El amor y el sexo después de la amputación de una pierna: “No quería que me admiraran, quería que me desearan”

A los 18 años, una rabdomiólisis dejó a Juana Rodríguez Abadie sin una pierna. Hoy, a los 25, cuenta cómo vivió su primera vez después de la operación que le cambió la vida. Además, habla sobre el tabú de la sexualidad de las personas con discapacidad y presenta a su pareja. “Nos conocimos por Tinder”, dice

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Juana y Freddy se conocieron
Juana y Freddy se conocieron por Tinder y están en pareja desde octubre de 2024 y hoy celebran su primer día de los enamorados (Fotos/Gastón Taylor)

—¿Voy a poder tener relaciones sexuales?, quiso saber Juana Rodríguez Abadie.

Era abril de 2018 y llevaba dos meses internada por una rabdomiólisis (una falla muscular severa) que se combinó con una infección intrahospitalaria. Como resultado tuvieron que amputarle la pierna derecha y tuvo que aprender a caminar de nuevo. En medio de todas sus dudas —desde cómo ir al baño hasta cómo hacer ejercicio— la sexualidad era uno de los temas que más le preocupaba. “Cuando le hice esa pregunta, el médico me miró y me respondió: ‘Juani, te cortaron la pierna, no otra cosa’”, recuerda.

Hoy se ríe al recordarlo, pero admite que en aquel momento el miedo era real. “Creo que me había creído ese cuento. Yo misma pensaba que no era capaz de tener relaciones sexuales. Claramente, era un prejuicio que tenía y que tienen muchas personas porque hay una tendencia a infantilizar a quienes tienen una discapacidad: no te los imaginás intimando”.

Esta semana se cumplieron siete años de la operación que marcó un antes y un después en su vida. En ese contexto, y con motivo del Día de los Enamorados, Infobae le propuso hacer un reportaje para hablar sobre el amor, las relaciones de pareja y el tabú de la sexualidad de las personas con discapacidad.

Cuando le amputaron la pierna
Cuando le amputaron la pierna Juana tenía 18 años (Fotos/Archivo)

Volver a empezar

Juana Rodríguez Abadie nació el 28 de julio de 1999. Sin embargo, desde 2018, celebra su cumpleaños dos veces al año: el 9 de abril, fecha en que recibió el alta, es el día que volvió a nacer. “Cuando salí del hospital Italiano de La Plata, lo único que tenía claro era que quería recuperar mi vida. No importaba si era con silla de ruedas, muletas o prótesis. Tampoco si estaba cansada o me dolía el muñón. Yo quería salir con mis amigas, ir al boliche, al gimnasio y volver a tener una vida social y sexual”, cuenta.

Antes de la amputación, Juana nunca había estado de novia, pero sí en relaciones informales. De hecho, cuando la internaron había empezado a hablar con un chico por chat. No se conocían en persona, pero luego de enterarse de lo que le había pasado, empezó a escribirle con más frecuencia. Mensaje va, mensaje viene, un día le propuso ir a visitarla. “Vivía en Lanús y se vino hasta mi casa en La Plata. Yo estaba en silla de ruedas, pero recién me cayó la ficha un rato antes de que llegara. ‘¿Cómo le abro la puerta? Y si quiere un vaso de agua, ¿cómo se lo llevo?’. Me puse muy nerviosa”, recuerda.

Al final todo fluyó. “Me vio y, automáticamente, me dijo: ‘Juani, tranquila’. Cerró la puerta y me llevó con la silla hasta mi casa. Por suerte me crucé con una linda persona que enseguida se dio cuenta de que yo estaba un poco asustada. Mi temor no era si iba a gustarle, sino cómo iba a manejarme en la intimidad, estando en una silla de ruedas y sin una pierna”, recuerda acerca de su primera vez después de la amputación. “Tenía miedo, pero cuando llegó el momento dije: ‘Ah, esto es lo mismo’ (Risas). Fue una buena experiencia. En todo momento me hizo sentir muy cómoda”, agrega.

Juana es influencer y tiene
Juana es influencer y tiene una agencia de publicidad (Fotos/Gastón Taylor)

La mirada de los otros

La prótesis, aunque le devolvió movilidad, también enfrentó a Juana a nuevos desafíos en su forma de vincularse. “Cuando iba al boliche con amigas, por ejemplo, los chicos se les acercaban y les decían: ‘Qué linda que sos’ o ‘Qué buen culo que tenés’. A mí, en cambio, me decían: ‘Cómo te admiro’. Y yo pensaba: ‘No me admires, mírame el culo. No quiero tener una charla motivacional en un boliche’”.

Esas situaciones la llevaron a buscar formas alternativas de conocer personas. “Como me había hecho bastante conocida y tenía muchos seguidores en Instagram, entendí que entre la discapacidad y mi ‘fama’, por decirlo de alguna manera, intimidaba al otro: entonces me hice una segunda cuenta que terminó siendo para ‘chonguear’”, cuenta.

También se animó a probar aplicaciones de citas. Se descargó Tinder y subió una selfie, pero enseguida se cuestionó. “Pensé: ‘La otra persona debería saber que uso una prótesis’. Así que borré la selfie y puse todas fotos en las que se me veía el cuerpo entero. ¿Y qué pasó? No paraba de recibir matches”, cuenta Juana.

Pero en el mundo virtual pasaba lo mismo que en el real. “Muchos chicos me hablaban solo para decirme: ‘Qué fortaleza’ o ‘Cuánto te admiro’. Al principio me molestaba, pero después lo aproveché para empezar a descubrirme en este nuevo cuerpo y ver cómo me percibían los demás. Si a alguien le daba impresión la prótesis, mejor que ni me hablara. En un punto estaba bueno porque me servía para filtrar y acercarme a gente que coincidiera con mis valores”, explica.

Después de varias experiencias, en 2019, Juana inició una relación que se extendió hasta 2021. “El día que cortamos, sentí que era el peor momento de mi vida. Y eso que había pasado por la amputación… Pero una vez que superé ese duelo, fue como: ‘Chau, vida sexual a pleno’. Tuve muchos encuentros casuales y ya no daba tantas vueltas. Cuando me preguntaban por la prótesis, respondía sin problemas: ‘Sí, me la saco y listo’. Estaba mucho más canchera”.

Juana esperó casi 10 meses
Juana esperó casi 10 meses para obtener la prótesis y poder volver a caminar (Foto/Archivo)

Algunas desilusiones y un flechazo

Después de ese primer noviazgo, Juana siguió conociendo chicos hasta que creyó que había encontrado a alguien con quien realmente podía conectar. “Salimos durante seis meses. Al principio parecía un buen pibe, pero después fue mostrando la hilacha”, anticipa. Según recuerda, a medida que la relación avanzaba, ella comenzó a integrarlo a su círculo cercano: “Lo llevé a comer a lo de mi papá y a tomar mates con mis amigas. Nunca se negó”. Hasta que, de un día para el otro, todo cambió.

“Se ve que le agarró culpa, porque estábamos con mis primas en la pileta del edificio de mi departamento y me dijo: ‘Tengo que decirte algo’. Me pidió que nos alejáramos, así que nos fuimos a un costado de la terraza. Él estaba supernervioso. Ahí pensé cualquier cosa: que tenía otra novia, que tenía un hijo perdido, que era delincuente…”, dice.

Lo que escuchó después la dejó sin palabras. “Me dijo: ‘Vos me estás presentando a tu familia y a tus amigos, y yo no puedo hacer lo mismo porque me da vergüenza lo que puedan pensar de mí por estar con alguien como vos’”. En ese momento, Juana se quedó en silencio. “Le pregunté: ‘¿Vos me estás hablando en serio?’. Y ahí me lo blanqueó: ‘Lo que pasa es que tengo un morbo con las personas con discapacidad’. Enseguida me cayó la ficha. Había cosas raras desde el principio, pequeños comentarios o preguntas demasiado insistentes sobre mi amputación, sobre cómo había sido todo el proceso… Fue una gran desilusión porque lo quería”, explica.

Juntos a la par: Juana
Juntos a la par: Juana y Freddy son los dos de La Plata y viven a quince cuadras de distancia (Fotos/Gastón Taylor)

Esa desilusión no fue la única que enfrentó Juana. Al salir del hospital, esperaba reencontrarse con sus íntimas, pero en lugar de eso sus dos mejores amigas la excluyeron de sus vidas. “No se conocían entre ellas, pero se hicieron cercanas de tanto venir a visitarme. Cuando me dieron el alta, en vez de juntarnos las tres, me dejaron de lado. Organizaban salidas y viajes y yo me enteraba por historias de Instagram”, cuenta.

Aunque ninguna le dio explicaciones, con el tiempo, Juana sacó sus propias conclusiones: “Creo que no supieron cómo manejar la situación y no midieron el daño que podían causarme. En el peor momento de mi vida, en lugar de acompañarme, me dejaron afuera”.

"Tenía miedo de caminar en la arena con mi nueva prótesis, pero Freddy me cargó hasta el mar. Fue uno de los días más lindos de mi vida", cuenta Juana

En 2024, Juana volvió al ruedo con las aplicaciones de citas. “Me bajé Tinder y, el primer día que lo abrí, hice match con Freddy. Nos vimos al día siguiente y desde entonces no nos separamos más”, cuenta.

Freddy tiene 26 años y también es de La Plata. Vive a quince cuadras de la casa de Juana. Con él encontró algo que nunca había experimentado en una pareja: conexión y contención. “Es una gran persona. Él no tiene rollos con nada. La semana pasada fuimos a la playa y yo estaba aterrada porque no sabía cómo iba a caminar en la arena, ya que me habían cambiado la rodilla de la prótesis. Y él me agarró, me cargó y me llevó al mar. Fue uno de los días más lindos de mi vida”, cuenta y le brillan los ojos.

Y se despide: “En estos siete años, me ha pasado que me han hecho sentir una carga. Freddy jamás. A él le nace: tiene mucha empatía. Aunque nos conocemos hace relativamente poco, él sabe cómo tratarme porque, por lo general, pasan dos cosas: te ignoran o te ayudan por demás. Él es un punto intermedio. Es mi complemento perfecto”.

*Agradecimientos: La Casa de Maga Pueyrredón - Av. Salvador María del Carril 2501 (@lamagapueyrredon)

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