
Existe una tipología de cafetín en Buenos Aires que en las pasadas décadas de los ‘60 y ‘70 vino a reemplazar las tradicionales aberturas de madera o hierro por la más moderna carpintería de aluminio. En la City financiera porteña se expandieron con gran éxito. Además de ese metal, las vidrieras de esos cafés y bares se cubrían de adhesivos de compañías de tickets de comida. Esa modalidad de consumo fue el recurso que las empresas encontraron para correr detrás de las altas tasas de inflación de los años 80 y poder aumentarle el sueldo a sus empleados sin que el alza se traslade a mayores aportes patronales. Al momento de almorzar la masa asalariada salía a la calle con sus billeteras rebosantes de papelitos de colores para canjear por comida. La gastronomía crecía como negocio y los bares se reproducían con números romanos. Algunas de los cafés y bares más conocidos fueron los Rialto, Re dei vini y Villadiz. El Villadiz III es un notable caso de resiliencia que sigue funcionando en Maipú 679. Algo más alejados del Centro aún sobreviven auténticas gemas exponentes de este estilo. Por ejemplo: el Histórico Bar, situado en Diagonal Julio Argentino Roca 620 y el San Martín, ubicado en Paraguay y Azcuénaga.
Hoy vengo a hablar de otro ejemplo de este prototipo: el Bar Comet, que está en la esquina donde se cruzan las avenidas Belgrano y Paseo Colón. Al mando del Comet está Pedro Silva, correntino de Empedrado, arribado a Buenos Aires en el año 1982 en el que fue su primer viaje en cualquier tipo de transporte que, en ese caso, incluyó colectivo y tren. Con extrema precisión, no exenta de indisimulado orgullo, me informó que su primer día de trabajo en el bar fue el 26 de agosto de 1986. Los años previos vividos en la ciudad trabajó en una pizzería de Lope de Vega y General Paz. Ganaba, por entonces, 15 pesos mensuales. Con su nuevo empleo en el Comet pegó el salto, pasó a ganar 33 pesos por mes. Y en blanco. De qué moneda estamos hablando se las debo.
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Los actuales dueños del Comet, de origen gallego, se hicieron cargo del bar en el año 1975. Se conoce que ya funcionaba un bar en la esquina, pero no pude obtener más datos. El lógico transcurso de la vida llevó a que, con el paso del tiempo, delegaran en Pedro la gestión diaria del negocio. Según este afable correntino, el nombre Comet distingue a una antigua empresa de aviación española. Infiero, por lo tanto, que habrá sido la compañía cuyo avión trajo al país a los dueños del bar. Algo similar sucede con el nombre del café bar Plus Ultra, de Lavalle y Reconquista, hecho que será contado en un futuro no muy lejano. A mí siempre me resultó más atractivo relacionar la palabra “comet” con una práctica ilícita utilizada con cierta frecuencia —dato genético porteño adquirido desde la mismísima Segunda Fundación de Juan de Garay—, en el edificio de la vecina Aduana, que está ubicado en Belgrano y Azopardo. Pero no me hagan caso, “son cosas mías”, como decía Miguel Abuelo.
En el año 1978 realicé un curso preparatorio para ingresar a la universidad. La Universidad de Buenos Aires, por entonces, no tenía ingreso irrestricto y el examen de admisión era riguroso. A la salida del curso, esperaba a mi viejo en una mesa del Comet. Don Jorge, mi padre, era despachante de aduana y, a diario, realizaba gestiones pertinentes para sus clientes en la Dirección General de Aduanas frente al bar. Tomábamos café y emprendíamos en auto el regreso a casa rumbo al conurbano sur. El Comet era un pequeño bar —lo sigue siendo— que no decía mucho, más bien pasaba inadvertido, lo intrascendente era norma. Un rincón del Bajo que servía de lugar de relax para los trabajadores de cercanías.
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Pero la lectura de “La llamada”, el libro de Leila Guerriero que narra la vida de Silvia Labayru, secuestrada y trasladada a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en 1976, me reveló un suceso inquietante que desconocía. El testimonio de Labayru cuenta que el 8 de diciembre de 1977, el Grupo de Tareas 3.3/2 de la ESMA —donde participaba el capitán de Navío Alfredo Astiz— lanzó operativos coordinados por distintos puntos de la ciudad que concluyeron con el secuestro de tres madres de Plaza de Mayo, dos monjas francesas, cinco activistas de derechos humanos y dos familiares de desaparecidos. Estas últimas dos personas, Horacio Elbert y Julio Fondevila, se encontraban cafeteando en una mesa del Comet al momento de ser “chupados”.
Movilizado por la lectura de “La llamada” volví al Comet para averiguar algo más del hecho. Pero Pedro me dijo no saber nada del asunto. Mucho más concluyente fue su cara de sorpresa que, ante mi consulta, calificó de respuesta. Lo que sí recordó este gerente bonachón fue otro episodio traumático ocurrido a pasos del bar. El hecho sucedió en diciembre de 1990, durante el último levantamiento militar que fue encabezado por los Carapintada. En aquella ocasión existieron enfrentamientos con armas de fuego en varios lugares. Uno de ellos fue frente al Edificio Libertador —sede por entonces del el Estado Mayor General del Ejército— cercano a la Aduana y a solo un par de cuadras de la esquina de Belgrano y Paseo Colón. “Ese día cerramos a las 15, nunca más nos fuimos tan temprano” me cuenta Pedro con una sonrisa correntina que ocupa toda su cara y sin medir el peso simbólico de las palabras utilizadas. También mencionó que Mario Pergolini estaba sentado en el escalón, afuera del bar, atento a lo que sucedía con el tiroteo. Es que frente al Comet, en Belgrano 270, funcionó entre enero de 1985 y fines de 1993 la radio Rock & Pop, una creación de Daniel Grinbank. A Pergolini se sumaban como habitués del Comet otros célebres conductores de la hoy legendaria programación de aquella emisora como Elizabeth Vernaci, Lalo Mir, Jorge Lanata y el Ruso Verea. ¿Era tan irrelevante el bar entonces? Claro que no, el problema era mi ignorancia.
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Otra cosa que me contó Pedro fue que el bar recibió una lavada de cara en 2000. No lo recuerdo de antes. Cuando me juntaba con mi padre, con 17 años, mis intereses estaban puestos en otro lado. Los cambios confirmados por Pedro incluyen, por ejemplo, la puerta de entrada que da a la avenida Paseo Colón. Hoy el Comet ofrece en su mobiliario un elemento que no he visto en otro café, las mesas con tapas revestidas con mayólicas vitrificadas de color naranja. La barra tiene ocho butacas fijas forradas de cuerina negra. Las cortinas cubren la mitad del ventanal, a la vieja usanza. Y las sillas exteriores son del tipo playeras. Un bonito menjunje de estilos, épocas y destinos. ¿Qué otra cosa es Buenos Aires?
La feligresía actual se conforma, en su mayoría, de empleados del SENASA, ANSES, la Aduana y alguna que otra empresa vecina. Hoy las mujeres superan a la clientela masculina. Pedro dice que este cambio comenzó a notarse hace unos 15 años. Luego de servirme el “único café de filtro servido con espuma de todo Buenos Aires”, el afable correntino, con el pecho inflado de orgullo, se sienta en una butaca, frente a mi mesa, para continuar la charla.
Le reclamo anécdotas aduaneras. Entonces rememora la época de los primeros televisores importados. Resulta que, por entonces, unos vivos bárbaros se aparecían por el bar. Entraban al local y daban un saludo general a todos los presentes sin fijar la vista en ninguno. El viejo truco de los vendedores ambulantes del transporte público que, mirando hacia el fondo de la unidad, decían “ya le acerco” como dirigiéndose a un falso comprador con la intención de provocar, por contagio, la compra de los pasajeros de las primeras filas.

Estos falsos parroquianos se hacían pasar por funcionarios aduaneros. El yeite era el siguiente: pactaban un encuentro en el Comet con incrédulos que querían comprar un aparato de TV a mucho menor precio que en las casas de electrodomésticos. La transacción se cerraba con un pago —digamos, un comet— que los falsos agentes recibían con disimulo por debajo de las mesas del bar, para luego ponerse de pie y repetir al iluso comprador: “Ya vengo, cruzo la plaza y se lo libero”. Pasadas unas horas, cuando los fulanos no volvían, los engañados se acercaban a la barra desconsolados para preguntarle a Pedro por algún dato o información del malandrín que los había citado.
Ningún cafetín de Buenos Aires con más de 50 años de existencia está ajeno al devenir de nuestro sinfín de sucesos. Siempre al extremo. Dictadura, Guerra, Democracia, levantamientos militares, inflación, caos social, rock y pop. En 1974, un año antes de que los gallegos entraran en el Comet, fecha a partir de la cual se tienen datos precisos del funcionamiento, Charly García editó con Sui Generis su disco “Pequeñas anécdotas de las instituciones”. Siempre antes. Siempre Charly.
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