![La familia Vargas en el](https://www.infobae.com/resizer/v2/WAXPMK336VDXTJJDW6SNV6CQO4.jpg?auth=13d62e7aef38cd9fb99d850d5d1cad3b149c7e977aaab14540817b34ad63646c&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
No quedaron viejas fotos impresas ni recuerdos en papel. La heladera nueva con freezer y el somier que Ezequiel Vargas acaba de comprar, luego de meses de trabajo y ahorros, se convirtieron en los despojos del fuego. Fue casi un milagro que aquella tarde de marzo de 2023, Paola Echeverría y sus cinco hijos hayan salido unos minutos antes de que iniciara el siniestro: los mellizos, de 5 años, querían ir a jugar a la plaza con sus hermanas.
Apenas dejaron la casa, Paola le avisó a su marido, que estaba trabajando, que irían a la placita ubicada a una cuadra, por si volvía y no los encontraba. Se mensajearon por unos minutos y, luego, el cielo de San Martín fue tapado por el humo. Esa imagen apenó a la mujer y sin poder dejar de mirarlo, absorta, deseó que ninguna persona saliera herida. Se lamentaba sin saber lo que estaba pasando. Al doblar la esquina su corazón se paralizó: la que se incendiaba era su casa. No pudo evitar las lágrimas.
“¡Nuestra casa se quema!”, le avisó llorando a Ezequiel, quien al instante le contó del siniestro a su jefe y pidió permiso para dejar las tareas de maestranza. No le daban las piernas para llegar al lado de su familia. En ese momento, había comenzado una etapa de dolor e incertidumbre que aún no acaba. Desde octubre pasado, la familia de siete integrantes vive en un Centro de Inclusión Social del gobierno de la Ciudad. “Acá tenemos comodidades y las cuatro comidas. Hay refrigeración y calefacción, estamos muy agradecidos por la contención”, cuenta Ezequiel aunque admite que su máximo deseo es poder encontrar una casita para empezar una nueva vida con su familia.
![En un cumpleaños de la](https://www.infobae.com/resizer/v2/NQDRDZUR7VCWZDBQPRRPWQU464.jpg?auth=db9074d5c885937032c0cafd8d7589816ca6b6fc5c35a17fba8bdd833d2e3a9c&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
El fuego despiadado
La casita que alquilaban estaba en Loma Hermosa, en el partido de General San Martín. “Explotó una garrafa y agarró nuestra casita. En donde vivíamos, era un barrio de emergencia, la cocina era compartida, aunque nosotros teníamos nuestra propia garrafa y anafe, la que explotó justo estaba al lado de nuestra vivienda. ¡Perdimos todo! La heladera nueva con freezer, las camas, nuestras ropas, los documentos, todos los papeles. ¡Fue un momento horrible!”, recuerda Ezequiel, de 38 años, angustiado.
Apenas Paola pudo decirle que la casa se incendiaba, el hombre sólo quiso saber cómo estaba la familia. “Yo estoy bien. Estamos todos bien porque fuimos a la plaza y estábamos ahí”, le confirmó la mujer que hoy tiene 32 años. Unos días antes, Ezequiel había pagado $ 20 mil de alquiler y, como un gesto de bondad, la dueña del lugar se los devolvió porque no había otro lugar para ellos, pero ese dinero no era suficiente para que los siete miembros de la familia pudieran alquilar en otro lugar y cuando el humo dio paso a la nueva imagen de la casa, se enfrentaron a la realidad: dónde pasarían la noche y los próximos días.
Durante un mes, en el frío del otoño, vivieron en la calle. La familia compuesta por la pareja; cuatro nenas de doce, siete y seis años; y los mellizos de 5 años, otra nena y un varón, vivieron días de extrema crudeza y la sensación de que el tiempo se había detenido. “No sabía qué hacer, a dónde ir... Deambulamos durante horas antes de tomar la decisión de ir Plaza San Martín, en Retiro. No teníamos a quién pedirle ayuda, y cuando la pedimos, nos dieron la espalda... La pasamos mal, pero los siete estábamos juntos. Para quedarme en la calle con mi familia tuve que renunciar a mi trabajo... No los podía dejar solos”, cuenta entre lamentos Ezequiel que no recuerda quién, pero le habían hablado de la línea 108, a la que se puede llamar para pedir asistencia a personas en situación de calle.
![La Navidad en la calle](https://www.infobae.com/resizer/v2/IQT7YKMEBVFL7DRGL7ZALJ352E.jpg?auth=b055760148ee3fad08dcfe257a645b6b69947b029c958df175e0921ec0e8077f&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
“Con los $ 20 mil que me había devuelto la dueña de la casa que se incendió no podía alquilar nada, sobre todo, por la cantidad de chicos que tenemos. Finalmente, me comuniqué con el 108, dejé mis datos y me llamaron para buscarnos. Nos dijeron que había un parador en Costanera. Fuimos, pero no la pasamos bien y estuvimos menos de 15 minutos. La gente que estaba parando ahí nos decía que teníamos coronita, nos reclamaban el horario en que tomábamos la merienda... Fueron cosas que en el estado que estaba no tenía ganas de vivir. No estábamos para discutir. Volvimos a la calle”, revive y la angustia regresa a su voz.
Volvió a llamar al 108 y se entera que había otro parador del gobierno de la Ciudad, el Centro de Inclusión Social Loria, que podía recibirlos. “Hay profesionales excelentes, que nos trataron muy bien a mí y a mi familia. Es un lugar habitable que tiene todas las comodidades y que es un espacio excelente. Estamos muy agradecidos”, describe el lugar donde vivieron cuatro meses, entre finales de 2023 y hasta principios de mayo de 2024.
Luego se mudan a un hotel familiar. “Estuvimos en Ciudadela, pero la experiencia fue malísima porque por el estado del lugar, que estaba lleno de humedad, me enfermé muy grave: estuve al borde de la muerte. Me afectó los pulmones y tuve una tos tan fuerte que llegué a escupir sangre. En otro momento, mi hijo se resbaló en el baño y se hizo un corte en la cabeza a causa de la pileta que perdía agua y nunca la arreglaron. Pese a todo eso, nos subían el alquiler todos los meses y los incrementos era grandes, entre 30 mil y 50 mil pesos por mes. Llegamos a pagar $ 330 mil y vivíamos en una habitación chica, con baño privado, y cocina, pero que no era habitable y no nos sentíamos cómodos. Allí estuvimos entre mayo y octubre del año pasado. Ese lugar pudimos pagarlo porque cobrábamos la asistencia habitacional, un dinero para las familias en situación de vulnerabilidad, que luego se cortó por motivos que desconocemos. Yo intenté hablar con la gente del hotel, pero tuvimos que irnos porque estábamos debiendo el alquiler... Volvimos a la calle. Fue muy doloroso. Nos quedamos 24 horas en la esquina de Lavalle y Esmeralda; en plena desesperación volví a llamar al 108 y el 8 de octubre cerca del mediodía regresamos al CIS de Loria, donde aún estamos”.
![La familia compartiendo una merienda](https://www.infobae.com/resizer/v2/FQ5SUMPXXBCFDKR7H4BNEMGRQA.jpg?auth=836af9b19fa3579667e2262f4cd92e495e4b319548d7a10c5fe52bd864ffc9d6&smart=true&width=350&height=156&quality=85)
Desde el Gobierno de la Ciudad, cuentan que a través de la Red de Atención y los Centros de Inclusión Social (CIS), brindan asistencia integral a personas y familias en situación de vulnerabilidad, con el objetivo de garantizar su acceso a una vivienda temporal y fomentar su reinserción social.
Estos espacios ofrecen alojamiento, alimentación, asistencia médica y apoyo psicológico, además de facilitar la inscripción escolar de niños y el acceso a capacitaciones laborales para los adultos. Como parte del protocolo “Cero niños en calles”, equipos interdisciplinarios recorren diariamente el territorio porteño para detectar y asistir a familias sin hogar.
Actualmente, hay 47 CIS distribuidos en la Ciudad, donde se promueve la autonomía de los beneficiarios mediante programas de formación, orientación laboral y acompañamiento social.
![Ezequiel y Paola en el](https://www.infobae.com/resizer/v2/WAEA2AI3AFF45FYWLUM3IJEHL4.jpg?auth=41b3b3b33e20a5178348f2f355fb374f1cb057b46f57d6306fc43fbc4467e37f&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
Lo último que se pierde es la esperanza
Hay un factor común entre quienes perdieron todo lo material: sostienen que es posible salir adelante y que mientras haya esperanza hay motivos por los que luchar. Ezequiel opina igual y está seguro de que la etapa de mala racha terminará pronto y de manera definitiva.
“Gracias a Dios estoy trabajando en una empresa de limpieza para la estación de servicio YPF, presto servicio ahí. Estoy muy cómodo y no me va nada mal. Estamos juntando dinero para poder alquilar una casa porque en abril tenemos que dejar el centro. Pese a que busco, es muy difícil conseguir un lugar para una familia numerosa. Yo deseo progresar y pienso en eso todo el tiempo. Lo único que deseo es que mis hijos tengan un buen futuro y tengan su propio techo. Ahora, repito, estamos bien y tenemos un lugar donde poder comer, asearnos y dormir, pero no es lugar adecuado para que podamos vivir nosotros con la comodidad que una familia numerosa necesita”, sostiene.
Emocionado, Ezequiel recuerda que con Paola se conocieron hace nueve años y que los presentó la hermana de ella, su cuñada. La relación inició por chat y acordaron en verse en una plaza de Morón, pero aunque a ella se le hizo tarde, él tenía una corazonada y la esperó. Pasaron tres horas hasta que, finalmente, la mujer llegó disculpándose. Fue amor a primera vista. A los pocos meses se mudaron juntos. Ella tenía una hija y pronto la pareja hizo crecer la familia, y tuvieron cuatro hijos más.
![Momentos de juegos de la](https://www.infobae.com/resizer/v2/NMV7BTPKMVFFZOV3RE7YRFUPAM.jpg?auth=b03081b5b2e5de46cd24fee87df868186f33cf038d9fa84a6f5def88156f71fc&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
Consternado, cuenta que los mellizos no saben del incendio y cada tanto preguntan por sus juguetes, por su televisión, por su pileta y por aquello que destruyó el fuego. “Aunque hayamos perdido todo, con Paola creemos que no podemos quedarnos con ese dolor sabiendo que tenemos chicos que esperan de nosotros salgamos adelante. Por eso, miramos para adelante. No dejamos, pese a todo, que nuestros hijos nos vieran rendirnos. Nos tenemos como familia y eso es lo importante. Siempre pensamos en que todo se puede si uno se lo propone”, asegura con un sentido de resiliencia. Con esa mentalidad, Ezequiel nunca dejó de trabajar, incluso en los momentos más duros. “Nunca le dije a mis hijos ‘vayan a pedir moneda’. No, yo iba, laburaba, ellos estaban en la plaza y yo iba y trabajaba, traía la plata, les tenía la comida”.
Pese a todos los conflictos que debieron atravesar, Ezequiel y Paola tampoco permitieron que sus hijos abandonaran la escuela. “Creo que habrán faltado tres, cuatro días, después del incendio, y después volvieron otra vez a clase”, dice el padre de la familia. Orgulloso cuenta que la niña mayor ya terminó la primaria y que seguirá en una escuela secundaria cercana al CIS, al igual de los demás hijos.
Aunque el refugio les ofrece un espacio seguro y confortable, la pareja sabe que no es su hogar definitivo. “Es cómodo, pero no es mi casa. Yo extraño mi comida, mis costumbres”, reconoce Ezequiel y cuenta que no pueden recibir visitas.
El camino hacia la estabilidad habitacional sigue siendo cuesta arriba: “Buscamos alquiler y no es fácil. Aunque gano bien y puedo alquilar, tampoco puedo pagar el fangote que piden todos los meses porque después, ¿cómo comemos?”, se pregunta. “Necesitamos un lugar para estar tranquilos, para poder vivir como familia”, concluye.
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