Lucas Bruna se asomó a la esquina de la casa de sus padres seguro de que lo que iba a hacer era tomar algunas fotos, grabar algún video con su teléfono celular. Sabía, porque lo escuchó golpear en el techo del quincho en el que dormía, que el temporal estaba en marcha. Había escuchado que su Bahía Blanca natal iba a ser epicentro de un fenómeno climático difícil. Pero nada de todo lo que había imaginado se parecía a lo que vio cuando llegó a la esquina.
“El agua tapaba las casas, la correntada era impresionante. La casa de mis viejos estaba a salvo porque está del otro lado del terraplén, pero todo lo que veía más abajo del terraplén era una catástrofe”, le cuenta a Infobae desde Bahía Blanca, la ciudad en la que el temporal del viernes 7 de marzo provocó 16 muertes y aún buscan a un centenar de personas. No vive ahí: hace ocho años se mudó a Monte Hermoso, a una hora de viaje. Pero una vez por semana vuelve a su pago. Tiene allí una carpintería más grande que la de la localidad en la que vive, y viaja para supervisar cómo van los trabajos encargados.
“¿Qué foto ni qué foto?”, dice Lucas, de 36 años, que pensó cuando vio esa marea que crecía salvaje en las calles de su ciudad. Y se acordó de Nicolás Álvarez, un vecino de esos que se conocen y se aprecian desde hace mucho tiempo aunque no lleguen a ser amigos. “Lo fui a buscar porque él tiene moto de agua. Había que sacar a la gente de sus casas”, repasa.
El resultado de ocho larguísimas horas de salvataje fue el rescate de cuarenta personas de sus casas, donde el agua podía llegar a los dos metros -26 centímetros más de lo que mide Lucas- y a 35 adultos mayores de dos geriátricos del barrio. Pero Lucas dirá, en algún momento de esta conversación, que fue egoísta.
“Cuando llegué a lo de Nico ya no había luz, no andaban los timbres, así que aplaudí hasta que salió. Le dije que teníamos que salir a hacer salvataje y no lo dudó. No tenía su moto en su casa, pero sí la de un conocido, y la llave. Eran como las diez de la mañana cuando empezamos”, se acuerda Lucas.
Como trabajó en el Polo Petroquímico de Bahía Blanca hace algunos años, Bruna tuvo que completar varios cursos de seguridad. Aprendió cómo detectar un punto seguro si hay que evacuar, cómo organizar las prioridades de a quién ayudar y también cómo delegar tareas durante los salvatajes. “Todo eso me sirvió porque en cinco minutos con Nico habíamos armado el operativo. Organizamos por edades, por direcciones, según qué calles podíamos transitar con la moto y cuáles no, y empezamos a buscar a la gente”, recuerda.
La mecánica se repetía: iban juntos en la moto de agua que Nicolás conducía. Lucas bajaba a las casas, rompía vidrios para entrar si hacía falta, rescataba de a una persona, la subían a la moto, Nicolás llevaba a esa persona hasta un punto seguro -por su altura y porque circulaban por allí autos que pudieran continuar el rescate de esa persona- y volvía a buscar a Lucas. Juntos iban hasta la próxima casa en la que hubiera que rescatar a alguien. Cada veinte o treinta minutos recargaban nafta: no ponían demasiada porque había que evitar el sobrepeso.

No tardaron nada en decirse que Nicolás era el capitán y Lucas era el marinero, que eran un equipo, que necesitaban el uno del otro y que tenían que estar seguros de que no corrían riesgos innecesarios para poder no sólo mantenerse con vida -nada menos- sino también sostener ese operativo que montaron enseguida.
“El barrio reaccionó de una manera espectacular. Había mucho miedo pero también mucho trabajo colectivo, nos conocemos todos hace muchos años, y la gente nueva, tal vez estudiantes de la facultad por la cercanía con la universidad, estuvieron dispuestos a ayudar inmediatamente. Fue un trabajo colectivo muy bien organizado y muy conmovedor”, dice Lucas. Habla del barrio La Falda, que auxilió al barrio Napostá, cubierto por el agua.
“En cinco minutos ya estaba habilitado el salón más grande del club del barrio para que lleváramos allí a las personas rescatadas. Un carnicero se ocupó de traernos chalecos salvavidas para reponer los que teníamos por si pasaba algo, entre todos traían nafta para que repusiéramos enseguida en la moto, y los cambios que le hacían a nuestro plan eran siempre para mejorar. Fue un trabajo impresionante”, reconstruye.
El primer rescate fue el de Lucas, un adolescente al que encontraron subido a un árbol. “La correntada les explotó el portón de la casa. Él sostuvo a su abuela hasta que no pudo más, a su abuela se la llevó la correntada así que imaginate cómo estaba ese chico cuando lo encontramos”, cuenta Bruna.
Rescataron también a una mujer ciega de 91 años que estaba en un altillo, a una nena de 5 años que parecía mantener la calma a pesar de la tragedia, y cuando el agua empezó a bajar y ya no era viable ni necesario manejarse con la moto de agua fueron a ayudar a dos geriátricos. “Las chicas que trabajan en los dos habían armado filas de mesas y habían puesto a los abuelos en sus sillas de ruedas arriba de las mesas. Ninguna se movió de su puesto de trabajo, estuvieron al lado de esos abuelos hasta que fueron rescatados poniendo en riesgo su vida”, sostiene.
¿Y su vida? ¿Estuvo en riesgo? “Tuve el agua hasta el cuello y tapándome. Pero todo el tiempo me concentré en que tenía que mantener la calma. La calma es indispensable en el agua porque si no empezás a pegar manotazos, se te fatiga la respiración, te acalambrás, te cansás y es peligrosísimo. Siento que tuve calma en medio de mucha adrenalina también. Y con Nicolás decidimos que había calles en las que no íbamos a entrar. Cuando veíamos que la correntada podía derribar la moto y llevarnos, no entrábamos. Sabíamos que teníamos que cuidarnos”, explica, ante la pregunta de Infobae.
Su mamá, Alicia, al principio no podía creer lo que estaba haciendo su hijo. “Se asustó, habrá pensado que para qué. Pero cuando me vio volver las dos o tres primeras veces ya se calmó”, cuenta Lucas. Alicia, de 61 años, después ocupó el lugar más maternal de todos los que había en el operativo: esperaba a su hijo con café caliente y ropa seca para cambiarse periódicamente. “Me abrigaba hasta que yo me templara y me volvía a meter al agua, que estaba muy fría”, dice él.

Hubo salvatajes en los que los rescatados reaccionaban bien, con una alegría inmensa. “Incluso me sorprendió en gente muy mayor porque aparecían unas ganas de vivir y de ser rescatados muy fuertes”, cuenta Lucas. Hubo algún jubilado que, cuando él y Nicolás llegaron con la moto de agua, los esperaba con 300 dólares “y alguna alhajita” en un tupper: “Son los ahorros de toda la vida”, les decían. Y también hubo quienes se resistían a salir de su casa: “Nos decían que no querían dejar sus cosas porque se las iban a robar cuando bajara el agua. Y nosotros respondíamos algo muy crudo pero real en ese momento: que sus cosas se iban a ir o ya se estaban yendo con el agua. Y que lo único que había para cuidar era la vida”, cuenta.
Mientras él y Nicolás iban y venían con la moto de agua, “la Policía no hacía mucho, podría haber hecho más”, asegura, y describe: “Yo tuve que insistir para que me llevaran en un patrullero en medio de la inundación a buscar a Nicolás para salir en la moto. Mientras traíamos a la gente y muchos vecinos colaboraban ellos estaban apoyados en el patrullero como espectadores”. Cuando llegó el vehículo anfibio del Ejército la sensación fue distinta: “Como vieron que conocíamos perfectamente el barrio y teníamos el operativo armado, la pregunta fue ‘¿Cómo ayudamos?’”.
Casi una semana después de ese temporal tras el que, según estiman las autoridades bahienses, costará 400.000 millones de pesos reconstruir la ciudad, Lucas Bruna tiene las piernas raspadas, cortadas y repletas de moretones. “Y recién ahora voy cayendo. En el momento yo creí que iba hasta la esquina a ver cómo estaba todo pero no me imaginaba que me iba a encontrar con lo que vi. Salimos sin pensarlo y creo que fui egoísta porque en ningún momento pensé en Salvador, mi hijo de casi 7 años. No se me cruzó por la cabeza pensar que si a mí me pasaba algo lo dejaba con mi ausencia y sin mi sostén, y creo que eso fue egoísta”, reflexiona.
“Ahora también sé que los amigos y los vecinos de toda la vida están ahí, son de fierro, aunque uno se haya ido lejos. Y que lo económico no importa. Podés perder todo en un minuto. Lo que importa es la vida”, dice Lucas. A Salvador lo recibieron con aplausos en su aula de 2º grado hace algunos días: “Tu papá es un héroe”, le decían.
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