Vivió en Australia dos años y decidió volver a Argentina: “El duelo que implica regresar es un tema del que nadie habla”

Entre 2022 y 2024, Eugenia Zandoli (29) decidió dejar el país para vivir nuevas experiencias. Al regresar, antes de lo previsto, enfrentó un duelo inesperado. “No me sentía ni de allá ni de acá”, dice. En charla con Infobae, cuenta su experiencia y cómo reconstruyó su identidad

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Eugenia se fue con 27
Eugenia se fue con 27 años y regresó con 29

Cuando regresó a la Argentina, después de haber pasado dos años en Australia, Eugenia Zandoli no estaba feliz, como esperaba. “Aterricé el 8 de diciembre del 2024 y, desde el minuto cero, me sentí en duelo. Si bien había tomado la decisión de volver, me costaba conectar con el país, incluso con mi familia. Con algunos grupos de amigas notaba una distancia que antes no existía. Me preguntaba: ‘¿Qué hago acá? ¿No habré tomado una decisión equivocada?’”, cuenta en charla con Infobae.

Esas primeras semanas, no solo se sentía una extraña en las calles de Buenos Aires, sino que, además, la inundaba una profunda sensación de culpa. “Me decía a mí misma: ‘Debería estar feliz de pasar las fiestas con mi familia después de dos años’, pero no lo vivía así. Intentaba disfrutar, conectarme con el presente, pero mi cabeza seguía en Australia. Con el tiempo, entendí que no tenía que forzarme a estar bien, que volver también implicaba un duelo y que, en lugar de taparlo con culpa, tenía que permitir que esas emociones aparecieran para procesarlas”, dice.

Eugenia (la primera desde la
Eugenia (la primera desde la derecha) junto a sus padres y sus hermanas y su hermano en Ezeiza cuando partió rumbo a Sidney en octubre de 2022

Elegir irse

Eugenia tiene 29 años, nació en Paraná (Entre Ríos), pero se crió en la localidad bonaerense de El Palomar. La idea de emigrar a Australia surgió en 2017, cuando tenía 21, mientras estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica Argentina (UCA). “Viajé seis meses de intercambio a Sidney y me encantó. Volví con la idea fija de hacer una visa de Work & Travel para trabajar y vivir un tiempo en el país. Intenté hacerlo en 2020 y no pude por la pandemia. Finalmente, en 2022, abrieron las fronteras y me fui”, repasa.

Hasta ese momento, tenía un trabajo en relación de dependencia y otro independiente. En el primero se desarrollaba en el área de comunicación de la agencia Ninch; en el segundo exploraba su interés por el mundo de las hormonas y lo compartía con su pequeña comunidad en la cuenta de Instagram “Sobre hormonas”. “Si bien estaba contenta, tenía algunas incógnitas vinculadas a la profesión: quería que mi trabajo tuviera un impacto real en el mundo, o sentir que ayudaba a alguien”, explica.

En ese contexto, tomó la decisión de irse del país. “Hay muchas personas emigran para escapar de su realidad o porque no les gusta su vida. No era mi caso. Fue duro pero, al mismo tiempo tenía ganas de vivir esa experiencia. Sabía que en Australia el ritmo de vida era un poco más relajado que en Argentina porque allá existe lo que se llama Work-life balance, es decir, un equilibrio entre el tiempo de trabajo y el tiempo dedicado a la vida personal. Eso, sumado a la seguridad —tenía claro que podía caminar sola por la calle a las 3 AM sin que nada me pasara— y la posibilidad de proyectar a nivel económico también me tentaba”, repasa Eugenia. Hace una pausa y agrega: “Más allá de eso, mi objetivo principal era personal y tenía que ver con conocerme mejor. Suena medio cliché, pero buscaba desafiarme y salir de mi zona de confort”.

“Muchas personas emigran para escapar
“Muchas personas emigran para escapar de su realidad o porque su vida no le gusta. No era mi caso”, cuenta Eugenia

Expectativa vs realidad

Eugenia no viajó sola: sus dos hermanas y una amiga se sumaron a la experiencia. En ese sentido, explica, la transición fue más fácil porque se mantuvo en un entorno familiar, al menos los tres primeros meses, mientras hicieron base en Sidney juntas. Una vez que se instalaron, comenzó a buscar trabajo.

Empecé a tirar curriculums y conseguí un puesto en una agencia la misma semana que llegué. A pesar del buen sueldo y de que todo parecía soñado, renuncié a los tres días. El ambiente era muy impersonal: apenas me preguntaron cómo me llamaba. En Argentina, estaba acostumbrada a llegar a un lugar, que me ofrecieran un mate y charlar un rato. Nada de eso ocurrió allí. En paralelo pensaba: ‘¿Me vine a la otra punta del mundo para hacer lo mismo que hacía en mi país y encima no me gusta?’”, cuenta.

La decisión sorprendió a su entorno. “Mucha gente me cuestionó, sobre todo mi familia, porque desde el punto de vista económico, no tenía sentido dejar un puesto tan bien remunerado. Pero fui fiel a mi intuición: si no estaba feliz, ¿para qué iba quedarme?”, dice. “El día que me fui, me llamaron de otra agencia para una entrevista. Fui y quedé. Fue muy mágico todo. Esa otra agencia estaba mucho más alineada con lo que yo quería. Ahí trabajé seis meses”, agrega.

La granja de bananas
La granja de bananas

Tras esa primera experiencia, Eugenia decidió hacer una pausa de dos meses para dedicarse a su proyecto personal en redes sociales. Al mismo tiempo, dice, empezó a planear sus próximos pasos ya que, para extender su visa, el Gobierno australiano le exigía trabajar tres meses en una granja o en un área remota. “Me fui a una granja de bananas sin saber que era la peor de todas. Para las mujeres, más que una granja, era una fábrica: pasábamos diez horas en un galpón, sin ver la luz del sol, cortando y empaquetando bananas. No podíamos ni escuchar música. Lo único que se oía era ruido de las máquinas”, cuenta.

A las condiciones extremas y el trabajo extenuante se sumó otro factor que la mantenía en alerta permanente: el lugar estaba lleno de serpientes y arañas gigantes. “Yo les tenía pánico y ahí las veía casi a diario. En un punto, me ayudó a superar mi fobia, pero fue durísimo”, cuenta.

Para esa altura, el contraste con su vida anterior era abismal: de trabajar en comunicación y vivir cerca de la playa en Sidney, Eugenia pasó a hacer tareas mecánicas y alojarse en un hostel con desconocidos en un pueblito remoto. “En las redes sociales se romantiza mucho el hecho de trabajar en una granja y ganar buen dinero, pero el esfuerzo físico y mental era enorme. Muchas veces pensé en renunciar; pero, por otro lado, decía: ‘Si todos pueden, yo también’”.

Finalmente, en octubre de 2023, su contrato terminó y decidió tomarse unas vacaciones y recorrer el Sudeste Asiático durante dos meses. Sin embargo, la experiencia nuevamente no salió como esperaba: “Empecé a tener problemas digestivos que nunca había experimentado: tenía acidez constante y no podía comer casi nada. Bajé mucho de peso. Fue muy loco porque uno siempre idealiza el hecho de viajar. Y yo, de repente, me encontraba en lugares increíbles y no podía disfrutarlos porque no me sentía bien. Entendí que el estrés de los meses anteriores había empezado a manifestarse en mi cuerpo”.

"De repente me encontraba en
"De repente me encontraba en lugares increíbles y no podía disfrutarlos porque no me sentía bien", dice Eugenia

Volver a casa

Con el desgaste acumulado y sin encontrar respuestas médicas a sus síntomas digestivos, Eugenia empezó a considerar regresar a Argentina. “Nuevamente, mi lado racional me decía: ‘Quedate en Australia’. Era lo más lógico. Primero fui a Melbourne y luego a Byron Bay, un pueblito playero lleno de argentinos. Pero seguía sin sentirme bien...”.

Al final, en abril de 2024, compró un pasaje y retornó al país por un par de meses. “Fue un volver a nacer. Los síntomas desaparecieron, fui al médico y recuperé peso. Necesitaba ese reseteo”, cuenta. Tras esa pausa, Eugenia regresó a Australia llena de energía. “Me había quedado con un gusto amargo”, dice. De vuelta en el ruedo consiguió trabajo en un centro de esquí y luego volvió a después a Byron Bay. “Fue increíble. Pude crear una realidad mucho más linda: tenía un buen trabajo, vínculos sólidos, un estilo de vida que me hacía feliz. Esos últimos meses en Australia fueron los mejores. Realmente fui feliz”, explica.

—Si estabas tan contenta y teniendo la posibilidad de extender la visa por un año más, ¿por qué decidiste volver?

—Por varios motivos. El primero fue que, cuando volví a Argentina, en abril de 2024, una editorial me propuso escribir un libro. Firmé un contrato con fecha de entrega en enero 2025 y, en Australia, se me complicaba estar conectada con ese proyecto. Por otro lado, sentía que, si bien me encantaba el país, nunca terminé de conectar con la cultura, ni con la gente. Me encontraba en una disyuntiva. Pensaba: “¿Qué priorizo? ¿Lo que quiero a futuro o la realidad cotidiana que tanto me gusta?“. Pero, a su vez, todo era muy efímero. De hecho, las personas que conocí en ese momento, ya no están en Byron Bay. Entonces como que en algún punto sabía que eso se iba a terminar. Igual, me costó muchísimo regresar. Mis primeras semanas en Argentina estaba segura de que quería volver. Salía a caminar por las calles de Buenos Aires y veía todo mal.

En su vuelta a Australia,
En su vuelta a Australia, en 2024, trabajó en un Centro de Esquí

—Decís que no terminaste de conectar con la cultura y la gente que vive en Australia, ¿podés dar algunos ejemplos?

Ellos llevan un estilo de vida menos sociable y más individualista, al punto de que, quizá, ni siquiera conocen a sus vecinos. Cada persona está enfocada en su propia vida. Un ejemplo simple: algo que valoro de nuestra cultura es la sobremesa. En Australia terminás de comer y te vas; es casi un trámite. En ese sentido, empecé a valorar mucho más cómo somos nosotros a la distancia.

—Hiciste un posteo en tu cuenta de Instagram en el que hablás del gran duelo que implica volver. ¿Qué recordás de esos primeros días en Argentina post Australia?

—Aterricé el 8 de diciembre del 2024 y, desde el minuto cero, me sentí en duelo. Fueron días difíciles. No me sentía parte ni de Argentina ni de Australia; era como estar un limbo. Esa transición me costó y fue lo que me motivó a escribir el posteo. El duelo de retornar es un tema del que nadie habla. No encontré mucha información al respecto. Algunas personas pueden no experimentarlo de la misma forma, pero hay un impacto emocional: volvés y nada es como antes. Yo, allá, cambié. Acá la vida siguió y, al regresar, tenés que acoplarte a eso. Yo tuve que empezar de cero.

El posteo de Eugenia en
El posteo de Eugenia en Instagram (@eugenia.zandoli) juntó miles de "Likes" y comentarios

—¿Cómo viene siendo ese proceso de reinventarte?

—Empecé a traer acá, hábitos que me gustaban de mi vida allá. Porque si hay algo que aprendí en Australia fue que quería tener una vida personal y laboral más equilibrada. Parece un cliché, pero quiero poner el foco en disfrutar más y estar en contacto con la naturaleza. Allá, mi plan predilecto era ir a ver el atardecer o el amanecer con mis amigos. Nos íbamos de camping muy seguido, explorábamos cascadas, mirábamos la luna llena y las estrellas. En Argentina es más difícil estar en sintonía con los ritmos naturales. El otro día, por ejemplo, había luna llena y le propuse a una amiga ir a verla al río. No es una playa en Australia, pero intento incorporar aquí las cosas que para mí son importantes.

—¿El duelo continúa?

—El duelo fue muy fuerte las primeras semanas, pero hoy me siento muy bien y muy feliz de estar en Argentina. Estoy enraizada acá, con ganas de proyectar y motivada con hacer esta versión híbrida de mí y de mi vida entre las dos realidades. Me encanta Argentina como país y lo que somos como sociedad, nuestra forma de ser. Esa parte vincular que tenemos, le gana a cualquier otra cosa. Aunque por momentos sigo en proceso de duelo, porque hay altibajos, compartirlo en redes fue positivo porque encontré muchas personas en la misma situación. Fue como decir: “No estoy sola”. Entendí que la paciencia es un ingrediente clave en este momento y que también tenía que reconectarme con mis objetivos.

Eugenia Zandoli pasó dos años
Eugenia Zandoli pasó dos años en Australia. Podría haberse quedado un año más, pero eligió volver a la Argentina

El aporte de la psicóloga Zaira Balza Velásquez

En el duelo migratorio se pone en juego la identidad de las personas: es un proceso emocional complejo. Se experimentan pérdidas significativas en diferentes dimensiones: en lo físico y tangible, como el lugar, el clima y los paisajes; en lo interpersonal, como la familia y las redes de apoyo; en lo cultural, por el cambio de idioma, costumbres, normas sociales y valores; en lo laboral, sucede un reajuste que puede implicar la pérdida de reconocimiento profesional; y a nivel de identidad, se transforma la autopercepción y el sentido de pertenencia. Este constante proceso de adaptación conlleva una carga mental que a menudo activa el mecanismo de estrés. Estar en una continua adaptación implica, en su forma más profunda, una auténtica lucha por supervivencia. Y puede expresarse de diversas formas, como tristeza, confusión o enojo.

En ese contexto, muchas veces, la expectativa del regreso del que emigra no luce como se esperaba porque, así como lo que se dejó pudo haber cambiado en formas y dinámicas, los ojos del que vuelve han adquirido otra perspectiva, otros hábitos, rutinas y hasta su identidad ha cambiado. Ese es el cambio que se duela. Sentirse ajeno a lo que fue familiar durante años representa un quiebre mental conocido como “Choque cultural inverso”. Se vuelven a elaborar respuestas para uno mismo cuando se pregunta de dónde soy, de dónde vengo y a dónde pertenezco. En ese momento es donde se entrecruzan tanto la ajenidad como la identidad.

Volver a casa y sentirse triste y confundido puede vivirse como una contradicción moral. Se supone que regresar debería traer alivio y seguridad, pero en cambio puede generar extrañeza, frustración, nostalgia o vacío. Incluso es posible entrar en un estado de desconexión que genera confusión sobre la propia identidad. Muchas veces, la culpa se manifiesta en forma de autoexigencia y cuestionamientos internos. La paciencia con uno mismo es clave para abrirle paso al malestar y comprender que cada uno tiene sus ritmos. Regresar al país de origen no significa volver a ser la persona que se era antes de emigrar. Construir un nuevo presente con lo aprendido en el extranjero es una oportunidad para abrirse a una evolución personal.

*La licenciada Zaira Balza Velásquez es psicóloga clínica y acompaña procesos migratorios (MN 76.462). Se la puede encontrar en Instagram (@claroquepsi) o en su página web www.claroquepsi.com.