
La montaña era la misma, pero las circunstancias no. Corina Altamirano encaró por la senda, como hace 40 años. Dio un paso por el filo cubierto de nieve y luego otro, y visualizó perfectamente el camino que conduce a la cima del Cerro Mercedario, en la provincia de San Juan. Una montaña apenas más baja que el Aconcagua, pero mucho más misteriosa. La primera vez no iba sola. La acompañaba su hermana, la intrépida Paty, con quien había conquistado casi todas las cumbres de la Argentina en los años 80. Ahora Paty también iba con ella, pero de otro modo: Corina cargaba sus cenizas.
Las llevó hasta un promontorio de piedras, una especie de balcón, donde el viento sopla cruzado y es posible contemplar hasta el último capricho orográfico de la Cordillera de los Andes. En ese lugar, llamado Paso de las Pircas, Corina cavó, con sus manos enguantadas, un pozo. Un cuenco. Cada uno de los que acompañaban a la mujer de 65 años, docente jubilada y montañera de toda la vida, tomó un puñadito de las cenizas de Paty y las depositaron dentro del espacio natural, dando forma al ritual definitivo, esperado durante tantos años.
Así fue como Paty volvió para siempre a la montaña. Ocurrió hace pocos días y como suelen ser las cosas profundas: íntimas, discretas, sin estridencias. Volvió a la montaña que se la tragó el 27 de marzo de 1981. Y que devolvió su cuerpo petrificado 40 años después, en el verano de 2023. Para entonces, el planeta se había alterado demasiado. El cambio climático, como sigue haciéndolo ahora, estaba impactando duro sobre los glaciares de toda la cordillera y los del Cerro Mercedario no permanecían ajenos al fenómeno. Se derritieron los hielos, retrocedieron, se deshicieron las formas y una cordada de montañistas que pasaba por allí divisó el cuerpo. La ropa raída, comida por el frío. Los colores potentes de su mochila de ataque hecha de cuero y cordura, los cacharros opacados por el contacto con el agua, el cobre, el litio, todo lo que compone aquello que subyace debajo de la superficie.

Una patrulla de montaña bajó hasta la lengua del glaciar, a 5 mil metros de altura, y recuperó los restos. Una camioneta los trasladó hasta una dependencia forense de Tucumán. Un oficial marcó el número de contacto de Corina, que hacía su vida mansa y tranquila y había asumido la ausencia de Paty, acaso no como una muerte, sino como un viaje sin retorno hacia ese destino anhelado que eran para ellas las montañas. “Todas las montañas, sobre todo las más altas de la Cordillera norte. Cuando Paty cayó al vacío, nosotras estábamos dedicándonos a trepar todas las cumbres de la Argentina con otros deportistas del Club Andino Tucumán. Paty iba siempre adelante, fuerte, curiosa, ávida de conocer el mundo”, recuerda Corina.
Sonó su teléfono móvil y le dijeron que posiblemente el cuerpo hallado era el de su hermana perdida en las alturas. En Corina, y también en sus otros tres hermanos, se activaron, de manera simultánea, todas las terminales del recuerdo y los sentimientos. Era emoción pero no era tristeza. Era sorpresa, pero también el sueño consumado de que alguna vez Paty “volvería”. Era el comienzo de una certeza, pero también de un dilema. Con toda esa ambivalencia suspendida en el aire, dándoles vueltas como los cóndores de los Andes, Corina y sus hermanos viajaron de San Juan a Tucumán para reconocer el cuerpo de Paty.
Durante ese viaje, regresaron como fotos los recuerdos que aún hoy continúan petrificados en la memoria de Corina. Aquella tarde en la montaña. 1981, otra vez. Ese segundo final, la conmoción silenciosa en la base de la pared de hielo, sobre una pendiente inclinada en 45 grados. Paty va adelante, tanteando el camino. Pisando hielo y roca. Corina abre y cierra los ojos y Paty, que decidió soltarse de la soga para avanzar hasta una repisa natural en la que planean dormir, no está más.

“Es como si estuviera el filo de piedra por donde íbamos y del otro lado el hielo. Ella fue hacia el glaciar y en ese momento en un segundo sentimos un sonido fugaz. Ella iba adelante nuestro con la mochila puesta y de golpe no vimos más la mochila”, le cuenta Corina a Infobae.
Todo lo que ocurre después es una odisea dolorosa, de vértigo y velocidad que termina en la más pura de las tristeza. Durante esos dos días nevó sin parar. Esa nieve cubrió entre cuatro y cinco metros el cuerpo de Patty. Por más que hubieran querido, los rescatistas jamás hubieran podido llegar hasta el sitio donde estaba. El Mercedario, un templo blanco, parece haberlo deglutido.
Marzo, 2025. Corina tiene un cuaderno. En él escribió, tantas veces, sobre su Paty. “Siempre dijiste, querida hermana, que si morías en la montaña te dejáramos en el lugar donde murieras. Y fue así”. Pero Paty volvió y la trajo de vuelta. La empujó hacia la vida de sus seres queridos. Volvió para ser despedida y cerrar el círculo abierto de la partida.
Entonces, un año después de reconocer el cuerpo, ese cuerpo ahora hecho cenizas, Corina junta aire. Es ayudada por guías amigos jóvenes. La buena salud la acompaña. También está su otra hermana, Silvia. Otra vez en la pendiente, en la cuesta empinada. El Mercedario es el mismo: lejano, invulnerable, tremendo, imposible. Pero Corina va, junto a Silvia y los suyos, con Paty en la mochila.

Entonces llega el momento definitivo, cuando una historia termina, como corresponde, para siempre. Para no volver a ser abierta jamás. “El día sábado 25 de enero pasado, de este año 2025, siendo aproximadamente las 12:30 horas, confluimos en la Ruta Normal (Inca), que lleva a la cumbre del Mercedario y a unos 5.400 metros de altura, el grupo tucumano de montaña CerrosTuc (Evaristo y Facundo Moyano Paz, Joaquín Forcinito, Marco Muñoz y Bernabé Sola), Fabrizio Oieni (esquiador, montañista, escalador, y miembro del Club Andino Mercedario) y nosotras dos, hermanas de Paty, Corina y Silvia Altamirano”.
“Pudimos llevar de regreso las cenizas de Paty a los brazos del cerro Mercedario”, lugar donde había permanecido por espacio de 42 años y sitio en el que ella había pedido habitar hasta la eternidad. La misión que nos habíamos propuesto fue lograda con mucha alegría de nuestra parte, con mucho esfuerzo y amorosa y constante dedicación al proyecto”. Ahora sí, entonces, Patricia ‘Paty’ Altamirano descansa en paz.
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