“La orden era liquidarlo...”. La historia de Carlos Eduardo Robledo Puch, el asesino serial más sangriento de la historia criminal argentina podría haber cambiado abruptamente si se hubiese cumplido el mandato que tenían los policías que lo detuvieron el 4 de febrero de 1972. No lo pudieron ejecutar porque lo hallaron junto a su madre, Aída Josefa Habendak, que siempre lo protegió.
Su sola presencia le salvó la vida ya que los uniformados tenían la indicación de “sembrarle” un arma con numeración “limada”, como se conoce en la jerga policial y delincuencial, para que no pudiera ser rastreada, y luego fingir que los había recibido a los tiros resistiéndose para no caer preso. Pero la maniobra exigía que no hubiese testigos y no pudo llevarse a cabo.
Así, su mamá, con quien vivieron primero en Olivos y luego en Villa Adelina en un barrio de clase media, junto a su padre, Víctor, le salvó la vida sin proponérselo. Era su único hijo, el mismo que había iniciado desde niño en las clases de piano, más bien tímido y retraído, quien el 19 de enero había cumplido apenas 20 años.
El raid asesino de “El Ángel de la muerte” o “El Ángel Negro” como se lo nombró comenzó el 15 de marzo de 1971 cuando acompañado de su ladero, Jorge Ibáñez -a quien conoció cuando cursaba el secundario en el Instituto Cervantes de Vicente López después de que lo echaran de la escuela Don Orione a los 15 años por portarse mal y robar dinero- asaltó el boliche Enamour de La Lucila. Sustrajeron 350.000 pesos, y cuando escaparon Robledo Puch mató al encargado, Félix Mastronardi, y al sereno del lugar, Manuel Godoy, mientras dormían, con una pistola Ruby.
En el segundo atraco seguido de muerte “El Ángel Negro” y su cómplice mostraron que no tendrían límites. Ocurrió la madrugada del 3 de mayo de 1971. Otra vez en yunta Ibáñez y Robledo se metieron en un local de venta de repuestos de autos Mercedes Benz. El comercio tenía una casa contigua y en uno de los cuartos se toparon con un matrimonio y su bebé. Puch empezó a los tiros, asesinó al hombre e hirió a la mujer. Luego su coequiper intentó violar a la joven, quien salvó su vida de milagro. Como el niño lloraba, Robledo escapó disparando contra la cuna.
El “Ángel” siguió matando sin piedad. En total fueron once víctimas, incluido Ibánez, su socio en el delito. El 5 de agosto de 1971 circulaban en un Siam Di Tella. Se habló de un sospechoso accidente cuando Robledo iba al volante e Ibáñez que iba a su lado apareció muerto.
A partir de allí se vio obligado a sumar otro compañero para seguir delinquiendo. Sumó a otro de sus amigos , Héctor Somoza, con quien en el mes de noviembre robó un supermercado en Boulogne, y mataron al sereno con una pistola calibre 32 que habían sustraído un par de días antes asaltando una armería.
Juntos siguieron con robos en un par de concesionarias de la zona Norte del Conurbano asesinando en cada caso al hombre que prestaba servicio de vigilancia. En el último hecho, Robledo no solo remató al custodio, también le dio dos balazos a su socio y luego le quemó las manos y la cara con un soplete para que no lo reconocieran y no lo asociaran a él. Pero como a casi todos los delincuentes les ocurre, cometió un error: no llevarse el documento que su compañero de fechorías llevaba encima. Cuando la policía llegó, encontró la cédula de identidad en uno de los bolsillos del pantalón de la víctima, de esa manera reconoció el cuerpo, y de inmediato lo fueron a buscar y cayó.
Fue a parar a la Unidad 9 de La Plata, de donde luego logró fugarse pero a los tres días lo volvieron a detener. El 27 de noviembre de 1980 lo condenaron a reclusión perpetua por tiempo indeterminado. Y el 28 de marzo de 1981 su destino fue la cárcel de máxima seguridad de Sierra Chica. En el mismo penal donde, en la Semana Santa de 1996, se produjo el trágico motín en el que los tristemente célebres conocidos como Doce Apóstoles tomaron como rehenes a una jueza y a funcionarios del Servicio Penitenciario Bonaerense, mataron a otros presos de una banda enemiga y hasta cocinaron empanadas con sus restos. No fue todo, también jugaron a patear en ronda la cabeza de uno de ellos. En esa oportunidad, Robledo se refugió en la parroquia del penal junto a otros presos.
De visita en una recorrida por esa cárcel, pude acceder al prontuario de Robledo Puch. Allí se podía leer el historial delictivo. Delitos: Homicidios calificados reiterados (10 hechos). Homicidio simple (1 hecho). Tentativa de homicidio calificado. Robo simple cometido en forma reiterada (16 hechos). Robo calificado. Violación calificada. Tentativa de violación calificada. Raptos reiterados (2 hechos). Abuso deshonesto. Hurtos simples reiterados (2 hechos) y daño. Todos en concurso real (por el uso de armas).
En uno de los últimos informes integrales acerca de su conducta y su psiquis realizado por profesionales en dicho penal en setiembre de 2018, tras 46 años de permanencia allí, podía leerse: “...el entrevistado registra un recurso verborrágico, con un nivel superior a la media poblacional, con terminología específica de alguien que tiene lectura y conocimientos de algunos temas. Por momentos enfatiza su relato con un tinte emocional de bronca apoyado en la cantidad de años que lleva detenido en forma ‘injusta’ –según su particular visión–. Se lo ve lúcido, ubicado en tiempo y espacio. No se aprecian alteraciones en la memoria y sensopercepción. Frente a los delitos que se le imputan refiere que él sólo comete robos”.
Allí reconoció que robaba joyerías para darle el botín a los pobres, como si fuera una especie de Robin Hood. “Al interrogatorio sobre este accionar altruista que expresa haber tenido, no pudo dar cuenta en forma directa cómo lo hacía, titubeando frente al mismo. Refiere que nunca asesinó a nadie. Utiliza reiteradamente a Dios, como que fue predestinado por Él para estar en este lugar (se refiere a la cárcel), ya que si no: ‘me juntaban con cucharitas en la calle por la vida que llevaba…’.
Robledo admiraba a Hitler y a Perón. En el documento se detalló: “Surgen también sus relatos políticos que parecen una constante en sus entrevistas realizadas en esta unidad, mostrando un especial interés por Perón y enojo por los demás políticos. Presenta algunas incoherencias en su decir, donde salta de un relato a otro sin tener un hilo conductor, lo que denota un discurso discontinuo y antojadizo”. Respecto de las sanciones disciplinarias, en el informe se remarcó que “cuenta con varias en su larga trayectoria de recluso”. Y lo calificó como “un caso mediático”, considerándolo “uno de los asesinos seriales de Argentina”.
Por entonces desarrollaba tareas en la biblioteca, era instructor de ajedrez, jugaba damas y dominó tres veces por semana. En su momento trabajó en mantenimiento, en la sección carpintería. Fue alumno regular desde 1990 a 1992 en la Escuela de Educación Primaria de Adultos Nº 701 Madre Teresa de Calcuta, con sede en la prisión. No registraba participaciones en motines o fugas.
Desde marzo de 2017 venía gozando de un beneficio solicitado por su defensa, a través del cual se le concedió un cambio de régimen, incorporándolo a uno denominado “semiabierto modalidad limitada”, siempre en su por entonces lugar de encarcelamiento (Pabellón 9, celda 596, donde se alojaban internos de diversidad de género).
El acceso a esta modalidad de autodisciplina, le permitía circular de una manera no tan restringida como otros presos. Dicha prerrogativa exigía que se garantizara la asistencia a la prisión de un médico/a especialista en Psiquiatría y un psicólogo/a especialista en Psicología Cognitivo-Conductual– a fin de establecer los dispositivos terapéuticos “para llevar adelante el acompañamiento necesario del interno con ajuste de sus particularidades”, solicitando a “los agentes encargados del acompañamiento del reo” que dispongan quehaceres que coadyuven a la resocialización, “proponiendo la práctica del ajedrez y otras actividades recreativas”.
Las autoridades del penal reconocieron que era “un hombre que no generaba problemas, que jugaba al ajedrez, escribía cartas y concurría a la biblioteca porque era un ávido lector y porque trabajaba allí”. Hacía años que nadie lo visitaba, ya que en los últimos tiempos, la única que lo hacía hasta que falleció fue su mamá, Aída Josefa, la misma que como dijimos, con su presencia evitó que lo mataran el día que lo detuvieron.
En ese 2018 cuando se confeccionó el informe que se detalla en esta nota, se estrenó la película El Ángel, dirigida por Luis Ortega con guion del periodista Rodolfo Palacios basado en su libro de Editorial Sudamericana. La interpretación de Robledo la hizo el actor Lorenzo Ferro, acompañado por el Chino Darín, Daniel Fanego, Cecilia Roth, Mercedes Morán y Peter Lanzani.
Robledo Puch luego fue trasladado al Pabellón 1 de la Unidad Penitenciaria 26 de Olmos. A fines del año 2022 el juez Oscar Quintana había ordenado prepararlo para una especie de egreso. El tema fue que desistió de la medida atento a que los informes que le llegaron eran negativos por su rebeldía. Ni siquiera tomaba la medicación psiquiátrica que le habían indicado los profesionales del penal para su diagnóstico de “trastorno de personalidad psicopático con significativa omnipotencia al servicio de sostener su narcisismo”. Además registró “una autovaloración exacerbada, nula empatía, significativo monto de ira, superficialidad emocional, impulsividad, ausencia de introspección, emocionalidad displacentera no exteriorizada. Se observa ideación megalómana deliroide con aspectos paranoides. Soluciona situaciones que pondrían en juego su autovalía, con una lógica peculiar que se aparta de la realidad, con posibilidad de despliegue de conductas disfuncionales. Con escasos recursos de autocontrol”, aseguraron los especialistas.
En noviembre del año pasado el mismo magistrado le planteó una alternativa. Cambiarlo de prisión para pasar a un régimen abierto en el marco del Programa Casas por Cárceles de la Unidad 25 del Servicio Penitenciario Bonaerense, “una vez que se produzca el cupo correspondiente, siempre y cuando preste su consentimiento al efecto”.
Consistía en un espacio habitacional que funciona en la Unidad sin guardia armada uniformada, ni muros perimetrales ni rejas. Pero Robledo le respondió a los peritos a los gritos y sin parar de hablar que no aceptaba eso porque sentía temor y ya estaba acostumbrado al régimen de la cárcel. Es más, pidió poder volver a una de las viviendas que existen en la prisión de Sierra Chica, donde se sentía como en su casa y pasó la mayor parte de sus 53 años tras sus sórdidos muros.