, se cree que puede derivar de “hombre de Keriot”, una localidad de Judea, lo que lo haría el único apóstol de esa región, ya que los demás provenían de Galilea. Otros estudios sugieren que “Iscariote” podría estar relacionado con el término arameo “sicario”, que significa “asesino” o “hombre de la daga”, aunque esta interpretación es más especulativa. El Nuevo Testamento lo menciona en diversas ocasiones, siempre con una nota de advertencia o crítica. En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), Judas es incluido en la lista de apóstoles, pero se destaca como el que traicionaría a Jesús. En el Evangelio de Juan, su rol es más desarrollado, con referencias a su carácter y acciones que presagian su traición.

La traición de Judas está documentada en los cuatro evangelios canónicos, aunque cada uno presenta detalles únicos:
Mateo 26:14-16, 47-50. En el Evangelio de Mateo, Judas conspira con los principales sacerdotes y acuerda entregar a Jesús por treinta piezas de plata, una cantidad simbólica que en el Antiguo Testamento estaba asociada al precio de un esclavo (Éxodo 21:32). Judas identifica a Jesús con un beso, lo que se convierte en un gesto icónico de traición.
Marcos 14:10-11, 43-46. Marcos narra el mismo acuerdo entre Judas y los líderes religiosos. Este evangelio enfatiza la inmediatez del acto, mostrando a Judas como un personaje dispuesto a actuar sin demora para entregar a su maestro.
Lucas 22:3-6, 47-48. Lucas introduce un elemento teológico significativo: Satanás entra en Judas antes de que éste tome la decisión de traicionar a Jesús. Esto sugiere que su acto no solo fue fruto de una decisión humana, sino que también estuvo influido por fuerzas espirituales malignas.
Juan 13:21-30; 18:1-5. En el Evangelio de Juan, Judas es descrito como un ladrón que robaba de la bolsa común del grupo. Durante la Última Cena, Jesús señala a Judas como el traidor al darle un pedazo de pan mojado, un gesto que en la cultura judía simbolizaba intimidad y honor. Después de recibir el pan, Judas sale a ejecutar su plan y el evangelista añade: “Y era de noche” (Juan 13:30), un detalle cargado de simbolismo sobre la oscuridad espiritual que lo rodeaba.
Las escrituras no ofrecen una explicación única sobre las motivaciones de Judas, lo que deja espacio para diversas interpretaciones. Una de estas podría ser la ambición financiera. La mención del pago de treinta piezas de plata ha llevado a muchos a pensar que Judas actuó por codicia. Sin embargo, esta explicación es considerada simplista, dado que Judas parece arrepentirse posteriormente de su acto, devolviendo el dinero a los sacerdotes (Mateo 27:3-5). Pero su valor no era mucho. El precio ofrecido fue 30 piezas de plata. Parece ser que los líderes religiosos fijaron esta cantidad con el propósito de mostrar su desprecio por Jesús y que lo consideraban de poco valor. Según Éxodo 21:32, el precio de un esclavo era de 30 siclos.

El otro punto del porqué de su traición podría ser por una desilusión política. Algunos estudiosos sugieren que Judas podría haber estado desilusionado con la naturaleza del reino que Jesús proclamaba. Si esperaba un Mesías político que liberara a Israel del dominio romano, la falta de acción militar de Jesús pudo haberlo frustrado.
Algunos teólogos sostienen que tuvo influencia satánica. Lucas y Juan mencionan que Satanás influyó directamente en Judas, lo que lo presenta como un instrumento de fuerzas malignas más allá de su control. Otros sostienen que su rol ya estaba predestinado, en varias ocasiones, Jesús hace referencia a su traición como un hecho necesario para cumplir las escrituras (Juan 17:12; Mateo 26:24). Esto ha llevado a debates teológicos sobre el grado de responsabilidad de Judas si su acto estaba predestinado por el plan divino.
Sea cual fuere el motivo, al contemplar su obra, Judas reconoce su falta (pero no busca el perdón). El Evangelio de Mateo es el único que describe el remordimiento de Judas después de la traición. Al darse cuenta de que Jesús sería condenado, intenta devolver las treinta piezas de plata y declara: “He pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4). Sin embargo, los sacerdotes rechazan el dinero y Judas, consumido por la culpa, se ahorca. Hechos de los Apóstoles ofrece una versión distinta de su muerte, mencionando que cayó de cabeza y “se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron” (Hechos 1:18). Aunque las dos narraciones parecen contradictorias, algunos intentan reconciliarlas al sugerir que Judas se ahorcó y que su cuerpo cayó posteriormente.
La traición de Judas no es solo un acto histórico; tiene profundas implicaciones teológicas. Judas cumple un papel crucial en el plan divino de redención, pero su acto de traición plantea preguntas sobre el libre albedrío y la predestinación. ¿Fue Judas un mero peón en un plan predeterminado o tuvo la libertad de elegir su camino?
Judas es un recordatorio de la gravedad del pecado, especialmente cuando se comete contra Dios. Sin embargo, su arrepentimiento plantea la pregunta de si pudo haber recibido perdón si hubiera buscado la reconciliación con Jesús en lugar de sucumbir a la desesperación.

Tanto Judas como Pedro fallaron a Jesús en momentos críticos: Judas lo traicionó y Pedro lo negó tres veces. Sin embargo, mientras Pedro se arrepintió y fue restaurado, Judas terminó en la desesperación y la autodestrucción. Este contraste subraya la importancia de buscar el perdón divino, incluso después de grandes fallos. Es decir que, si Judas, que sí reconoció su error, también hubiera buscado al Señor y su perdón, otra hubiera sido la historia; pero su gran error fue dudar de la infinita misericordia de Dios.
La figura de Judas ha inspirado innumerables reflexiones a lo largo de la historia. En la teología cristiana, a menudo se le presenta como el símbolo de la traición máxima, aunque algunos intentos recientes han buscado reinterpretar su papel. En los escritos y las artes, Judas siempre está en las sombras. Por ejemplo, Dante, en su “Divina Comedia” coloca a Judas en el nivel más profundo del infierno, y hasta para escritores modernos como Jorge Luis Borges, Judas ha sido una figura recurrente en la exploración del bien, el mal y la redención.
Judas Iscariote ocupa un lugar único en las escrituras como el apóstol que traicionó a Jesús, pero también como un hombre que enfrentó la lucha entre el bien y el mal, la culpa y el perdón que no buscó. Su historia desafía a los creyentes a reflexionar sobre la naturaleza del pecado, la misericordia divina y la importancia de la reconciliación y la posterior redención. Aunque su acto es recordado como uno de los más oscuros en la historia del cristianismo, también nos recuerda el propósito redentor de Dios, incluso en medio de la traición y el sufrimiento.

Como comentábamos al principio de esta nota, más cercano a la actualidad hubo un fiel discípulo del Iscariote y fue una mujer, quizá no muy conocida. Su nombre era Stella Goldschlag. Nació el 10 de julio de 1922 en Berlín, Alemania, en el seno de una familia judía asimilada. Sus padres, Hugo y Toni Goldschlag, eran músicos profesionales, lo que les permitió vivir una vida cómoda y culturalmente rica. Stella era una joven hermosa, inteligente y con un futuro prometedor. Sin embargo, su vida dio un giro drástico con la llegada al poder del régimen nazi en 1933. A medida que las políticas antisemitas de Adolf Hitler se endurecían, la vida de los judíos en Alemania se volvió cada vez más insoportable. En 1935, las leyes de Núremberg despojaron a los judíos de su ciudadanía y los excluyeron de la vida pública. Para Stella y su familia, esto significó el fin de su vida privilegiada y la entrada en un mundo de discriminación y peligro constante. Stella fue arrestada en 1943 mientras intentaba vivir como una judía clandestina en Berlín. Durante su interrogatorio, los nazis le ofrecieron una opción: colaborar con ellos para localizar a otros judíos escondidos o enfrentarse a la deportación junto con sus padres. Ante esta decisión, Stella eligió colaborar y se convirtió en una “Greifer” (cazadora), una judía colaboradora que trabajaba para la Gestapo. Su tarea era identificar y delatar a otros judíos que vivían en la clandestinidad en Berlín. Gracias a su apariencia aria, con cabello rubio y ojos claros, Stella podía moverse con facilidad por la ciudad sin despertar sospechas. A lo largo de su tiempo como colaboradora, Stella ayudó a la Gestapo a capturar a cientos de judíos, muchos de los cuales fueron enviados a campos de exterminio. Su traición fue especialmente devastadora porque utilizaba su conocimiento de la comunidad judía y su red de contactos para localizar a sus víctimas. Según algunos informes, Stella mostró una crueldad particular en su trabajo, utilizando tácticas de manipulación y engaño para ganarse la confianza de sus objetivos antes de entregarlos. Stella actuó con un nivel de crueldad que iba más allá de la mera supervivencia. Este aspecto de su personalidad ha llevado a algunos a considerarla no solo una víctima de las circunstancias, sino también una perpetradora activa del sufrimiento de otros. Se dice que alrededor de tres mil judíos fueron deportados gracias al trabajo que llevó a cabo Stella.
Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó en 1945, Stella fue capturada por los soviéticos y condenada a diez años de trabajos forzados por su colaboración con los nazis. Después de cumplir su sentencia, regresó a Berlín Occidental, donde enfrentó el rechazo de la comunidad judía y una vida marcada por la infamia. En 1957, Stella fue juzgada nuevamente, esta vez por un tribunal alemán, que la condenó a diez años adicionales de prisión por crímenes contra la humanidad. Sin embargo, fue liberada después de cumplir poco más de la mitad de su sentencia.
La vida de Stella después de su liberación fue solitaria y llena de conflictos internos. Se convirtió al cristianismo y cambió su nombre en un intento de escapar de su pasado, pero nunca pudo eludir completamente el estigma de sus acciones. Por lo que se sabe que ella comentó, que su conversión fue más torturante, porque veía en la Cruz de Jesús un símbolo constante de su traición, lo cual la amedrentaba en cada iglesia que ingresara, sea esta protestante, católica u ortodoxa. La cruz era para ella un recordatorio constante de su traición. En 1994, Stella se suicidó lanzándose por la ventana de su apartamento en Friburgo.
Como pudimos leer, el acto de la traición y sus consecuencias dejan en el traidor una marca tal que por más dinero y poder le haya otorgado, tarde o temprano pasa a cobrar su cuota, y en estos dos casos que hemos leído, la cuota es tan grande que no puede ser pagada con nada, salvo despreciando la vida.
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