Obras de arte, piezas de diseño y símbolo de estatus: la moda de los peinetones y la competencia entre las damas del Río de la Plata

Era un simple instrumento para sujetar el cabello y se convirtió en una expresión de posición social en Buenos Aires y en Montevideo en tiempos poscoloniales. La intervención de Lucía María de los Ángeles Alvear de un lado del río y la rivalidad amistosa que planteó Dolores Méndez desde la otra orilla. La historia de un adorno que marcó una época

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Peinetones en el baile en
Peinetones en el baile en una litografía coloreada de 1834

Corría la segunda mitad del siglo XIX, una época de grandes cambios en el Río de la Plata. Buenos Aires y Montevideo, ciudades hermanas separadas por las aguas del estuario, estaban inmersas en un periodo de transformación cultural y social. Entre las damas de la alta sociedad, un accesorio estaba comenzando a captar todas las miradas y a levantar debates apasionados: las peinetas y peinetones gigantes. Sobre ellas escribió Alcides d´Orbigny en 1826: “Siempre hará que se distinga a una porteña del resto de las mujeres del mundo, un adorno especial, un adorno al que tienen como a la vida, o casi me atrevo a decir más que a ella: es una inmensa peineta que parece un abanico convexo, más o menos precioso, y más o menos adornado, según rango y bienes de quien la lleva”.

Lo que comenzó como un simple complemento para sujetar el cabello evolucionó rápidamente en una expresión de estatus y moda. En las plazas, los salones y hasta en las tertulias literarias, las mujeres competían por exhibir los diseños más elaborados. Las peinetas ya no eran solo prácticas (en verdad dejaron de ser prácticas para ser un adminículo de status social y bastante torturante); eran verdaderas obras de arte talladas en carey, nácar y marfil, que podían medir hasta un metro de altura.

En la ciudad de la Santa Trinidad del puerto de Buenos Aires, María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo de Thomson y Mendeville, mejor conocida en la actualidad como Mariquita Sánchez de Thompson marcaba la intelectualidad y la cuestión política entre las mujeres, pero Lucía María de los Ángeles Alvear era conocida por imponer tendencias de la moda en la ciudad y la campaña. Hija de una familia nobel y principal, solía pasear por la Plaza de la Victoria con su peinetón decorado con motivos de flores y hojas, tan alto que casi rozaba el borde de los faroles coloniales. Las costureras de la época tenían que rediseñar los vestidos para que las damas pudieran mantener el equilibrio bajo el peso de sus adornos. Lucía no solo mostraba su peinetón con gracia, sino que también entendía el poder que este le otorgaba. Durante las tertulias en el salón Literario de Marcos Sastre, Lucía hablaba apasionadamente sobre el futuro de la moda y la importancia de que las mujeres fueran dueñas de su imagen. Era consciente de que su peinetón, con su intrincado diseño de mariposas en vuelo, no solo era una muestra de elegancia sino también una declaración política: las mujeres también podían ser protagonistas en la sociedad.

Entre 1830 y 1837 el
Entre 1830 y 1837 el uso de un tipo especial de peineta, conocida popularmente como peinetón, caracterizó la moda de las porteñas

Ahí entra en escena un señor cuyo apellido demostrará su hombría: Masculino. Don Manuel Mateo Masculino López fue oficial peinero en el taller de Lorenzo Mailliet en La Coruña y según las actas se recibió de peinetero el 17 de diciembre de 1789. Ya entrenado en la fabricación de matrices para peines y peinetas de marfil, carey y ébano se fue a Cádiz donde aprendió a moldear con destreza, pero para nuestro entonces trabajaba sobre las astas del ganado para armar marcos para las embarcaciones de ultramar y fabricaba tragaluces para los navíos. En abril de 1823 llegó al puerto de Buenos Aires, donde montó una fábrica de peines de marfil y peinetas de carey, con 120 operarios y dos locales de venta. La competencia entre las damas de la sociedad fue terrible. Los peinetones fueron cada vez más altos y más largos; lo que causaba gran dolor de cuello y problemas cervicales. Cabe recordar que el peinetón muchas veces iba cubierto por muselina o encaje, lo que hacía que, con una leve brisa, fuera como un muro contra el viento y la mujer debía tomarlo por detrás para no caer o para evitar que al salir “volando” no le arrancara parte del cuero cabelludo. Lucía tuvo su propia experiencia incómoda. Durante un baile de carnaval, un admirador, en un intento de llamar su atención, tropezó con su vestido y derribó su peinetón al suelo. Aunque el incidente fue embarazoso, Lucía lo manejó con gracia: declaró que “hasta la caída de una peineta puede ser elegante si se lleva con dignidad”.

Hacia 1834, Masculino logró sus mejores peinetones, con dibujos e incrustaciones que revelan sus condiciones técnicas y aptitudes artísticas. Estos peinetones solían llevar leyendas alusivas, y durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas muchos exhibían su retrato. A raíz de la cantidad de carey y de marfil que se utilizaba, el precio subió estrepitosamente en el mercado, por culpa solo de la moda del Río de la Plata. Y mientras don Manuel Mateo Masculino López se enriquecía, su esposa María de Jesús Escudero, su hijo Manuel Bernardino y sus hijas Marta, Adela, Margarita, se daban el lujo de poder ser retratados por Charles Henri Pellegrini. Este último, juntamente con César Hipólito Bacle y las miniaturas de Jean-Philippe Goulu, fueron los que más retrataron la época de los peinetones en la ciudad de la Trinidad.

Pero Masculino no fue el único fabricante de peinetones: hubo otros, como ser Rousseaux, Videla y Gadet, Bracco, Compagner y Carboni, Fresco, Larroca, Sota y J.J. M. Clark. Don Masculino falleció en Buenos Aires el 22 de julio de 1859 y fue enterrado en el cementerio de la Recoleta en el panteón familiar que, gracias a su fortuna, logró construir.

La peineta española, introducida hacia
La peineta española, introducida hacia 1815 en el Río de la Plata, fue el comienzo. Con el paso de los años, empezaron a observarse modelos cada vez más grandes y extravagantes en las cabezas de las mujeres

Como dijimos anteriormente, el peinetón era una costumbre rioplatense, por tanto en Montevideo, Dolores Méndez, una joven maestra de escuela, admiraba a Lucía desde la distancia. Había escuchado historias sobre la gran dama de Buenos Aires y su colección de peinetones, y aunque su situación económica no le permitía adquirir los mismos lujos, Dolores tenía un don para la creatividad. Empezó a fabricar sus propias peinetas utilizando materiales locales. En lugar de marfil o carey, empleaba madera de jacarandá y decoraba las piezas con motivos indígenas. Su fama creció rápidamente, y las mujeres montevideanas comenzaron a lucir peinetas más grandes y audaces que las de sus vecinas porteñas.

Esto dio lugar a una especie de competencia amistosa entre ambas ciudades. En las cartas que cruzaban el Río de la Plata, las damas intercambiaban ideas y comentarios sobre las últimas tendencias. “Tu peinetón de nácar es hermoso, Lucía, pero demasiado ostentoso para mi gusto. Aquí preferimos algo más natural”, escribía Dolores. “Tal vez, querida Dolores, si vinieras a Buenos Aires, entenderías que la ostentación también es arte”, respondía Lucía con humor. Sin embargo, no todo era glamour. Al igual que en la ciudad de la santa Trinidad, en Montevideo el uso de peinetones gigantes también traía consigo desafíos prácticos. Las mujeres debían aprender a moverse con cuidado para evitar que las peinetas se enredaran en ramas de árboles o techos bajos. Los carruajes tuvieron que ser rediseñados para permitir que las pasajeras con peinetones viajaran cómodamente. En una ocasión, durante una recepción en la casa del gobernador de Montevideo, Dolores quedó atrapada bajo una lámpara de araña, lo que provocó risas nerviosas y un sinfín de anécdotas posteriores.

Con el tiempo, las peinetas y peinetones dejaron de ser solo un símbolo de moda y se convirtieron en un emblema de la emancipación femenina. En ambas ciudades, las mujeres comenzaron a organizar tertulias donde discutían temas de actualidad y compartían sus opiniones sobre la política y la literatura. Muchas de estas reuniones eran precedidas por desfiles improvisados de peinetones, donde las mujeres exhibían sus creaciones más recientes. En Montevideo, Dolores fundó un taller comunitario para enseñar a otras mujeres a fabricar peinetas. Su objetivo era no solo fomentar la creatividad, sino también brindar una fuente de ingresos a aquellas que lo necesitaban. En Buenos Aires, Lucía organizó una exposición de peinetones en el Cabildo, donde se mostraron diseños que representaban paisajes del Río de la Plata, escenas de gauchos y hasta retratos de próceres.

“Siempre hará que se distinga
“Siempre hará que se distinga a una porteña del resto de las mujeres del mundo, un adorno especial, un adorno al que tienen como a la vida, o casi me atrevo a decir más que a ella", firmó Alcides d´Orbigny en 1826

Hacia finales de la década de 1830, la moda de las peinetas gigantes comenzó a declinar. Los estilos europeos, más sobrios y prácticos, empezaron a influir en las costumbres del Río de la Plata. Sin embargo, el legado de las peinetas y peinetones gigantes perduró.

Lucía y Dolores, ya mayores, siguieron en contacto, recordando con nostalgia los días en que las peinetas eran el centro de atención. “¿Te acuerdas de aquella vez que tu peinetón quedó atrapado en la lámpara del gobernador?”, escribía Lucía en una carta. “Nunca lo olvidaré, querida amiga. Fue entonces cuando comprendí que el arte, como la vida, requiere valentía”, respondía Dolores. La moda de las peinetas y peinetones gigantes fue más que una tendencia pasajera; fue un reflejo de una época de cambio, creatividad y conexión entre dos ciudades hermanas. A través de estos adornos, las mujeres de Buenos Aires y Montevideo encontraron una manera de expresarse, de desafiar las normas y de dejar su marca en la historia.

Hoy en día, las peinetas gigantes pueden encontrarse en museos y colecciones privadas, como testimonio de una era en que la moda no solo embellecía, sino que también empoderaba. Las historias de Lucía y Dolores permanecen vivas, recordándonos que, a veces, los objetos más simples pueden transformar el mundo.